*Declaración redactada por Federico Dertaube y Víctor Artavia
Es una tarea democrática internacional de primer orden luchar por evitarlo. Israel inició una nueva ofensiva con la “Operación Carros de Gedeón”, con el objetivo de transformar la Franja de Gaza en un campo de concentración, enjaular a cientos de miles de seres humanos en zonas determinadas en las que es imposible vivir.
Desde el miércoles pasado (14), el ejército de Israel profundiza la masacre y lanzó su nueva ofensiva contra la Franja de Gaza. Solamente ese día los ataques dejaron un saldo de 120 personas muertas.
Una campaña de limpieza y ocupación
Estos números causan escalofrío. Pero solamente fueron el comienzo de una nueva campaña de bombardeos que ya se cobró la vida de cientos de personas, incluyendo una gran cantidad de niños y niñas.
En total, el ejército sionista bombardeó 670 objetivos alegando que eran “utilizados por Hamas” y otros grupos de la resistencia gazatí. Una versión que no se condice con la realidad, dado que la enorme mayoría de las víctimas fueron civiles alcanzados por los bombardeos, que habitan mayormente tiendas de campaña.
Estas acciones son parte de la “Operación Carros de Gedeón” que, a su vez, se inscribe en el plan “Fase 3: La captura completa de Gaza”.
Como indica su nombre, esta ofensiva tiene por objetivo asegurar el control y ocupación de toda la Franja, imponiendo una masacre de por medio. Por ello, las autoridades militares sionistas ordenaron el desplazamiento forzoso de cientos de miles de palestinos hacia el sur del territorio, y como parte de la clásica lógica de campos de concentración, los instalan en determinados campamentos.
Netanyahu y su gabinete de extrema derecha ya hablan públicamente de la limpieza étnica que quieren desarrollar para colonizar el enclave.
Esto es justamente lo que pretende lograr Israel con la operación militar en curso. El objetivo es concentrar a la población en tres franjas de tierra totalmente controladas por el ejército israelí, las cuales estarán separadas por cuatro zonas ocupadas. Los civiles tendrían prohibido el desplazamiento entre las zonas y estarían obligados a utilizar identificaciones con fotografías o códigos de barras para acceder a los centros de distribución de alimentos.
Mientras tanto, Trump reiteró su voluntad de controlar Gaza después de que se implemente la limpieza étnica de la Franja.
Hambruna y catástrofe humanitaria
Además de la muerte y destrucción provocada por los ataques militares sobre población civil totalmente indefensa, el gobierno sionista instauró un criminal bloqueo total al territorio, impidiendo la entrada de cualquier tipo de ayuda humanitaria desde el 18 de marzo.
Esto desencadenó una crisis humanitaria de dimensiones catastróficas y multiplicadas, que vienen ocurriendo desde octubre del 2023, al grado que la totalidad de la población gazatí (2,4 millones de personas) está amenazada por una hambruna masiva comparable a las experiencias de mayor barbarie del último siglo. Esto, según Human Rights Watch, confirma que Israel utiliza el bloqueo literalmente como una “herramienta de exterminio” de la población de Gaza.
Las fotografías de niños y niñas cadavéricos provocaron indignación a nivel internacional. De inmediato, comenzaron a circular las comparaciones con las imágenes de los campos de concentración nazis. Los perpetradores de la masacre en Gaza son lo más parecido al nazismo en nuestra época.
Netanyahu aseguró cínicamente que aliviaría parcialmente el bloqueo por razones diplomáticas (no humanitarias). Sin embargo, en el momento de concretar que se permitiera el ingreso de ayuda humanitaria… ¡las tropas sionistas dejaron pasar solamente 9 camiones! Es una gota en el océano. Se estima que se necesitan unos 500 camiones diarios para satisfacer las necesidades básicas de la población palestina.
Netanyahu: un gobierno fascista
Hace 19 meses comenzó la sangrienta ofensiva sionista contra la población gazatí, sometida desde entonces a una barbarie sin precedentes en las últimas décadas. Al momento de escribir este artículo, se estima en más de 53 mil las personas asesinadas por las fuerzas armadas israelitas, y más de 100 mil heridos, en su enorme mayoría civiles.
Israel aplica contra la población gazatí las mismas tácticas de limpieza étnica, e incluso exterminio, que utilizaron los nazis contra los judíos europeos.
El gabinete en el poder encabezado por Netanyahu es un gobierno fascista, y la escalada en los planes de exterminio lo ponen al desnudo. No es más de lo mismo, están intentando seriamente llevar hasta el final los planes de un Israel racialmente “puro”, poniendo fin a la existencia el pueblo palestino. No lanzamos la acusación de “fascismo” a la ligera. No todo gobierno de extrema derecha es directamente “fascista”, pero el gobierno israelí de Netanyahu cada día es más y más claramente uno fascista, que convive incómodamente con instituciones “democráticas” del Estado sionista cada más vaciadas.
El Estado de Israel es un Estado colonial y racista independientemente de quién lo gobierne. Sin embargo, estamos ante la versión más brutal y reaccionaria de él que se tenga memoria en las últimas décadas.
La creación de un “Estado judío” en una tierra de mayoría no judía ha implicado eso desde su misma concepción. Aunque se lo presente como “derecho a la autodeterminación”, los hechos son los hechos. Ese proyecto colonial ha convivido con diversas formas de exclusión y segregación racial de la población nativa palestina, y gestado personajes con las manos manchadas de sangre como Menajem Beguin, Ariel Sharon y ahora Netanyahu y parte fundamental de su gabinete.
Frente a este carácter colonial y de limpieza étnica del Estado de Israel, estaba claro desde un principio que los acuerdos de Oslo sobre la “solución de dos Estados” eran completamente inviables. A esos acuerdos, frente al horror de la masacre palestina, ahora varios países de la UE quieren revivir. Sin embargo, cualquier salida que incluya al pueblo palestino que no sea la creación de una Palestina única, democrática y no racista, es una utopía reaccionaria.
El sionismo, aunque parezca contradictorio a primera vista (y aunque esto no sea conocido por el amplio público internacional), tiene una larga historia de relaciones simbióticas con el fascismo, incluso antes de la creación del Estado de Israel en 1948 con la primera limpieza étnica de la Nakba. Es en el colonialismo y su ideología racista que sionismo y fascismo encuentran sus raíces históricas comunes. En el siglo XIX, la lucha contra el antisemitismo en Europa fue mayoritariamente bajo banderas democráticas, antirracistas y socialistas. El sionismo fue la corriente que, vergonzosamente, adoptó aspectos ideológicos del amo colonial de las grandes potencias y buscó su apoyo. Su ala más radicalizada colaboró y simpatizó directamente con el fascismo.
El “sionismo revisionista” fundado por Vladimir Jabotinsky fundó los grupos Betar y su ala paramilitar, el Irgún, emulando a las camisas negras. Fueron aliados del gobierno de Petliura en Ucrania, organizador de pogromos antisemitas, en la lucha contra los bolcheviques. Colaboraron y tuvieron el apoyo de Mussolini, y no rompieron con él hasta 1936, cuando la Italia fascista formaliza su alianza con la Alemania nazi. Ya en la Segunda Guerra Mundial, un ala del Irgún rompe para formar el Leji, que intentó acercarse a Hitler para llegar a un acuerdo de deportación de los judíos europeos a Palestina. Tanto el Irgún como el Leji se integraron al ejército sionista tras la creación del Estado de Israel en 1948. No, no es de ninguna manera contradictorio llamar fascista a un gobierno israelí: el Likud, el partido de Netanyahu, proviene precisamente del “sionismo revisionista” de Jabotinsky.
Pero no basta con señalar las raíces históricas e ideológicas comunes para tratar de “fascista” a un gobierno. El Likud hacía mucho que era un partido “conservador” del establishment israelí. Sus gabinetes anteriores eran el ala extrema de un proyecto ya de por sí colonial y racista. Pero el carácter de sus gobiernos cambia en el 2022. Ese año, Netanyahu integra en su gobierno a dos figuras hasta entonces excluidas de todo gobierno: Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich.
Ben-Gvir y Smotrich son representantes del ala “civil” más violenta de la sociedad israelí: los nuevos colonos, ahora directamente integrados al poder. Tel-Aviv viene siendo el centro cosmopolita del Estado sionista desde hace décadas. La ciudad puede mostrar un rostro supuestamente más “moderno” y menos racista (y hasta incluso “gay friendly”) porque la población palestina fue desplazada de allí hace muchas décadas. La mayoría de sus habitantes no tiene necesidad de ver palestinos en su cotidianeidad, lo que no quita que exista en ciudades como Tel-Aviv matices y diferenciaciones políticas.
En este marco, los pueblos de colonos son la extrema derecha de la población sionista. Son núcleos de población que activamente son parte del desplazamiento y la violencia diaria contra palestinos. Son la “zona de frontera” en Cisjordania y en la frontera con Gaza que perpetran activamente el desplazamiento de palestinos y viven su día a día como grupos de choque civil. Siempre tuvieron el amparo del Estado, ahora fueron directamente integrados al poder.
La llegada al poder del actual gobierno de Netanyahu en 2022 precipitó los acontecimientos. El 7 de octubre del 2023 por parte de Hamas fue una reacción de sangre y lodo a la sangre y lodo multiplicada que venían imponiendo cotidianamente a la población gazatí. Nuestro posicionamiento desde el primer día ha sido por la defensa incondicional del pueblo palestino, aunque no compartamos ni el programa ni los métodos de Hamas.
El cinismo de Netanyahu es tan extremo que prácticamente cualquier persona pensante se da cuenta de su desprecio por los rehenes israelíes en Gaza. Su razón de ser de este gabinete es el genocidio palestino. Y el giro autoritario del régimen, como la controvertida reforma judicial, es una continuidad de ese proyecto.
Sus aliados del imperialismo occidental, sobre todo europeos, tienen dificultades cada vez más insalvables para presentar a Israel como “la única democracia de Medio Oriente”. Pero nada de “democracia” tiene un Estado que impone a sangre y fuego su “mayoría” excluyendo de la ciudadanía y de todo derecho a la existencia a la población nativa palestina. Ninguna democracia puede haber en un proyecto de etno-Estado supremacista.
Abajo la transformación de Gaza en un campo de concentración
Movilización internacional para poner fin al genocidio
Desde el comienzo mismo de la actual campaña de exterminio a finales del 2023, la solidaridad internacional se puso en el centro de la escena con la ola de organización y movilización popular democrática y antiimperialista más grande desde la Guerra de Vietnam. Los esfuerzos de la lucha internacional contra el genocidio no son en vano, y las consecuencias políticas son cada vez más notorias: el Estado sionista está cada vez más aislado y desprestigiado.
Israel es un histórico de Estados Unidos, un enclave colonial aliado que defiende sus intereses en Medio Oriente. Estados Unidos hoy es el epicentro internacional de la reacción, con el gobierno de Trump al frente. Parte de la ola de deportaciones incluye a quienes osen cuestionar el genocidio en Gaza y Cisjordania, como se ha visto con la escandalosa expulsión de activistas en las Universidades. La solidaridad con Palestina, contra el racismo antiinmigrante trumpista y la persecución a jóvenes universitarios que defienden su causa, se han convertido en una causa única de manera casi natural.
Los gobiernos europeos, por su parte, están cada vez más presionados por las imágenes horrorosas del genocidio. Si hace un año pretendían prohibir las manifestaciones por Palestina acusándolas de “antisemitas”, hoy se han puesto en revisión los acuerdos comerciales y diplomáticos de la UE con Israel. A la vez, los boicots y las huelgas lograron en parte frenar (o, al menos, ralentizar) el envío de armas.
La ola de movilización juvenil internacional en los 60’ y 70’ fue clave para la derrota del imperialismo en Vietnam. El boicot mundial fue clave para ponerle fin al régimen del Apartheid en Sudáfrica. La solidaridad antiimperialista, antirracista y antifascista puede transformarse en causa popular y frenar la catástrofe genocida en Palestina.
La liberación de Palestina del yugo sionista e imperialista es una de las principales tareas de la humanidad en este siglo XXI. La bandera que enarbolamos, más que nunca, es por una Palestina será libre, socialista, democrática y no racista.




