Este lunes (30), el secretario de Guerra de los Estados Unidos, Peter Hegseth, reunió en un acto a 800 generales y almirantes de las Fuerzas Armadas estadounidenses en la base del Cuerpo de Marines en Quantico, Virginia.
La actividad fue organizada de forma sorpresiva y contó con la presencia del presidente Donald Trump. ¿El motivo? Exponer los nuevos lineamientos de la Casa Blanca para el ejército, que, tratándose de la actual administración, consistió en un despliegue de todos los prejuicios que sostiene el movimiento MAGA.
Entre las nuevas directivas a implementar, Hegseth enumeró la inclusión de estándares de aptitud física “neutrales” en cuanto al género, con el objetivo de equiparlos a “niveles masculinos”. Además, defendió la eliminación de lo que llamó “cultura woke”, en referencia a las políticas de inclusión que “debilitaron” a la intuición castrense.
En un despliegue misoginia sin filtro, criticó la idea de que “las mujeres y los hombres son lo mismo” o que estaba bien que los “hombres se creyeran mujeres”. También, consideró una “falacia insana” la idea de que la “diversidad es nuestra fortaleza” y arremetió contra los generales “gordos” y los militares “barbudos”.
“La era del liderazgo políticamente correcto, excesivamente sensible y que no hiere los sentimientos de nadie termina ahora mismo en todos los niveles (…) Si eso me hace tóxico, que así sea”, expuso el retrógrado secretario de Guerra.
El presidente estadounidense, por su parte, enfocó su discurso en su visón de las fuerzas armadas en el futuro inmediato, a la cual proyectó como una institución fundamental para que los Estados Unidos sean tan fuertes que “ninguna nación se atreva a desafiarnos, tan poderoso que ningún enemigo se atreva a amenazarnos, y tan capaz que ningún adversario pueda siquiera pensar en vencernos”. Además, destacó que “cambiar el nombre de ´guerra` a ´defensa` fue la primera señal de wokeness”.
Un aspecto que llamó la atención de la intervención de Trump, fue su insistencia en que Estados Unidos enfrenta una “guerra desde el interior”, debido a los “ataques” provenientes desde el crimen organizado y los migrantes.
En un artículo reciente, The Economist destacó que las tropas desplegadas en Washington DC para “combatir” el crimen, en realidad están ubicadas en algunas de las zonas más seguras de la capital estadounidense y, por tanto, se dedican a recoger basura o tomarse selfies con los turistas que lo solicitan.
No obstante, su sola presencia representa un hecho disruptivo, pues contradice la tradición del país de restringir el uso de las fuerzas armadas internamente. En este sentido, Trump “está poniendo a prueba los límites de la ley, la moral de las fuerzas armadas y una tradición de apoyo bipartidista a esa institución, una de las más respetadas de Estados Unidos”.
A criterio de los analistas, lo anterior confirma que la Casa Blanca está implementando un giro de la estrategia de defensa, cuyo foco pasó de Europa y Asia para concentrarse en el hemisferio norte y la seguridad interna.
Por último, el magnate-presidente reiteró su exigencia de obtener el Premio Nobel de la Paz, y sugirió que sería un “insulto” para los Estados Unidos si no se lo conceden por su papel en la “resolución” de varios conflictos. Algo totalmente absurdo, tratándose del principal apoyo del gobierno de Netanyahu para que prosiga con el genocidio en Gaza.
Los discursos de Trump y Hegseth son una muestra elocuente de la actual situación internacional, signada por el ascenso de gobiernos de extrema derecha que cuestionan los consensos que ordenaron el mundo desde la segunda posguerra. Las fuerzas armadas cada día tienen un papel más destacado, pues son la “mano visible” de los imperialismos que apelan a la fuerza directa para conquistar sus esferas de influencia.