Milei y Caputo no paran de tomar medidas desesperadas, cada una más explosiva que la otra, con el único objetivo de contener cueste lo que cueste el dólar y el índice de inflación. Todo está siempre al borde del estallido. La fragilidad extrema del “plan” económico mileísta se pone en evidencia cada día que pasa.
Milei y Caputo están dispuestos a echar pólvora sobre todos los rincones de Argentina y pararse encima con un fósforo encendido. Pueden prender fuego el país entero con tal de sostener dos índices, solamente dos, hasta octubre: la inflación y el dólar. Nada más importa, aunque signifique la ruina completa. De hecho, eso están haciendo: su “plan” es de ruina económica sin que se note hasta después de las elecciones.
La magia financiera de los bancos
La gran noticia económica de la segunda mitad de agosto fue la “suba de los encajes”. Ahora, con el fin del mes, toman una nueva y desesperada medida: limitan la compra de dólares al contado de los bancos en la última jornada del mes. Caputo y Milei están interviniendo de manera directa y desesperada sobre el dinero de los bancos para evitar a toda costa que se disparen la inflación y el dólar, que siempre están el aborde de dispararse. Siempre, claro, sin la intervención del gobierno y la ayuda del FMI.
Claro que a nadie le importó la noticia sobre los encajes, porque suena ridículamente técnico, aburrido y ajeno a la realidad. Las operaciones diarias del mercado de dinero siempre tienen ese tono mágico de existencia por fuera de la vida real. Parece que los bancos e inversores hicieran enormes ganancias por arte de magia, sin necesidad de vender ni comprar nada.
En general, se entiende tan poco cuando se habla de encajes, tasas y bonos porque son operaciones a las que se dedican muy pocos con el dinero de todos. Son nombres diversos para la administración conjunta de los bancos y el gobierno del capital dinerario del país entero.
Estas cosas parecen tan ajenas a la vida económica diaria que históricamente ha habido teóricos del “progresismo” que oponen el capitalismo bueno (el industrial y “productivo”) al capitalismo malo (el de las finanzas y el “capital ficticio”). Lo cierto es que las finanzas son parte necesaria de la existencia del capitalismo, a menos que se quieran imaginar un capitalismo en el que no se compren ni vendan cosas, ni haya ganancias.
Vamos a simplificar algunas cosas para intentar una explicación. A grandes rasgos, el Capital pasa por tres fases de circulación. Es capital productivo cuando está produciendo; por ejemplo, la fábrica en funcionamiento. Es capital mercantil cuando ya se produjo, pero todavía no se vendió, cuando toma la forma de las mercancías a vender por una ganancia. Es capital dinerario cuando ya se vendió con ganancias, pero todavía no se reinvirtió ni gastó ese dinero. Como se puede ver, es la norma que haya divisiones funcionales entre capitalistas según cada fase de circulación, y el plusvalor fruto de la explotación del trabajo se reparte entre las diferentes categorías de capitalistas según su función: ganancia industrial, ganancia comercial e interés.
Las necesidades de pagos y de ingresos de dinero de todas las empresas y de las personas suelen no coincidir en el tiempo. Por ejemplo, una empresa tiene que pagar salarios el día 1 del mes y a los proveedores de materias primas los días 5, pero los ingresos por venta son el día 20. Así, para la existencia del capitalismo surge la necesidad de capitales dedicados exclusivamente al tráfico de dinero, que tienen permanentemente disponible capital inmovilizado en su forma dineraria. Éstos les prestan a otras categorías de capitalistas a cambio de una cuota de plusvalor, el interés.
Estos son algunos conceptos básicos del capital dinerario. Muy recurrentemente, esos negocios se hacen de manera ficticia, a través de la intervención del Estado.
La crisis mileísta: la magia financiera de los bancos y el gobierno
La base del negocio de los bancos es, entonces, prestar por un interés. Y no hay país del mundo en ningún momento de la historia del capitalismo en el que el Estado no haya intervenido en ese mercado de dinero. El gobierno de Milei lo está haciendo mucho y muy seguido a pesar de toda la acumulación de retórica “libertaria”. No hay capitalismo contemporáneo, con todo su caos, que no incluya planificación estatal. Y Milei y Caputo están interviniendo de manera muy activa desde el Estado en el mercado de dinero y en los precios más importantes de la economía argentina: el dólar y los salarios.
El diagnóstico del gobierno, del que no se mueven ni un milímetro, es que el origen de todos los problemas es uno solo. No puede ser otra cosa, no se le puede sumar complejidad. El origen de todos los males era el déficit fiscal. Lo “explican” muy burdamente, como si fuera algo obvio: una familia no puede gastar más de lo que gana. Es verdad, pero los Estados y las empresas sí, porque el momento de gastar más de lo que ingresa puede ser el de la inversión, que implica (o puede implicar) mayores ingresos futuros. Entre los países desarrollados, el déficit fiscal es la norma, no la excepción.
En abril quedó todo en evidencia cuando tuvieron que correr a pedir la salvación del FMI: echaron a decenas de miles de estatales, hundieron a los jubilados en la miseria, ajustaron a la educación y la salud; y el problema sigue y crece.
Nada en el “plan” económico estaba bien. Básicamente, los grandes empresarios y sus representantes, les echaban la culpa a los trabajadores y los pobres. Pero el problema es la clase capitalista argentina. Faltan dólares porque la economía argentina no puede vender por ellos más que lo que compra con ellos.
Entonces, esa falta de dólares es compensada por el Estado argentino de dos maneras: con más deuda o con más emisión de nuevos pesos. Estas alternativas se vienen turnando desde hace décadas, provocando un desastre atrás de otro. El problema es que los capitalistas en Argentina se llevan mucho invirtiendo poco, por lo que el país sigue sin poder generar más dólares que los que necesita para funcionar. Y así se sostiene en el tiempo, interminablemente, el ciclo infernal de atraso, ajuste, deuda e inflación.
A pesar de todo el ajuste salvaje, sigue sin alcanzar para contener la inflación y el dólar. Así que el gobierno recurre a medidas desesperadas para controlar una situación económica cada vez más descontrolada.
Una parte importante de las ganancias de los bancos no son por intereses de préstamos a empresas, sino al gobierno. Los préstamos no se hacen sobre la base de ganancias futuras sino de impuestos futuros o emisión. Las LEBAC, LEFI, bonos del Tesoro, etc., son diversos nombres para el Estado endeudándose con los bancos.
El Estado interviene intentando controlar la “liquidez”, la cantidad de pesos disponibles en la economía. Si hay demasiado dinero “líquido” en manos de los bancos que no rinde ningún interés, ese dinero puede entrar en la circulación cotidiana de mercancías o prestarse a tasas de interés cada vez menores, en los dos casos haciendo más y más barato el peso y, por lo tanto, empujando la inflación.
El Estado interviene entonces y controla la tasa de interés de referencia al ser el principal deudor. Los gobiernos anteriores lo hacían endeudando al Banco Central, las LEBAC pagaban los intereses a los bancos a través de emisión de nuevo dinero. El mileísmo pasó la deuda del Banco Central al Tesoro, que no paga con emisión sino con ajuste. Porque el Banco Central es el emisor de dinero, el Tesoro es la “caja” del gobierno: son cosas diferentes.
El endeudamiento del Tesoro se hizo a través de las LEFI’s, renovables todas las semanas. Es decir, los bancos prestan cierta cantidad de dinero al Estado solo por una semana. Un simple paso en falso amenazó con hacer que todo se derrumbe. El gobierno quiso desarmar las LEFI’s: su objetivo es que la tasa de interés deje de depender del Estado.
El exceso de liquidez, demasiado dinero disponible en manos de los bancos, se convirtió rápidamente en pánico oficialista: ese dinero podría haber ido a la circulación y darle un empuje a la inflación, o a la compra de dólares y darle un empuje a su cotización. Esa fue la semana en la que el dólar alcanzó los picos máximos de casi 1400 pesos.
Desesperados, quisieron retroceder no uno sino cuatro pasos: ofrecieron a tasas de interés mucho más altas bonos, no ya del Tesoro, sino de nuevo del Banco Central. Quisieron tentar a los bancos con intereses muy altos a costa de emisión de dinero. Ya la sola emisión de los bonos implica nuevo dinero: ¡la base monetaria argentina aumentó de golpe 10 billones de pesos!
Resumiendo, desarmaron la deuda del Banco Central y la pasaron a las LEFI para no emitir, y cuando quisieron desarmar las LEFI volvieron a emitir deuda del Banco Central (y pesos nuevos). No es algo que se pueda llamar un triunfo. Y, pese a todo, nada de eso alcanzó y una parte importante de la deuda no se renovó. Los bancos no confiaron en que el gobierno les pudiera asegurar ganancias futuras y decidieron quedarse con su liquidez para, entre otras cosas, comprar dólares.
Había entonces una masa inmensa de nuevos pesos que podrían haber ido a inflación o dólares. Todo el esquema económico corría peligro y al oficialismo le entró el pánico. Y, así, los “libertarios” decidieron lisa y llanamente intervenir económicamente subiendo los porcentajes de encajes bancarios. ¿Qué es eso? Los “encajes” son un porcentaje de los depósitos que los bancos no pueden usar, que tienen que inmovilizar en una cuenta corriente del Banco Central. Es decir, el gobierno intervino directamente sobre cuánto dinero pueden usar los bancos, sobre la cantidad de dinero circulante para evitar que lo presten o compren dólares. Y ahora directamente limitaron cuántos dólares al contado pueden comprar los bancos. Todo después de dos semanas de vender dólares baratos para que la cotización no se dispare, perdiendo 300 millones en el camino.
Así, el mileísmo generó escasez artificial de pesos con la fuerza del Estado. Primero endeudándose, luego directamente “por la fuerza”. Obviamente, uno de los resultados es que se disparan las tasas de interés muy por encima de la inflación, por lo que el crédito se hace aún más imposible que antes, impactando sobre la inversión y el consumo.
Todo es cortoplacismo. Todo lo que hacen es desesperar y correr para controlar hoy (y mañana se verá) la inflación y el dólar. Con el ajuste a la obra pública destruyen inversión pasada y futura para sostener hoy la inflación y el dólar. Con el préstamo del FMI nos endeudan a mediano plazo para sostener hoy la inflación y el dólar. Con los aumentos de los encajes hacen imposible el crédito, la inversión y el consumo para sostener hoy la inflación y el dólar.
Cada día una medida desesperada nueva, cada día una nueva cucharada de pólvora al combo económico.




