
Primero, mi agradecimiento. Agradecimiento por todo lo que me enseñaron, lo que me mostraron de su vida y sus sufrimientos sin ningún tapujo ni desconfianza. De diferentes generaciones, aunque la gran mayoría éramos jóvenes entre 18 y 25 años. Era una empresa que había multiplicado su personal en esa planta (la fábrica de Barracas estaba instalada desde 1928 y ocupaba una manzana) y la juventud inundó los vestuarios, las norias incesantes donde pasaban las zapatillas Topper, Hawaiana, Indiana y otras, que eran furor en el mercado.
También trabajaban exclusivamente compañeros en algunas secciones (Tintorería y Goma) y otros en tareas específicas en las secciones copadas por nosotras. Éramos una mayoría abrumadora en un universo de cerca de 3.000 trabajadores/as: 2.700 operarias/os y 200 administrativo/as.
Pero esa mayoría abrumadora no tenía el mismo volumen en las relaciones con la patronal, ni tampoco con los compañeros varones. Ser mujer te ubicaba en otro escalón inferior, aunque la mayoría de las tareas caían en nuestras manos. A la par de la lucha sindical, esa fue parte de la pelea de las trabajadoras. Aunque fuera molecular, estaba presente; desde ya, en los sectores de compañeras más avanzados.
Otras compañeras, a las que llamábamos “las viejas”, superaban los 30, algunas unos cuantos más. Pero dramática y fundamentalmente estaban agobiadas, agotadas por el trabajo a un ritmo infernal y en condiciones paupérrimas, que no fueron las mismas en las que entramos las de nuestra generación. Aunque el trabajo y las condiciones seguían siendo duras, a la “nueva generación”, aunque recién incluida, entramos con una profunda rebeldía en las venas. Rebeldía que la patronal había logrado vencer en la mayoría de las trabajadoras mayores.
Pero aunque nuestra rebeldía estaba cargada de inexperiencia y a veces provocaba situaciones cómicas más que combativas, logró una sana comunicación con las compañeras mayores que no estaban vencidas y que, a lo largo de nuestra confraternización en el laburo, en los minutos en el baño, en los micros a la entrada y a la salida, formamos un solo bloque que superó muchos miedos y distanciamientos.
Desde ya, que las “nuevas” fuimos el punto de preocupación fundamental de la patronal y la burocracia, quienes actuaban en forma mancomunada en el contenido y en la forma. Tanto es así, que el secretario general de la AOT (Asociación Obrera Textil), Casildo Herrera (¿se acuerdan de ese que dijo desde Uruguay el día del golpe del 76: “Yo me borré”?), que tenía su sede a pocos pasos de la fábrica, en la localidad de Gutiérrez, ten a tal acuerdo “pampa” con la patronal que los delegados eran directamente “elegidos” en las oficinas de Personal de la empresa.
A pesar de estas “perlitas” y de la explotación cotidiana, nos abrimos paso con mucho esfuerzo y conformamos relaciones humanas importantísimas de solidaridad, de apoyo mutuo, que “cambiaron el aire de la fábrica”. Y junto con esto (y porque logramos esto) conformamos una organización del activismo independiente llamado Movimiento Obrero de Alpargatas (MOA), donde discutíamos entre nosotros nuestra actividad común en la fabrica para pelear por nuestros derechos. Allí participaban compañeros/as independientes y de todas las corrientes de izquierda que estaban en el establecimiento. En ese ámbito combativo se veía claramente la opresión de la mujer: estábamos pero en un número un poco menor en relación con los muchachos, cuando éramos mayoría absoluta en todo el establecimiento.
Luchas cotidianas y una histórica a nivel nacional
Una pelea que recuerdo como la primera de la que participe en mi sección (Empaque) era el reclamo de ventiladores en los meses de verano para aliviar el calor extremo. Esa la ganamos parcialmente: nos pusieron enormes ventiladores en el final de cada línea de empaque, que aliviaron parcialmente el calvario cotidiano.
La más grande que dimos hasta que dejé la planta (después del golpe la patronal me trasladó a Barracas) fue la del Rodrigazo en junio de 1975. Allí el activismo entramos a la planta a las 6 am, después de habernos puesto de acuerdo apresuradamente, con la convicción de realizar asambleas y parar la fábrica y después marchar a Plaza de Mayo.
Lo logramos, aunque se nos vinieron todos encima. Los/as trabajadores/as “se la vieron venir” con el Plan Rodrigo y apoyaron el paro total. Una delegación paró los micros que iban para la Capital y participamos del gran acto en Plaza de Mayo junto al resto de los/as laburantes. Una jornada que tuvo sus frutos y dejó enormes enseñanzas.
Mujeres valientes, activistas consecuentes
“Las mujeres tardan en decidirse a pelear, pero una vez que se deciden no las para nadie. Nosotros nos levantábamos a las cuatro de la mañana, ellas con sus criaturas que las llevaban a la guardería de la fábrica. Era difícil que se movieran pero una vez que lo hacían no las paraba nadie. No las dejaban hablar en la asamblea, las pellizcaban, sobre todo la burocracia. Mucho coraje.” (notablesdelaciencia.conicet.gov.ar. Victoria Basualdo-Notables de la Ciencia, testimonio de un militante del PST trabajador de la fábrica)
Mis primeras charlas fueron con mis compañeras del mate en los 20 minutos de descanso que teníamos, en la corrida al baño donde fumábamos un pucho entre 4 o 5, en el vestuario, en el comedor. Allí conocí a mujeres que no olvidaré nunca por sus valores.
Una de ellas fue Rita, mi primera amiga. Ella era hija de una mamá que se había “roto el lomo” para que su hija estudiara y pudiera tener acceso a una vida mejor que la sacrificada que ella había sufrió. Y la mandó a un colegio privado religioso porque pensaba que era lo mejor para su hija, no porque fuera adoradora de la institución eclesiástica. Rita estaba a semanas de recibirse, cuando queda embarazada. Por esa “herejía” la echaron del colegio sin compasión alguna, aunque la madre fue a hablar con la directora para que le permitieran dar los exámenes libres, ya que además, era una excelente alumna. A partir de ese momento de inflexión Rita salió a laburar y su mama le cuidaba su hija. Nuestra amistad se transformó también posteriormente en compañerismo partidario, ya que ingresó a militar en el PST. Una guerrera en toda la línea.
Otras dos “bravas” eran dos compañeras que eran familiares que les llamábamos “las uruguayas” por su país de origen. La más joven de ellas trabajaba en mi sección y era una activista peleadora nata, de mucho talante. Fue pieza clave en ese conflicto por los ventiladores que mencione. Cuando había que discutir con la supervisora, con la capataza, todas íbamos a hablar con ella primero. A veces había que calmarla un poco, porque era muy impulsiva. Era nuestra “delegada” real, en la pelea del día a día. Su familiar trabajaba en la sección Hawaiana y, aunque de otro perfil, también luchadora consecuente.
Otras compañeras de mi sección fueron Gladys y Adela. De vida muy sacrificada ambas, demostraron que su duro aprendizaje de la vida las había endurecido y enriquecido a favor de la lucha de todos/as los/as oprimidos/as. Eran puntales de la pelea cotidiana en la sección.
De las “viejas” también aprendí mucho. Las “alcahuetas” eran una minoría, las “que buscaban las pilchas”, como se decía a las que empezaban a “chuparle las medias” a la supervisora para “empezar a escalar”.
Las “grandes” no lo eran sólo en edad. Escuché de ellas el relato de muchos sufrimientos físicos de parte de padres, esposos, amantes. En algunas un sentimiento de “sufrimiento inevitable” por su condición de mujer: que no le quedaba otra. Otras se habían rebelado y habían pagado su rebelión con depender solo de su trabajo para su manutención y la de sus hijos/as. Aún con esas profundas desigualdades, en todas anidaba las expectativas de que las “cosas cambiaran”, que las jóvenes no sufrieran lo que ellas habían padecido o estaban padeciendo.
De ellas aprendí el dolor de la mujer por su condición de mujer en directo, sin libreto de por medio. También hice amigas, porque compartíamos todos los momentos, los tristes y las alegrías, entendía sus penurias y comprendían mis inquietudes y convicciones. Porque nos respetábamos mutuamente como trabajadoras y como mujeres.
El PST tenía compañeras en otras secciones que fueron vanguardia en la pelea durante todos los 60/70. Ellas merecen un marco especial. Entraron a militar muy jóvenes, fueron referentes de grandes luchas y pelearon hasta el final. Aunque no todos los finales fueron triunfos.
Las “alcahuetas” eran una minoría, pero siempre existen y hay que “calarlas” enseguida. Eran las “que buscaban las pilchas”, como se decía a las que empezaban a “chuparle las medias” a la supervisora para “empezar a escalar” y zafar de la explotación al pie de la máquina. (La expresión tiene que ver con que usaban otro uniforme).
A todas ellas, las “viejas” de antes y las nuevas “viejas” como yo, mi reconocimiento de trabajadoras luchadoras en su cotidianeidad tan dura y también aquellas que fueron vanguardia en la pelea consecuente contra la patronal, la burocracia y el gobierno.
La marea verde de las nuevas generaciones les dio la razón y por eso acompañaron a sus hijas y nietas: ellas dieron pasos gigantescos en la lucha por nuestros derechos. Y seguiremos dándolos seguramente.






