Lo que ya era sabido por todos, fue todavía más sabido por todos después de la sesión del Senado que votó algunas medidas incómodas para el gobierno. Inmediatamente, los trolls del mileísmo lanzaron una campaña sobre la «traición» de Villarruel, porque su táctica era presentar como «ilegal» la sesión ordinaria.
La interna entre Milei y Villarruel ya era una cosa sabida por todo el mundo. Los periodistas que quieren una extrema derecha más «normal», no conducida por un mesiánico delirante, intentan desesperadamente mostrar cómo una pelea por «ideas» lo que tiene mucho menos ideas. Joaquín Morales Solá dice en La Nación: «Es la consumación del divorcio entre dos personas que, en el fondo, piensan muy distinto. Milei es un libertario antisistema, con algunos rasgos, pocos, de liberal, mientras Villarruel tiene una formación nacionalista e institucionalista».
Sí, claro. «Institucionalista» dice sobre Villarruel. Casi que le dice «abanderada de la democracia» a alguien que hizo toda su carrera a partir de defender genocidas, asesinos, secuestradores y violadores en nombre de las «víctimas de la guerrilla». Es hija de golpistas y genocidas. «Antisistema» le siguen diciendo a Milei. La secta «libertaria» en su forma actual surgió a partir de think tanks financiados por las grandes empresas yanquis para lograr el rechazo del Estado de Bienestar de la posguerra. La «defensa irrestricta» de los dueños del mundo, que intentan presentar como opresión sobre los pobres ricos las mínimas concesiones a los pobres… «antisistema».
Cada paso de la historia política de Milei es una ruptura con alguien. Cuando se candidateó por primera vez, rompió con su colaborador de años (no «amigo» porque nunca tuvo ninguno). Después de ser diputado, rompió con los pibes chetos del «Partido Libertario» y los primeros «influencers» que lo impulsaron a entrar en el Congreso. Cuando ganó la presidencia, rompió Kikuchi, su «armador»-rosquero de la campaña presidencial. Cuando se consiguió nuevos aliados en CABA a la sombra del poder, rompió con Marra.
Lo cierto es que Milei no concibe su gobierno de otra forma que no sea mesiánica y personalista mesiánica. Él en sí mismo es un elemento de inestabilidad política. Su caricatura de «bonapartismo» fracasado es una concepción política y una aspiración personal. Es enemigo de toda forma de «democracia» (incluso burguesa) porque su «libertarismo» es el del despotismo de los intereses privados de los capitalistas privados. Ellos, los «triunfadores» y «superiores» de la sociedad «libre», merecen ser los déspotas de todos los demás. Y así quiere que sea también la gestión del Estado, que pase a defender solamente intereses privados e inmediatos dirigidos por un pequeño déspota: él mismo.
Milei no puede aceptar a nadie que no le diga simplemente que sí en todos y cada uno de sus delirios. Pero Villarruel tiene sus propias aspiraciones. Nadie puede creerse sus gestos de «institucionalidad». De nuevo, dedicó su vida a la defensa de torturadores, asesinos y secuestradores de bebés. Las tensiones han venido creciendo y últimamente Villarruel tomó medidas al respecto, poniendo a gente afín en cada rincón del Senado que pudo, en particular a militares retirados.
Inicialmente, Villarruel se jugó al proyecto político de Milei al frente. Pero el delirante que está al frente al Ejecutivo a demostrado ser aún más inestable de lo esperado por muchos. La crisis social que se cocina a fuego lento amenaza con quemarles las manos a todos. Hay muchos en la clase dominante y sus voceros que temen un fracaso estrepitoso del experimento mileísta. Entonces, la vicepresidente se presenta como fusil de cambio. Lo dice sin decirlo: si todo estallara y Milei volara por los aires, ella se quiere mostrar como un factor de estabilización.