Derecho a la autodeterminación nacional

Sobre la disolución del PKK y las perspectivas de la lucha kurda por su liberación nacional

Con una población que supera los 40 millones de personas, los kurdos son una de las mayores naciones del mundo sin un Estado propio. La disolución del PKK marca un momento decisivo, pero no el fin de su lucha contra la opresión.

El pueblo kurdo, una de las naciones más antiguas y numerosas sin Estado propio, ha librado durante más de un siglo una lucha persistente por su autodeterminación frente a regímenes que lo niegan, lo reprimen y lo fragmentan. Desde Turquía hasta Irán, pasando por Siria e Irak, los kurdos han enfrentado políticas de exterminio cultural, desplazamientos forzados, represión armada y negación de su existencia.

En medio de estas condiciones, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) emergió como una organización central de resistencia política, marcando durante décadas el curso de la lucha, especialmente en Turquía. Su reciente disolución, sin embargo, generó un debate sobre el presente y el futuro de este proceso de liberación nacional.

Una nación sin Estado

El pueblo kurdo constituye una de las mayores naciones del mundo sin un Estado propio. Se estima que su población supera los 40 millones de personas, distribuidas mayoritariamente en cuatro países: Turquía, Irán, Irak y Siria. Cada uno de estos Estados desarrolló políticas de opresión o asimilación, negándoles derechos básicos como el uso de su idioma propio o la representación política.

En cada uno de estos territorios, su situación ha seguido trayectorias políticas diferenciadas. En Irak, desde la década de 1990, se consolidó una región autónoma conocida como Gobierno Regional del Kurdistán, con su propio parlamento y fuerzas armadas (los Peshmerga). Este enclave es dominado por el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), que adoptó una orientación pro-occidental, vinculándose con Estados Unidos y Turquía. Sin embargo, esta autonomía ha sido motivada más por los intereses del imperialismo que por apoyo a sus reclamos. En este sentido, abandonó en muchos aspectos la causa nacional más amplia.

En Irán, también sufren una opresión permanente, aunque el conflicto armado fue menos intenso que en Turquía o Siria. En este último país, el estallido de la guerra civil abrió un nuevo capítulo. Las milicias kurdas, organizadas principalmente en torno al PYD (Partido de Unión Democrática) y sus brazos armados, las YPG/YPJ, lograron establecer una experiencia inédita de autogobierno democrático en la región de Rojava.

En Turquía, donde se concentra la mayor parte de la población kurda, la situación es más represiva y sangrienta. Allí, se niega toda forma de reconocimiento a la identidad kurda, se reprime cualquier expresión de autonomía y, durante décadas, se desató una guerra contra el movimiento kurdo, especialmente contra el PKK.

Negación, represión y guerra permanente

Desde la fundación de la República turca en 1923, se negó abiertamente la existencia del pueblo kurdo como identidad diferenciada, imponiendo una lógica asimilacionista y nacionalista extrema que sólo reconoce al “ciudadano turco”. A lo largo de décadas, hablar kurdo en público fue considerado delito, las expresiones culturales fueron censuradas, y los intentos de organización política independiente criminalizados como “terrorismo”. La mera afirmación de su identidad se convirtió en un acto de resistencia.

Durante los años ochenta, el conflicto se agudizó con el surgimiento del PKK y, desde entonces, el Estados turco desató una guerra contra las poblaciones kurdas, en especial en el sudeste del país. Esta guerra incluyó bombardeos de aldeas, desplazamientos forzados, ejecuciones extrajudiciales y campañas de terror estatal. Millones de personas fueron obligadas a abandonar sus hogares, generando un éxodo interno que persiste hasta hoy. Las políticas de “turquificación” se tradujeron en la militarización permanente de la región, con presencia constante del ejército y de fuerzas paramilitares.

Durante los breves intentos de diálogo de paz entre 2013 y 2015, el régimen simuló una apertura, pero utilizó esas negociaciones como un instrumento de manipulación electoral. Tras los avances del movimiento kurdo en las urnas, el gobierno de Erdogan optó por la línea dura, rompió el alto al fuego con el PKK, bombardeó las regiones de Cizre y Diyarbakir, y lanzó una feroz persecución contra militantes, periodistas y cargos electos pro-kurdos. Las gobernaciones fueron intervenidas, alcaldes encarcelados y se clausuraron medios de comunicación. En paralelo, las fuerzas armadas lanzaron campañas militares contra bastiones kurdos en el norte de Siria bajo el pretexto de combatir al “terrorismo”.

Erdogan instrumentaliza el nacionalismo turco y la islamofobia para construir una narrativa reaccionaria que legitime esta represión. La política hacia los kurdos se ha convertido en un eje de cohesión del bloque conservador que sostiene al régimen, y también en una carta geopolítica en las relaciones con la OTAN y la Unión Europea. Bajo el discurso de la “lucha contra el extremismo”, Turquía pretende encubrir una guerra contra la población kurda y contra cualquier posibilidad de autodeterminación.

El papel del PKK en la lucha kurda

El PKK fue, durante décadas, la principal expresión política de la resistencia kurda en Turquía y en la región. Fundado en 1978 por Abdullah Öcalan, surgió como una organización autodenominada “marxista-leninista” que luchaba por la liberación nacional, combinando demandas anticoloniales con un horizonte socialista.

A partir de 1984 pasó a la lucha armada y se consolidó como el referente hegemónico de la causa, especialmente tras el vacío dejado por otras fuerzas, como el PDK de Irak, que optaron por la colaboración con el imperialismo occidental.

La captura de Öcalan en 1999, facilitada por la CIA y ejecutada por Turquía, marcó un giro en la orientación ideológica del partido. Desde la cárcel, el líder abandonó públicamente el “marxismo-leninismo” y adoptó las ideas del “confederalismo democrático”, inspiradas en el pensamiento del anarquista estadounidense Murray Bookchin. Esta nueva estrategia implicó renunciar explícitamente a la creación de un Estado kurdo independiente, para en su lugar impulsar una forma descentralizada de autogobierno popular basada en comunas, asambleas y estructuras federadas.

Lo anterior representó una involución ideológica, pues vino acompañada de una moderación política y una creciente confianza en los procesos de “diálogo” y “paz» con el Estado turco.

Entre la claudicación y el abandono de la lucha

El proceso de disolución que vive el PKK simboliza (parcialmente) un retroceso en la lucha por la autodeterminación kurda, pues vino de la mano del desarme ideológico y organizativo. En realidad, es la culminación del viraje hacia la política de conciliación.

Es decir, el problema no es que el PKK dejara la lucha armada, lo cual es un aspecto táctico. Sino que renunció a cualquier perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad y abandonó la lucha por la liberación del pueblo kurdo, rebajando su programa a consignas mínimas.

Esta decisión fue propuesta por Öcalan en febrero, mediante una carta enviada desde la prisión, titulada “Llamamiento a la paz y a una sociedad democrática”. En esta señaló que “todos los grupos deben deponer las armas y el PKK debe disolverse” debido a que la lucha debe “resolverse mediante la política democrática”.

No se ha hecho pública prácticamente nada del proceso de discusión interno del congreso partidario que adoptó la decisión de la disolución, sin embargo lo único que está claro es que son más las interrogantes del futuro de la lucha. Hasta el momento, por sí mismo, representa un triunfo para Erdogan, que lo utiliza a su favor. Solo bastaba ver, por ejemplo, el show montado en la “ceremonia de desarme”, realizada en la cueva de Jasana, un importante punto turístico. Ahí una fila de combatientes, rodeada de periodistas y políticos, desfiló a un montículo para depositar sus armas. Una especie de montaje de la vergüenza, en lugar de dignidad, como lo pintan los dirigentes del PKK.

La estrategia de “proceso de paz” en el pasado se mostró como una trampa. Mientras el PKK cesaba el fuego Turquía intensificaba el control represivo. En 2015, tras el golpe electoral al partido de Erdogan, el gobierno rompió la tregua y lanzó una nueva guerra total contra el pueblo kurdo.

Además, es, como mínimo, ingenuo. El Partido Democrático de los Pueblos (DEM) se ha mostrado como facilitador del proceso e interlocutor del PKK. En una entrevista a Tuncer Bakırhan, copresidente del partido, aceptaba que “hay muchas expectativas, pero hasta ahora no hay avances concretos” y confía en que el avance de la “paz” sea posible por las buenas intenciones el gobierno (“su progreso depende de que el Gobierno cumpla nuestras expectativas”), un gobierno que ya ha demostrado su intransigencia y que ahora tiene aún menos presión para pactar condiciones. Incluso reconoce que “estamos familiarizados con la usurpación de la voluntad democrática y la imposición de tutelajes en Turquía desde 1979”. La pregunta es si hay algún cambio con respecto a esto ahora, y la respuesta es que no.

Por otra parte, las consideraciones expuestas por Öcalan para esta decisión están basadas en análisis meramente geopolíticos, sin ninguna consideración de clase o de autodeterminación nacional. Mostrando un alejamiento profundo de las posiciones revolucionarias.

Bakırhan explica que “una de las mayores fortalezas de Öcalan es su capacidad para reconocer en una fase temprana los acontecimientos mundiales y su impacto en la región. Actualmente estamos asistiendo al colapso del orden de posguerra: Oriente Medio se está reorganizando, Europa está en crisis y la región de Asia-Pacífico está en plena agitación. El trumpismo está desencadenando una ola de neofascismo y poniendo en tela de juicio las certezas políticas previas. Öcalan actúa porque está convencido de que las viejas reglas ya no sirven y de que es necesario un cambio”.

Un análisis de la situación mundial que describe algunos elementos reales, pero cuyas conclusiones son erradas, porque diluye la lucha legítima por la autodeterminación kurda en detrimento de los vaivenes de la geopolítica mundial.

El extravió de la brújula es tal que el DEM aceptó y está comprometido con la propuesta de Devlet Bahçeli, presidente del ultraderechista Partido de Acción Nacionalista, para que se forme una comisión de “pacto nacional” con miembros de todos los partidos con representación parlamentaria, es decir, con los enemigos de la población kurda.

La adopción de la narrativa pacifista desprovista de contenido revolucionario está desarmando políticamente a una generación de militantes kurdos. Lejos de fortalecerse, abrió espacio para una ofensiva que busca eliminar toda forma de organización independiente. El gobierno no cedió ni un centímetro en sus políticas de opresión, mientras el movimiento kurdo está cada vez más fragmentado, atrapado entre la institucionalización forzada y la represión armada.

Los efectos regionales

La disolución tiene repercusiones en los otros territorios donde el pueblo kurdo mantiene procesos activos de organización y resistencia. Al haber sido durante décadas el principal referente ideológico y estratégico para amplios sectores del movimiento, su rendición repercute como una señal de desmovilización, dispersión o desorientación política.

En Siria, donde el PYD y las milicias YPG/YPJ han estado profundamente influenciadas por la línea del PKK, el abandono de la lucha por parte de este último se traduce en una creciente incertidumbre. La experiencia de autogobierno en Rojava, aunque de características propias, se ha visto cada vez más aislada frente a las ofensivas del Estado turco y las traiciones de las potencias imperialistas. La pérdida del respaldo el PKK deja al proyecto sin un sostén político-militar importante.

En Irak, esto refuerza el dominio del PDK, con corte pro-occidental y neoliberal que ha optado por la vía de la colaboración con Estados Unidos, Israel y Turquía. El vacío político va a ser aprovechado por estas fuerzas para consolidar su hegemonía en la región autónoma del Kurdistán iraquí, profundizando su alineamiento con el imperialismo y aislando aún más las aspiraciones de liberación regional.

En Irán, donde la represión del régimen islámico ha mantenido históricamente a los kurdos bajo un férreo control, el impacto es más indirecto, pero no menos significativo. El ejemplo del PKK y su resistencia prolongada ha sido una referencia constante para diversas organizaciones kurdas iraníes. Su disolución envía un mensaje contradictorio: por un lado, legitima la vía de la conciliación; por otro, deja a las organizaciones locales más expuestas, sin el paraguas simbólico de una organización regional fuerte. Esto puede alentar tanto la represión por parte del régimen como la fragmentación interna de las fuerzas kurdas en Irán.

En el plano regional, el debilitamiento del PKK tiene también un efecto simbólico desmoralizante. El pueblo kurdo ha resistido durante más de un siglo sin Estado, repartido entre fronteras artificiales, en medio de guerras e invasiones. En este contexto, la existencia de una organización persistente y combativa constituía un punto de referencia unificadora, incluso para quienes no compartían su línea política. Su disolución contribuye a fragmentar aún más un movimiento que ya estaba dividido territorial y políticamente.

El ejemplo de las PYD-YPG

El PYD (Partido de la Unión Democrática) y las milicias YPG/YPJ (Unidades de Protección Popular y Unidades de Protección de Mujeres) emergieron como la principal fuerza política y militar kurda, en la región de Rojava. Estas organizaciones, estrechamente vinculadas al PKK por lazos ideológicos, organizativos y estratégicos, adoptaron formalmente el modelo del “confederalismo democrático” impulsado por Öcalan, aunque con particularidades propias. Pusieron en pie formas participativas desde abajo, en una experiencia superadora de las formas de gobierno que les rodean (dictaduras, monarquías y teocracias), incluso del liberalismo capitalista, por ejemplo, mediante la distribución de la renta petrolera en gastos sociales. Además, impulsó el laicismo.

A partir del estallido de la guerra civil siria, las YPG/YPJ tomaron el control de amplias zonas del norte del país, defendiendo a las comunidades kurdas frente a las amenazas tanto del régimen de Bashar al-Assad como de las milicias jihadistas. Fue especialmente durante la brutal ofensiva del Estado Islámico (ISIS) que estas milicias adquirieron una notoriedad internacional, particularmente con la heroica resistencia de la ciudad de Kobane en 2014.

Esta resistencia fue posible no solo por su capacidad militar, sino por el fuerte vínculo social con las comunidades que defendían. Su modelo de organización no se limita a una estructura militar jerárquica clásica, sino que se basa en milicias populares formadas por los propios habitantes, con una participación significativa de mujeres combatientes, lo cual constituye un fenómeno inédito en la región. Las YPJ, en particular, simbolizan una ruptura profunda con el patriarcado arraigado en Medio Oriente: mujeres kurdas empuñando armas no solo contra los islamistas, sino también contra una tradición milenaria de opresión de género.

En 2019, se dio una brutal invasión turca sobre Afrin, Ras al-Ain y otras regiones, con el objetivo explícito de destruir la experiencia democrática kurda. En este contexto, las YPG/YPJ negociaron con el régimen sirio y con Rusia, lo que añadió nuevas tensiones y contradicciones a su proyecto político.

Pese a estas adversidades, sus estructuras representaron una de las expresiones más avanzadas de la lucha del pueblo kurdo en la región. Su experiencia en Rojava, con todos sus límites, errores y contradicciones, fue una referencia de autodefensa popular, igualdad de género, democracia directa y convivencia multiétnica.

¿Qué gana el gobierno turco?

La disolución del PKK representa una victoria para el Estado turco y, en particular, para el régimen de Erdogan, que ha construido parte esencial de su hegemonía nacional sobre la base de la confrontación hacia ellos. La eliminación de la principal organización de resistencia le permite a Ankara reconfigurar el tablero interno y regional a su favor. Su esperanza es que con esto, las fuerzas kurdas sirias también depongan las armas (algo altamente improbable en el corto plazo), con el fin de neutralizar una posible autonomía regional en la zona.

La desaparición del PKK le permite a Erdogan presentarse ante la opinión pública como un “pacificador” que logró contener y desmontar al “terrorismo”. Esta narrativa le permite lavar su imagen después de años de represión brutal y crímenes de guerra contra el pueblo kurdo. En un momento de crisis económica, inflación, creciente malestar social y pérdida de legitimidad, la supuesta victoria le brinda al régimen un aire de triunfalismo nacionalista. Erdogan vuelve a agitar el discurso del “enemigo interno vencido” para cohesionar a su base reaccionaria y desviar la atención de sus fracasos.

En el plano interno, también le permite al régimen continuar con su ofensiva contra la izquierda y el movimiento popular. Al desarmar políticamente a la oposición kurda, Erdogan intenta golpear a cualquier proyecto que articule demandas democráticas. La disolución del PKK no es el fin de la represión, sino el preludio de una etapa más agresiva de ofensiva estatal.

A modo de ejemplo, tras la derrota en las últimas elecciones municipales se produjo una “campaña de arrestos contra activistas políticos de izquierda y dirigentes de las organizaciones sindicales, acusándolos de mantener vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)”. Ante esto, algunos analistas hipotetizan que con el “proceso de paz” el gobierno se congratula con el DEM, asegurando sus votos para una reforma constitucional que le permita a Erdogan volver a presentarse en las elecciones presidenciales de 2028.

En contraparte, hasta el momento solo se han conocido algunas demandas muy puntuales y mínimas por parte del PKK, como el “derecho a la esperanza” de Öcalan (la posibilidad de algun dia salir de la cárcel a pesar de su condena a cadena perpetua), reformas a la ley de ejecución de penas para que las personas desmovilizadas cumplan condenas leves o la liberación de algunos presos políticos.

Es evidente que el Estado turco no busca la paz, sino la rendición total. Erdogan no ha cedido ni un centímetro en su política de negación del pueblo kurdo. Al contrario, busca borrar cualquier posibilidad de autogobierno, aniquilar toda memoria de resistencia y consolidar un Estado monolítico, nacionalista y represivo.

Con la causa kurda, contra el régimen turco y el imperialismo

La disolución del PKK marca un momento decisivo, pero no el fin de la lucha del pueblo kurdo. Aunque representa una claudicación política y estratégica por parte de una de sus principales organizaciones, la resistencia sigue viva en múltiples frentes. Frente al retroceso del PKK, es urgente reafirmar una perspectiva de lucha anticapitalista, antiimperialista e internacionalista que retome las banderas históricas del pueblo kurdo, pero desde una nueva estrategia, radical y democrática desde abajo.

El régimen de Erdogan emerge de este proceso con una ganancia política inmediata, pero no con una estabilidad duradera. Su proyecto autoritario, nacionalista e islamista está atravesado por crisis, un desgaste creciente y la pérdida de legitimidad. La represión contra el pueblo kurdo, lejos de consolidar la “unidad nacional” que pregona, deja al descubierto el carácter represivo, racista y antidemocrático de un Estado burgués que sólo puede sostenerse sobre la base de la violencia y la negación de los pueblos oprimidos.

Desde una perspectiva de izquierda revolucionaria nos solidarizamos activamente con la causa nacional kurda como parte integral de la lucha contra el imperialismo y el capitalismo en Medio Oriente. No existe liberación nacional sin liberación social, y no existe paz sin justicia ni autodeterminación efectiva.

Sectores de izquierda, como el Partido de los Trabajadores de Turquía, le apuestan al desarrollo de los diálogos de paz y de concertación con el Estado burgués turco. Esta es una postura legalista e institucional que nunca ha funcionado, ni lo hará. Esa es la paz de los de arriba, que se logra subyugando a los de abajo.

La experiencia de Rojava, a pesar de sus contradicciones, demuestra que es posible construir alternativas desde abajo, basadas en la participación popular, la emancipación de las mujeres, la autodefensa y la democracia directa. Pero estas experiencias sólo podrán sostenerse si se integran a una estrategia revolucionaria internacional, que supere las fronteras impuestas por el imperialismo y que articule las luchas de todos los pueblos oprimidos de la región.

La lucha del pueblo kurdo continúa. No comienza ni termina con el PKK. Es una lucha que busca nuevos caminos y se nutre de la memoria viva de quienes dieron su vida por un Kurdistán libre y socialista. La tarea de la izquierda internacional es acompañarla con solidaridad activa, con movilización, con denuncia, con organización. Porque cada golpe que recibe el pueblo kurdo es también un golpe a todas las fuerzas que luchan por un mundo sin explotación ni opresión.

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