Rechazamos la propuesta reaccionaria de Trump

El pueblo ucraniano es el que tiene que decidir sobre las negociaciones de paz

Sobre la cabeza de las negociaciones de paz pende el ultimátum de Trump, que puso como fecha límite el Día de Acción de Gracias en Estados Unidos, que es el próximo 27 de noviembre.

Estados Unidos tiene una posición cercana a Putin, Rusia tiene la suya cercana a Trump, la Unión Europea tiene otra vinculada a sus intereses estratégicos de defensa, Zelensky está hecho el jamón del sándwich entre estas negociaciones geopolíticas y el movimiento de masas de su país, y todos tienen, de alguna u otra manera, representación en las discusiones. Sin embargo, ninguno pretende pedirle su opinión al pueblo ucraniano. Las potencias imperialistas tradicionales y las ascendentes ponen un mapa sobre la mesa, lo rayan y lo redibujan como si de un juego se tratara. Se ofrecen y se reparten territorios con una lapicera, pero gente real vive ahí, y en ese lugar tiene su historia y su cultura que todos ellos intentan, de una u otra manera, pisotear.

Desde la semana pasada, el viernes 21 precisamente, se abrió una febril negociación cuando se hizo público un «plan de paz» impulsado por el gobierno de Trump para presentar a Ucrania. La propuesta trumpista no es un plan, no es de paz, ni es un acuerdo: es un ultimátum de capitulación y de triunfo de la agresión rusa. Exige la rendición, que los ucranianos renuncien a todo futuro de soberanía e independencia. Putin se frota las manos. El presidente yanqui quiere un acercamiento entre Washington y Moscú, con la apuesta de tener como único rival estratégico a China (es decir, busca separar a Putin de Xi Jinping, algo poco probable). También busca rédito político: quiere poder anunciar que «genialmente consiguió la paz» en cadena nacional, cuando el público estadounidense vive su tradicional día festivo. El «estadista» se mezcla con el payaso en la figura de Trump.

La Unión Europea (es decir, Alemania y Francia) se lanza febrilmente a las conversaciones diplomáticas para tener una posición propia: su preocupación específica no es China sino Rusia. Temen quedar debilitados si Ucrania es derrotada como Estado tapón-frontera militar. Zelensky es su principal aliado, dado que desde el principio su proyecto político era hacer de Ucrania un país alineado con el «bloque occidental» y sus instituciones, como la OTAN y la UE. Esa posición, de subordinación política a los imperialismos tradicionales y no independiente, le está costando muy caro con el cambio de posición de su principal patrocinador, el imperialismo yanqui.

Una guerra, dos guerras

Cuando estalló la Guerra con la invasión rusa de febrero del 2022, decíamos que en Ucrania había dos conflictos, no uno:

“Desde este punto de vista, y aun a pesar de las inmensas contradicciones que existen –Ucrania ha sido siempre un rompecabezas difícil de armar –la resistencia ucraniana libra una guerra justa contra el invasor. Una resistencia que debemos defender aún si no se trata de darle ni un gramo de apoyo político a su conducción pro-capitalista y pro-imperialismo tradicional (el pedido del ingreso de Ucrania a la UE y a la OTAN es el programa de Zelensky).

Sin embargo, y en segundo lugar, no puede soslayarse que el conflicto ucraniano está en gran medida sobredeterminado por otro conflicto, mayor, entre potencias imperialistas. Es que ninguno de los actores geopolíticos -Putin, Biden y la OTAN- están jugando en el terreno ucraniano en función de cualquier derecho a la autodeterminación de las masas populares ucranianas, sino en función de áreas de influencia geopolíticas que se decide, en estos momentos, en Ucrania.”

 Sobre el carácter de la guerra en Ucrania, por Roberto Sáenz, marzo del 2022

Contra la mayoría de los pronósticos iniciales, sobre todo los de Moscú, la guerra no fue rápida ni fulminante. Tras el fracaso de los objetivos iniciales de Putin que pretendía nada más y nada menos que ocupar Kiev, Rusia redirigió sus esfuerzos de manera más «humilde»: consolidar la ocupación de Crimea (la discusión de Crimea es compleja para desarrollarla acá), ocupando las regiones del este ucraniano, tradicionalmente industrializados e históricamente bajo la órbita rusa, aunque sean parte de Ucrania misma.

El fracaso del Blitzkrieg ruso inicial llevó a Putin a un cambio de estratégica militar: una larga guerra de desgaste en el frente este de Ucrania. Con interminables avances y retrocesos militares -y su correspondiente destrucción y muerte-, bombardeos sistemáticos a ciudades ucranianas, a sus sistemas energéticos, etc., después de tantas veces que se anunció que el conflicto «ya estaba ganado» por un bando u otro, la realidad es que la guerra viene en gran medida estancada, aunque con ventaja rusa (está a punto de caer Pokrovst y, aparentemente, de seguir todas las condiciones iguales, Putin podría terminar conquistando la totalidad de los Oblast del este ucraniano en dos años).

El pueblo ucraniano viene sufriendo en su cuerpo los cuatro años de conflicto. La especialista en Ucrania Anna Colin Lebedev señala, sin embargo, que la particularidad del frente ucraniano es que hay una suerte de «civilización» del ejército. Dice que el mismo tiene participación popular debido a que el Estado ucraniano es débil y corroído por la corrupción, y que, aunque hay enorme desgaste en su población civil, no es cierto que el pueblo ucraniano está dispuesto a aceptar cualquier acuerdo que entregue su lucha.

Rusia, por su parte, también ha debido soportar el desgaste de una aventura que se ha vuelto demasiado costosa y que no necesariamente es apoyada por la mayoría de su población. Por eso Putin no ha podido apelar a métodos de conscripción masivos para el reclutamiento militar, más allá de que sí ha redirigido la economía rusa a una economía de guerra con bastante éxito (la industria de guerra de Ucrania también se reconvirtió, y con éxito, en materia de drones).

Se afirma con verdad que en las guerras la primera víctima es la verdad, y esta no es la excepción. Sin estar en el terreno es imposible verificar hasta el final las afirmaciones que se hacen desde los más diversos analistas. En todo caso, los anunciadores de «triunfos» de uno u otro lado se equivocan por ser propagandistas pagos o creer ingenuamente a los propagandistas pagos.

La gran diferencia con cuatro años atrás es el cambio de la posición de Estados Unidos. Zelensky subordinó la posición ucraniana desde el principio a los intereses del imperialismo tradicional, y un cambio de posición de sus jefes es absolutamente determinante, aunque eso lo pone bajo tremenda presión del propio pueblo ucraniano, que ha dejado su cuota de sangre por su autodeterminación en el campo de batalla.

El regreso de Trump al poder en los EE.UU., así como el ascenso de las formaciones de extrema derecha en Europa, han fortalecido las posiciones pro-rusas. Se cuestiona la arquitectura institucional tradicional del imperialismo yanqui heredada de la Segunda Guerra Mundial, haciendo de los actuales EE.UU. una suerte de «nuevo imperialismo revisionista», que parece sumarse a la lógica tanto de Rusia como de China. El mundo de las esferas de influencia vendría a reemplazar el de las «instituciones internacionales» que comandaron el mundo en las últimas décadas y cuyo orden está en crisis (en gran medida, la UE sigue adscripta a ese viejo orden y, además, no le interesa tanto el ascenso de China como el de Rusia).

Trump busca un nuevo equilibrio de fuerzas internacional, y eso puede implicar abandonar viejos aliados para conseguir nuevos. El diagnóstico de la extrema derecha estadounidense -poco importa si se lo creen o no- es que instituciones como la ONU y la OTAN parasitan a Estados Unidos y son responsables de su decadencia. Algunos mienten, otros dejan que les mientan. La realidad es exactamente la opuesta: el imperialismo yanqui le impuso al mundo su mando y sus reglas a través de esas organizaciones. Pero la realidad material del mundo es más fuerte que cualquier orden institucional: sobre todo la emergencia de China como imperialismo ascendente y la competencia abierta con EE.UU. por la hegemonía, además de otras transformaciones, han puesto patas para arriba el viejo orden internacional.

Como pusieron en evidencia las guerras de Iraq y Afganistán, la «comunidad internacional» era completamente impotente frente al guerrerismo estadounidense. Pero la forma de la hegemonía yanqui, sobre todo en su esplendor de los 90′, era la de «democracia internacional» e independencia política -formal- de todos los países. Zelensky fue uno de los funcionarios ucranianos que quisieron atar el destino de Ucrania a esa forma de soberanía tutelada para romper con la dependencia extrema respecto a Rusia: quería atar el destino del país a la UE y la OTAN. Pero ahora esa estrategia está profundamente golpeada: el rey suelta la corona y busca salir a repartirse los despojos del suelo ucraniano con Putin.

Mientras tanto, pese a la caída de la URSS, Rusia logró mantener una poderosa influencia sobre los países que históricamente habían sido atados a ella tanto por los zares como por el estalinismo (más los primeros que los segundos). Basta con ver otros países para entenderlo: gobiernos como los de Bielorrusia, Kazajistán y Uzbekistán no mueven un dedo fuera de los límites puestos por la voluntad moscovita. Y Ucrania era el principal país de esa zona de influencia, independizado formalmente por primera vez de Rusia en 1991 (cosa paradójica). Pero sus gobiernos estuvieron siempre tironeados entre la influencia rusa y la del imperialismo tradicional. Estas tensiones son las que produjeron el levantamiento del Maidan, la guerra en el Donbass, la ocupación rusa de Crimea, etc.

En este marco, la agresión militar putinista fue un movimiento de prevención frente a la posible pérdida de su «patio trasero» frente a la OTAN y la UE. Son maniobras geopolíticas y políticas hechas en gran medida a espaldas a los derechos soberanos de la propia población ucraniana, muy traumatizada, es verdad, por los eventos históricos del siglo pasado, y antes aún.

La lista es eventos catastróficos vividos en suelo ucraniano es tremenda: la colectivización forzosa estalinista, la ocupación militar nazi, la reocupación estalinista, la inhibición en todos los casos de los derechos de autodeterminación nacional,  no solo bajo el zarismo sino también bajo el estalinismo, etc.. Todo esto llevó a Trotsky al extremo, en los años 30, de plantear como alternativa  una Ucrania soviética independiente en la desesperación que no cayera bajo la influencia de Hitler. Es un espesor de cuestiones históricas que son una melange en la cabeza de los ucranianos pero que los analistas, incluso de la izquierda, no suelen tener en cuenta.

A los analistas internacionales y a los opinólogos les encanta malgastar ríos de tinta digital en «sesudos» análisis geopolíticos sobre las fuerzas internacionales en pugna sobre el suelo ucraniano. Pero pocos parten de que esos intereses se están jugando sobre un pueblo cuya propia voluntad es pisoteada día y noche. Incluso, algunos opinadores profesionales de «izquierda» miran con simpatía la posición rusa desde la comodidad de miles de kilómetros de distancia. Otros no logran delimitarse de su propio imperialismo cuando centran su política en la exigencia del envío de armas a Ucrania y su subordinación a la OTAN. Todo esto es campismo y nada más que campismo. Parecen incapaces de tomar una posición revolucionaria independiente.

El pueblo ucraniano es el que tiene que decidir

Los hechos son claros: el pueblo ucraniano quiere defender su soberanía. Todas las demás discusiones son subordinadas para nuestra corriente. La corrupción del gobierno de Kiev, la malograda administración militar del Estado, la posible desaprobación de la gestión de la guerra. Todo esto es secundario. Quien no parta de que ha quedado claro que el pueblo ucraniano quiere defender su independencia está mintiendo o ha sido engañado.

Y la «propuesta de paz» de Trump, que es en realidad una propuesta de triunfo de Putin, es una exigencia de que Ucrania pierda todo atributo de soberanía: quiere que ceda los territorios ocupados, que limite el tamaño de su ejército, etc. Donbass y Lugansk pasarían a ser lisa y llanamente parte de Rusia mientras otros territorios, como Járkov, quedarían en ocupación con soberanía formal suspendida. Trump exige la partición territorial, la rendición diplomática y la subordinación política de Ucrania, para beneficio de las ambiciones de Moscú, pasando por encima del pueblo ucraniano.

A nuestro modo de ver, y como hemos señalado desde febrero de 2024, un alto el fuego en las líneas actuales dejando abierto todo lo demás sería mucho más beneficioso que la propuesta de rendición actual.

No hay excusas. Es su país, su independencia y su soberanía con lo que están jugando. Es el pueblo ucraniano el que decidir, en plebiscito o Asamblea Constituyente, los destinos de Ucrania en general y las negociaciones de paz en curso en particular.

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