Alemania: castigo a Schölz, victoria de la CDU y fortalecimiento de la ultraderecha

Las elecciones alemanas del último domingo confirmaron lo que muchos anticipaban: la mediocre gestión socialdemócrata de Olaf Schölz se cierra con un giro a derecha del electorado desencantado. El voto joven se polariza con un alto rechazo a la extrema derecha.

Merz, el candidato de los demócrata cristianos (CDU), se impuso con el 28% de los sufragios. Mucho más a la derecha que Merz, los ultras de la AfD (Alternativa por Alemania) quedaron segundos con un 20% de los votos. Es el doble que en la última elección federal (10% en 2021) y el mayor caudal de sufragios alcanzado por AfD en su historia.

Desde Hitler no se veía a una formación ultraderechista en el podio parlamentario alemán. Este hecho inédito en los últimos 80 años da cuenta del largo desgaste del centro político y de un intenso reordenamiento del tablero de las representaciones.

Fin del experimento «semáforo»

«Hace algunos días, señalábamos que el favorito para suceder a Merkel no sería quien presentara las propuestas más originales o disruptivas, sino quien lograra postularse como el continuador de la política general de Merkel. Y en la Alemania de hoy «merkelismo» significa principalmente «estabilidad». Tras el sacudón de la pandemia, con una crisis económica que hace estragos en el mundo y la amenaza climática cada vez más presente, el principal deseo del electorado alemán parece ser no perder lo que ya tiene» («El SPD gana ajustado en una elección inesperada», septiembre de 2021).

Schölz llegó al gobierno sin generar demasiado entusiasmo. Los votantes esperaban que el descremado socialdemócrata encarara una gestión de conservación del status quo, de vuelta a la estabilidad luego de la crisis de la pandemia. Cuatro años después queda claro que el gobierno semáforo (SPD – verdes – liberales) defraudó esa modesta expectativa. Sucede que las premisas económicas y geopolíticas del viejo ‘merkelismo’ se quebraron en los últimos años.

Incluso superada la pandemia, el comienzo de la guerra Rusia – Ucrania dinamitó toda chance de estabilidad. Alemania, más que el resto de Europa, dependía del gas ruso para hacer funcionar su economía. El llamado «milagro económico alemán» de las últimas décadas descansaba principalmente en el desarrollo de la industria pesada (sobre todo automotriz) con energía barata rusa.

Y la industria alemana sintió el efecto rápidamente, sobre todo porque no poseía una diversificación tal que le permitiese mantener su ritmo de crecimiento anterior sin la complejo automotriz. El milagro había terminado. 2023 y 2024 fueron dos años consecutivos de recesión para Alemania, con una retracción del 0,2% del PBI en 2024. En ese contexto no resulta difícil entender el mediocre desempeño de la coalición semáforo. El gobierno del SPD junto a verdes y liberales fue un experimento de centrismo tardío: expresó el deseo de sectores de masas por resguardar la estabilidad alemana justo cuando dicha estabilidad comenzaba a temblar.

Verdes y liberales funcionan habitualmente como una suerte de comodines parlamentarios, permitiendo a uno u otro de los grandes partidos formar gobierno. Ambas formaciones pagaron el costo de su gestión. Los verdes cayeron varios puntos hasta el 11%. Los liberales quedaron directamente fuera del parlamento con un vergonzante 4% para el partido del centro burgués.

No es la primera vez que el SPD se derrumba por su propio peso inerte. Hasta 2021 muchos analistas lo consideraban políticamente muerto. En las últimas décadas se dijo tantas veces lo mismo de la socialdemocracia que más bien convendría hablar de no vivos. El domingo el SPD se quedó con un magro 15% de lo votos, perdiendo 10 puntos respecto a 2021. En números, es la peor elección del SPD desde 1890, hace 135 años. 

Quien sí parece quedar definitivamente fuera de juego es Olaf Schölz. En la tarde del domingo el SPD ya lanzaba fuego amigo contra el Canciller, pidiendo una renovación generacional del partido, es decir, la jubilación de Schölz.

La cuestión migrante y el retorno del nacionalismo reaccionario

Junto a la recesión económica, la cuestión migratoria emergió como el principal tópico de la campaña electoral. La centralidad del tema, que la extrema derecha explota de forma reaccionaria, parte de las tendencias objetivas de la crisis por la guerra en Ucrania. Alemania había recibido ya 1 millón de migrantes, sobre todo afganos y sirios, durante la década pasada. Con la invasión rusa recibió otro millón doscientos mil refugiados ucranianos.

Hasta hace algunos años, la óptica en la opinión pública era el consenso multikulti (multicultural). Alemania era conocida por su cálida bienvenida a los miles de migrantes que ocupan puestos de trabajo en las escalas salariales inferiores y que son un presupuesto necesario para el funcionamiento de la economía nacional. Pero ahora la economía alemana se enfría y la recesión impone una presión competitiva sobre los trabajadores, que deben repartirse entre sí puestos de trabajo insuficientes. Esas son las bases materiales que permiten a la ultraderecha desatar su vendaval de prejuicios y xenofobia.

Es cierto que los ultras no salieron de la nada. Llevan años enquistados en el Este del país. Su fuerte son los Estados que conformaran la RDA estalinista y que heredaron los estragos de la gestión burocrática. Es también la región que recibe a la mayor cantidad de migrantes y refugiados que llegan del este europeo y de Medio Oriente. El reparto de los distritos en la elección del domingo muestra la primacía de la AfD en esa región.

La crisis económica y geopolítica crearon las condiciones para el ascenso electoral de la extrema derecha. Pero esa conquista derechista no podría haberse materializado sin la cobardía política del propio SPD.

La previa de la elección estuvo marcada por el escándalo xenófobo de Merz (CDU) que intentó pasar una ley anti migrante por el Bundestag con lo votos de la AfD. Esto implicaba la ruptura del cordón sanitario contra los ultras. El rechazo popular fue instantáneo y contundente. Al menos medio millón de personas marcharon en las grandes ciudades alemanas, con pancartas contra la extrema derecha y vandalizando locales y materiales de campaña de la CDU. El profundo arraigo de las reivindicaciones democráticas en grandes sectores de la población saltó a la vista. No hace falta más que ver el retiro de varios votos demócrata cristianos a la ley anti migrante, pocos días después de la movilización.

Sin embargo, los resultados de la elección replicaron casi exactamente las encuestas previas al conflicto. Pareciera que la CDU no pagó ningún costo político. Un elemento central para entenderlo es que el SPD, partido de gobierno y regente de las organizaciones de masas, no intentó darle ningún cauce extraparlamentario a la indignación, esperando tranquilamente a las elecciones. Como en todo el mundo, el reformismo dejó las puertas abiertas para que la extrema derecha avance a sus anchas.

Polarización del voto joven

Un dato matizado pero no menor de la elección es la reaparición en escena de Die Linke (La izquierda), una formación reformista post estalinista ligada a la ex RDA. En las últimas elecciones, Die Linke batallaba apenas por la supervivencia. El domingo obtuvo en torno al 9% de los votos, quedándose con 7 circunscripciones en el este del país y garantizando su ingreso al Bundestag. Con números modestos, la elección fue notoriamente buena para Die Linke. Sobre todo teniendo en cuenta que venía de sufrir la ruptura (por derecha) del grupo de Sarah Wagenknecht.

Pero llama la atención que en la franja más joven de los electores (menores de 24 años) Die Link obtuvo el 25% de los sufragios. Recordemos que se esperaba que este sector fuera uno de los pilares de la elección de AfD. Y es cierto que una porción considerable fue hacia ese lado. Sobre todo los varones resentidos contra el feminismo y la diversidad: la proporción de votantes jóvenes de AfD es de 2 o 3 varones por cada mujer. Pero la representación de AfD entre los jóvenes fue del 21%, prácticamente la misma proporción que en la elección en general.

La elección de Die Linke en esta franja (y en general) expresa la movilización anti fascista de algunas semanas atrás. Y configura un contrapeso relativo al avance ultraderechista: existe una porción nada despreciable de la población alemana, y sobre todo de la juventud, que quiere ponerle un freno a los ultras. Die Linke no es garantía ni promesa de nada. Es un partido en decadencia del reformismo sin reformas. Pero es lo que la juventud encontró a mano para repudiar a la Merz y la AfD.

¿La doctrina Merz en el mundo de Trump?

«Nunca hubiera pensado que tendría que decir algo así en un programa de televisión pero, después de las declaraciones de Donald Trump la semana pasada, está claro que a ese gobierno no le importa mucho el destino de Europa. Mi prioridad absoluta será fortalecer Europa lo más rápido posible para que, paso a paso, podamos realmente lograr su independencia de EE.UU.» (Merz, 23/02).

Es evidente que la llegada del trumpismo 2.0 logró, en poco más de un mes, convulsionar el tablero europeo. Las declaraciones anti UE de Trump pocos días atrás suman incertidumbre a una situación geopolítica que no viene siendo nada favorable para el Estado alemán. Junto a la recesión y la inmigración, el miedo a la extensión de los conflictos bélicos hacia Europa configura la tríada del miedo social en Alemania (y otras porciones del viejo continente).

De las tres grandes potencias europeas (junto a Reino Unido y Francia), Alemania parece la más expuesta a posibles nuevos conflictos en el continente. Está más cerca geográficamente de Ucrania y Rusia y posee un desarrollo y equipamiento bélico drásticamente menor al de las otras potencias. De los tres grandes, Alemania es la única potencia que no posee armamento nuclear.

Y las alusiones de Merz a la dependencia con EEUU no son puro discurso. Estados Unidos tiene 35.000 soldados activos apostados en Alemania, como un cortafuegos ante amenazas del Este. Las declaraciones de Merz son traducen la preocupación de una burguesía imperialista relativamente debilitada en un tablero geopolítico convulsionado y en reconfiguración.

La idea de «independizarse» de EEUU es una derivación evidente de la táctica trumpista, que implica dejar a las potencia europeas libradas a su propia suerte. Pero no está nada claro que Merz y la CDU tengan ideas claras de cómo resolver el problema. Para efectivizar la «independencia» haría falta una inversión gigantesca en presupuesto militar. Eso no será nada fácil con una economía en recesión y el descontento económico creciente entre la población.

La CDU era el candidato natural para capitalizar el castigo electoral a Schölz y la coalición semáforo. Es la otra pata histórica del bipartidismo alemán y su discurso derechista convergía con el giro de la situación, sin cruzar el cordón sanitario que sigue siendo un límite para gran parte del electorado (tal vez para la mayoría de él).

Ahora Merz deberá intentar formar gobierno en un contexto plagado de incertidumbres. A Merz le gustaría formar gobierno con AfD (entre ambos agrupan casi el 50% de los votos) pero romper el cordón sanitario de esa manera podría ganarle un repudio de masas y hacerlo tambalear. A la vez, la enorme porción de votos de los ultras (un quinto del electorado) le permitirán presionar a todo el arco político desde la extrema derecha, buscando correr el eje de las discusiones en un sentido reaccionario. Todo esto mientras Merz debe buscar una forma de reactivar la economía alemana en un escenario internacional sumamente adverso.

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