Terrorismo de Estado en Brasil

Masacre en Río de Janeiro: un acto de barbarie planificada

Al momento de escribir esta nota, se contabilizan más de 130 cadáveres, en su mayoría personas negras y jóvenes que residían en las favelas que atacó la Policía Militar con más de 2500 agentes. Los cuerpos de las víctimas muestran señales de torturas y varios fueron asesinados con disparos en la nuca. La mayor masacre policial en la historia de Brasil fue un acto de terrorismo de Estado que, desde el inicio, tenía por objetivo provocar un baño de sangre.

Na madrugada da favela não existem leis

Talvez a lei do silêncio, a lei do cão, talvez

Vão invadir o seu barraco, «é a polícia!»

Vieram pra arregaçar, cheios de ódio e malícia

Filhos da puta, comedores de carniça

Homem na estrada, Racionais MC`s

[Traducción: En la madrugada de la favela no hay leyes/Quizás la ley del silencio, la ley del perro, quizás/Van a invadir su choza, «¡es la policía!»/Han venido a destruir, llenos de odio y malicia/Hijos de puta, carroñeros]

En la noche del 28 al 29 de octubre, las calles de Río de Janeiro fueron el escenario sobre el que se desarrolló una carnicería humana de dimensiones dantescas.

Amparándose en el discurso de “guerra contra el narcoterrorismo” que enarbola Trump para “justificar” sus bombardeos en el mar Caribe, el gobernador Claudio Castro (del bolsonarista PL) autorizó el ingreso de 2500 agentes policiales en los complejos de Penha y Alemão.

El resultado de tal decisión era predecible, aunque no por ello deja de sorprender. Al momento de escribir esta nota, se contabilizan más de 130 personas muertas (cifra que puede aumentar en las próximas horas y días), de los cuales solamente cuatro son policías. Es la mayor masacre policial en la historia del país sudamericano, pues ya superó ampliamente el número de muertos en Carandiru[1].

Las imágenes de esta nueva masacre, con decenas de cadáveres apilados sobre el asfalto (en su mayoría de personas negras), provocan escalofríos e indignación. Para tener una proporción del grado de barbarie de lo que sucedió en Río de Janeiro, señalemos que ese mismo día el gobierno fascista de Netanyahu rompió temporalmente la (falsa) “tregua” y reanudó los bombardeos sobre Gaza, provocando la muerte de 104 palestinos. Es decir, el mismo día y en un lapso de tiempo similar, en las favelas de la “Ciudad Maravillosa”, la Policía Militar (PM) masacró más personas que el ejército sionista en el genocidio en Gaza[2].

“Operación Contención”: una acción de terrorismo de Estado

Los complejos de Penha y Alemão son dos de las favelas más densamente pobladas y socialmente conflictivas de Río de Janeiro. Comprenden 26 comunidades que están distribuidas sobre una superficie de 9 millones de kilómetros cuadrados.

Como es característico en los barrios populares brasileros, son espacios urbanos “caóticos”, pues están atravesados por infinidad de callejuelas en las que se mezclan las peluquerías, los mecánicos de motos, los niños que juegan al futbol y los jóvenes que trabajan para el narco vendiendo droga a plena luz del día. El crimen organizado es “fuente de trabajo” para muchos jóvenes sin perspectiva de futuro y que no cuentan con ningún respaldo por parte de un Estado racista y aporofóbico.[3]

En estas condiciones sociales tan precarias, el “Comando Vermelho” (CV, la más antigua organización criminal del estado), logró una fuerte implantación geográfica y social. Solamente entre 2022 y 2023, aumentó en un 8,4% las áreas bajo su control, con lo que pasó a dominar un 51,9% de los territorios dominados por grupos armados en Río de Janeiro.

En respuesta al avance geográfico del CV, el gobernador bolsonarista del estado, Cláudio Castro, ordenó la ejecución de la “Operación Contención”. Sin reparar en las posibles consecuencias que pudiera contraer, dio luz verde para que 2500 miembros de la PM invadieran las sinuosas callejuelas de las favelas, con el supuesto “objetivo” de cumplir con cien órdenes de detención contra líderes de la organización criminal.

Para tal fin, el gobernador no escatimó recursos y puso a disposición de la PM una verdadera maquinaria de guerra: dos helicópteros, 32 vehículos blindados terrestres, drones y 12 vehículos de demolición.

De acuerdo a Marcelo de Menezes, secretario de la Policía Militar de RJ, la estrategia que emplearon fue el “Muro BOPE”[4], el cual consiste en rodear a los enemigos y obligarlos a retirarse hacia un lugar específico. En este caso, el lugar seleccionado fue el bosque que divide las comunidades de Penha y Alemão, donde ya se encontraban dos equipos del BOPE que emboscaron a quienes huían entre los arbustos.

Por este motivo, en este bosque se encontraron alrededor de 70 de los cadáveres de la masacre, poco más del 50% de las víctimas. Además, es una estrategia que denota que tenían planeada una masacre. Al final de la jornada, las autoridades reportaron 81 detenidos, es decir, ¡hubo más muertos que detenidos! Esto es terrorismo de Estado.

Un acto de barbarie planificada

En declaraciones posteriores a la masacre, el bolsonarista no dejó duda sobre la planificación minuciosa que precedió el despliegue de la PM: “Una operación que tuvo inicio en el cumplimiento de mandatos judiciales, más de un año de investigación, más de 60 días de planificación. Una operación del estado contra narcoterroristas”. ¡La desigualdad en Brasil es de escala continental!

Estas palabras denotan que fue una acción de barbarie planificada que, desde el inicio, tenía claro que iba a provocar un baño de sangre.

Además, no es un detalle menor que empleara el término “narcoterrorista”, una figura que inventó Trump para justificar los ataques del ejército estadounidense en el mar Caribe contra embarcaciones sospechosas de traficar drogas hacia los Estados Unidos. Es un término que deshumaniza a las víctimas, a las cuales presenta como “bárbaros” que están por fuera de nuestro marco “civilizatorio”, con los que no se puede negociar y, cuyas muertes, no hay que lamentar ni contabilizar como pérdidas humanas. “De víctima, ayer, solamente tuvimos los policías”, señaló el gobernador al mismo tiempo que cientos de personas se conglomeraban en la “Praça São Lucas” para buscar a sus familiares entre la fila de cadáveres.

Asimismo, Castro celebró la masacre, a la cual presentó como un momento histórico en la historia del país (nuevamente, un estilo grandilocuente que nos recuerda a Trump) y subrayó el carácter bélico de la operación: “La mayor operación de la historia de las policías (…) Ayer, pudo ser el inicio de un gran proceso en Brasil. Tenemos convicción de que tenemos condiciones de vencer batallas. Pero solos no tenemos condiciones de vencer esa guerra. Guerra contra un poder bélico y financiero”.

De “Ciudad Maravillosa” a campo de guerra

Por otra parte, la vida cotidiana en Río de Janeiro (la segunda ciudad de Brasil) se paralizó por completo, rememorando los tiempos de la pandemia de Covid. Las escuelas y universidades suspendieron lecciones y cinco centros de salud cerraron para evitar ataques.

Para repeler los ataques de la PM, el Comando Vermelho secuestró más de 50 unidades de colectivos, los cuales quemó y convirtió en barricadas para cortar el tránsito sobre varias de las principales avenidas de la ciudad. En consecuencia, el transporte público colapsó y miles de personas no pudieron desplazarse a sus trabajos o regresar a sus hogares.

Además de la enorme cantidad de muertos, esta masacre destaca por su brutalidad. Los relatos de los testigos son espeluznantes. Según comentan quienes recorrieron las calles de las favelas después de la masacre, varios de los cadáveres estaban amarrados y presentaban marcas de apuñalamiento.

Un repartidor de 31 años, que ayudó en el rescate de los fallecidos, calificó los hechos como “una película de terror. Donde miraba, cada sendero tenía unos cinco cuerpos. El olor a gas lacrimógeno todavía nos hacía doler la cabeza. También había rastros de sangre”.

Igual de dramáticas fueron las palabras que empleó Raúl Santiago, un activista de 36 años, quien describió la escena dantesca de la siguiente forma: “Hay personas ejecutadas, muchas de ellas con un tiro en la nuca o por la espalda. Esto no puede ser considerado seguridad pública”.

El abogado Albino Pereira Neto, que representa a tres familias de las víctimas, declaró que en se “ven marcas de quemaduras, personas amarradas, gente que fue sometida y asesinada fríamente”.

Violencia policial y racismo estructural

La masacre de RJ no es un hecho aislado. Por el contrario, es un reflejo del racismo estructural que persiste en Brasil, el cual suele mostrar su faceta más extrema en la violencia policial.

Las estadísticas son claras al respecto: en números absolutos, es el país con la mayor letalidad policial del mundo. Solamente en 2024, el gigante sudamericano contabilizó 6.243 muertes por acciones policiales, lo que da una media de 17 asesinatos por día.

Asimismo, las víctimas muestran un padrón de violencia racista. De acuerdo al informe Pele Alvo, un 87,8% de las personas asesinadas por la policía eran cuerpos negros. Esto denota una desproporción entre la cantidad de la población negra con el número de víctimas. En RJ, por citar un ejemplo, un 57,8% de la población es negra, pero representaron un 86,9% de las muertes a manos de la policía.

No obstante, las estadísticas de 2024 mostraron una leve caída del 3,1% de la letalidad policial con relación a 2023. Por este motivo, la masacre de RJ marca una “contra tendencia” que es necesario comprender, sobre todo porque el estado fluminense cerró el 2023 con una baja del 34,5% (871 muertes, muy por debajo de las más de dos mil que eran usuales cada año).

Por un lado, una posible explicación es el papel de la extrema derecha como factor de polarización política y radicalización de la violencia racista, en este caso representado por el gobernador Castro, quien es considerado como un ferviente bolsonarista y que profesa una línea de mano dura contra el crimen organizado.

Asimismo, es indudable que el factor Trump fue un factor que incidió. Los actos de terrorismo de Estado que el presidente estadounidense ejecuta en el Caribe, así como sus acusaciones de “narcotraficantes” a los presidentes que no se alinean totalmente con su gobierno, proporcionó un marco narrativo y político para que Castro se sintiera en confianza para ejecutar la masacre. Es decir, se presenta ante el mundo como un gobernador que hace a escala local lo mismo que Trump en el mar Caribe.

Lo anterior no significa que los estados donde no gobierna la extrema derecha sean menos violentos. Por el contrario, la letalidad policial es muy alta en varios estados controlados por el PT, como es el caso de Bahía, donde las muertes por acciones policiales aumentaron un 161,8% entre 2019 y 2023, superando con creces a RJ.

Además, es repugnante el accionar de Lula ante la masacre. Aunque inicialmente se mostró consternado, no tardó en demostrar su incapacidad de ir a fondo contra la extrema derecha, pues aceptó conformar una «oficina de combate al crimen» luego de que el ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, se reuniera con el gobernador de RJ. De esta forma, el gobierno federal legitima el accionar criminal de Castro y su guerra contra los pobres.

No se puede naturalizar una masacre de esta magnitud. Es necesario salir a las calles a pedir el fin de la Policía Militar, exigir la detención inmediata del gobernador Castro por ser el autor intelectual de los más de 130 asesinatos y denunciar la complicidad del gobierno de Lula (ahora con Boulos del PSOL como ministro) en el operativo de lavarle la cara al asesino bolsonarista.

[1] El 2 octubre de 1992 se produjo un motín en la «Casa da Detenção” de São Paulo, conocida popularmente como Carandiru, debido a su proximidad con la estación de metro de ese mismo nombre. La sanguinaria Policía Militar ingresó al centro penal para aplastar el motín, dejando un saldo de 111 personas asesinadas. Esta masacre tuvo una fuerte repercusión en el país y a nivel internacional, al grado que se transformó en un símbolo de denuncia contra la violencia policial racista en Brasil, el cual se trasladó al mundo del arte mediante obras de literatura, películas y canciones de rap.

[2] En Brasil, los movimientos sociales tienen muy presente la relación entre el genocidio colonial en Palestina con la violencia racista en las favelas. En los actos contra el genocidio en Gaza se suele agitar la consigna «Chega de chacina! PM na favela e Israel na Palestina!» (¡Basta de masacre! Policía Militar en la favela e Israel en Palestina).

[3] La película “Ciudad de Dios” (2002) ilustra la dinámica de la juventud en las favelas cariocas.

[4] BOPE es el acrónimo de «Batalhão de Operações Policiais Especiais», un cuerpo de élite de la PM, el cual fue retratado en la película «Tropa de élite».

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