Apatía electoral y rechazo a los políticos de siempre: ¿Qué hay detrás?

Años de gobiernos fallidos de un lado y otro de la "grieta" han llevado al descrédito del personal político capitalista. Hay que reencauzar la bronca para cuestionar todo el sistema.

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la grieta

Lo que pasará en las urnas el próximo 12 de septiembre no está claro para nadie. Las encuestan otorgan resultados dispersos y hasta contradictorios. La incógnita no se despejará hasta que comiencen a salir a la luz resultados.

Una de las pocas certezas frente a los próximos comicios parece ser, paradójicamente, la de la presencia de una gran incertidumbre. Aunque parece claro que el gobierno será primera fuerza, de todas formas podría no salir nada fortalecido de la contienda. El margen de diferencia con otras fuerzas, la caída absoluta de votos y otros factores hacen el futuro de su fuerza más incierto.

Analistas, encuestadores y columnistas de los principales diarios coinciden en subrayar en que estas elecciones se realizarán en un clima de apatía y desinterés hacia el proceso electoral. Cuando no directamente de rechazo hacia la «clase política».

Las campañas electorales de los partidos del sistema, por su parte, alimentan o se adaptan pasivamente a este clima de desinterés: consignas vacías, acusaciones personales, declaraciones autodestructivas y discusiones bizarras sobre en cual partido se «garcha» y en cual no.

Quizás no sea exagerado afirmar que nos conducimos hacia el proceso electoral que despierta menor entusiasmo en la sociedad desde los niveles históricos de abstención en 2001 y 2003. Apuntemos algunas razones que creemos que explican este fenómeno.

Decepción acumulada

Es imposible comenzar sin dar cuenta del hecho de que el combustible de participación electoral hace años que viene siendo el rechazo: exceptuando los así llamados «núcleos duros», el resto del electorado suele movilizarse en repudio a los que ya están. En 2015 esto fue así en función del deterioro económico acelerado de los últimos años de la presidencia de CFK, y ni que hablar en 2019 frente al estrepitoso fracaso de Macri y la crisis económica abierta. En ambos casos, quien llegó al poder se vio beneficiado de las ganas de que se vaya el que ya estaba.

No obstante, un sector votó a Alberto Fernández con ciertas expectativas de que regresarían los «años dorados» del kirchnerismo, pero la realidad rápidamente hizo chocar dichas expectativas contra la pared.

Es cierto que la pandemia no estaba en los planes de nadie, pero un año y medio después este gobierno tampoco ha salido bien parado desde el punto de vista económico y social. Desde el punto de vista sanitario, aunque el oficialismo se anotó el «poroto» de haber evitado un colapso del sistema de salud y contar en su haber con el avance del plan de vacunación, el discurso sanitarista se vio golpeado (habrá que ver en qué medida) por los escándalos del «vacunatorio VIP» primero, y de la fiesta de cumpleaños en Olivos, después. Estos dos hechos fueron aprovechados demagógicamente por la derecha para hablar contra «los privilegios de los políticos», como si ellos mismos no fueran los primeros en contar con dichos privilegios.

Con una economía estancada desde hace muchos años, más la crisis económica abierta en 2018 todavía irresuelta, los sucesivos gobiernos han aportado su granito de arena hacia un clima de decepción generalizada y el sentimiento (justificado) de que los partidos políticos tradicionales son incapaces de ofrecer una salida para el país. La pandemia solo vino a agravar y acelerar un fenómeno que le era preexistente.

No por casualidad, las consultoras políticas coinciden en que los políticos de mayor imagen negativa son precisamente los que les tocó gobernar en los últimos años: Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández, María Eugenia Vidal. En la Argentina capitalista, gobernar es «quemarse».

Del centro a los extremos

Mientras el terrible ajuste de Macri sigue estando presente en la memoria reciente, la actual experiencia con Alberto está siendo decepcionante para muchos de sus votantes: la pobreza aumentó, el «asado» no sólo no volvió a la mesa, sino que es cada vez más una rareza. El salario, el desempleo, la educación: en todos estos ítems la situación ha empeorado o, de mínima, no mejoró con respecto al gobierno de Macri. Por supuesto que la pandemia tuvo mucho que ver en eso, pero no fue el único factor: la política del gobierno de no tocar los intereses capitalistas tuvo también mucho que ver.

Esto produce que haya un fuerte descontento con los dos frentes políticos principales del país, Juntos y Frente de Todos, que durante años polarizaron el escenario político alimentando la «grieta». Durante años, la grieta fue negocio para los dos lados. ¿Estaremos asistiendo al agotamiento de esa estrategia que ordenó el tablero político argentino de la última década?

Durante todo este tiempo, ambas alianzas intentaron e intentan captar votos de todo el amplio espectro social que se ubica en el centro político, solo que unos más volcados hacia la derecha y otros hacia sectores más progresistas.

Pero el descontento con ambos podría estar dando lugar a un fenómeno que, de confirmarse, sería novedoso en nuestro país: el adelgazamiento del centro político en beneficio de los extremos (todavía, de todas formas, minoritarios).

Algunos analistas políticos burgueses ya miran con preocupación esta tendencia, que ya es una realidad hace años en Europa y Estados Unidos. La preocupación de sectores del establishment se explica porque, incluso aunque esta polarización política tienda a expresarse con formas más definidas desde la derecha, no deja de representar un riesgo al status quo capitalista allí donde aparece. Los seguidores de Trump tomando el Capitolio son la mejor prueba de ello.

Las clases dominantes ven con buenos ojos la agenda política de la nueva derecha, pero a la vez recurrir a ella puede significar jugar con fuego. La inestabilidad política de gobiernos tan abiertamente antipopulares y reaccionarios como los de Trump y Bolsonaro puede significar perder más de lo que se gana.

En nuestro país, la novedad política de la elección serán los «libertarios». Se trata del extremo derecho de esta polarización política en nuestro país, que a nivel internacional se expresa en las más diversas formas. Independientemente de cuán buena resulte su performance electoral, lo cierto es que constituyen un fenómeno político novedoso, que está teniendo cierto impacto en jóvenes reaccionarios pertenecientes a las clases medias.

Pero también la izquierda puede verse beneficiada, si se confirma el engrosamiento del espacio electoral hacia los extremos y el rechazo a los partidos tradicionales. En una situación social crítica, con una pérdida salarial sin precedentes entre las clases trabajadoras, propuestas como las de llevar el salario mínimo a $100.000 por parte de la candidata Manuela Castañeira han tocado «fibras sensibles» de la realidad social durante la campaña, teniendo amplia repercusión. Habrá que ver cuanto de este «empalme» con la realidad se traslada a los votos.

En el mismo sentido, sin duda los años de adaptación del FITU al régimen parlamentario seguramente no sean de ayuda para aprovechar por la izquierda lo máximo posible el descontento de amplios sectores con los políticos del sistema y con el régimen político como tal.

El día después

Con todo, se trata de elecciones de medio término que, sin menoscabar el impacto político que tendrán sus resultados en sí mismos, se caracterizarán por darle forma más definida al escenario clave que enfrentará el país pasados los comicios: nos referimos a la renegociación de la deuda con el FMI que supondrá que el país quede subsumido a un nuevo plan económico digitado por el organismo. En teoría, el acuerdo debería concretarse antes del segundo trimestre del año que viene.

Cómo quede repartido el poder político y las relaciones de fuerzas políticas en el país de cara al acuerdo con el Fondo es muy importante por dos razones. Primero, porque tanto el Fondo como el oficialismo exigirán refrendar el potencial acuerdo en el Congreso, cuya nueva conformación estará determinada por las elecciones de noviembre de este año.

Segundo, y todavía más importante, porque las políticas económicas que implique el acuerdo significarán desafiar las relaciones de fuerzas entre las clases sociales de la Argentina capitalista. Desde el levantamiento popular de diciembre de 2001 que dicha correlación de fuerzas se caracteriza por la subsistencia de una serie de «líneas rojas» políticas que los gobiernos que intentaron cruzarlas se encontraron con la resistencia popular. El caso emblemático es el del 14 y 18 de diciembre de 2017, contra la reforma previsional, o incluso el intento judicial de liberar genocidas a través del mecanismo del «2×1», derrotado por la movilización de masas.

Es un hecho que el acuerdo con el FMI implicará atravesar estas líneas rojas: el Fondo exigirá las llamadas «reformas estructurales» con las que buscará atacar conquistas históricas de la clase trabajadora de nuestro país. El problema que ya avizora la burguesía es que quienes deberán aplicar estas medidas no es el Fondo en cuanto tal, sino el personal político capitalista del país. El mismo personal político que en sus distintas expresiones arrastra años de decepción y bronca creciente.

Desde este punto de vista, no sorprende la «manija» mediática con la que cuentan los candidatos de la ultraderecha. Primero, porque al ser figuras «nuevas» no arrastran el desgaste de los demás candidatos, ya «viejos conocidos» del sistema político burgués. Segundo, y esto es lo fundamental: el gran Capital busca correr a la derecha el debate público, y presentar sus propios intereses (baja de impuestos, contrarreforma laboral) como necesidades objetivas del país para resolver la crisis. El objetivo es construir legitimidad política para el brutal ajuste que se viene de la mano del FMI.

Frente a este panorama es posible tomar dimensión de la importancia de la campaña electoral de figuras como Castañeira, que empujan para el lado opuesto: llevar la agenda hacia la izquierda, en un sentido que implique que la resolución de la crisis no debe ser a costa de las grandes mayorías populares, sino de los grandes capitalistas. Para lograr esto, el descontento con la clase política puede llegar a ser un punto de apoyo para ser reencauzado hacia un cuestionamiento por izquierda a todo el sistema.

Tarea nada sencilla pero fundamental, teniendo en cuenta que los planes económicos del FMI ya asoman en el horizonte. El resultado de las elecciones que se aproximan determinarán las condiciones en las que se librará esa pelea política más de fondo por el futuro del país. Pero esa es una contienda que excederá el ámbito de las urnas.

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