El testimonio de Enrique Mario «Cachito» Fukman

Reflexiones en torno al testimonio de un ex detenido desaparecido, de un luchador imprescindible.

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«Poder Judicial de la Nación: 399. Testimonio de Enrique Mario Fukman.»

Así comienza el texto con el que – a propósito de la clase en un seminario de la carrera de Sociología en FSOC- tuvimos que trabajar unos meses atrás. El nombre de quien lleva la voz en esa «fuente judicial» era más que elocuente. Era la voz no sólo de un «sobreviviente» de la última dictadura militar genocida. También se trata de un reconocido militante por los derechos humanos y la transformación social que supo dejar su huella en la historia que escriben las y los explotados y oprimidos con sus luchas.

«PRESIDENTE.- Señor Enrique Mario Fukman, buen día.
TESTIGO.- Buen día.
PRESIDENTE.- Lo hemos convocado para declarar como testigo en este juicio oral y público donde se están juzgando hechos ocurridos en la Escuela de Mecánica de la Armada en el
período 1976-1983.»

En las siguientes líneas el juez explica al «testigo» que, al tomarle juramento, está obligado «más allá de las cuestiones subjetivas» a decir la verdad, incluso pese a ser «una de las víctimas de este proceso». Enrique Mario Fukman pide entonces realizar una aclaración a propósito de la «objetividad» que demandan las autoridades del tribunal:

«Cuando sus compañeros fueron secuestrados, torturados, desaparecidos, asesinados, violados, y en anteriores ocasiones justamente me comprometí a decir la verdad justamente por eso; pero lo estuve pensando y creo que no, creo que los que realmente acá estamos presentes es para que los más jóvenes de hoy en día y los que van a venir, puedan vivir en un mundo mejor a este, en un mundo sin ninguna forma de opresión, sin ninguna forma de dominación. Y creemos que estos juicios son nuestro pequeño aporte, un pequeño aporte de arena el nuestro, apenas bien pequeño en esa construcción. Y justamente por eso que se merecen vivir en ese mundo mejor, es que me comprometo a decir la verdad.»

Un testimonio, la vivencia individual y la historia colectiva

Era imposible recortar una oración del párrafo anterior, hay una carga política y emotiva enorme. Su relato sigue y arranca con los detalles de su secuestro aquel sábado 18 de noviembre de 1978 al mediodía, en la esquina de San Juan y Avenida La Plata, en la Ciudad de Buenos Aires. De un Ford Falcon salen tres hombres que se abalanzan sobre él y no lo dejan llegar a destino. Iba de visita a la casa de unos compañeros que habían tenido recientemente a su segundo hijo al que llamaron Rodolfo. Del operativo participaron un oficial de la Marina, uno del Servicio Penitenciario y un tercero, miembro de la Policía Federal, todos miembros del Grupo de Tareas GT 3.3.2.

Antes de llevarlo a la ESMA pasan por un garaje donde le pusieron una capucha, objeto que «pasó a ser mi compañera durante 6 meses y medio», contaba Chachito. Los golpes y torturas comenzaron desde el minuto uno. En su testimonio no sólo había un recorrido pormenorizado de cada detalle, nombre, rol, sino también de cómo cada pieza era parte del plan de exterminio que los milicos ejecutaron.

También podemos reconstruir un poquito de su trayectoria individual que siempre tuvo un enorme sentido colectivo. Al momento de su secuestro era estudiante de la Facultad de Ingeniería en la UBA y miembro de Montoneros. Pero su participación en política se remonta a sus días en el colegio técnico, allá por el 72, en los años del gobierno de facto de Lanusse. Decidió activar porque la llamada «Ley Fantasma» iba a atacar las incumbencias de los títulos de los bachilleratos técnicos. Pese a que se sentía mal, salió corriendo de su casa para contar a sus compañeros las consecuencias que aquella ley tendría para ellos. Para su grata sorpresa, ellos ya estaban en asamblea organizándose.

«Siempre digo que esa fue mi primera lección política, la historia nunca empieza cuando uno llega, o sea es de antes. (…) Yo venía de una familia muy humilde, de trabajadores, mamá y papá trabajaban los dos, y ahí comprendo una cosa que es que justamente los que venimos de familias humildes tenemos el derecho de apropiarnos del conocimiento y el deber a su vez de apropiarnos el conocimiento, pero que ese derecho si no lo defendíamos no iba a… obviamente lo íbamos a perder.»

La resistencia y lucha contra la dictadura del 76

El golpe del 24 de marzo de 1976 significó la toma de una decisión para Cachito y muchos compañeros y compañeras. Se trataba de «continuar o volverse». La decisión la explica así: «Nosotros militábamos porque queríamos construir… (…) construir una sociedad diferente, una sociedad sin ninguna forma de opresión, de explotación, una sociedad de hombres y mujeres libres, y obviamente la dictadura era todo lo contrario a eso; y entonces decidimos obviamente enfrentar a esa dictadura.»

Y acá viene un fragmento en el que vale detenerse, hay otra dimensión que se escapa en los relatos que supo institucionalizar el progresismo. El objetivo ligado al «plan económico» y la avanzada del neoliberalismo, incluido el préstamo millonario del FMI gestionado por el ministro Martínez de Hoz (un negocio pagado con la sangre de una generación de luchadoras y luchadores del pueblo trabajador) no era el único. La tradición de lucha, organización y resistencia que estaba al rojo vivo en la lucha de clases por esos años – tanto dentro del país como en el mundo – es lo que querían arrasar.

«Mi secuestro tiene que ver justamente con ese hecho, de que estábamos enfrentando a la dictadura y la dictadura lo que vino a hacer es justamente… lo que buscó fue destruir toda forma de organización del pueblo y entonces obviamente secuestró y desapareció a todos aquellos que nos juntábamos, nos organizábamos».

La lucha venía de antes, del Cordobazo, del Viborazo, de las Coordinadoras Fabriles, de de la huelga de julio del 75 contra el Rodrigazo y más. Durante y después de atravesar el horror dentro del campo de concentración la generación de Cachito y muchas/os sobrevivientes siguieron peleando. Dentro y fuera de los Centros Clandestinos también había solidaridad, la organización y la resistencia seguían en la clandestinidad.

Los genocidas y sus jefes imperialistas no lograron su objetivo pese a la represión. Aún si la ejecución de las técnicas más aberrantes y siniestras para sembrar el terror se cobraron vidas valiosas, no lograron aleccionar y atomizar al conjunto del pueblo trabajador porque no lograron una derrota definitiva.

Pasado, presente y futuro

No es la intención de estas líneas continuar con un detalle pormenorizado del cautiverio de Chachito en la ESMA. Te invito a leer el texto mencionado porque es imprescindible. Vale decir que el ejercicio de una memoria activa nos demanda saber qué pasó para que no vuelva a repetirse, para que los negacionistas del presente – los Macri, Bullrich, Milei – no tengan espacio entre las nuevas generaciones. La pelea contra la impunidad sigue.

Ya pasaron 46 años de la dictadura genocida. Y, sin embargo, es parte de nuestro presente y los desafíos que nos presenta de cara al futuro. Es un poco el legado y las lecciones que nos dejaron compañeros como Cachito. Su testimonio y vivencia del horror lo transformó en lucha colectiva por memoria, verdad y justicia. Declaró en el Juicio a las Juntas y cada testimonio de las sobrevivientes junto a la lucha en las calles fue clave para conseguir abrir los juicios y lograr las condenas de los milicos genocidas. Quedan muchos represores y sus cómplices por juzgar, sería más fácil si el Estado – y el gobierno actual – abrieran los archivos.

Enrique Mario «Cachito» Fukman falleció el 13 de julio del 2016. Aunque salió del campo de concentración porque los milicos consideraron que estaba «recuperado», estuvo lejos de renunciar a sus convicciones. Tampoco renunció a buscar justicia por y para sus compañeras/os. Fue parte de la fundación de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, activó en el gremio docente – siendo parte incluso de la Carpa Blanca. Y luchó, como desde pibe, hasta el último día de su vida. No lograron derrotarlo y, a nosotras/os tampoco.

Ultima reflexión, así no se hace extenso. Si bien Cachito no pertenecía a la tradición política del trotskismo, sí pertenecía a nuestra misma trinchera. Era parte de quienes quieren organizarse y no bajar los brazos para cambiar el sistema de raíz para construir algo mejor. Este testimonio encierra la vida y lucha que existe y persiste a pesar del horror. Me gustaría que al cruzarnos en una marcha, un aula o a través de este medio me cuentes qué te pareció este intento de compartir una voz e historia que se cuela tras la lectura académica de una «fuente judicial».

 

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