La inflación está desbocada y crece la miseria

La inflación de enero según el INDEC fue del 3,9%, anualizada suma un 50,7%. No hay ni una buena noticia para los bolsillos de los trabajadores, la miseria no para de crecer.

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La gente ya simplemente no puede seguir comprando lo que compraba antes. El peso dejó hace mucho de ser reserva de valor y hasta tiende a dejar de jugar su rol básico, el de patrón de precios. Es muy difícil saber cuánto costará algo al día siguiente de comprarlo.

3,9% es de por sí un número alto. Pero la cosa empeora si vemos que fue aún más alto en Alimentos y bebidas no alcohólicas, en torno al 4,9% en tan solo un mes. Hay economías en el mundo con la preocupación por un índice de inflación similar en todo un año.

La inflación es uno de los principales desequilibrios explosivos de la economía argentina. El otro es el desequilibrio de la balanza de pagos, que implica que sale mucho más dinero que el que entra, se recauda poco y se profundiza el problema de déficit fiscal y el de deuda, lo que tiende a disparar hacia arriba el dólar.

En informes oficiales, voceros del gobierno festejan que rubros como vestimenta tuvieron subas de «nada más» que el 2,4% contra el 4,8% en diciembre. El transporte aumentó un 2,8%. Bebidas alcohólicas y tabaco un 1,8%.

Las «estacionales» (es decir, productos propios de la época del año) subieron nada menos que un 9%; en particular frutas y verduras, hotelería.

Las comunicaciones subieron un 7,5% mensual, en particular telefonía e internet. Salud aumentó un 4,1%.

El valor de nuestra moneda es cada vez más insignificante, lo que dificulta las relaciones con el comercio exterior, impulsa hacia arriba el dólar y agrava aún más el problema de origen: el derrumbe del peso.

Los patrones sobre todo son quienes están en condiciones de resguardarse en el dólar. La circulación de bienes en pesos cae y se desarrolla aún más su sistemática devaluación, día a día.

El problema estructural es que Argentina tiene demasiada industria para su capacidad de competir en el mercado internacional. La solución de algunos «ortodoxos» es simple, como si no hubiera millones de vidas dependiendo de eso: destruir esa industria, que se ahogue en la competencia exterior de un día para el otro y no a cuentagotas. Pero la solución «progresista» estaría siendo la misma pero en cámara lenta. Hacer lo contrario, modernizar el país, implicaría una inmensa inversión… solo posible con los dólares que se van en fuga y deuda, o a la cuenta bancaria de alguien ya muy rico. Y ya sabemos de cuánto es capaz de hacer contra los patrones este gobierno (Vicentín…).

Mientras tanto, como salen más dólares que los que entran se profundiza el déficit fiscal. Y como el gobierno no quiere tocar los bolsillos de quienes se llevan esos dólares, la deuda pública crece y con él el riesgo de default. Entonces el gobierno encuentra una sola solución: emitir y emitir en una economía cada vez más ahogada. En una economía en crecimiento en cuanto a competitividad y circulación de bienes la emisión no necesariamente significa inflación. Pero en la economía argentina de hoy sí, y mucha; nada menos que la segunda inflación más alta del mundo.

Hasta los exportadores con bolsillos llenos de dólares sacan amplio provecho. Sus costos son en (miserables) pesos y sus ganancias en (cada vez más altos) dólares. Los salarios de esas ramas, en otros tiempos singularmente altos, se han desplomado en cuanto a los dólares que representan y a las mercancías que pueden comprar. No hay trabajador asalariado en Argentina que no sea más pobre, mucho más pobre, que lo que era hace dos, seis, doce, 24 meses atrás.

La fuerza de trabajo es la mercancía que más pierde frente a todas las demás. Son los trabajadores, la inmensa mayoría del país, los que comen menos carne (casi un 4% menos que un año atrás), menos ropa nueva, etc. Comer comida en buen estado parece estar por convertirse en un lujo.

 

 

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