Somos los hombres huecos.
Los hombres disecados
Apoyándonos mutuamente
El casco está vacío. ¡Ay de nosotros!
(…) Forma sin forma, sombra sin color
Fuerza paralizada, un gesto sin vigor
(Los hombres huecos, T. S. Eliot )
Artículo de Esquerda Web. Traducción al español: Víctor Artavia.
En la mañana del 20 de octubre de 2025, durante una ceremonia en el Palacio de Planalto para el lanzamiento del programa Reforma Casa Brasil, la presencia del diputado federal Guilherme Boulos (PSOL-SP) llamó la atención. Si bien no formaba parte oficialmente del gobierno, Boulos ocupó un lugar destacado en el evento, ocupando el asiento reservado para el entonces ministro de la Secretaría General de la Presidencia, Márcio Macêdo, quien no asistió. Horas más tarde, se confirmó el cambio en la dirección del ministerio, tras una reunión en la oficina presidencial entre el presidente Lula, Boulos y Macêdo.
El nombre de Boulos ya se barajaba entre bastidores como posible candidato para integrar el primer consejo de gobierno de Lula. Su nominación formaba parte de una reconfiguración táctica destinada a dar una imagen progresista a la administración federal, en respuesta al descontento de los sectores sociales con la agenda liberal-social. El nombramiento también representa un reconocimiento político a la postura de Boulos, quien ha actuado como defensor acrítico del gobierno, contribuyendo a la neutralización de la oposición de izquierda, la instrumentalización de los movimientos sociales y la completa capitulación del PSOL ante el papel de mero instrumento del proyecto de Lula .
Tras la salida de Macêdo, Guilherme Boulos fue nombrado oficialmente jefe de la Secretaría General de la Presidencia de la República (SGPR), el organismo encargado de mantener el enlace con los movimientos sociales y los consejos participativos, así como de coordinar las acciones institucionales del Ejecutivo. El cambio se venía comentando en privado desde octubre, y episodios como la ausencia de Lula en un acto organizado por la SGPR —interpretada como una señal de tensión— reforzaron los indicios de transformación.
Según el propio Boulos , la invitación para unirse al gobierno se realizó el viernes 17 de octubre. Diputados del PSOL, como Chico Alencar (RJ), confirmaron que la decisión fue personal y no contó con la participación del partido. «No fue una decisión que se tramitó en el partido. Habló con sus allegados», afirmó Alencar, y añadió: «Pero lo apoyaremos, hará un buen trabajo».
La decisión unilateral de Boulos expone la ruina categórica del PSOL: una condescendencia hacia el caudillismo, sostenida por la orientación posibilista[1] y oportunista de corrientes como Resistência e Insurgência, pero también por el oportunismo complementario del MES, corriente que articuló la federación con un partido burgués, Rede Sustentabilidade, bajo una justificación puramente electoral.
En otras palabras, independientemente de las diferencias internas —todas restringidas al plano táctico, ya que, en mayor o menor medida, se disuelven en la misma estrategia reformista—, lo que tenemos hoy en el PSOL es la consumación de un proceso de adaptación orgánica al aparato estatal y la incapacidad de concebir la lucha de clases más allá de los cálculos parlamentarios. Es como si la existencia del partido y sus miembros dependiera, en última instancia, no de la movilización social, del vínculo orgánico con nuestra clase y de la independencia política, sino de un puñado de escaños en el Congreso.
Lamentablemente, este proceso destruyó al PSOL como referente de independencia política de clase. El partido que nació como alternativa al proyecto de conciliación del PT, ahora se doblega por completo ante la lógica de gobernabilidad del lulismo. Integrado al orden burgués y sometido a la dirección de un gobierno burgués, el PSOL abandona cualquier horizonte estratégico de ruptura y se limita a operar dentro de los límites de la posibilidad institucional. Como afirmó Plínio de Arruda Sampaio Jr. en el último debate que mantuvimos, al aceptar este papel, al PSOL y a sus principales dirigentes no les queda más que la administración de la barbarie.
Esta degeneración, sin embargo, no comenzó —ni se consuma— ahora. En 2022, con la adhesión al frente amplio de Lula-Alckmin, articulado mediante una serie de maniobras antidemocráticas y sostenido por posturas ya desmentidas por la concreción de la realidad, se produjo una primera ruptura, liderada por nuestra corriente —Socialismo o Barbarie—, por el propio Plínio de Arruda Sampaio Jr. y por decenas de activistas independientes. La nominación de Boulos solo concluye lo que comenzó allí: la histórica capitulación del PSOL, sellada ahora desde dentro del propio Estado burgués.
Este movimiento de integración orgánica en el aparato estatal burgués se expresó simbólica y concretamente en la toma de posesión de Boulos. Su entrada en el gobierno se produjo bajo la sombra de la mayor masacre policial de la historia del país. Mientras aún se recuperaban decenas de cuerpos de los bosques de Penha y Alemão, el nuevo ministro se limitó a un minuto de silencio, un gesto simbólico que, lejos de expresar condena o una verdadera voluntad de confrontar a la extrema derecha y su guerra contra los pobres, funcionó como una fachada humanitaria para lo que, en la práctica, operó como escudo institucional para el gobernador Cláudio Castro.
La reacción del gobierno de Lula —del que ahora forman parte el PSOL y Boulos— ilustra pedagógicamente este proceso de adaptación completo: tras un breve momento de consternación pública, el Planalto reveló rápidamente su incapacidad, o falta de voluntad, para confrontar a la extrema derecha y romper con la lógica represiva del Estado. Al proponer la creación de una “oficina de lucha contra el crimen” tras la reunión entre el ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, y el gobernador de Río de Janeiro, Cláudio Castro, el gobierno federal terminó legitimando políticamente las acciones criminales del partidario de Bolsonaro, quien recurre al terrorismo de Estado y a la barbarie planificada como ensayo para la rehabilitación estratégica de la extrema derecha en el país.
Por lo tanto, el nombramiento de Boulos es simplemente el acto final de un partido que, transformado en el ala izquierda del liberalismo y completamente integrado en el orden burgués, bajo la dirección de un gobierno burgués liberal-social, sabotea activamente el relanzamiento del marxismo revolucionario en el siglo XXI, limitándose vergonzosamente a la utopía reaccionaria de una administración más humanizada del capital y su barbarie.
El derrotismo oportunista de Resistencia-PSOL
“Los periódicos nos informan de que en España todos los partidos de izquierda, tanto burgueses como obreros, han formado un bloque electoral basado en un programa común. (…) La novedad reside en la firma del partido Maurín – Nin -Andrade. Los antiguos comunistas de izquierda españoles se han convertido en la última cola de la burguesía de izquierda. ¡Es difícil imaginar una caída más humillante! (…) Nunca he enseñado, nunca he enseñado a nadie, la traición política. Y la conducta de Andrade no es más que una traición al proletariado en beneficio de una alianza con la burguesía[2]. ”
En 2016, el PSTU, atrapado en una orientación sectaria y economicista —expresión de su impresionismo político (la « salida fácil» )[3] y una lectura dogmática del objetivismo de Nahuel Moreno, incapaz de comprender la naturaleza contradictoria y el peso histórico del lulismo en la formación de la conciencia colectiva— sufrió la ruptura más significativa de su trayectoria. De hecho, incluso hoy el partido y su corriente internacional, la LIT-CI, siguen sufriendo escisiones sucesivas, resultado de un proceso que puede caracterizarse como una forma de autosabotaje teórico-estratégico: la completa incapacidad para extraer lecciones profundas de las experiencias revolucionarias del siglo XX y, por lo tanto, una desorientación estratégica permanente que los lleva repetidamente a caer en el vacío. Pero este tema excede el alcance de este texto; lo abordaremos en una nota específica.
Luego, con esta importante ruptura, surgió el MAIS, una organización que, mediante su fusión con NOS, daría origen a lo que hoy conocemos como Resistência, una corriente interna dentro del PSOL. Desde su salida del PSTU hasta su ingreso al PSOL —un movimiento que, en aquel entonces, considerábamos como progresivo—, el giro a la derecha y la completa degeneración de Resistência en una corriente derrotista y oportunista (la otra cara del impresionismo) se produjeron en un abrir y cerrar de ojos. Un proceso acelerado de adaptación al orden establecido, dirigido por un antiguo teórico de la revolución permanente convertido en entusiasta militante de la revolución pasiva.[4]
A diferencia de su antiguo partido, el PSTU, que buscaba combatir el lulismo mediante el sectarismo, la incapacidad de comprender las mediaciones necesarias en la lucha por la conciencia y, por ende, la marginalidad política, Resistencia optó por el camino opuesto. Ante las dificultades de confrontar políticamente un fenómeno de masas como el lulismo —cuya superación solo es posible en contextos revolucionarios y mediante la acción independiente de la clase trabajadora—, se decantó por la adaptación y la no confrontación.
Así, enarbolando la bandera del posibilismo y desechando por completo los principios del marxismo revolucionario —hasta el punto de mencionarlos únicamente en ocasiones festivas—, Resistencia inicia su transformación, o, mejor dicho, su degeneración, mediante elaboraciones que no son más que justificaciones infundadas y deshonestas para su progresiva adaptación al régimen burgués.
Este movimiento lo aleja cada vez más de los sectores más dinámicos y progresivos de la lucha de clases —como la juventud, por ejemplo— y lo sitúa en el ámbito de la pasividad, el cretinismo parlamentario y las especulaciones derrotistas, incapaz de dejarse guiar por la riqueza y la complejidad de la realidad.
Es en este proceso donde esta organización asume un papel protagónico en la liquidación del PSOL como partido independiente y alternativa de izquierda al lulismo, y, por ende, en la bancarrota presente y futura de sus perspectivas revolucionarias. Pero, por supuesto, no sin la colaboración activa de quienes se dicen opuestos al partido, tema que abordaremos más adelante.
En 2021, mientras estábamos inmersos en una disputa desigual —y profundamente antidemocrática— dentro del PSOL sobre tácticas electorales para las elecciones presidenciales, Valerio Arcary afirmó que el frente electoral que se estaba estructurando en torno a la candidatura de Lula-Alckmin era un «Frente Electoral de Izquierda», lo que, según él, legitimaría la posibilidad de una coalición.
« (…) Contar con fuerza propia es fundamental a la hora de definir las tácticas revolucionarias. Pero no excluye la posibilidad de presentar un Frente Electoral de Izquierda. (…) La táctica del Frente Electoral de Izquierda no reduce al PSOL a un satélite del PT. Un posible apoyo a Lula en las elecciones presidenciales no implica dejar de construir el PSOL como polo para la reorganización de la izquierda más combativa, y por tanto, crítica e independiente del PT [5]. »
Cuatro años después, con el tercer gobierno de Lula ya consolidado, no cabe duda sobre la naturaleza política y de clase de la coalición que lo apoya: se trata de un gobierno burgués, liberal-social, con la clara función de intentar normalizar el régimen político tras el ciclo de Bolsonaro, buscando restaurar la confianza del capital y las instituciones en la «gobernabilidad democrática» dentro del marco de una democracia liberal en crisis, no solo en Brasil, sino en todo el mundo.
Este intento de “reconciliación nacional” —una utopía reaccionaria frente a la nueva etapa del capitalismo— no solo no logró romper con las contrarreformas heredadas de los gobiernos de Temer y Bolsonaro, sino que las consolidó y profundizó. La postura ante la masacre de Río de Janeiro, el nuevo marco fiscal (un tope de gasto reformulado), la reforma tributaria regresiva que penaliza a los más pobres, el proyecto de ley sobre la devastación ambiental, la enmienda a la Seguridad Pública, la exploración petrolera en el estuario del Amazonas, la continuación de las privatizaciones y una vasta gama de otros ejemplos, son solo algunas expresiones concretas de este proyecto de gestión burguesa “responsable”, con cada vez menos margen para concesiones a los explotados y oprimidos, que el lulismo representa hoy.
La caracterización que hace Arcary de la fórmula Lula-Alckmin como un «Frente de Izquierda» o una especie de «Frente Electoral Obrero Unido» no puede entenderse como un mero error táctico o un lapsus analítico. Es una expresión de cretinismo parlamentario y cinismo político, pues relativiza principios fundamentales del marxismo revolucionario —en especial el principio de independencia de clase— en nombre de un pragmatismo que, en la práctica, se rinde ante la lógica de la colaboración de clases y la capitulación total al institucionalismo.[6]
Con Trotsky aprendimos que los principios del socialismo no son un lujo opcional para tiempos de prosperidad. De hecho, son la condensación histórica de la experiencia de la clase obrera: pilares erigidos que funcionan como un verdadero axioma del movimiento obrero. Desestimarlos en nombre de la coyuntura o la situación política significa, por lo tanto, renunciar a la perspectiva histórica misma de la revolución. Solo los más desorientados podrían sugerir la demolición de un pilar que, entre otras cosas, sostiene el peso de todo un edificio, transmitiendo la carga de las vigas y losas a la base.
En otras palabras, al difuminar la frontera entre los proyectos reformistas para administrar el orden establecido —cada vez más inviables dadas las condiciones objetivas del capitalismo contemporáneo— y las estrategias revolucionarias para romper con el orden social del capital, la postura de la Resistencia no hace más que distanciarse de la vanguardia y desarmarla políticamente, rebajar el horizonte de la lucha anticapitalista y legitimar un gobierno cuyo papel histórico es precisamente contener las tensiones sociales desde dentro de las instituciones burguesas: priorizando los intereses de la clase dominante y, cuando es posible, haciendo algunas concesiones a los desfavorecidos. Es decir, nada de esto tiene que ver con tácticas electorales ni con un voto crítico a favor de Lula en la segunda vuelta —¡como hicimos y podemos volver a hacer!
La experiencia concreta del tercer gobierno de Lula demuestra claramente que no fue —ni remotamente— un gobierno reformista de izquierda. Aunque Valerio Arcary reconoce ahora el carácter burgués del gobierno, sigue defendiendo, en sus especulaciones, la posibilidad de desafiarlo desde la izquierda, como quien intenta convertir a un tiburón en vegetariano. Lo que en realidad se consolida —y que se preparó y construyó previamente para ganar las elecciones— es un amplio frente de conciliación de clases, guiado por un programa burgués y forjado para intentar garantizar la estabilidad del (des)orden en tiempos de crisis. Insistir en la ilusión de que sería posible participar en este frente o apoyarlo en nombre de las «luchas parciales» o las «victorias tácticas» supone, como mínimo, abandonar cualquier perspectiva estratégica de ruptura social, sustituyéndola por un posibilismo que solo sirve para inhibir la construcción de una alternativa socialista independiente arraigada en la lucha de clases: es decir, la superación del lulismo.
Arcary también afirmó —y aún afirma— que Lula sería una «conquista para la clase trabajadora», si bien con reservas y advertencias contra el culto a la personalidad. Pero esta caracterización parece invertir la realidad: el lulismo, al operar como una fuerza preventiva contra la movilización independiente de las masas, actuando como mediador institucional de su descontento para neutralizarlo mejor, cumple una función estratégica para la estabilidad del régimen. De hecho, es menos un instrumento de concesiones y más un freno: un mecanismo acordado con la clase dominante para preservar el orden. En este sentido, Lula dista mucho de ser una conquista para la clase trabajadora; más bien, es una conquista de la burguesía sobre ella.
En 2021, al defender la entrada del PSOL en el frente burgués de Lula-Alckmin, Arcary declaró: «(…) El PSOL no negocia colaboración, integración ni participación en un posible gobierno de Lula[7]». Sin embargo, el nombramiento de Guilherme Boulos para la Secretaría General de la Presidencia, sumado a la respuesta condescendiente de Resistência —cuya única preocupación pública parecía ser el capital electoral que Boulos podía ofrecer al PSOL—, desmorona por completo lo que Valerio afirmó en 2021 y revela el grado de rendición político-estratégica que se consumó en esta organización y en el propio PSOL.
La declaración, ya vacía entonces, suena hoy a una amarga ironía, y se omite sin más, sin autocrítica alguna, en la declaración pública de la facción que ahora no tiene más remedio que naturalizar y, una vez más, justificar la incorporación de la figura principal del partido al núcleo institucional del gobierno.
Así, Resistencia confirma, una vez más, la exactitud de nuestra caracterización: es una corriente que ya no disputa el futuro de la clase trabajadora desde una estrategia de independencia de clase, sino exclusivamente bajo la lógica del régimen y el cálculo institucional. En lugar de contribuir a la construcción de alternativas revolucionarias, actúa como un operador táctico de un gobierno burgués, liberal-socialista, presentando su inserción subordinada dentro del marco y los dictados del régimen como «lucha».
No por casualidad, en su nota sobre el nombramiento de Boulos como ministro, Resistência afirma que «es en los movimientos sociales y las luchas populares donde el PSOL puede ayudar al gobierno de Lula contra Trump y el bolsonarismo», como si la función histórica de la izquierda socialista fuera proteger al gobierno en el poder de la presión popular, sembrando ilusiones y expectativas en su seno, y no al revés.
Al mismo tiempo, revela una operación deshonesta entre los conceptos de unidad política y unidad en acción contra el enemigo común, una distinción elemental para el marxismo revolucionario. Como dijo Trotsky durante el ascenso del nazismo y el fascismo, es necesario saber marchar por separado y atacar juntos —incluso con el diablo y su abuela, si fuera necesario—, pero siempre bajo nuestras propias banderas y columnas, con plataformas anticapitalistas y antiimperialistas, y no como meros transmisores de los gobiernos del orden establecido.
Veamos una cita de Trotsky sobre el tema en cuestión:
Los acuerdos electorales y los compromisos parlamentarios suscritos entre el partido revolucionario y la socialdemocracia suelen beneficiar a esta última. Los acuerdos prácticos para la acción de masas, con fines de lucha, siempre resultan útiles para el partido revolucionario. El Comité Anglo-Ruso constituía un bloque inadmisible de dos direcciones sobre una plataforma política común, vaga e ilusoria. Su mantenimiento, en tiempos de la Huelga General (…), significó una política de traición por parte de los estalinistas.
¡Nada de plataforma común con los líderes de la socialdemocracia! (…) ¡Nada de publicaciones comunes, ni banderas ni carteles! ¡Marchemos por separado, pero hagamos huelga juntos! ¡Pongámonos de acuerdo en quién hace huelga y cuándo! ¡Un acuerdo de este tipo se puede lograr hasta con el diablo y su abuela! (…) Con una condición: no atarnos las
Por lo tanto, la concepción profundamente integrada con el cretinismo parlamentario y la adaptación pasiva al estado burgués revela que Resistencia ya no comparte realmente el proyecto marxista revolucionario, aunque insista en evocar su lenguaje. Valerio Arcary, por ejemplo, afirma: “Los principios son importantes. Combatir el fascismo sin titubear es un principio. Ignorarlo sería fatal[8]”. Y sí, combatir el fascismo es, de hecho, una cuestión de principios, aunque consideramos un error calificar todo de “fascismo”. La extrema derecha, tanto en el país como en el mundo, no debe subestimarse, pero tampoco sobreestimarse. Es necesario analizar cada situación de forma concreta y equilibrada, lejos de cualquier interpretación impresionista.
El punto central, sin embargo, es que no existe jerarquía entre los principios del marxismo revolucionario, tal como lo plantea Arcary. El propio Moreno, un líder valioso para esta corriente, enseñó con perspicacia que nuestros principios forman una constelación coherente: son pocos, pero indivisibles. Anteponer un principio (como el antifascismo) a otro (como la independencia política de la clase trabajadora) equivale a allanar el camino para su violación permanente en nombre de la táctica, y ese es precisamente el camino que siguen Arcary y su corriente.
Por lo tanto, la función que Boulos viene a cumplir institucionalmente, y que tanto la “Revolução Solidária” (corriente de Boulos) como Resistencia ya cumplen ideológicamente, es contener y canalizar las contradicciones sociales dentro del marco de la institucionalización, neutralizando cualquier perspectiva de movilización que pudiera desestabilizar el pacto burgués.
Esta dinámica de cooptación no es ni nueva ni accidental. Uno de los criterios fundamentales —el más innegociable— del marxismo revolucionario es la negativa categórica a integrarse en gobiernos burgueses. Rosa Luxemburgo, al denunciar el fallido experimento de Millerand en Francia, dejó claro que no se trata de una elección táctica, sino de un principio estratégico: quien asume un cargo ejecutivo se sitúa inevitablemente en contra de los intereses del proletariado, pues se convierte en responsable de la gestión del gobierno.[9]
A diferencia del parlamento, donde aún es posible utilizar la plataforma como arma para denunciar la guarida de bandidos y al gobierno burgués en el poder, ingresar al poder ejecutivo significa someterse a la lógica del capital, gestionar el aparato de dominación de clase. Engels ya nos advirtió: el gobierno burgués no es más que el comité que administra los asuntos de la burguesía, y nadie puede administrar los asuntos de su enemigo sin convertirse en cómplice de su dominación.
El ingreso de Guilherme Boulos a la Secretaría General de la Presidencia no es una excepción; es la culminación de un proceso. El PSOL, creado como expresión política de la ruptura con el lulismo y el Partido de los Trabajadores, regresa ahora a su punto de origen como parte orgánica del mismo proyecto que afirmaba superar.
Por lo tanto, el caso de Resistencia es el de consagrar una lógica posibilista: hipotecar el futuro de la estrategia revolucionaria en nombre de una mínima concesión en el presente. Ciertamente, esta corriente seguirá existiendo, cada vez más rezagada con respecto a los procesos de la lucha de clases, y no al revés, como ya hemos dicho, pero a costa de vaciarse por completo de la tradición del marxismo revolucionario. Sobrevivirá como estructura, como aparato, como sombra de sí misma, pero en oposición a la tarea histórica que una vez se atrevió a reivindicar: organizar a los trabajadores y a los oprimidos para la superación revolucionaria del orden capitalista. Su nombre, ahora, no es más que eso: un nombre. Su contenido se ha perdido en el camino de la capitulación total ante el lulismo.
MES – un oportunismo complementario
“Lo que rige la política revolucionaria es la estrategia de la revolución. En cambio, en el reformismo, lo que rige son los momentos parciales (aunque esto también sea una estrategia, la reformista). Los momentos parciales se convierten en fines en sí mismos, de forma fragmentada e independiente entre sí, sin una perspectiva transformadora revolucionaria general[10]. ”
Pasemos ahora al debate con el MES (Movimiento de Izquierda Socialista), una corriente que hoy forma parte de la facción minoritaria dentro del PSOL y que supuestamente se presenta como una fuerza de izquierda dentro del partido. Es cierto que el MES reivindica la independencia política del gobierno y la clase dirigente, palabras que, dicho sea de paso, los camaradas de Resistencia también repiten dentro del PSOL, aunque de una manera cada vez más vacía y contradictoria con sus actos.
Sin embargo, lo que pretendemos demostrar aquí es que entre ambas organizaciones —representaciones de dos polos supuestamente antagónicos dentro del partido que comparten— la disputa se desarrolla dentro del mismo límite estratégico: el reformismo.
En primer lugar, consideramos importante contrastar las posturas del MES y Resistência durante el periodo 2021-2022, un hito que, a nuestro juicio, consuma la capitulación y, por ende, la liquidación del PSOL como partido de izquierda independiente. En el debate sobre la adhesión al frente Lula-Alckmin para las elecciones, es cierto que el MES se mostró bastante crítico con la entrada en esta alianza. No obstante, de forma inversa y complementaria a la postura de Resistência, fue el MES quien defendió e impulsó la federación partidista con Rede Sustentabilidade, un partido burgués, debate que precedió a la propia cuestión de la adhesión al frente.
Curiosamente, en este debate sobre la federación, los roles de ambas facciones se invirtieron: el MES, en aquel momento, defendió a capa y espada la necesidad de la federación, basándose exclusivamente en argumentos electorales, es decir, oportunistas. Mientras tanto, Resistência polemizó con sus camaradas bajo la premisa, correcta aunque cínica, de la independencia política del PSOL.
Si el MES no hubiera optado políticamente por alinearse con los sectores mayoritarios —incluidos Boulos y compañía— la federación con un partido burgués no se habría materializado, y quizás el equilibrio de poder para evitar la capitulación total del PSOL habría sido distinto. Los camaradas actuaron como factor decisivo y, al mismo tiempo, revelaron una evidente desesperación ante la posibilidad de que la federación fracasara: el mecanismo antidemocrático de la cláusula barrera parecía infundirles más temor que cualquier otro elemento de la lucha de clases[11]. Este comportamiento puso de manifiesto el grado de dependencia que la corriente ya exhibía —y sigue exhibiendo— con respecto al aparato parlamentario.
A modo de digresión, pero en consonancia con el debate, en 2008, durante la campaña para la alcaldía de Porto Alegre, RS, encabezada por Luciana Genro (MES), la dirección municipal del PSOL —liderada por compañeros del actual partido— aceptó una donación de R$ 100.000 de Gerdau para la campaña. Un episodio que, en aquel momento, comprometió directamente los principios de independencia de clase, íntimamente ligados a la independencia financiera. Al fin y al cabo, la burguesía no invierte sin un propósito: sus contribuciones electorales buscan un retorno político y no expresan una simpatía desinteresada por los candidatos de la izquierda.
Los militantes del MES intentaron justificar la operación argumentando que se trataba de financiación «legal», como si la legalidad bastara para borrar el contenido de clase del hecho. Sin embargo, el apoyo financiero de banqueros y empresarios al PT —y ahora también a Boulos y al PSOL— siempre ha sido legal, pero los socialistas revolucionarios siempre han denunciado tales prácticas.
En aquel momento, el tesorero de la campaña, Etevaldo Teixeira, incluso declaró que el PSOL buscaba recaudar fondos de empresas, afirmando: «Somos un partido nuevo y no teníamos tradición de financiarnos con empresas». En otras palabras, lejos de ser una excepción aislada, la declaración indicaba una voluntad de continuar con esta práctica, revelando no solo una grave desviación política, sino también una clara tendencia a adaptarse al régimen electoral burgués. Aceptar la financiación empresarial como algo normal no solo compromete la independencia de clase, sino que también refuerza la lógica de la integración institucional, en la que la dependencia material del capital conduce inevitablemente a la degradación programática y política.
No es casualidad que esta misma lógica se expresara años después en la postura del MES frente a la federación de partidos con Rede Sustentabilidade, como ya hemos mencionado. La defensa entusiasta de la federación, basada en cálculos electorales inmediatos, no deja otra descripción de nuestros camaradas: confirma una trayectoria de progresiva asimilación al institucionalismo. El episodio de 2008, por lo tanto, no fue una desviación aislada, sino un síntoma temprano de una orientación estratégica que ahora se está consolidando: la de la adaptación parlamentaria bajo la apariencia de una izquierda teñida de rojo y supuestamente independiente.
Volviendo al hecho central que nos motivó a escribir este texto —el nombramiento oficial de Guilherme Boulos como ministro en el gobierno de Lula-Alckmin—, la postura de nuestros compañeros no hace sino reforzar los elementos que hemos venido desarrollando hasta ahora. En mayo de este año, aproximadamente dos meses después de las primeras especulaciones públicas sobre la posible entrada de Boulos en el ministerio, el Comité Ejecutivo Nacional del MES emitió un comunicado que decía:
Por estas razones, lo más correcto es que Boulos no sea ministro. (…) Si Boulos no solicita la baja, intentará debilitar la independencia del PSOL. Es evidente que habrá un amplio sector de militantes, dirigentes y parlamentarios que no lo aceptarán. Será un enfrentamiento permanente. Y no lo aceptarán porque los principios fundacionales del PSOL son incompatibles con la integración en un gobierno de colaboración de clases[12].
Sin embargo, pocos meses después, en la Declaración de la Secretaría Nacional del MES-PSOL, publicada en octubre, el tono cambia drásticamente:
“Para el PSOL, la entrada de Boulos en el gobierno plantea una serie de desafíos. El menor, pero importante, es que Boulos deja de ser candidato a diputado federal y renuncia a contribuir a que el PSOL supere el umbral electoral para poder presentarse como candidato a ministro en el próximo gobierno de Lula. Incluso con un resultado electoral posiblemente inferior al de 2022, Boulos podría haber marcado la diferencia para la federación PSOL-Rede [13]. ”
En otras palabras, en lugar de reafirmar la acusación subyacente —la incompatibilidad entre un partido anticapitalista y la integración en un gobierno liberal-social burgués que intenta normalizar el régimen—, el texto traslada el foco de la crítica al ámbito electoral (como hace Resistência), lamentando que la nominación de Boulos le impida presentarse de nuevo como diputado y, por lo tanto, dificulte que la federación PSOL-Rede supere el umbral electoral.
El horizonte estratégico se reduce entonces a la contabilidad parlamentaria, en contra de las enseñanzas del marxismo revolucionario, según el cual la táctica siempre debe estar subordinada a la estrategia, y no al revés: el oportunismo surge cuando la táctica suplanta a la estrategia.
El panorama electoral nos obliga a entablar un diálogo político inusual para los movimientos revolucionarios, al menos en su etapa de vanguardia. Con la ampliación de nuestro público, debemos recurrir a métodos pedagógicos, expresando la política de forma accesible a amplios sectores. Se trata de un arte al que las organizaciones, sobre todo las pequeñas, no están acostumbradas, pero es completamente distinto de la política electoral, porque allí no se trata de forma, sino de contenido: la adaptación total de la política revolucionaria al mecanismo electoral. En este caso, todo se invierte: el objetivo estratégico pasa a ser obtener votos o elegir parlamentarios por cualquier medio, ante lo cual todo lo demás es táctico; algo habitual en los movimientos que tienden al oportunismo [14].
Los camaradas del MES ni siquiera reiteran su ya tímida exigencia de que Boulos renuncie a sus cargos en el partido. Tampoco denuncian claramente el efecto simbólico y concreto de su nombramiento: la transformación de la figura principal del PSOL en un instrumento directo de transmisión de los intereses del gobierno, un hecho que puede interpretarse como el golpe de gracia para este partido como instrumento de organización, defensa y lucha por los intereses del proletariado: una traición histórica a los trabajadores y a los oprimidos.
A la luz de todo lo expuesto, la caracterización del MES como una corriente que ha perdido de vista el horizonte estratégico del marxismo revolucionario no es fruto de una polémica precipitada, sino la observación de un proceso político objetivo que se desarrolla en paralelo y complementa al de Resistencia. Por distintos medios, pero en el mismo momento histórico, ambas corrientes convergen en el mismo resultado reformista: la adaptación al régimen burgués, la dilución programática y la contribución activa a la liquidación del PSOL como partido de izquierda independiente.
Por lo tanto, la presencia continua del MES dentro del PSOL, ahora un partido funcional al orden establecido, no se debe a un error táctico pasajero, sino a una dependencia profunda y consolidada del aparato parlamentario, que ha llegado a definir el centro de su actividad política. La lucha por los escaños se ha convertido en un objetivo estratégico y, en este giro, la estrategia se ha reducido a táctica, y la táctica se ha elevado a la categoría de fin en sí misma: una inversión que distorsiona los fundamentos del leninismo, traiciona el legado del trotskismo y rompe con los principios del marxismo revolucionario.
El MES no romperá con el PSOL porque ya no se concibe a sí mismo fuera de los marcos institucionales, y seguirá repitiendo, como un mantra vacío, palabras como «independencia» y «anticapitalismo», ahora completamente desvinculadas de cualquier práctica relevante.
Entre la adaptación y el relanzamiento del marxismo revolucionario
«Aquellos comunistas que no se dejen arrastrar por ilusiones o desaliento, y que conserven la fuerza y la flexibilidad necesarias para empezar de cero y dedicarse a una de las tareas más difíciles, no se perderán (y muy probablemente no sucumbirán) » [15].
Con Boulos como ministro de Lula, el PSOL consumó su rendición a la conciliación de clases. Se transformó en el ala izquierda del liberalismo social, subordinándose al pragmatismo y al liderazgo de la clase dominante, abandonando así los intereses históricos e inmediatos de la clase trabajadora.
Desde el siglo XIX sabemos que un gobierno burgués —incluso aquellos que buscan la conciliación de clases— no puede transformarse desde dentro; es el gobierno el que transforma a quienes lo integran. En este sentido, es necesario superarlos mediante la movilización y organización directa de los trabajadores y los oprimidos, pero el PSOL ha fracasado completamente en esta tarea, porque lo que se logra con el nombramiento de Boulos como ministro no es una victoria táctica, sino la liquidación estratégica de toda perspectiva socialista dentro del partido. El nombre del partido permanece, pero no el proyecto.
Insistimos en que este no es un episodio aislado, sino un momento culminante de un proceso más amplio de capitulación, prolongado durante años de progresiva institucionalización y degradación programática por diversas corrientes internas. Este proceso, que tuvo momentos decisivos con la federación con el partido Rede Sustentabilidade y la adhesión formal al frente amplio, debe entenderse en el marco de la degeneración del horizonte estratégico de sectores que alguna vez reivindicaron el marxismo revolucionario como su referente teórico y político. Es necesario, ahora, construir una nueva alternativa política de izquierda independiente.
El caso de Resistência —así como el del MES— pone de relieve este punto de inflexión. A pesar de las diferencias específicas en discurso y tácticas, ambas corrientes comparten la misma lógica de acción: la de la supervivencia parlamentaria, más o menos teñida de rojo, dentro de un partido funcional al orden establecido. El resultado es lo que denominamos oportunismo complementario: cada corriente ocupa un polo discursivo, pero ambas convergen en la práctica para sostener la misma estrategia de adaptación. La independencia política que reivindican en sus documentos resulta ser meramente declarativa. En la práctica, prevalecen los cálculos electorales, las alianzas oportunistas y la sistemática negativa a promover un polo de izquierda independiente opuesto al lulaismo.
Sin embargo, limitar la crítica al comportamiento de estas corrientes específicas sería insuficiente. Lo que está en juego es algo más profundo: el fracaso de una experiencia política particular de la izquierda brasileña, que, ante las presiones de la lucha de clases, el peligroso fenómeno de la extrema derecha y el regreso al poder del PT y Lula, no logró construir una alternativa radical y verdaderamente anticapitalista. Este fracaso revela la imposibilidad de articular una estrategia que trascienda el institucionalismo, acerque a la izquierda a la clase trabajadora —en particular a sus sectores más precarios , como los trabajadores de plataformas digitales— y reconstituya una subjetividad anticapitalista capaz de responder a la crisis contemporánea del liderazgo socialista y de las alternativas. En última instancia, se trata de relanzar el marxismo revolucionario para las generaciones presentes y futuras, una necesidad cada vez más relevante ante una nueva etapa del capitalismo en crisis y, por lo tanto, apremiante.
En este punto, la contribución teórica de Roberto Sáenz, dirigente de nuestra corriente Socialismo o Barbarie, ofrece una clave interpretativa crucial. Al caracterizar el mundo actual como una etapa de crisis estructural del capitalismo global, Sáenz destaca una serie de elementos centrales: el agotamiento de los logros sociales del siglo XX, el retorno de la militarización y una nueva-vieja forma de imperialismo territorializado, la intensificación de la contradicción capital-trabajo en forma de hiperexplotación combinada con barbarie social, y la aceleración del colapso ecológico.
Ante este panorama de inestabilidad y desorden sistémico, el autor propone la urgente necesidad de una reorganización de la subjetividad militante de la izquierda. Si bien es cierto que, en términos prácticos, la izquierda aún no está a la altura de las tareas que impone este escenario, la preparación para los intensos enfrentamientos de clase que se avecinan debe comenzar necesariamente con un riguroso proceso de elaboración teórico-política.
Se trata, ante todo, de fomentar la conciencia crítica y estratégica dentro de las organizaciones revolucionarias, a partir de una profunda valoración de las experiencias del siglo pasado, aunada a una revisión de las categorías clásicas del marxismo revolucionario. Como contribución a este proceso, en abril del próximo año lanzaremos el primer volumen de la obra principal de Roberto Sáenz, publicado por la Editorial Boitempo: «Marxismo y la transición socialista: Estado, poder y burocracia».
Ante esto, el relanzamiento del marxismo revolucionario para este siglo exige dos tareas complementarias: por un lado, un trabajo sistemático de planificación estratégica y educación política —o lo que Sáenz denomina la alfabetización política de la nueva generación militante—; por otro, la paciente construcción de una organización revolucionaria arraigada en las luchas reales de la clase trabajadora, aunque sea de forma embrionaria y minoritaria. Esta reconstrucción no puede partir del idealismo del «partido prefabricado», como hace Arcary, ni del sectarismo doctrinario de organizaciones como el PSTU o el MRT, sino más bien de una política de transición coherente con los desafíos del presente: capaz de involucrar a nuevos actores sociales, de disputar la hegemonía entre jóvenes cada vez más precarios y de ofrecer una alternativa concreta al fracaso del reformismo.
Este diagnóstico implica también reconocer el agotamiento histórico de experiencias como el PSOL, el PT y sus satélites, así como el PSTU y su corriente internacional, LIT-CI. La lucha por el marxismo revolucionario en Brasil no puede florecer dentro de partidos moldeados según la lógica de las instituciones burguesas, ni dentro de aquellos desorientados por una concepción objetivista del desarrollo histórico de la lucha de clases y adaptados a la marginalidad. Será necesario reabrir la experiencia organizativa del socialismo revolucionario, con independencia de clase, compromiso militante y orientación teórico-estratégica.
Esto no significa abandonar la lucha institucional, sino más bien subordinar rígidamente las tácticas electorales a la estrategia socialista, invirtiendo la lógica actual de la izquierda dentro del orden establecido. Como afirma Sáenz , «la cuestión central es la lucha extraparlamentaria, y los diputados son meros portavoces de nuestra lucha»[16], una lección crucial frente a las tácticas que subordinan la militancia a la dinámica del calendario electoral.
Finalmente, es necesario insistir: esto no se trata de nostalgia ni de voluntarismo. La refundación de la izquierda revolucionaria en Brasil exige paciencia, acumulación, método y organización. Exige la construcción de núcleos políticos que se nutran de la experiencia concreta de la clase trabajadora, la juventud, las mujeres, el movimiento negro, etc., que articulen teoría y práctica, y que logren convertirse en un referente real en los procesos de resistencia y movilización. El momento exige más que declaraciones abstractas sobre anticapitalismo e independencia. Exige un proyecto estratégico que trascienda el orden vigente y la voluntad concreta de construirlo, incluso contra la corriente. La crisis es un hecho. La cuestión es si seremos capaces de construir, a partir de ella, un nuevo horizonte de posibilidades emancipadoras.
[1]El término « posibilismo » se remonta a finales del siglo XIX, con los llamados posibilistas franceses, liderados por Paul Brousse, quienes abogaban por limitar la acción socialista a reformas inmediatas y viables dentro del orden parlamentario. Esta concepción planteaba una oposición mecánica —y, en muchos aspectos, reaccionaria— entre reforma y revolución, siendo duramente criticada por Engels y, posteriormente, por Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky. En el siglo XX, el posibilismo fue ampliamente adoptado, más allá de la socialdemocracia, por los partidos «comunistas» bajo el liderazgo estalinista, principalmente a través de los llamados «frentes populares», presentados como instrumentos para combatir el fascismo. Esta orientación fue decisiva en la derrota de revoluciones socialistas como la de España en la década de 1930, allanando el camino para la victoria de la contrarrevolución liderada por Franco. Países como Grecia e Italia también vieron frustradas sus posibilidades revolucionarias por esta misma política, cuyas consecuencias históricas siguen teniendo repercusiones hasta el día de hoy.
[2]Trotsky León. La traición al POUM español . España revolucionaria : escritos 1930/1940 . São Paulo: Antidote; Red Rooster , 2004. págs. 179-1. Texto del 22 de enero de 1936.
[3]El impresionismo puede entenderse como una forma desequilibrada y distorsionada de aprehender la realidad. Presenta dos caras que inevitablemente conducen a la desorientación teórica y política. La primera es el facilismo: una lectura que subestima los peligros objetivos de la realidad, basada en una interpretación superficial y objetivista. La segunda es el derrotismo: su opuesto, que sobreestima los aspectos más adversos de la situación, ignorando los elementos dinámicos que pueden servir de punto de apoyo para la lucha. Esta postura conduce inevitablemente al cáncer del posibilismo, o a la miseria de lo «posible» dentro de los límites del orden burgués.
[4]El concepto de Revolución Pasiva, acuñado por Gramsci durante el Risorgimento, un proceso de unificación nacional liderado por las élites liberales en Piamonte, se refiere a un desarrollo de transformación histórica conservadora en el que los sectores dominantes promueven reformas controladas para prevenir rupturas revolucionarias, apropiándose de las banderas populares y desmovilizando el potencial insurgente de las masas.
[5] Arcario , Valerio . Dos tácticas en el Congreso del PSOL . Brasil de Fato, São Paulo, 20 de noviembre de 2021. Disponible en: https://www.brasildefato.com.br/2021/11/20/conheces-o-marinheiro-quando-vem-a-tempestade
[6]En la tradición del marxismo revolucionario, el pragmatismo —entendido como la renuncia consciente a la estrategia de clase en aras de obtener ventajas tácticas inmediatas— no solo es ajeno al marxismo, sino su opuesto. Trotsky insistió en que la política revolucionaria no puede someterse al cálculo oportunista de las circunstancias, so pena de perder su razón de ser: preparar y organizar a la clase obrera para la lucha por el poder. Lenin, en consonancia, afirmó que la táctica debe ser concreta para una situación concreta; pero esta concreción nunca significó abandonar los principios, sino más bien su aplicación viva y creativa a las condiciones objetivas. Cuando la «situación concreta» se utiliza como pretexto para diluir los criterios de clase, justificar alianzas con la burguesía y borrar la frontera entre reforma y revolución, lo que se practica ya no es marxismo, sino realpolitik disfrazado de «astucia obrera». El marxismo revolucionario, por el contrario, parte de la totalidad histórica y las necesidades estratégicas de la clase trabajadora, y no de las oportunidades institucionales que ofrecen sus enemigos.
[7] Arcario , Valerio . Dos tácticas en el Congreso del PSOL . Brasil de Fato, São Paulo, 20 de noviembre de 2021. Disponible en: https://www.brasildefato.com.br/2021/11/20/conheces-o-marinheiro-quando-vem-a-tempestade .
[8] Arcario , Valerio . Dos tácticas en el Congreso del PSOL . Brasil de Fato, São Paulo, 20 de noviembre de 2021. Disponible en : https://www.brasildefato.com.br/2021/11/20/conheces-o-marinheiro-quando-vem-a-tempestade .
[9]«Quizás no sea tan conocido que la fuerza de los «sindicalistas revolucionarios» en Francia a principios del siglo XX y, en cierto modo, de la » antipolítica » de muchos sectores sindicales en ese país hasta el día de hoy, provino de las falsas expectativas creadas por el Partido Socialista, que incluso contó con ministros socialistas en el gabinete burgués a principios del siglo pasado (millerandismo ), una experiencia que terminó en un completo fiasco y en la desmoralización política de amplios sectores de la clase trabajadora». Sáenz, Roberto. Cuestiones de estrategia: demandas, partido y poder . EsquerdaWeb , 2 de mayo de 2020. Disponible en: https://esquerdaweb.com/questoes-de-estrategia/
[10] Sáenz , Roberto. Ciencia y arte de la política revolucionaria: Lo que todo militante debe saber sobre política revolucionaria . Traducido por Antonio Soler. Esquerda Web, 2023. Disponible en: https://esquerdaweb.com/ciencia-e-arte-da-politica-revolucionaria
[11]La cláusula de cumplimiento (o cláusula de rendimiento) es un mecanismo legal que impone un porcentaje mínimo de votos válidos a nivel nacional o estatal que los partidos deben obtener para acceder a fondos partidistas, tiempo de emisión gratuito en radio y televisión, y una estructura operativa en el parlamento. Desde 2022, los partidos deben contar con al menos el 2% de los votos válidos para la Cámara de Diputados, distribuidos en al menos nueve estados, con un mínimo del 1% en cada uno. Si no cumplen con estos requisitos, pierden el acceso a estos recursos.
[12]MES. Boulos debería tomarse una excedencia del PSOL . Movimento Revista, 14 de mayo de 2025. Disponible en: https://movimentorevista.com.br/2025/05/boulos-deve-se-licenciar-do-psol/
[13]MES. Ministro Boulos : desafíos para el PSOL y la izquierda . Movimento Revista, 20 de octubre de 2025. Disponible en: https://movimentorevista.com.br/2025/10/boulos-ministro/
[14] Sáenz , Roberto. Ciencia y arte de la política revolucionaria: Lo que todo militante debe saber sobre política revolucionaria . Traducido por Antonio Soler. Esquerda Web, 2023. Disponible en: https://esquerdaweb.com/ciencia-e-arte-da-politica-revolucionaria
[15]Lenin, VI. Nota de un columnista . Febrero de 1922.
[16] Sáenz , Roberto. Contracrítica del “partido imaginario” . Esquerda Web, 13 de junio de 2025. Disponible en: https://esquerdaweb.com/antic ritica-do-partido-imaginario/




