Crisis y ruptura de la LIT: una corriente consumida por la inercia

Parte 1. El callejón sin salida de las «revoluciones socialistas objetivas»

El fatalismo nos hizo creer que el destino ya estaba escrito, que ningún gesto, por pequeño que fuera, podía cambiar el curso del desastre que todos esperaban y nadie impidió.

Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada

 

La implosión de la LIT en su XVI Congreso no fue una sorpresa, sino resultado de su declive teórico, político y constructivo. En los textos que analizamos a continuación, con motivo de la crisis más reciente de esta corriente, observamos que mantiene el mismo esquema objetivista de su fundación. Es decir, disuelve el papel central de los sujetos en los procesos revolucionarios, distorsionando así la teoría de la revolución permanente y dejando de lado las experiencias históricas de la posguerra. El resultado de esta operación es un marco teórico y programático que dificulta la interpretación concreta de la realidad y, en consecuencia, la construcción de una línea política capaz de afrontar los desafíos del presente. Este texto se publicará en dos partes: la primera, que presentamos a continuación, busca señalar los fundamentos teóricos, y la segunda, las causas políticas y organizativas del colapso de la LIT.[1] Artículo aparecido originalmente en portugués en Esquerda Web.

Ante el colapso total

En septiembre de 2025, la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT) celebró su XVI Congreso en São Paulo. Se esperaba que un Congreso produjera una nueva síntesis, pero se convirtió en un episodio de crisis y autodestrucción.

El primer día del Congreso, la dirección mayoritaria aprobó, por 12 votos a 8, la expulsión de la delegación de la Fracción de Defensa y Reconstrucción (FDR), una facción minoritaria que cuestionaba la dirección de esta organización desde el 2020. Entre los expulsados ​​se encontraban militantes históricos de la LIT.

La sección costarricense se solidarizó con el FDR; poco después, sectores de los grupos en Perú, Paraguay y Argentina hicieron lo mismo. La dirección mayoritaria calificó la medida como una «purga política necesaria», mientras que el FDR la denunció como un «crimen político contra militantes revolucionarios».

Unos días después, se anunció una nueva escisión: la Tendencia Obrera por la Unidad de Principios de la Internacional (TOUPI) se separó y fundó la Corriente Obrera Revolucionaria Internacional (CORI). La organización se fragmentó así en tres bloques, incapaces de explicar qué los unía o separaba.

Sin embargo, ninguna de las partes ofreció una explicación estratégica para la crisis de la LIT. Todas la presentaron como un asunto moral y estatutario. Esto no es un detalle menor; por el contrario, refleja una profunda y amplia crisis político-teórica (de quienes se quedaron y de quienes se fueron), así como de buena parte de las corrientes que se autoproclaman afines al morenismo.[2]

La concepción objetivista de la revolución

El Congreso de la LIT, con sus expulsiones y salidas posteriores, no fue un accidente, un rayo caído de cielo sereno, sino la culminación de un proceso de decadencia teórica, política y constructiva que comenzó hace décadas.

Esta organización, que surgió con la ambición de ser parte importante de la reconstrucción de la Cuarta Internacional, fracasó estratégicamente al convertirse en un movimiento dogmático. Además de las dificultades objetivas de la realidad, una parte importante de la explicación de este proceso degenerativo reside en su incapacidad para romper con el anacronismo teórico, político y organizativo de décadas pasadas.

Desde un punto de vista teórico-político, la causa principal del estallido de la LIT (Liga Internacional de los Trabajadores) radica en la ausencia de una lectura crítica de la burocratización de la Revolución Rusa y la naturaleza de las revoluciones de posguerra, así como de su impacto en la teoría de la revolución y la transición. La dificultad para conceptualizar correctamente los nuevos fenómenos de la lucha de clases, sumada a errores políticos y constructivos, tuvo profundas repercusiones, resultando en una larga lista de rupturas y expulsiones.

Para diagnosticar estas inercias dentro de la LIT, un texto ineludible del que nos enteramos recientemente es «Sobre las situaciones de la lucha de clases a nivel nacional e internacional». Además de ser un documento reivindicado por los líderes de la facción mayoritaria, parece ser parte de un esfuerzo colectivo. Este texto, hasta la fecha, no ha sido criticado por ninguno de los sectores expulsados ​​o escindidos del último Congreso de la LIT.

Este documento, con el que deseamos debatir, propone, como confiesa en su introducción, realizar revisiones teóricas tras décadas de inercia. Reconoce así que «la última elaboración sobre las situaciones nacionales que hemos tenido fue el documento ‘Revoluciones del siglo XX’, de Nahuel Moreno»[3]. Cabe destacar que este último es un texto con más de 40 años de antigüedad.

La evaluación teórica y programática de la LIT se dedica a revisar categorías como «Revolución de Febrero», «Revolución de Octubre», «Etapa» y «Situación revolucionaria». Comienza su análisis afirmando que una revisión teórica es necesaria porque estas categorías pueden dar lugar a importantes malentendidos, ya que fue sobre su base que «Moreno sistematizó las situaciones de la lucha de clases de una manera distinta a la de Lenin y Trotsky». [4]

Una primera observación, más general, que hacemos respecto al intento de la LIT de superación crítica es que se reduce a una combinación de doctrinarismo, esquematismo y empirismo. Esta elaboración dista mucho de intentar actualizar la teoría y el programa revolucionarios, ya que ignora por completo la inmensa experiencia revolucionaria del siglo XX.

De esta manera, la LIT (Liga Internacional de los Trabajadores) realiza una “recuperación” ahistórica de Lenin y Trotsky, ya que prescinde de toda la complejidad y combinación de factores objetivos y subjetivos en los que está inmerso todo proceso revolucionario.

En su “valoración” de la teoría de la revolución, leemos que las revoluciones “pueden tener como sujeto al proletariado, al campesinado o a las masas populares”.[5] Esta frase es una declaración abierta de objetivismo y un total desprecio por la naturaleza compleja de la revolución, particularmente de la revolución socialista.

Al no entender los sujetos involucrados, como lo hace de manera alarmante, no da cuenta de las características específicas de cada tipo de revolución, haciendo caso omiso de la enorme diversidad de revoluciones que ocurrieron a lo largo del siglo XX: la Revolución rusa de 1917, las revoluciones socialistas derrotadas de los años 1920 y 1930, las revoluciones anticapitalistas y las revoluciones antiburocráticas del período de posguerra.[6]

Esto implica una serie de procesos que Trotsky y, en especial, Lenin no pudieron presenciar ni prever en su totalidad. Por ello, la LIT realiza una clasificación de la categoría de revolución que constituye una continuación acrítica de la concepción objetivista de la revolución, precisamente la que pretende superar.

Situaciones revolucionarias sin subjetividad

El primer movimiento de la LIT para diferenciarse de Moreno es proponer una revisión de cómo caracterizar las situaciones revolucionarias.

Al criticar a Moreno, la LIT corrige a su maestro de forma extremadamente reduccionista, pues no distingue la naturaleza de las revoluciones, su dinámica ni sus perspectivas. Afirma que «para Lenin y Trotsky, las situaciones revolucionarias se definen por las condiciones objetivas, siendo las condiciones subjetivas solo necesarias para la victoria».[7]

Esta conclusión es esquemática, unilateral y reduccionista, ya que los procesos revolucionarios pueden estallar sin la clase obrera y los partidos revolucionarios a la cabeza, pero para que estos procesos avancen hacia revoluciones socialistas son fundamentales las condiciones subjetivas.

La LIT cita «La bancarrota de la Segunda Internacional» (Lenin), «El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo» (Lenin) y «¿Qué es una situación revolucionaria?» (Trotsky) para argumentar que las situaciones revolucionarias son independientes de los sujetos involucrados. Lógicamente, los factores objetivos son condiciones necesarias para la revolución socialista, pero no son suficientes. La irrupción de las masas en la vida política es una condición necesaria para el inicio de situaciones revolucionarias, pero estas solo avanzan hacia revoluciones socialistas si los factores subjetivos se desarrollan dentro de estos procesos.

Trotsky reconoce la posibilidad de una situación revolucionaria sin un partido revolucionario preparado. Sin embargo, demuestra una apreciación del desarrollo desigual y combinado entre las condiciones objetivas y subjetivas, no una división entre los elementos, como hace la LIT.

Para Trotsky, la crisis de la clase dominante puede desarrollarse más rápidamente que la del partido revolucionario, escenario que llevaría a una situación revolucionaria sin un partido aún a la altura de las circunstancias, como ocurrió en Alemania en 1923. Pero cuando analiza la revolución alemana, lo que describe es una crisis de dirección revolucionaria, no una teorización reduccionista de la subjetividad necesaria de la clase obrera.

En una situación revolucionaria, el partido puede cometer errores políticos o simplemente no desarrollarse. También podemos tener situaciones revolucionarias sin partidos revolucionarios ni una clase obrera organizada. Sin embargo, sin estos elementos subjetivos, no podemos avanzar hacia revoluciones socialistas.

Afirmar esquemáticamente que existen situaciones revolucionarias sin la subjetividad de la clase obrera a) niega el núcleo central de la teoría de la revolución permanente (la combinación dialéctica de realidad, tareas y sujetos) y b) no incorpora a la teoría los nuevos fenómenos revolucionarios que ocurrieron en el período de posguerra.

Por lo tanto, es fundamental destacar la necesidad de dimensiones subjetivas en la evolución de las situaciones revolucionarias. No se trata de negar el potencial de cualquier proceso revolucionario, sino de intervenir en él de manera que podamos contribuir a su desarrollo en una dirección proletaria y socialista.

El inicio de procesos revolucionarios es enormemente enriquecedor, ya que el surgimiento político de las masas abre posibilidades sin precedentes para el desarrollo de la subjetividad de la clase obrera. Sin embargo, no existen garantías previas en ningún proceso de lucha de clases, y mucho menos en situaciones revolucionarias. Por lo tanto, el desarrollo de las condiciones subjetivas se vuelve aún más fundamental, podríamos decir dramático, cuando surgen las condiciones objetivas para una revolución.

Usar formulaciones clásicas fuera de contexto es una de las características del dogmatismo, que no contribuye al rearme teórico. Los textos de los clásicos citados por la LIT aún carecían de la experiencia histórica de las revoluciones anticapitalistas de posguerra. Se trataba de fenómenos totalmente inesperados: revoluciones anticapitalistas sin una clase obrera protagonista ni un partido revolucionario líder. No podemos usar los clásicos como letra muerta, es decir, sin incorporar a la teoría de la revolución la burocratización de la Revolución Rusa y las revoluciones anticapitalistas de posguerra.

La dinámica de los procesos revolucionarios no puede definirse de antemano; depende de su propia evolución. Sin embargo, podemos afirmar categóricamente que, sin las condiciones subjetivas necesarias, los procesos revolucionarios no avanzan hacia revoluciones socialistas.

La operación argumentativa mecanicista que separa la categoría de situación revolucionaria de las condiciones subjetivas, y por tanto de su dinámica concreta, conduce a un grave error metodológico y a errores políticos de gran magnitud.

Un proceso revolucionario es un fenómeno político y social que abre múltiples posibilidades y en el que las condiciones subjetivas emergen de forma desigual en relación con las objetivas. Sin embargo, estas se vinculan de forma conjunta con el proceso revolucionario en su conjunto, con su naturaleza, dinámica y posibilidades. Por lo tanto, separar mecánicamente los elementos objetivos de los subjetivos resulta reduccionista. Esta operación conduce a visiones extremadamente impresionistas de la realidad, que pueden generar políticas desastrosas.

Afirmar que Trotsky habría “confirmado categóricamente que existen situaciones revolucionarias sin partidos revolucionarios”[8] contradice sus afirmaciones y resulta anacrónico. Lo que el líder de la Revolución Rusa demostró fue el desarrollo desigual y combinado de factores objetivos y subjetivos en toda situación política. No hay revoluciones sin liderazgo, como afirma la LIT, pero estos liderazgos pueden ser oportunistas o centristas, lo que puede comprometer la dinámica del proceso revolucionario si no se supera dicho liderazgo.

Para Trotsky, los elementos subjetivos, así como los objetivos, son la esencia de la situación revolucionaria. En ¿Adónde va Francia?, afirma que «el partido del proletariado es el factor político más importante en la formación de una situación revolucionaria». En la misma obra, afirma que «el pensamiento marxista es dialéctico: considera todos los fenómenos en su desarrollo, en su transición de un estado a otro (…) La oposición absoluta entre una situación revolucionaria y una no revolucionaria es un ejemplo clásico de pensamiento metafísico, según la fórmula: lo que existe, existe; lo que no existe, no existe, y el resto es brujería». Para concluir, afirma que en la fase imperialista del capitalismo, predominan «las situaciones intermedias, de transición, entre una situación no revolucionaria y una prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una revolucionaria».

La evaluación de la LIT sobre la concepción de la revolución de Trotsky es anacrónica. En plena fase imperialista, imaginó un proceso revolucionario inherentemente socialista. Sin embargo, debemos incorporar a nuestras síntesis que la realidad de la revolución de posguerra fue muy diferente de lo esperado, ya que las revoluciones anticapitalistas ocurrieron sin la clase obrera ni los partidos revolucionarios. Es decir, revoluciones que dieron origen a estados burocráticos, pero no a estados obreros ni a la transición al socialismo.

Estos procesos revolucionarios, distintos de la revolución socialista, ocurrieron hace más de 70 años, pero la dirección de la LIT aún no ha logrado incorporar esta realidad a su concepción de la revolución.[*] Contrariamente a las lecciones clásicas y a la propia realidad fáctica, la LIT desconoce que toda situación revolucionaria está configurada por la combinación de elementos objetivos y subjetivos que se forman de manera desigual.

De esta manera, no se supera el objetivismo de Moreno al tratar la categoría de situación revolucionaria, pues ignora toda la gama de situaciones intermedias previas; así como el hecho de que, considerando un vasto campo de posibilidades, cada situación concreta tiende a producir procesos de distinta naturaleza.

El error de Moreno no solo consistió en plantear esquemáticamente el elemento subjetivo del liderazgo revolucionario como condición para el inicio de una situación revolucionaria, sino también en considerar que líderes no revolucionarios podían estar al frente de las revoluciones socialistas, cuando estas situaciones y revoluciones tenían un carácter diferente. Si bien la teoría de la revolución permanente (Trotsky) no pudo prever las revoluciones anticapitalistas que tuvieron lugar en la posguerra, acertó plenamente al considerar que las revoluciones socialistas no pueden ocurrir sin una clase obrera y partidos revolucionarios, lo cual se ha demostrado mil veces durante el siglo XX.

Al buscar superar el objetivismo de forma no dialéctica, la LIT construye una especie de «teoría de las situaciones revolucionarias socialistas objetivas». La dialéctica marxista es enemiga de todo reduccionismo, mecanicismo y esquematismo, pues busca captar la totalidad de los procesos, sus tendencias y contratendencias, para caracterizar su naturaleza, contradicciones y dinámicas, y así actuar revolucionariamente.

La evaluación que la LIT realiza de las situaciones revolucionarias ignora la relación entre tareas y sujetos en cualquier proceso político. Es como si una situación política (revolucionaria o no) pudiera formarse independientemente de sus sujetos. Esta falta de distinción entre la naturaleza de los movimientos impide caracterizar la diversidad de los procesos revolucionarios, las rebeliones populares y los levantamientos de masas en su concreción, y menos aún un rearme estratégico y político para la lucha desde una perspectiva socialista. Así, la LIT redobla su apuesta por el objetivismo al llamar revoluciones a todas las insurgencias de masas, independientemente de las clases, organizaciones, programas y direcciones involucradas en el proceso.

La «revisión teórica» ​​de la LIT parece una evasión empirista para eludir la ineludible tarea de revisar la «teoría de las revoluciones socialistas objetivas». Esto perjudica la teoría de la revolución y la transición, que resulta inútil para caracterizar, desarrollar programas y proponer políticas para la lucha de clases. Nos encontramos, pues, ante un desarme estratégico que ha llevado a esta corriente a enormes errores de caracterización y línea política.

La dialéctica de la revolución socialista

Analizando el texto de evaluación teórica de la LIT, podemos identificar que el mismo permanece apegado como una mosca a la “teoría de las revoluciones socialistas objetivas” desarrollada en la posguerra por la mayoría de los dirigentes del movimiento trotskista.

En la primera parte de este texto discutimos el concepto de situación revolucionaria; ahora nos concentraremos en evaluar la falta de distinción que hace esta organización entre la dialéctica de la revolución burguesa y la de la revolución socialista.

La revolución burguesa, a diferencia de la revolución socialista, no es una revolución política con contenido social, sino una revolución política en sí misma, pues su base económica y social prácticamente ya está establecida. Por ello, la revolución burguesa implica sustituciones sociales y políticas, con otras clases sociales liderando revoluciones y tomando el poder estatal durante la transición del feudalismo al capitalismo. En la revolución socialista, esta sustitución no se produce porque la clase obrera necesita estar al frente del poder para superar la explotación y la opresión impuestas por otras clases sociales.

En la revolución y la transición socialistas, la mecánica del proceso es distinta. Dado que no se trata simplemente de una revolución política, es necesario revolucionar toda la estructura social, de arriba abajo, para que la transición al socialismo pueda comenzar y desarrollarse.

La revolución socialista puede contar con la automatización del mercado (capital, trabajo y tierra) para su beneficio. A la inversa, necesita, mediante una relación dialéctica entre la democracia, la planificación y el mercado (Sáenz, 2024), superar esta autonomización para poder construir las bases del socialismo y superar todas las formas de Estado y explotación.

Para la LIT, esta distinción no existe. Así, en el texto Revoluciones del siglo XX (1984) de Moreno, «explica correctamente las revoluciones de posguerra y la de Vietnam, presentándolas como revoluciones socialistas victoriosas lideradas por partidos estalinistas».[9] Es decir, basta con expropiar a la burguesía —independientemente de los objetivos, sujetos y métodos con que se la expropie— y ya estaríamos ante una revolución socialista y un «estado obrero».

Pero a diferencia de la revolución burguesa, en la que el Estado burgués es dirigido por otras clases sociales, en la revolución socialista no se puede formar un Estado obrero en el que la clase obrera no esté en el poder. [10]

La «actualización» de la teoría de la revolución y la transición por parte de la LIT contrasta totalmente con la experiencia de la segunda mitad del siglo XX. En esos períodos, las revoluciones anticapitalistas, a pesar de contar con medidas progresistas en sus inicios, no establecieron estados obreros. En cambio, dieron origen a estados burocráticos que no permitieron la socialización de los medios de producción ni la emancipación de la clase obrera; en otras palabras, nunca allanaron el camino para la transición al socialismo.

La elaboración de las “revoluciones socialistas objetivas” resultó ser completamente errónea. No identificó la naturaleza concreta de la revolución socialista ni la diferenció de otros tipos de revolución que surgieron en la segunda mitad del siglo XX, como las revoluciones de liberación nacional, anticoloniales o antiburocráticas, etc. Esta dificultad de Moreno, y de prácticamente todo el marxismo revolucionario de posguerra, tuvo, y tiene, graves consecuencias teóricas, programáticas y políticas.

La falsa identificación entre medidas de nacionalización y medidas de socialización de los medios de producción no comienza en la posguerra. Comienza con 1) la colectivización forzosa mediante métodos antisocialistas en Rusia, luego con 2) la ocupación de Polonia por el Ejército Rojo, con 3) la ocupación de los países de Europa del Este por parte del Ejército Rojo, y finalmente, 4) durante las revoluciones anticapitalistas en China, Vietnam y Cuba en la posguerra. En todos estos casos, a pesar de sus importantes especificidades, se produjo la expropiación de la burguesía y la nacionalización de los medios de producción, pero estas no surgieron de los nuevos estados obreros.

Este problema fue identificado tempranamente y en tiempo real por Christian Rakovsky durante la colectivización forzada entre 1929-1931 en Rusia.[11] El gran líder de la Oposición de Izquierda –el primero en identificar que la burocracia se había transformado en una nueva clase política y que la degeneración de la dictadura del proletariado en Rusia había generado un Estado burocrático con remanentes de la clase trabajadora– fue acusado de subjetivismo cuando denunció la colectivización forzada y la industrialización como reaccionarias (Sáenz, 2024).

Posteriormente, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial (agosto de 1939), se firmó el acuerdo entre Alemania y la URSS, el Pacto Ribbentrop-Mólotov, que permitió la ocupación de la mitad de Polonia por parte del Ejército Rojo estalinizado. Tras la invasión de la Polonia dividida, los capitalistas fueron expropiados mediante un pacto político contrarrevolucionario entre el estalinismo y el nazismo. En esta ocasión, «Trotsky se apresuró a señalar que las consecuencias negativas de una expropiación llevada a cabo en tales condiciones —de manera burocrática, desde arriba y educando a la clase obrera para que no confiara en su propia fuerza— superaban con creces el aspecto positivo de la expropiación de la burguesía». [12]

La confusión entre revoluciones anticapitalistas y socialistas reaparece a mayor escala temporal y espacial en la posguerra, con las revoluciones históricas de China, Cuba, Vietnam y Yugoslavia. Ahora, la burguesía es expropiada mediante revoluciones campesinas lideradas por organizaciones pequeñoburguesas; procesos que no resultan en dictaduras proletarias, sino en nuevos estados burocráticos.

Las revoluciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial —China, Cuba, Vietnam— fueron progresistas porque expropiaron a la burguesía y obtuvieron conquistas. Sin embargo, al no depender de la actividad autónoma de la clase obrera ni de partidos revolucionarios con influencia de masas, abrieron paso a otra forma de explotación y opresión incompatible con la dictadura del proletariado.

El punto culminante de esta sustitución de la clase obrera se produjo cuando el Ejército Rojo burocratizado ocupó los países de Europa del Este al final de la Segunda Guerra Mundial (1945), expulsando a las tropas nazis y luego expropiando a la burguesía por la fuerza de las armas y sin la participación de las masas. Solo tras aplastar cualquier autonomía del proletariado, la burocracia llevó a cabo expropiaciones, colectivizaciones forzadas y nacionalizaciones. Pero todo esto fue llevado a cabo por un aparato estatal que no expresaba el poder obrero. El resultado es un modelo de planificación burocrática orientado a la acumulación de la propia burocracia, con una caída del nivel de vida de las masas, un productivismo devastador y una represión permanente de la clase obrera (Artavia, 2021).[13]

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ante estos nuevos fenómenos históricos, se generalizó la confusión teórica y política. La mayor parte del marxismo revolucionario, en una actitud teórica que solo consideraba la expropiación de la burguesía, identificó estos procesos como revoluciones socialistas que formaron «estados obreros deformados». Otro sector, sin embargo, adoptó una postura sectaria y subjetivista ante estos fenómenos, ignorando el aspecto progresista que representaba la expropiación de la burguesía.[14]

Ambas posiciones –la objetivista, que confundía la expropiación con la socialización de los medios de producción y el Estado burocrático con un Estado obrero deformado, y la subjetivista, que no identificaba las medidas de expropiación como parcialmente progresistas– son reduccionistas.

En el caso de la generación de Moreno, se trataba de una capa de líderes muy jóvenes y políticamente inexpertos que, ante fenómenos de enorme peso histórico, acabaron desarrollando una caracterización objetivista. Es cierto que Moreno y los líderes de su generación tuvieron oportunidades en las décadas siguientes para superar este objetivismo inicial; sin embargo, por razones tanto objetivas como subjetivas, no lo lograron.

El problema central, sin embargo, es que setenta años después, la dirección de estas corrientes sigue repitiendo la misma caracterización doctrinaria, sin realizar ninguna evaluación crítica a la luz del colapso de la URSS y la restauración capitalista en los antiguos estados burocráticos.

Esta falta de revisión de las premisas teóricas —que exige confrontar las hipótesis con el desarrollo real de la lucha de clases— conduce a la cristalización de caracterizaciones ancladas en el pasado. En lugar de avanzar hacia la comprensión de las formaciones sociales surgidas de las expropiaciones burocráticas, estas permanecen atrapadas en esquemas dogmáticos que no son herramientas para interpretar la realidad.

Las revoluciones anticapitalistas de posguerra no fueron revoluciones socialistas, sino revoluciones de otro tipo. A pesar de sus contradicciones, no se puede negar, so pena de subjetivismo, que la expropiación del capitalismo fue progresista. Se trataba de una totalidad crítica que debía superarse mediante la actividad de la clase obrera. Sin embargo, dado que la clase obrera no participó en la toma del poder en muchos casos, o cuando intentó hacerlo fue derrotada por la burocracia en otros, los nuevos estados burocráticos impusieron regímenes políticos y económicos de opresión y explotación.

El papel irremplazable del sujeto

Todos estos procesos mencionados arriba, cada uno a su manera, confirmaron que la dinámica de una revolución socialista es distinta de la de una revolución burguesa, diferenciándose tanto de la revolución burguesa clásica como de las nuevas revoluciones históricas anticapitalistas del período de posguerra.

El capitalismo exhibe una plasticidad de regímenes políticos mucho mayor que una formación social no capitalista, porque en la formación socioeconómica capitalista, la autonomización del mercado es una condición para el funcionamiento de la economía en una monarquía, una democracia liberal o un gobierno fascista.

Como demostró la historia de la Revolución Rusa (positivamente en su fase revolucionaria y negativamente en su proceso de burocratización), para que la expropiación de la burguesía dé paso a un estado obrero y se inicie la transición al socialismo, esta tarea debe ser asumida por la clase obrera. Solo así la expropiación de la burguesía y la nacionalización de los medios de producción no las sustituirán por una nueva forma de explotación y opresión de una clase sobre otra, es decir, sobre la clase obrera.

Sin embargo, el anacronismo teórico de la dirección de la LIT –pese a toda la evidencia histórica y las reflexiones desarrolladas en las últimas décadas– se reafirma cuando afirma, sin ningún análisis crítico, el absurdo teórico de Moreno –y de la mayor parte del trotskismo– al formular que hubo “revoluciones socialistas objetivas” que dieron origen a estados obreros sin el protagonismo de la clase obrera y la dirección revolucionaria en la posguerra.

En una falsa simetría entre la revolución burguesa y la revolución socialista, Moreno afirmó: «Debemos formular que no es obligatorio que sean la clase obrera y un partido marxista revolucionario con influencia de masas quienes dirijan el proceso de la revolución democrática hasta la revolución socialista. No es obligatorio que así sea. Al contrario: se han producido revoluciones democráticas, y no se descarta que se produzcan, que en el terreno económico se transforman en socialistas».[15]

Comete un terrible error –tira la pelota a las gradas– en este punto porque quiere superar no la insuficiencia, sino uno de los grandes éxitos de Trotsky, que fue que el hilo conductor –el hilo rojo– entre las luchas inmediatas y mediatas es el sujeto sociopolítico, la clase obrera, sus organizaciones y sus partidos.

El análisis del proceso revolucionario del siglo XX demuestra que Trotsky acertó al centrar la teoría de la revolución socialista en el tema de los sujetos sociopolíticos. Moreno, ante los nuevos hechos de la lucha de clases y la naturaleza sin precedentes de las revoluciones que expropiaron a la burguesía sin una clase obrera ni partidos revolucionarios, reformuló la teoría de la revolución, que era errónea.

La historia del siglo XX demuestra fehacientemente que la construcción de un estado obrero no puede ser llevada a cabo por ninguna otra clase social. Con la expropiación de la burguesía y la nacionalización de los medios de producción, desaparece la relativa independencia de la economía respecto a la política. De esta manera, no es secundario si quien ostenta el poder es la clase obrera o la burocracia. La experiencia histórica ha demostrado que el hilo conductor —la relación indisoluble entre tareas y sujetos— es lo que unifica la teoría de la revolución socialista con la teoría de la transición.[16]

A diferencia de la revolución burguesa, no se trata solo de transformaciones políticas ni de adaptar el aparato estatal a las necesidades del capital, sino de destruir el estado burgués en su conjunto, construir un estado semiobrero, socializar los medios de producción y desarrollar las fuerzas productivas. Todo ello sin perder de vista que el centro de las fuerzas productivas es el elemento humano, que necesita superar la alienación, el distanciamiento y la fetichización social. Esto no puede lograrse sin la construcción de un estado obrero efectivo, en el que la clase obrera esté en el centro del poder, y sin el avance de la revolución mundial, obviamente.

Una hipótesis teórica que ha sido parcialmente confirmada

Según Moreno, Trotsky “cometió otro error al colocar un signo igual, [diciendo]: ‘Revolución obrera = la hace la clase obrera y un partido marxista revolucionario’. Nuevamente cometió un error de lógica formal, al creer que todo es igual a todo, y no desigual y combinado”.[17]

Sin embargo, creemos que Moreno se equivocó conceptualmente, pues en la revolución obrera-socialista no puede haber sustituto para la clase obrera. No es que no existan mecanismos de sustitución en el curso de las revoluciones. Lo que ocurre es que en la revolución socialista, el significado de la sustitución cambia: es la burguesía la que es reemplazada. Al no haber cumplido sus tareas históricas, termina viendo que estas son llevadas a cabo por la clase obrera, sus organizaciones y la dirección revolucionaria.

A modo de digresión, para enfatizar el peso del sujeto sociopolítico para la revolución socialista: en la revolución rusa, antes de su proceso de burocratización estalinista, el partido bolchevique en el poder tuvo que enfrentar el vaciamiento de los soviets debido a los gigantescos sacrificios hechos por la clase obrera en la guerra civil, la crisis económica, el aislamiento internacional de la revolución, el agotamiento y las propias dificultades de una clase oprimida y explotada para ejercer el poder político (Rakovsky).

Esto obligó a los bolcheviques a una «sustitución» temporal de la clase obrera para asegurar la gestión de la sociedad y mantener el gobierno revolucionario, lo que provocó un cierto cambio de «régimen» político en el estado obrero. Sin embargo, el objetivo era que la clase obrera recuperara su lugar en el estado obrero para que, junto con la revolución mundial, se pudiera construir un verdadero semiestado revolucionario. Pero todos saben que el proceso fue diferente, que la revolución mundial no se desarrolló y que la burocracia se convirtió en la clase política dominante. En este sentido, el análisis de Rakovsky es paradigmático para comprender la dinámica de la burocratización de la revolución rusa. Citamos extensamente:

Cuando una clase toma el poder, una parte de ella se convierte en su agente. Así surge la burocracia. En un estado socialista, donde se impide la acumulación capitalista a los miembros del partido gobernante, la diferenciación comienza siendo funcional y luego se vuelve social. (…) Otra consecuencia es que parte de las funciones que antes desempeñaba todo el partido o toda la clase pasa ahora a los que ejercen el poder, es decir, a solo una fracción de las personas de ese partido, de esa clase. (…) La función ha modificado al propio órgano; es decir, la psicología de quienes están a cargo de las diversas tareas de gestión en la administración de la economía estatal ha cambiado hasta el punto de que, no solo objetivamente, sino subjetivamente, no solo materialmente, sino moralmente, han dejado de ser parte de esa misma clase trabajadora.

La diferenciación de funciones dentro del Estado, en lugar de retroceder, avanzó, provocando así un cambio en la naturaleza misma del Estado. Es decir, la diferenciación de funciones transformó a la burocracia en una clase política que llegó a controlar el Estado de arriba abajo y a tener la propiedad efectiva —aunque formalmente era propiedad de todos— de los medios de producción. Esto solo fue posible gracias a la derrota de la clase obrera impuesta por la burocracia. El Estado obrero no solo degeneró, convirtiéndose en un «Estado obrero degenerado», sino que se transformó en un Estado burocrático.

Lo que demostró la Revolución Rusa es que la sustitución de la clase obrera en el poder por razones contingentes y temporales, si se convierte en una sustitución estructural y permanente, conduce necesariamente a un proceso de degeneración del estado obrero y a la formación de un estado burocrático.

Así que no es que el desarrollo desigual y combinado no esté presente en el pensamiento de Trotsky respecto a la revolución socialista. Más bien, la desigualdad se manifiesta en el hecho de que las tareas previamente asignadas a la burguesía son llevadas a cabo por la clase obrera y sus organizaciones en el caso de la revolución socialista, o por la pequeña burguesía y la burocracia en el caso de las revoluciones expropiatorias pero no socialistas.

Por lo tanto, intentar basarse en el Programa de Transición para apoyar el Objetivismo es infructuoso. En él, Trotsky afirma que «no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que, bajo la influencia de una combinación muy excepcional (…), los partidos pequeñoburgueses, incluidos los estalinistas, puedan ir más allá de lo que desean en el camino de la ruptura con la burguesía. En cualquier caso, una cosa es indudable: incluso si esta improbable variante se materializara en algún momento y se constituyera un ‘gobierno obrero y campesino’ —en el sentido indicado anteriormente—, no representaría más que un breve episodio en el camino hacia la verdadera dictadura del proletariado».[18]

Los acontecimientos históricos adoptaron una forma distinta a la que Trotsky había predicho: las organizaciones políticas pequeñoburguesas tomaron el poder y expropiaron a la burguesía sin la participación política de la clase obrera: «El poder de estas formaciones burocráticas se consolidó de una manera que parecía irreversible, pero este acontecimiento no dio lugar a ninguna reflexión crítica sobre sus consecuencias. Se consideró que surgieron estados obreros burocráticamente deformados, pero no se extrajo ninguna conclusión sustancial de este hecho».[19]

Sin embargo, Trotsky, que no pudo presenciar estos procesos, demuestra estar mucho más cerca de la realidad concreta de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX que el intento objetivista de actualizar la teoría de la revolución de Moreno, que es precisamente la misma teoría que sigue sustentando a la LIT.

En la obra de Moreno existe una crítica errónea a la teoría de la revolución permanente, que llega incluso a identificar en su formulación una «virtud» y un «defecto». Para él, la virtud reside en que, si la revolución democrático-burguesa continúa, «se transforma en socialista», y el defecto reside en que gira en torno a «los sujetos».[20]

De hecho, Moreno y la dirección de la LIT no comprenden que un elemento está inextricablemente ligado al otro. Una revolución democrático-burguesa, o cualquier otra, solo puede llegar a ser socialista si es liderada por la clase obrera y sus organizaciones. Este fue el gran acierto de Trotsky, no su error conceptual.

Sin embargo, a pesar de ser fundamentalmente correcta respecto a la dialéctica de la revolución socialista, la hipótesis teórica de Trotsky solo se confirmó parcialmente. Los partidos pequeñoburgueses, con la expropiación de los medios de producción, profundizaron su ruptura con la burguesía; esta fue una predicción acertada. Pero estas revoluciones no fundaron estados obreros ni se produjeron en un breve episodio «en el camino hacia la verdadera dictadura del proletariado», sino que formaron estados burocráticos que explotaron y oprimieron a la clase obrera durante casi medio siglo; esta fue una predicción errónea.

Moreno se equivocó al intentar actualizar la teoría de la revolución permanente en la posguerra, y la LIT, incluso 70 años después, no ha asimilado nada significativo del balance de estas revoluciones. Pero, al seguir equiparando la expropiación de la burguesía con la revolución socialista, afirman que Moreno acertó plenamente en su predicción y que solo se equivocó al convertir este proceso excepcional en ley, ya que «las revoluciones socialistas victoriosas, lideradas hasta ahora por reformistas, no se han repetido»[21].

Según la LIT, estas revoluciones ya no ocurrirían porque las condiciones objetivas y subjetivas generadas en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial no se repitieron en las décadas posteriores. Afirma que, contrariamente a la afirmación de Moreno, Trotsky «tenía doble razón: primero, tenía razón en que esta posibilidad podía ocurrir; segundo, en que era altamente improbable», porque, «contrariamente a lo que decía Moreno, esto no era una ley». Por lo tanto, para la LIT, la «gran» corrección es que ya no existe «la posibilidad de nuevas revoluciones socialistas lideradas por organizaciones reformistas es altamente improbable»[22].

Trotsky se equivocó en su hipótesis básicamente por tres razones: 1) estas revoluciones no eran improbables; 2) no inauguraron gobiernos obreros y campesinos; y 3) no ocurrieron en un corto período de tiempo. Sin embargo, el error de Trotsky fue más de pronóstico que de diagnóstico, lo cual es mucho más aceptable que el error de caracterizarlas como revoluciones socialistas objetivas, como en el caso de Moreno y la mayor parte del trotskismo de posguerra.

La hipotética excepcionalidad de crear un «gobierno obrero y campesino» sin una clase obrera ni un partido revolucionario, que sería un atajo hacia la verdadera dictadura del proletariado, no se materializó. Se produjeron revoluciones de otro tipo. Sin embargo, aunque no previó este nuevo tipo de revolución —en su época no existían los elementos necesarios para el desarrollo de la lucha de clases tras la Segunda Guerra Mundial—, el mantenimiento de la centralidad del papel del sujeto en la revolución socialista, la formación de la dictadura del proletariado y la transición socialista no escaparon a la atención teórica de Trotsky.

Objetivismo y desvío etapista

La dirección de la LIT, al mantener los rasgos principales de la elaboración de las «revoluciones socialistas objetivas», cae en una desviación escalonada que tiene graves consecuencias políticas. Así, la crítica que le hacen a Moreno respecto a las «revoluciones de febrero», concepto presente en «Revoluciones del siglo XX», se realiza de manera completamente inconsistente.[23]

Para ella, el error de Moreno se debe simplemente a que este concepto es demasiado amplio. La LIT afirma que lo único común entre estos procesos es «no tener una dirección revolucionaria en su frente».[24]

Esta “corrección” presenta serias limitaciones, ya que, en ausencia de liderazgo revolucionario, “es más claro y preciso retomar las definiciones de Lenin (1915) y Trotsky (1931) expuestas anteriormente en este texto. Es decir, analizar situaciones revolucionarias sin liderazgo revolucionario”[25]. De este modo, la LIT repite el error que señalamos anteriormente de Moreno, quien consideraba situaciones, procesos y revoluciones indiscriminadamente.

Sin analizar los procesos desde la perspectiva de factores objetivos y subjetivos, es imposible caracterizar concretamente la realidad e intervenir correctamente. Esto no significa que no exista una lucha política dentro de los procesos, como lo demostró claramente la Revolución Rusa y la lucha de los bolcheviques por el poder en ella —una lucha fundamental para la victoria de la Revolución de Octubre y para el mantenimiento de los sóviets en el poder durante los primeros años de la revolución—, pero no se pueden improvisar las clases y los partidos que lideran la revolución. Por lo tanto, caracterizar los procesos revolucionarios exclusivamente por aspectos objetivos, como hace la LIT, es un grave error.

No basta con afirmar que las situaciones revolucionarias surgen de factores objetivos, ya sean luchas contra dictaduras, el imperialismo o enclaves. Los elementos sociopolíticos —como enseñó Trotsky y como quedó plenamente demostrado durante el siglo XX— también son determinantes de la dinámica de estos procesos. ¿Son revoluciones, rebeliones o levantamientos populares?

El tema estratégico y programático también se debate con la LIT. La dinámica del proceso revolucionario surge de la combinación desigual de tareas y sujetos, pero la LIT define el lema inmediato del proceso político para no vincularlo a tareas mediadas, es decir, tareas transicionales.

En su lógica política, una revolución contra una dictadura «tiene un eje programático en torno a su caída. Tenemos un programa de transición para la revolución socialista, centrado estratégicamente en la dictadura del proletariado, pero estructurado en torno al eje concreto de la lucha contra la dictadura burguesa».[26] De esta manera, la LIT retoma la concepción de un programa mínimo y máximo, en lugar de un programa de transición que vincule cada necesidad concreta con las medidas transicionales impuestas por la lucha de clases.

El programa de transición —un vínculo entre las necesidades (contenido de las consignas) y el nivel de conciencia de las masas (formas de las consignas)— es una herramienta para cerrar la brecha entre la conciencia inmediata y el objetivo histórico, buscando elevar la lucha cotidiana al horizonte de la toma del poder y la revolución socialista. En otras palabras, contrariamente a lo que sugiere la LIT, no existe un eje programático para cada evolución, separado de las tareas de la transición. Más bien, existe un programa de transición jerárquicamente construido y adaptado a cada realidad, que busca resolver los problemas para superar la dominación burguesa, la propiedad privada y la explotación mediante la movilización de la clase obrera, la construcción de estructuras de poder y partidos revolucionarios.

Por otro lado, en lo que respecta a las revoluciones propiamente dichas, la interpretación objetivista de la teoría de la revolución no permite caracterizar qué tipo de revolución está en marcha. Porque, al ignorar la dinámica de los sujetos que la conforman, no se puede definir la secuencia estratégica y táctica necesaria para la derrota de la burguesía y para que este proceso se desarrolle como una revolución socialista.

Este objetivismo, que define la revolución únicamente por la entrada de las masas en escena y no especifica de qué tipo de revolución hablamos, no considera otros aspectos fundamentales de la estrategia revolucionaria, es decir, las necesidades específicas de cada proceso de construcción de organismos democráticos con doble poder y liderazgo revolucionario.

La LIT afirma que otra contribución válida de Moreno es «la comprensión de las revoluciones socialistas victoriosas del pasado, lideradas por organizaciones reformistas». En otras palabras, cualquier revolución puede caracterizarse como socialista, independientemente de las tareas, el sujeto social y político, y el método empleado. De esta manera, se pierde toda necesidad programática, estratégica y organizativa, siempre que encontremos el lema adecuado… toda la lucha política necesaria para que las revoluciones se desarrollen como socialistas.

Al no reconocer la distinción entre revoluciones anticapitalistas y socialistas, desarrolla el concepto de que las tareas no transicionales pueden separarse de las transicionales. De ahí la idea de que cada revolución tiene un eje programático aislado del conjunto de otras tareas.

Para la LIT, los procesos revolucionarios de los siglos XX y XXI se produjeron independientemente de los sujetos involucrados. Esta formulación es un claro ejemplo de la aplicación objetivista que no distingue entre revolución, rebelión y levantamiento popular. Por lo tanto, caen en las trampas de los enfoques movidas, nacionalistas y economicistas. Ejemplos de estos errores teórico-programáticos incluyen: la postura de «Fuera todos» en medio de la ofensiva ultrarreaccionaria, la lucha por la emancipación de Palestina desconectada de la lucha por una solución socialista, y la lucha contra la escala 6×1 sin incorporar coherentemente el encarcelamiento de Bolsonaro.

En vez de actualización, fuga empirista

La evaluación crítica de la dirección de Moreno en la LIT continúa con un análisis de la sistematización de las categorías de épocas, etapas y situaciones de la lucha de clases. Estas categorías son un patrimonio más o menos común del marxismo revolucionario.

Las etapas dentro de la era de guerras, crisis y revoluciones definidas por Lenin se pueden dividir aproximadamente en cinco partes: 1) ascenso revolucionario, 2) ascenso fascista, 3) revoluciones de posguerra, 4) caída de los estados burocráticos, 5) nueva etapa de guerras, crisis, rebeliones y posibles revoluciones.

Como complemento a la periodización de la lucha de clases, dentro de cada etapa encontramos situaciones y, dentro de estas, coyunturas políticas. La categoría de etapa es una síntesis de diversas situaciones políticas, con sus contradicciones, tendencias y contratendencias, que tiene un significado común más general y suele durar alrededor de una década. Sin embargo, la LIT critica a Moreno por utilizar esta categoría —etapa—, que es más abstracta que la de situación. En una concepción doctrinaria, para ellos, dado que Lenin y Trotsky solo utilizaban categorías de época, situaciones y coyunturas, estas bastarían para hacer política…

En lugar de entender el escenario como una categoría que debe ser empleada en su dimensión dialéctica y concreta, la LIT lo rechaza porque “se ha convertido en un esquema que no ayuda a la formulación de nuestro programa y nuestras tareas”.[28] Sin embargo, si estamos ante una categoría política –una representación dialéctica del ser social– que expresa temporalidades reales del proceso histórico, no puede simplemente descartarse sin perjuicio del análisis y la caracterización.

La categoría de «escenario», como categoría intermedia entre períodos históricos y situaciones políticas, cuando se utiliza correctamente, ayuda a evitar que las organizaciones y vanguardias se dejen llevar por evaluaciones impresionistas de coyunturas más o menos favorables en la lucha de clases. Por lo tanto, el uso determinista de la categoría no puede justificar su abandono; al contrario, exige aprender a manejarla de forma crítica, concreta y no esquemática.

La LIT emprende un giro empirista, abandonando categorías por falta de competencia en su uso. La misma lógica de «abandono» de la categoría de escenario se aplica a la de situación mundial por falta de destreza en su uso. Esto se debe a que trabajó con una idea de «signo» que considera las tendencias y contratendencias de la lucha de clases.

Cometió el error histórico de utilizar la categoría de «situación mundial» en circunstancias tan adversas como las de finales de los años ochenta y noventa, cuando el equilibrio de poder era totalmente desfavorable. Esto condujo a la organización a una serie de errores de evaluación, previsión y política.

La LIT afirma haber empleado una «metodología objetivista, con la característica de sobrestimar los avances de las luchas y subestimar el peso de la dirección»[29]. Sin embargo, al no considerar las condiciones objetivas y subjetivas para caracterizar cualquier situación revolucionaria, este reconocimiento carece de fundamento. Por lo tanto, continúa utilizando la misma lógica objetivista para evaluar los procesos de la lucha de clases, así como para formular programas y tácticas.

Ante la falta de herramientas políticas, todos los problemas de la LIT se resolverían prestando más atención a los «procesos de la realidad y menos a las categorías»[30]. Es decir, un giro empirista los salvaría de errores teóricos y políticos… La salida pasa por «retomar lo elaborado por Lenin y Trotsky, sumado a la acumulación de debates de los primeros cuatro congresos de la Tercera Internacional».[31] En otras palabras, ninguna evaluación concreta del proceso de burocratización de la Revolución Rusa, ninguna evaluación concreta de lo que fueron las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX, y ninguna revisión crítica de los textos de Marx, Engels y otros autores.

Sin un marco teórico crítico, intervención política en la lucha de clases y criterios correctos de construcción, no hay salida a la crisis de la izquierda revolucionaria. Pero, para ellos, basta con retomar las categorías elaboradas por Lenin y Trotsky y todo está resuelto. Sin embargo, lo que vemos es que ni siquiera las categorías elaboradas por Lenin y Trotsky son asimiladas en toda su complejidad por esta organización, como se ve en el ejemplo de la categoría de revolución.

LIT y FT: la teoría de la “excepcionalidad”

Al revisar la actualización teórica realizada por la LIT, se hace evidente que se trata de una «crítica» del objetivismo que solo sirve para reafirmarlo. Esta crítica no comprende que, en la revolución socialista, la dialéctica es distinta a la de las revoluciones burguesas y anticapitalistas.

Pero esta idea errónea no solo se presenta en el texto que analizamos. Las recientes elaboraciones de la dirección de la LIT y del PSTU son emblemáticas, ya que el concepto de «revoluciones socialistas objetivas» es un legado común de esta corriente. Y, hasta donde sabemos —en los documentos que se han hecho públicos no hay ninguna mención crítica al objetivismo—, esto también se aplica a los sectores expulsados ​​o que se separaron del partido.

Importantes dirigentes de la LIT, en textos recientes, reafirman la totalidad de la tesis objetivista: “Moreno observó que en la posguerra habían surgido nuevos Estados obreros, como China, Cuba, Vietnam, así como los de Glacis, y ninguna de estas revoluciones tenía al proletariado como sujeto social ni a un partido revolucionario como sujeto político (…) Y que el problema era solo proyectar una continuidad necesaria de este proceso hacia el futuro”.[32]

De igual manera, se aferran al concepto objetivista de revolución, pues “las revoluciones, en la etapa imperialista, pueden ocurrir contra dictaduras o democracias burguesas”, pueden “ocurrir con diferentes sujetos sociales, diferentes tipos de dirección y tener los más diversos resultados” y que “es extremadamente improbable que revoluciones socialistas victoriosas se repitan sin el proletariado como sujeto social y un partido revolucionario en su dirección”.[33]

Otra dirigente importante va en la misma dirección cuando afirma que Moreno tenía razón al caracterizar a los nuevos Estados surgidos en la posguerra como “Estados obreros burocráticamente deformados (…) pero que sus direcciones no eran revolucionarias, pese a ir más allá de lo que eran sus intenciones”.[34]

Como podemos ver, tenemos la misma concepción reduccionista de la revolución socialista. La única corrección que hacen es que estas revoluciones fueron excepcionales. Así, copian la concepción de la corriente que critican (FT) sin avanzar un ápice en la diferenciación entre la dinámica de las revoluciones socialistas y las revoluciones que expropian a la burguesía.[35]

Definir las revoluciones que expropian a la burguesía como revoluciones socialistas excepcionales implica un desarme teórico-político global. Al caracterizar cualquier proceso revolucionario, no podemos descomponerlo en elementos objetivos y subjetivos. Pues, por desigual que sea la dinámica entre elementos objetivos y subjetivos, siempre existe una combinación desigual entre ellos que no nos permite caracterizar las revoluciones únicamente por el levantamiento de las masas.

Antes de concluir esta primera parte de nuestro texto, debemos señalar brevemente nuestras diferencias con la FT. Este debate sobre la actualización de la Teoría de la Revolución Permanente y el Programa de Transición también debe llevarse a cabo con esta organización.

Ya hemos tenido la oportunidad de criticar su interpretación de la actualización de Moreno a la teoría de la revolución en otros textos de nuestra corriente. En nuestra opinión, adolece de falta de sustancia, pues no capta los nuevos fenómenos y elementos de la realidad para incorporarlos al corpus teórico marxista. Solo así podremos llevar a cabo una actualización concreta de la teoría, definir qué tipo de revoluciones de posguerra fueron y qué estados crearon. [36]

Este dogmatismo se deriva de una fidelidad a la letra muerta de las ideas de Trotsky. De igual manera, la dirección de la LIT —que parece copiar el método de la FT— se niega sistemáticamente a revisar críticamente las experiencias revolucionarias del siglo XX. Su «evaluación» histórica se limita a afirmar que las revoluciones anticapitalistas de la posguerra fueron «excepciones». Por lo tanto, no sistematiza ninguna lección estratégica para la teoría de la revolución y la transición.

En su reciente polémica con la actualización teórica de la LIT, afirma que Moreno “se equivocó al considerar como regla los acontecimientos ocurridos en la segunda mitad del siglo XX, especialmente el aspecto de que las revoluciones de posguerra no fueron lideradas por partidos revolucionarios con hegemonía obrera, lo que moldeó el carácter (deformado) de estos nuevos Estados obreros, con importantes consecuencias para la revolución internacional”.[37]

En otras palabras, para ella, estas fueron revoluciones que fundaron estados obreros sin que la clase obrera estuviera en el poder. Y, como este proceso no se repetirá, no importa hacer balance ni sacar conclusiones al respecto.

Así, la crítica dirigida a la LIT, argumentando la excepcionalidad de las revoluciones socialistas sin una dirección obrera y revolucionaria, es una variante del objetivismo. No comprende que estos procesos fueron revoluciones anticapitalistas que expropiaron a la burguesía, pero que fundaron estados burocráticos que impidieron la transición socialista.

El doctrinarismo que no logra sintetizar los nuevos procesos de la lucha de clases tiene consecuencias programáticas y políticas. Esta postura contribuye al desarrollo de posiciones políticas en importantes procesos de lucha —las rebeliones populares, la guerra en Ucrania, la lucha palestina, la ofensiva reaccionaria en Brasil, entre otros— que abarcan desde el sectarismo hasta el oportunismo, incluyendo el abstencionismo y el economicismo.

Actualización teórica y política

En conclusión, deseamos reafirmar que la autocrítica de la LIT no supera el objetivismo que la ha caracterizado históricamente. El reduccionismo, el esquematismo y el objetivismo que generaron crisis políticas y organizativas siguen siendo parámetros fundamentales en sus elaboraciones más recientes.

La LIT fracasa teóricamente en condiciones mucho mejores para realizar una evaluación histórica y teórica que las que Moreno tenía en su época, pues permanece atrapada en la telaraña del objetivismo. En su teoría de la revolución, todo derrocamiento del estado burgués y toda expropiación del capitalismo se transforman en una revolución socialista y un estado obrero.

La LIT ha perdido completamente de vista las especificidades de la revolución socialista. No puede apoyarse en el automatismo socioeconómico inherente a la revolución burguesa. La participación cada vez más amplia y consciente de la clase obrera en su conjunto, a través de sus organizaciones y partidos, en la organización y dirección de la sociedad es fundamental.

La dirección de la LIT, incluso con la ventaja de haber visto la película completa, no se da cuenta de que la explicación de Moreno contiene un error crucial. No percibió que la URSS había experimentado una profunda transformación —de un estado obrero a un estado burocrático— y que los nuevos estados no capitalistas de posguerra se formaron directamente como estados burocráticos, y no como estados obreros deformados.[38]

La revisión teórica del proceso de burocratización de la Revolución Rusa establece bases fundamentales para comprender las revoluciones anticapitalistas de posguerra. Estas revoluciones fueron históricas, progresistas y abrieron grandes posibilidades; sin embargo, sin la clase obrera y su subjetividad, no pudieron construir estados obreros, y mucho menos lograr la transición al socialismo, ya que mantuvieron, en su dinámica socioeconómica central, la permanencia de la explotación y opresión de la clase obrera por parte de la burocracia.

La crítica de LIT a la interpretación de Moreno de las opiniones de Lenin y Trotsky sobre la revolución es reduccionista, ya que ignora por completo el hecho de que la experiencia histórica demuestra la centralidad de la clase trabajadora y su subjetividad cuando se trata de la revolución socialista.

El resultado es una concepción de la revolución que no es vívida ni vivida; una elaboración anacrónica que dificulta enormemente un marco político-programático adecuado ante los nuevos fenómenos de la lucha de clases. Este anacronismo tiene consecuencias políticas y organizativas. La LIT acabó acumulando una inercia teórica, política y organizativa que la incapacitó para interpretar la dinámica del nuevo proletariado, las nuevas formas de movilización y las rebeliones populares.

No se dieron cuenta de que la crisis de liderazgo revolucionario, como señaló Trotsky en el Programa de Transición, se había acentuado más que en la década de 1930. Con la caída de los estados burocráticos, la crisis de la alternativa socialista también se incorporó a la crisis de liderazgo. En otras palabras, no se percataron de que una crisis política más estratégica había emergido como elemento de la dinámica de la lucha de clases desde la década de 1990.

Finalmente, el estallido de la LIT en 2025 se explica en gran medida por el apego de esta organización a la pseudoteoría de las «revoluciones socialistas objetivas». Sin un rearme que supere el dogmatismo, el reduccionismo y el esquematismo, el desastre teórico, político y organizativo de esta organización —que ha errado en casi todos los procesos importantes de la lucha de clases en los últimos años— se perpetuará.

Una conclusión simple, pero profunda y estratégica, es la necesidad de superar las limitaciones de la teoría de la revolución dejada por nuestros clásicos, sin perder de vista ni un segundo que la clase obrera —sus organizaciones y partidos— constituye el elemento fundamental para que los procesos revolucionarios se plasmen en revoluciones socialistas. Por lo tanto, es necesario luchar hasta el final para construir las condiciones subjetivas que permitan la intervención revolucionaria en las luchas decisivas que comienzan a desenvolverse en la realidad.

Este esfuerzo de evaluación teórica y política que ha emprendido la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie, además de otros éxitos estratégicos, nos ha permitido acumular elaboración teórica, intervención política y construcción organizativa, lo que nos posiciona como una de las corrientes más dinámicas del trotskismo mundial actual. Así, es en la profunda recuperación del hilo conductor de la revolución en la que apostamos al lanzar nuestra corriente internacional hace 20 años, y en la que seguiremos apostando estratégicamente. Finalmente, esta es la perspectiva con la que trabajaremos en la segunda parte de este texto, dedicada a una crítica de la línea política de la LIT en los principales procesos de la lucha de clases de los últimos tiempos.

Referencias:

ALMEIDA, Eduardo; OPPEN, Florencia; BOSCO, Fábio. El programa y la revolución: una polémica con la FT (Fracción Trotskista). Disponible en:https://encurtador.com.br/FPiA

ARTAVIA, Victor. Estalinismo o socialismo: las democracias populares de Europa del Este. Disponible en:https://encurtador.com.br/qPUl

LIT. Sobre situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional. Disponible en:https://encurtador.com.br/KNIK

PARIS, Danilo. Los dilemas de la LIT-QI en su autocrítica a Nahuel Moreno y la relevancia de la revolución permanente. Disponible en:https://encurtador.com.br/BueJ

RAMÍREZ, Roberto. Sobre la naturaleza de las revoluciones de posguerra y los estados “socialistas”. Revista Socialismo o Barbarie, 2008. Disponible en portugués enhttps://encurtador.com.br/BZtL

RAKOVSKY, Christian. Los peligros profesionales del poder. Disponible en:https://encurtador.com.br/mphX
SÁENZ, Roberto. El marxismo y la transición socialista. Tomo I: Estado, poder y burocracia. ISQWEB, 2024.

– Notas sobre la teoría de la revolución permanente. Revista Socialismo o Barbarie n.º 17-18, 2004. Disponible en portugués enhttps://encurtador.com.br/OSXR

TROTSKY, León. La revolución permanente. Kairós, 1985.

¿Hacia dónde va Francia? Editorial Desafío, 1994.

– Historia de la Revolución Rusa. Lerner, 1985.

– Conferencias de octubre: ¿Qué fue la Revolución Rusa? El Yumque, 1975.

– El Programa de Transición. Sundermann Publishing, 2017.

Notas:

[1] Este texto es un primer intento de interpretación crítica de las posiciones de la LIT contenidas en Sobre las situaciones de la lucha de clases en nivel nacional e internacional. Para ello nos apoyamos en la rica elaboración de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie (SoB), particularmente en el libro El marxismo y la transición socialista. Tomo I: Estado, poder y burocracia (Roberto Sáenz) y en los ensayos Notas sobre a teoria da revolução permanente (Roberto Sáenz), Sobre a Natureza das revoluções do pós-guerra e dos “Estados socialistas” (Roberto Ramirez) y Estalinismo ou Socialismo (Victor Artavia). A excepción de El marxismo y la transición socialista, que Boitempo publicará el próximo año, los demás ya han sido traducidos al portugués y están disponibles en el sitio web.https://esquerdaweb.com/

[2] Corriente del trotskismo liderada por Nahuel Moreno (1924-1987) que fue hegemónica en América Latina antes de sus interminables rupturas. Antes de su declive, tuvo características importantes, como la intervención política en la lucha de clases, la construcción independiente de aparatos, la lucha contra el foquismo y la inserción en la clase obrera. Sin embargo, la inercia teórico-política, la adaptación a los aparatos sindicales y el economicismo constituyen una combinación de elementos que provocan su declive.

[3] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[4] Lo mismo.

[5] Lo mismo.

[6] Según Sáenz (2024), estas revoluciones socialistas y antiburocráticas dejaron numerosas lecciones estratégicas para la revolución del futuro. Como parte de este proceso, tuvimos el levantamiento proletario de Berlín en junio de 1953, la revolución húngara de 1956, la Primavera de Praga en 1968, los levantamientos antiburocráticos en Polonia entre 1980 y 1988, la Revolución portuguesa de 1975 y la de Irán en 1979. Estas habrían sido las últimas revoluciones de inspiración socialista del siglo XX.

[7] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[8] Lo mismo.

[9] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[10] El ensayo de Roberto Ramírez, «Sobre la naturaleza de las revoluciones de posguerra», analiza el carácter de las revoluciones de posguerra (China, Cuba, Europa del Este) y critica la interpretación mayoritaria del trotskismo, que clasificaba estos regímenes como «estados obreros deformados». Para Ramírez, esta concepción es objetivista y sustitucionista: toma la expropiación de la burguesía como criterio suficiente e ignora el hecho decisivo de que la clase obrera no dirigió ni ejerció el poder real en estos procesos. Así, la burocracia u otros estratos sociales cumplieron el papel que le correspondía al proletariado. El autor también cuestiona cómo estos supuestos «estados obreros» pudieron retornar al capitalismo sin una resistencia obrera significativa, lo que revela que los trabajadores nunca fueron la clase dominante en estas formaciones. Retomando a Marx, Engels, Lenin, Rakovsky, Trotsky y Naville, Ramírez demuestra que, tras la expropiación, la estructura económica y el Estado dejan de ser autónomos, como en el capitalismo: sin democracia obrera, se establece inevitablemente un Estado burocrático, con relaciones de producción basadas en la apropiación del excedente por parte de la burocracia, que se convierte en la clase política hegemónica. Estos Estados no representan una desviación dentro del socialismo, sino una forma específica de dominación y explotación, históricamente limitada y condenada a la restauración capitalista, como lo confirman la URSS, Europa del Este y la evolución de China. Finalmente, Ramírez concluye que la experiencia histórica del siglo XX confirma la imposibilidad estratégica del sustitucionismo: ninguna burocracia, grupo guerrillero o estrato pequeñoburgués puede reemplazar a la clase obrera en el proceso de revolución y transición socialistas, y apostar por estas variantes siempre conduce al desastre. La tarea decisiva del siglo XXI es reconstruir la centralidad política de la clase obrera y la democracia obrera. Lea el texto completo enhttps://encurtador.com.br/aRuO

[11] Christian Rakovsky (1873-1941), de origen búlgaro-rumano, fue médico y líder político revolucionario en Europa y, posteriormente, en la Revolución rusa. Militante internacionalista desde joven, participó en la Segunda Internacional y fue una de las principales figuras del socialismo rumano y balcánico. Después de 1917, se unió al gobierno soviético, llegando a ser presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de Ucrania y desempeñando un papel relevante en la diplomacia soviética. Con el declive de la Revolución rusa, Rakovsky se convirtió en una de las figuras centrales de la Oposición de Izquierda liderada por Trotsky. Su texto «Los peligros profesionales del poder» (1928) se considera un análisis precursor de la formación de la burocracia soviética. Debido a su oposición, fue perseguido, encarcelado y deportado por el régimen estalinista, permaneciendo aislado durante años. No confesó ni denunció a nadie; Trotsky caracterizó el éxito de Stalin al lograr la capitulación de Rakovsky debido a la amenaza nazi. En 1941, durante la invasión alemana, fue ejecutado por la policía secreta estalinista.

[12] Ibíd., págs. 403 y 404.

[13] Sobre el tema, lea el ensayo “Estalinismo o socialismo” de Victor Artavia, que demuestra que las llamadas democracias populares de Europa del Este (1945-1956) no fueron “estados obreros deformados”, sino estados burocráticos desde su origen. La URSS ocupó la región con un proyecto nacional-estalinista, manteniendo frentes populares y cierta propiedad privada, a la vez que destruía toda autoorganización obrera e imponía un sistema de saqueo económico. Con la Guerra Fría, en 1948 se produjo el “punto de inflexión decisivo”: partido único, sumisión total al Cominform, golpes de Estado organizados desde arriba (como en Praga), represión generalizada, purgas y juicios absurdos. Solo después de aplastar cualquier autonomía del proletariado, la burocracia llevó a cabo expropiaciones, colectivizaciones forzadas y nacionalizaciones, pero todas ellas llevadas a cabo por un aparato estatal que no expresaba el poder de los trabajadores. El resultado es un modelo de planificación burocrática, orientado a la acumulación de riqueza por parte de la propia clase dominante, con un deterioro del nivel de vida, un productivismo desenfrenado y una represión permanente. Artavia concluye que identificar la expropiación con la dictadura del proletariado es una visión objetivista: en las democracias populares, la expropiación generó estados burocráticos anticapitalistas que bloquearon cualquier transición socialista y prepararon, décadas después, el terreno para la restauración capitalista. Lea el artículo completo en [enlace al artículo].https://encurtador.com.br/QQPv.

[14] Entre estos sectores críticos, por un lado, destacó la escuela de pensamiento de Tony Cliff, que caracterizaba a la URSS y a los nuevos estados de posguerra como formas de capitalismo de Estado, argumentando que la burocracia funcionaba colectivamente como clase capitalista; y, por otro, la formulación del colectivismo burocrático, asociada a autores como Max Shachtman, quien argumentaba que estos regímenes constituían un nuevo modo de producción, distinto tanto del capitalismo como del socialismo, basado en la dominación de una nueva clase burocrática explotadora. Si bien señalaron correctamente el carácter burocrático y antidemocrático de estos estados, estas interpretaciones terminaron minimizando o negando los elementos progresistas presentes en el colapso del poder burgués y la nacionalización de los medios de producción.

[15] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[16] Sáenz, 2024, p.391.

[17] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[18] León Trotsky. Programa de Transición.

[19] Sáenz, 2024, p.403.

[20] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[21] Lo mismo

[22] Ídem.

[23] Es erróneo llamar “revoluciones de febrero” a todos los procesos del siglo XX que no condujeron a dictaduras proletarias ni a la transición al socialismo, porque esta clasificación ignora toda su especificidad y el hecho de que tuvieron motivos, dinámicas y alcances profundamente diferentes. Al reducir la inmensa diversidad histórica a una categoría basada en la “ausencia” de clase obrera, liderazgo revolucionario y estructuras de poder, se crea una tipología política reduccionista que establece como similares todos los procesos que no cuentan con el protagonismo de la clase obrera y los partidos revolucionarios. Por otro lado, en la Rusia de 1917, febrero y octubre no fueron dos revoluciones distintas, sino etapas de un único proceso revolucionario continuo, lo que hace aún más artificial el uso de “febrero” como categoría clasificatoria general para procesos revolucionarios sin subjetividad obrera y socialista.

[24] Sobre las situaciones de lucha de clases a nivel nacional e internacional.

[25] ídem.

[26] ídem.

[27] Ídem.

[28] Ídem.

[29] Ídem.

[30] Ídem.

[31] Ídem.

[32] El programa y la revolución: Una polémica con la FT (Fracción Trotskista).

[33] Ídem.

[34] Moreno y el morenismo: un debate con el MRT y la Fracción Trotskista.

[35] Respecto a cómo el trotskismo procesó las revoluciones de posguerra, un texto fundamental de la corriente Socialismo o Barbarie (SOB) son las Notas sobre la Teoría de la Revolución Permanente. Este texto, seminal y fundacional de la corriente SOB, data de hace 20 años y ya exponía en gran medida las tesis que se desarrollarían en textos posteriores. El texto analiza las polémicas dentro del movimiento trotskista tras la muerte de Trotsky, destacando que la fundación de la Cuarta Internacional tuvo un papel histórico esencial en la preservación del marxismo revolucionario frente al avance del estalinismo. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, muchas de las predicciones de Trotsky no se cumplieron: no hubo revoluciones obreras en Europa, el estalinismo se fortaleció con la victoria sobre el nazismo, el capitalismo entró en un auge económico y el centro de las luchas revolucionarias se desplazó a la periferia del sistema. Esto condujo a crisis internas dentro de la Cuarta Internacional. Las corrientes antidefensivas (Schachtman) llegaron a considerar a la URSS como una forma de barbarie burocrática y a negar su defensa contra el imperialismo, postura criticada por perder el criterio marxista de distinguir entre opresor y oprimido. La corriente de Tony Cliff definió a la URSS y a los estados de posguerra como «capitalismos de Estado» y a las revoluciones como «burguesas», borrando el carácter antiimperialista y no capitalista de estos procesos e igualando a los países imperialistas y semicoloniales. El mandelismo, por otro lado, sobreestimó el carácter socialista de las revoluciones de posguerra y atribuyó una naturaleza revolucionaria a los liderazgos estalinistas y nacionalistas, lo que resultó en una adaptación política estructural; también se dice que Mandel mistificó la economía soviética y definió erróneamente a la burocracia como «proletaria». Sin embargo, el texto valora a autores, como Pierre Naville, que refutan esta visión, afirmando la continuidad de la ley del valor y la explotación burocrática del proletariado. El texto concluye criticando al morenismo por su teoría «objetivista» que clasificó las revoluciones de posguerra como «obreras y socialistas» sin un sujeto obrero consciente, factor que supuestamente contribuyó a su crisis a finales de la década de 1980. Finalmente, critica al PTS (partido argentino de la misma corriente que el MRT brasileño) por realizar una crítica «insustancial» del morenismo, que mantiene intactas las mismas bases objetivistas y premisas teórico-programáticas del trotskismo de posguerra que pretende cuestionar. El PTS acepta como correcta la idea de que las revoluciones anticapitalistas, incluso sin liderazgo obrero y sin acción consciente de la clase obrera, podrían haber sido «objetivamente socialistas» y generado «estados obreros deformados». Recurre a la noción de «excepcionalidad» del período 1943-48, pero es incapaz de explicar cómo pudo haber ocurrido una transición socialista sin una dictadura proletaria ni organismos de autodeterminación de masas. Así, al no revisar críticamente el legado del trotskismo de posguerra,Reproduce el mismo objetivismo que pretende superar y asigna a la burocracia estalinista el papel de dirigir la revolución socialista «a su manera». Lea este ensayo completo en [enlace al ensayo].https://encurtador.com.br/OSXR.

[36] Véase el extenso ensayo Las revoluciones de pós-guerra y el movimiento trotskista en Notas sobre la teoría de la revolución permanente. Revista Socialismo o Barbarie nº 17-17, 2004. Disponible en portugués enhttps://encurtador.com.br/OSXR

[37] Los dilemas de la LIT-QI en su autocrítica a Nahuel Moreno y la relevancia de la revolución permanente.

[38] Los peligros profesionales del poder es una prodigiosa elaboración de Christian Rakovsky de fines de la década de 1920. Esta elaboración es retomada y profundizada por Roberto Sáenz como parte de una inmensa revisión crítica de varios otros autores marxistas en la obra El marxismo y la transición socialista.

Seremos directos: Te necesitamos para seguir creciendo.

Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda Web se sustenta con el aporte de las y los trabajadores.
Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.

Me Quiero Suscribir

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí