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Palestina: las implicancias del acuerdo entre Hamas y Fatah en la lucha contra el genocidio

Una reunión en Beijing, con el Ministro chino de Asuntos Exteriores por anfitrión, anunció un acuerdo entre Hamas, Fatah y otras 12 organizaciones palestinas.

El acuerdo promete terminar con la división y lucha permanente entre las dos principales organizaciones políticas de Palestina, Hamas y Fatah. Esa división es ya desde hace casi dos décadas fragmentación de los territorios palestinos que no han sido directamente ocupados por Israel hasta ahora. Mientras Hamas gobierna la Franja de Gaza desde el 2006, Fatah controla parcialmente (y cada vez menos) la Cisjordania ocupada.

El acuerdo estipula un gobierno provisional de «unidad nacional» para los tres territorios que, formalmente, constituyen Palestina: Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania. En los hechos, Jerusalén está completamente controlada por la ocupación sionista, Cisjordania está cercada y cada vez más ocupada por colonos, y Gaza es escenario de la ocupación y el genocidio desde octubre del año pasado.

Las divisiones políticas y territoriales de Palestina

La existencia del pueblo palestino precede a la de cualquier Estado denominado palestino. Esto es obvio para cualquiera que conozca algo de su historia. Pero la narrativa sionista intenta negar la existencia del pueblo palestino alegando que, antes de la existencia del Estado de Israel, gobernaba el colonialismo británico, y antes de eso el imperio turco otomano. Pero, fueran quienes fueran las autoridades, el pueblo y la cultura palestina tienen milenios de existencia.

La mayoría de los palestinos son descendientes de la población autóctona anterior a la introducción del Islam, fueran judíos o cristianos. Con la expansión militar de los califatos, la mayoría se arabizaron y adoptaron la religión musulmana. Una minoría continuó ejerciendo la religión judía, otra siguió siendo cristiana. Por miles de años, esta supuesta «Tierra Santa» vio pasar gobiernos y guerras, regímenes y dinastías de todo tipo. Lo que no hubo en la mayoría de su historia fueron conflictos internos entre los propios palestinos por motivos religiosos o étnicos. Los protagonistas de los conflictos eran las potencias ocupantes.

Eso cambió con la emergencia del sionismo. Antes y después de la creación del Estado de Israel, colonos de diversos orígenes fueron desplazando a la población autóctona de sus tierras. La creación del Estado de Israel en 1948 significó la masacre y el desplazamiento de cientos de miles de palestinos. La ONU, con todas las potencias imperialistas a la cabeza, votó la «partición». La creación de un Estado puramente «judío» en un territorio en el que la enorme mayoría no lo era llevaba implícita la necesidad de la limpieza étnica y el racismo desde el principio. Solamente se podía imponer con métodos dignos de Hitler. Y así fue.

La primera gran organización de resistencia palestina fue Al Fatah, que dio comienzo a la lucha armada contra la ocupación sionista en 1958. Su nombre en árabe significa «Movimiento Nacional de Liberación de Palestina». Encabezado por Yasser Arafat, el partido era uno de los movimientos nacionalistas árabes laicos que hegemonizaron esa era política de Medio Oriente. Creer la propaganda de que todo árabe o musulmán es un fanático religioso dispuesto a inmolarse con la promesa de vírgenes en el cielo es propia de un vulgar racismo. El mismo que creía las caricaturas nazis de judíos especuladores que realizaban cotidianamente rituales de sangre con niños cristianos.

Fatah se integró luego a la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), que agrupaba a la mayoría de las organizaciones políticas armadas de los palestinos. Encabezada por Fatah, nacionalista árabe, también contenía en su interior a grupos autodenominados «marxistas-leninistas». Su objetivo inicial era el de una Palestina única, no racista, que rechazara toda discriminación étnica o religiosa. A la luz de los hechos, es obvio que este programa era mucho más viable que la llamada «solución de dos Estados».

La resistencia continuó a lo largo de décadas hasta que dos acontecimientos fundamentales cambiaron las circunstancias. La Primera Intifada, la rebelión palestina de las gomeras y las piedras contra los tanques sionistas, conmovió Medio Oriente y puso contra las cuerdas al Estado sionista. Fue entonces que Israel se mostró dispuesto a negociar con la OLP, encabezada por Fatah.

Eran los 90′. Esa década fue también la de la decadencia del nacionalismo árabe. Algunos de sus gobiernos más populares, como el egipcio, se transformaron en brutales y autoritarios regímenes neoliberales. Fue entonces que comenzó a emerger una nueva corriente política, el islamismo. Es común en la propaganda imperialista confundir esa corriente con todas las personas de países de mayoría musulmana o árabe.

En esa época, Fatah giró su política a la negociación, el reconocimiento del Estado de Israel y la «solución de dos Estados». En 1993, se consagró una capitulación histórica con la firma de los Acuerdos de Oslo. Fatah reconoció entonces al Estado de Israel y se puso a la cabeza de la Autoridad Nacional Palestina, un pseudo gobierno al frente de un pseudo Estado. Mientras se abandonaba toda lucha por una Palestina única y se reconocía el derecho a existir de un Estado supremacista y racista, Israel solamente se comprometió a ir cediendo con el tiempo las atribuciones de un Estado a la ANP.

Acuerdos de Oslo
Isaac Rabin, Clinton y Yasser Arafat en una foto representativa de la capitulación de los Acuerdos de Oslo.

Israel nunca cumplió. Su posición oficial hoy en día es el desconocimiento de un Estado palestino y mantiene de hecho el control sobre las fronteras y los recursos de los territorios que supuestamente le corresponden a la ANP. Jerusalén Este sigue ocupada, Gaza cercada como la cárcel más grande del mundo y el sionismo continúa con la construcción de asentamientos en Cisjordania y el permanente desplazamiento de la población palestina autóctona. La ANP ha sido reducida en sus funciones a ser un pseudo gobierno, más una policía de los territorios ocupados que un Estado. Así fueron también los bantustantes de la Sudáfrica del Apartheid. Esperar que un Estado racista deje de ser racista porque se lo reconoce, porque se consagra la segregación racial tal como el Estado racista quiere, es evidentemente una utopía absurda. Pero se la sigue presentando como la única solución «realista». Esa es la «solución de los dos Estados».

La realidad rápidamente desmintió todas las ilusiones de Oslo. Mientras se anunciaba al mundo el fin del conflicto, la vida cotidiana de los palestinos veía extenderse en sus días la segregación, el apartheid, las masacres y los desplazamientos. Clinton se había podido sacar una foto triunfal con Isaac Rabin y Yasser Arafat, pero eso no había cambiado la vida del palestino al que le pasan por arriba las topadoras para construir un nuevo barrio de colonos. Fatah y la OLP dejaron que su pseudo gobierno conviva cotidianamente con esa realidad, y su legitimidad fue año a año más y más pequeña.

La organización que capitalizó esa realidad fue Hamas. Su programa es muy diferente al histórico de la resistencia palestina. Aspira a la conformación de un Estado islámico regido por la sharía. Pero la fuente de su legitimidad está en otro lado. Su brazo armado es apenas una fracción de su actividad, que consiste mayoritariamente en una red de asistencia con llegada de masas en Gaza. Pero la principal fuente de su creciente autoridad a finales de los 90′ y principios de los 2000 era su rechazo al fraude de los Acuerdos de Oslo. Su programa seguía siendo el de una Palestina única y eran la principal organización política que continuó la resistencia al apartheid.

En el año 2006, Hamas ganó las elecciones parlamentarias en la Franja de Gaza por escaso margen. Al año siguiente, expulsó a Fatah. Fue entonces que los territorios palestinos no directamente controlados por Israel se partieron entre dos fuerzas políticas, con Hamas controlando la Franja de Gaza y la ANP encabezada por la OLP y Fatah «gobernando» Cisjordania.

Mapa de los territorios palestinos. Se puede apreciar la creciente colonización de asentamientos sionistas de Cisjordania, supuestamente reconocida como parte de Palestina en 1993. Mapa: El Economista.

El acuerdo de Beijing promete terminar con la fragmentación política y territorial de Palestina. El acuerdo establece un gobierno de «unidad nacional» entre Fatah, Hamas y otras organizaciones para cuando se ponga fin a la agresión sionista en curso en Gaza, que ya dejó al menos 39 mil muertos. El acuerdo pretende así gobernar sobre Cisjordania y Gaza con Jerusalén por capital.

Pese a que un intento similar de acuerdo en 2017 se frustró, hoy las condiciones políticas son diferentes. La campaña genocida en curso en Gaza empujó a ambas fuerzas a una política común. La ANP y Fatah podían perder toda legitimidad si no tomaban ninguna iniciativa frente a la masacre. Hamas, por su parte, se encuentra actualmente rodeado por todos los costados por las tropas sionistas en Gaza, y necesitaba encontrar un respaldo efectivo, aunque ya tuviera uno «moral», en el resto del pueblo palestino.

El giro político que implica este acuerdo es grande. Por un lado, para conformar un gobierno común, ambas partes se comprometen a someterse a una misma ley, la llamada «Ley Básica Palestina». Se trata de una suerte de borrador de Constitución de un Estado Palestino elaborado por la ANP a finales de los 90′ y principios de los 2000. Lejos de la «ley islámica», ese programa de Estado se establece sobre bases laicas y democráticas, con «el pueblo» por fuente formal de toda soberanía.

La geopolítica: Estados Unidos y China en el espejo invertido de Palestina

En Beijing, el ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Xi Jingping, Wang Yi, pudo sacarse una foto entre Mahmoud al-Aloul, de Fatah, y Mussa Abu Marzuk, de Hamas. Como Clinton había logrado posar de intermediario entre Arafat y Rabin en 1993. De las negociaciones participaron como intermediarios China, Rusia, Argelia y Egipto.

El acuerdo tiene dos consecuencias inmediatas. Primero, las dos principales organizaciones palestinas pueden presentar una autoridad común para los territorios que controlan como salida inmediata a la «guerra» en curso. Segundo, implica un primer reconocimiento internacional para Hamas.

Estados Unidos e Israel empujan para que la diplomacia internacional catalogue de «terrorista» a Hamas. Los felpudos del imperialismo, el apartheid y el genocidio se apresuran a obedecer. Es el caso del gobierno argentino de Javier Milei.

Pese a sus similitudes doctrinarias o de métodos, establecer como cosas iguales a Hamas y organizaciones como Al Qaeda es una maniobra nefasta para la justificación de la ocupación sionista. Las organizaciones terroristas son eso, organizaciones de violencia organizada sin raíces populares. Hamas es diferente, es un partido político de masas entre el pueblo gazatí. Otra cosa es que nos guste que así sea. El programa de Hamas es ultrarreaccionario, ningún socialista puede defenderlo y debe aspirar a la superación de organizaciones de ese tipo. Pero una parte importante, tal vez mayoritaria, de un pueblo brutalmente oprimido y masacrado tiene a Hamas por organización y la ha elegido para gobernar. No son una organización terrorista. Son la expresión real de la resistencia de ese pueblo a ser desaparecido de la faz de la tierra, nos guste o no. Más sobre este tema se puede leer en «Los debates en la izquierda alrededor de la causa palestina y Hamas«, por Maxi Tasán.

En Beijing, el ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Xi Jingping, Wang Yi, pudo sacarse una foto entre Mahmoud al-Aloul, de Fatah, y Mussa Abu Marzuk, de Hamas.

La foto del acuerdo de Beijing es la imagen perfectamente invertida del Oslo de 1993 y del Washington DC del 2024. Es también un signo de época. El genocidio en Gaza ha abierto una profunda crisis de legitimidad del imperialismo occidental, ya muy golpeada después de Iraq y Afganistán. Las movilizaciones de masas en las grandes capitales y movimientos como las ocupaciones de Universidades eran ya una crisis política en sí misma. China intenta ahora aprovechar para extender su influencia política. Es parte de su aspiración a transformarse en potencia imperialista, llenando algunos de los vacíos que deja Estados Unidos. Como Clinton ya no es el árbitro entre Arafat y Rabin, el imperialismo yanqui ya no es el árbitro absoluto del mundo.

En contraste, Estados Unidos solamente puede presentarse como vocero del genocidio. Al día siguiente de la cumbre de Beijing, el genocida Netanyahu era recibido en Washington DC. Allí, dio un discurso frente al Congreso, que lo recibió con calurosos aplausos. De supuestos árbitros de la paz en 1993 pasaron al descarado apoyo a un genocida.

El acuerdo de Beijing, pese a todo, parece dar más seguridades de las que realmente puede dar. La proclamación de un futuro gobierno común no puede lograr por sí mismo ponerle un freno a la maquinaria asesina del sionismo en Gaza. Las masacres continúan: al día siguiente asesinaron a otros 80 palestinos. El acuerdo tampoco se ha planteado un programa común para terminar con la ocupación, el único realista: una Palestina única, laica, no racista y socialista.

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