El arte dice algo de lo humano; ahí escondido en las miles de historias, cuadros o composiciones, se encuentra, acobachado y multiforme, en alguno de sus dobleces, el ser humano.
El pasado 6 de noviembre llegó a los cines “Matate amor”, la nueva película de Lynne Ramsay basada en el libro homónimo de Ariana Harwicz. En ella vemos la historia de una mujer, Grace, que luego de mudarse con su esposo a una casa campestre, alejada de la gran ciudad, se dedica a cuidar a su hijo recién nacido.
En esta adaptación, protagonizada por Jennifer Lawrence, en un papel catártico y estresante, y acompañada por Robert Pattinson en un papel más contenido, pero con su respectiva presencia; vemos como esta versátil actriz deslumbra como la protagonista de esta obra cuya descomposición mental queda plasmada con escenas agobiantes en las cuales desborda de ira y desprecio contra esta nueva vida impuesta por los mandatos patriarcales y familiares. La descomposición de Grace y su descenso a la locura, habla no solo de la situación de la mujer, sino también de la del ser humano, reflejándonos también la contradicción de lo que se considera estar sano en nuestros días.
Un primer punto importante para señalar sobre esta película, es que la directora logra retratar audiovisualmente sujetos aislados. En la novela abunda la interioridad de los personajes, ya que está compuesta por apartados en primera persona en los que el fluir de la consciencia ordena el relato. En la producción audiovisual, por el contrario, los silencios y el sonido, los encuadres cerrados, la alternancia entre los días y las noches en que Grace poco a poco enloquece, son un cóctel que construye un ambiente asfixiante.
Desde cosas sencillas, como el zumbido de una mosca o el ladrido de un perro que se vuelven invasivos o insoportables, hasta las tomas y los cambios de escena bruscos y frenéticos mezclados con la música que es estridente por momentos. Estos apuntes no tratan de hacer una comparativa con el libro de Harwicz, sin embargo, no podemos dejar de destacar como la película de Ramsay logra un efecto inmersivo que, por medio de la imagen y el sonido, nos acerca a lo que en el libro encontramos expresado en palabras.
En el apartado de los personajes, Grace es una protagonista que observamos comportarse de forma errática. Se arroja contra ventanales, se golpea la frente contra espejos, se destroza las uñas; en fin, se autoflagela constantemente y somos sus espectadores. Sin embargo, al momento de oírla y darle lugar a lo que le pasa interiormente, es decir, tratar de comprender qué fuerza interna la lleva a estallar de las varias formas en que lo hace, no encontramos un discurso, su discurso. Sí se nos trae la voz de los otros: lo que murmura su suegra en la cocina criticando con su propio marido que la considera fuera de control, o lo que nos revela su psiquiatra sobre su infancia.
Por contrapartida, lo que dice Grace es poco. La interioridad del personaje se reconstruye a partir de la imagen, el sonido y la acción. Nos parece una apuesta audaz, ya que de un libro plagado de la interioridad de los personajes pasamos al mutismo y a la primacía de la imagen.
Continuando con lo anterior, los personajes de Matate amor se encuentran esencialmente solos. Grace es el ejemplo, llevado al extremo, de esa realidad. Ella no logra entretejer vínculos de solidaridad con los otros. Se halla lejos, y cuando los otros la convocan ella no logra responder.
El personaje de Grace nos habla de la personalidad llevada al extremo en su despojo: la mujer reducida a una de sus partes: la maternidad. El personaje de Grace no logra expresarse de una forma afirmativa en la película. Al principio se nos señala que es escritora, no obstante nunca la vemos escribir. Se vuelve un personaje que se define desde el lugar de ser madre, ser esposa o ser objeto de deseo de un hombre.
De esta manera, no vemos expresiones independientes de su personalidad, sino que ella se define a partir de su lugar en relación con un otro que la hace ser. Por supuesto, ese lugar implica la subordinación de la mujer.
El personaje de Grace, sin embargo, está lejos de ser aquella pintura de la mujer pura e inocente, víctima del mundo hostil y poco generoso (un ejemplo actual de esta figura es la Elizabeth de la nueva versión de Frankenstein de Guillermo del Toro). Ella es un personaje derruido, atrofiado hasta el punto en que la personalidad se cierra y expresa un gran rencor hacia el mundo, hacia los otros. No hay en ella expresiones de solidaridad, ni siquiera hacia su hijo que es percibido como un lastre que la atormenta con los sonidos de su llanto resonando en su mente en los momentos de silencio (en la novela esta animosidad es mayor). Grace expresa un gran enfrentamiento con todos quienes la rodean: se le presentan como opuestos o como objetos de los que hace uso para su autoafirmación. El amor como algo positivo para el ser humano se muere.
Los hombres que aparecen en la obra cumplen la función de confirmarla como mujer, como lo hacen el motociclista o el empleado del hotel de su luna de miel, tarea que el personaje de su marido falla en hacer. De esta manera, se vuelven medios para un fin: ella, que no puede afirmarse a partir de la proyección de su personalidad en el mundo, cercenada por el mandato de ser madre, encuentra la afirmación como objeto sexual deseado por los hombres.
La misma Grace en gran parte de la película demuestra rasgos o comportamientos cuasi animales, que le permiten liberarse de la cultura maternal impuesta y huir de su ahogamiento personal. Lo animal en esta obra es un signo de liberación, una forma de escapar de la razón y de la cultura que cercenan al sujeto, abrazar los impulsos y deseos carnales, única forma que encuentra como expresión de su individualidad.
Este es un lugar sufriente, alejado de la emancipación de la mujer, que no le brinda solución al gran vacío que la atormenta. A su vez, la ata a un matrimonio que la hace infeliz, con un marido que no la desea y que la engaña. Grace es un personaje que no logra salir de estos lugares, se encuentra atrapada en ellos y, a lo largo del film, la vemos descender cada vez más.
Ella se autoflagela, se hace pis encima, se arrastra como los animales y juega con los cuchillos de cocina cerca de su marido y su hijo, jugueteando con la idea de hacerles daño. Pareciera encerrada en su cabeza, en el mundo de las ideas y los malestares con los que carga una vida donde no hay perspectivas y lo que abunda es la repetición. En el pasar de los días vemos lentamente deteriorarse a una mujer que dialoga con todos nosotros y nuestra época.
Los personajes de Matate amor están lejos de ser felices: los vecinos del barrio se suicidan o son adictos, todos los días son igual de irrelevantes, la vida se vacía de contenido y el destino de cada quien marcha en soledad hasta volverse común nada más en la muerte que nos hará a todos igual de insignificantes.
En este marco, Grace es de esos sujetos que no se doblan sino que se quiebran, al no lograr adaptarse al rol que la sociedad demanda de ella. Nos parece interesante para pensar a esta protagonista traer a colación lo que afirma Erich Fromm, psicólogo marxista humanista, en su libro “El miedo a la libertad”. Allí explora la diferencia entre los sujetos que logran adaptarse a la sociedad y quienes desarrollan un cuadro de neurosis, como Grace demuestra en la película:
Frecuentemente (la persona) está bien adaptada tan solo porque se ha despojado de su yo con el fin de transformarse, en mayor o menor grado, en el tipo de persona que cree se espera socialmente que ella debe ser. De este modo puede haberse perdido por completo la espontaneidad y la verdadera personalidad. Por otra parte, el neurótico puede caracterizarse como alguien que no estuvo dispuesto a someter completamente su yo en esta lucha. Por supuesto, su intento de sacar el yo individual no tuvo éxito y, en lugar de expresar su personalidad de una manera creadora, debió buscar la salvación en los síntomas neuróticos, retrayéndose en una vida de fantasía” (Fromm, 174).
En este sentido, podemos ver la neurosis de Grace como el último mecanismo de un sujeto que no logra asimilar el lugar que se le exige que ocupe, la forma en la que se le demanda que se transmute resulta insoportable. Los efectos son desastrosos: la película termina con todo el bosque lindante a la casa de esta familia prendido fuego, Grace camina lentamente entre las llamas.
Ella es el ejemplo vivo de que algo anda muy mal en nuestra sociedad, algo se pudre, el sujeto encasillado, la mujer encerrada en la casa se muere por dentro. De alguna forma, al exteriorizar que algo anda mal, que algo en ella está sufriendo, Grace muestra su inconformismo, lamentablemente, en su autodestrucción. Matate amor es una película que incomoda, que más que plantear soluciones, plantea problemas que aún hoy aquejan a nuestra época.




