Artículo aparecido en el blog del autor, The Next Recession, el día de las últimas elecciones en los Länder alemanes de Turingia y Sajonia que le dieron un triunfo inédito a la extrema derecha, el pasado 1 de septiembre.
Hoy se celebran elecciones en dos grandes estados federados del este de Alemania. Según las encuestas, los partidos euroescépticos, antiinmigrantes y prorrusos de la extrema derecha y de la nueva izquierda están en cabeza. Los partidos de la actual coalición federal de los socialdemócratas, los verdes y los llamados Demócratas Libres están siendo diezmados hasta el punto de desaparecer en estos estados de la antigua Alemania del Este. En total, los tres estados del este albergan a unos 8,5 millones de personas, lo que supone el 10 por ciento de la población alemana. Pero no es solo en estos estados donde se está derrumbando el «centro» de la política alemana. Los tres partidos del gobierno de coalición del canciller Scholz han visto caer su porcentaje de votos combinados de más del 50 por ciento a finales de 2021 a menos de un tercio en la actualidad.
En estas elecciones de los Länder, se espera que el partido de derechas e islamófobo Alternativa para Alemania (AfD) obtenga más del 30% de los votos en Turingia y Sajonia, con la perspectiva de ganar el poder en el primero. Bjorn Höcke, que ya ha sido condenado dos veces por utilizar lemas nazis prohibidos, es el líder de la AfD en Turingia. Pero también que un nuevo partido de izquierda, con el nombre epónimo de Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), obtenga entre el 15 y el 20% de los votos.
Alemania está lidiando a un aumento de la inmigración, ya que el número de solicitudes de asilo alcanzó las 334.000 en 2023. Una encuesta reciente encontró que el 56 por ciento de los alemanes dijo que temía verse abrumado por la inmigración. Así que parecería que la inmigración y el racismo son los motores del ascenso del partido de extrema derecha AfD. Pero lo irónico es que el voto a favor de AfD mejoró principalmente en las zonas del este de Alemania donde la inmigración era relativamente baja: es el miedo, más que la realidad, lo que impulsa esos prejuicios y reacciones.
Al fin y al cabo, los alemanes están acostumbrados a los inmigrantes. Alemania es el segundo destino de inmigrantes del mundo, después de Estados Unidos. Más de uno de cada cinco alemanes tiene al menos raíces parciales fuera del país, es decir, unos 18,6 millones. Pero la cuestión de la inmigración se convirtió en un gran problema en Alemania debido al desastre en Oriente Medio y Ucrania, que provocó una afluencia masiva y rápida de refugiados, alrededor de 2 millones en los últimos dos años, a Alemania. La mayoría de estos refugiados fueron ubicados en las partes más pobres del este de Alemania, ya bajo la presión de viviendas, educación y servicios sociales más deficientes.
La otra ironía es que la colíder de la AfD no es una pobre populista del pueblo, sino que Alice Weidel es una ex economista de Goldman Sachs y consultora financiera, una especie de líder del «populismo» reformista del Reino Unido, Nigel Farage, que es corredor de bolsa. Estos representantes del capital no tienen ninguna conexión con sus votantes de base, pero intentan llegar al poder a base de prejuicios y mendacidad. El fenómeno de los partidos nacionalistas de derecha «populistas» no se limita a Alemania. En Francia está el Agrupamiento Nacional, en el Reino Unido el Partido Reformista y en Italia tenemos a los Hermanos de Italia en el poder. De hecho, en casi todos los estados de la UE hay partidos de la reacción que obtienen entre un 10 y un 15% de los votos, como lo confirmaron las recientes elecciones a la Asamblea de la UE.
Para mí, todo esto es producto de la Larga Depresión que han vivido las principales economías capitalistas desde el fin de la Gran Recesión de 2008-2009, que ha afectado a los más pobres y menos organizados de la clase trabajadora, junto con las pequeñas empresas y los autónomos, que han recurrido al «nacionalismo» en busca de una respuesta, pensando que las causas de su desaparición son los inmigrantes, las ayudas a otros países de la UE y las grandes empresas, en ese orden.
La situación se ha deteriorado más en Alemania debido a las secuelas de la crisis pandémica y la guerra en Ucrania. La gran potencia industrial de Europa, Alemania, se ha paralizado desde la pandemia. Y con ella se han desplomado los votos a los partidos tradicionales.
La decadencia de la economía alemana ha puesto de manifiesto el problema subyacente de un mercado laboral «dual», con toda una capa de empleados temporales a tiempo parcial para empresas alemanas con salarios muy bajos. Alrededor de una cuarta parte de la fuerza laboral alemana recibe ahora un salario de «bajo ingreso», utilizando una definición común de un salario que es inferior a dos tercios de la media, lo que es una proporción más alta que la de los 17 países europeos, excepto Lituania. Esta mano de obra barata, concentrada en la parte oriental de Alemania, está en competencia directa con las enormes cantidades de refugiados que llegaron en los últimos dos años. Por eso muchos votantes de Alemania oriental piensan que el problema es la inmigración.
Pero detrás de todo esto está el deterioro de la economía alemana, que afecta particularmente al este. Alemania es el estado más poblado de la UE y su principal potencia económica, representando más del 20% del PIB del bloque. La industria manufacturera todavía representa el 23% de la economía alemana, comparado con el 12% en los EE. UU. y el 10% en el Reino Unido. Y la industria manufacturera emplea al 19% de la fuerza laboral alemana, en comparación con el 10% en los EE. UU. y el 9% en el Reino Unido.
Pero la mayor economía de Europa está en recesión. El PIB real en el segundo trimestre de 2024 cayó un 0,1% en comparación con el primer trimestre de 2024 y la misma cantidad en comparación con el segundo trimestre de 2023. De hecho, el PIB real alemán no ha mostrado crecimiento durante cinco trimestres consecutivos y se ha estancado en los últimos cuatro años.
El gobierno alemán ha seguido servilmente las políticas de la alianza occidental de la OTAN y ha puesto fin a su dependencia de la energía barata procedente de Rusia. De hecho, incluso coincidió con la voladura del vital gasoducto Nordstream. Los costes de la energía se han disparado para los hogares alemanes.
De hecho, los salarios reales en Alemania todavía están por debajo de los niveles previos a la pandemia, como en muchos países de la UE.
Pero más importante para el capital alemán son los crecientes costes energéticos para los fabricantes. La Cámara de Industria y Comercio Alemana (DIHK) comenta: “Los elevados precios de la energía también afectan a las actividades de inversión de las empresas y, por tanto, a su capacidad de innovación. Más de un tercio de las empresas industriales afirman que actualmente pueden invertir menos en procesos operativos básicos debido a los elevados precios de la energía. Una cuarta parte afirma que puede dedicarse a la protección del clima con menos recursos y una quinta parte de las empresas industriales tiene que posponer las inversiones en investigación e innovación”. “Además de la deslocalización prevista de la producción, esto supone otra grave amenaza para Alemania como emplazamiento industrial”, advierte Achim Dercks (DIHK). “Si las propias empresas dejan de invertir en sus procesos básicos, se producirá un desmantelamiento gradual”.
El verano pasado, el FMI calculó que estos crecientes costes reducirían el crecimiento económico potencial de Alemania hasta en un 1,25% al año., “dependiendo de la magnitud final del shock del precio de la energía y el grado en que una mayor eficiencia energética puede mitigarlo”.
En los últimos tres años la actividad manufacturera se ha desplomado.
Además, la recuperación de la rentabilidad del capital alemán desde el comienzo de la eurozona, la deslocalización de la capacidad industrial hacia el este de la UE y los bajos salarios de gran parte de la fuerza laboral han terminado. La rentabilidad del capital alemán comenzó a caer durante la Gran Recesión y la Gran Depresión de la década de 2010, pero la caída más grande se produjo durante la pandemia y ahora la rentabilidad está en un mínimo histórico.
Peor aún, la masa de ganancias también ha comenzado a caer a medida que los crecientes costos de producción (energía, transporte, componentes) reducen los ingresos. Y cuando las ganancias totales caen, se produce un colapso de la inversión y una recesión.
La formación bruta de capital (un indicador de la inversión) se está contrayendo.
Esto me lleva a los argumentos que esgrimen los economistas keynesianos para afirmar que la decadencia de Alemania se debe a la falta de demanda de los consumidores y a un «exceso de capacidad» en la producción. Se sostiene que el gran superávit comercial de Alemania (exportaciones sobre importaciones) muestra un «desequilibrio» en la economía que debería corregirse aumentando el consumo.
Pero esto no tiene sentido. Si analizamos los componentes del PIB real alemán desde el inicio de la crisis pandémica en 2020, podemos ver que la caída de Alemania no fue resultado de una caída del consumo (que subió un 1%), sino de la inversión. La caída de la rentabilidad y de los beneficios condujo a una caída de la inversión (que bajó un 7%).
Además, Alemania no está inundando el mundo con sus exportaciones. El superávit comercial con el resto del mundo se mantiene prácticamente sin cambios, en 20.000 millones de euros al año, como en los años de la década de 2010.
Las exportaciones de bienes se mantienen más o menos estables; son las importaciones las que cayeron después de la pandemia, ya que los fabricantes alemanes redujeron la producción y el uso de materias primas y componentes.
Durante la pandemia, el gasto público aumentó drásticamente para intentar paliar el impacto de las pérdidas de empleos y salarios. Pero una vez que eso terminó, el gobierno de coalición aplicó medidas de austeridad fiscal, supuestamente para cumplir con las restricciones de la Comisión Europea y la constitución alemana que estipula que el Estado «solo puede gastar tanto dinero como gana».
El gobierno congeló sus planes de financiación para el clima y la modernización y tapó un «agujero» de 17.000 millones de euros en su presupuesto con medidas de austeridad. Entre ellas, la eliminación de un subsidio al diésel para vehículos agrícolas, lo que desencadenó protestas furiosas de los agricultores. Los tractores irrumpieron en las ciudades y bloquearon varios cruces de autopistas. Las molestias a millones de viajeros se vieron exacerbadas por una huelga de maquinistas en un sistema ferroviario privatizado que se está desintegrando.
Para colmo, el ministro de Finanzas, Christian Lindner, que es el líder del pequeño partido neoliberal de «libre mercado» FDP, insiste en recortar el gasto social (sobre todo en el este de Alemania). ¡Lindner quiere recortar el gasto público en hasta 50.000 millones de euros!
Todo esto demuestra que ni siquiera el capitalismo alemán, la economía capitalista avanzada más exitosa de Europa, puede escapar de las fuerzas divisorias de la Larga Depresión. Pero también demuestra que el servilismo del gobierno de coalición alemán en defensa de los intereses del imperialismo estadounidense en nombre de la «democracia occidental» sobre Ucrania e Israel está destruyendo la hegemonía del capital alemán y el nivel de vida de sus ciudadanos más pobres. No es extraño que las voces del nacionalismo y la reacción estén ganando terreno.