En octubre de 2023, Israel lanzó la invasión contra la Franja de Gaza. Inicialmente, la presentó como una reacción ante la incursión que realizó Hamas el 7 de octubre de ese mismo año. El gobierno de Netanyahu se amparó en el “derecho a la legítima defensa”, un tecnicismo del derecho internacional burgués para disimular sus intenciones de colonizar dicho territorio, un objetivo añorado por la extrema derecha sionista que conforma el actual gabinete israelí.
Ya transcurrieron veintiún meses desde entonces, tiempo durante el cual no dejó de incrementarse la violencia de las fuerzas de ocupación. Las imágenes procedentes de Gaza son espeluznantes. Son una versión a color de las que vimos en Auschwitz. No exageramos al afirmar que en Gaza se desarrolla el mayor acto de barbarie cometido en el siglo XXI, a saber, una operación de limpieza étnica y de genocidio contra una población de poco más de dos millones de personas.
En este artículo haremos un breve mapeo sobre la reconfiguración del proyecto colonial sionista, además de dar cuenta de la horrorosa situación que afecta a los gazatís. Por último, delinearemos algunos ejes estratégicos para (re) pensar la lucha por la liberación de Palestina.
Sionismo liberal versus sionismo teocrático
Para comprender mejor lo que está sucediendo en Gaza, es necesario identificar la división que atraviesa el espectro político en Israel. Según Ilan Pappé, historiador israelí y reconocido antisionista, actualmente la sociedad israelí se encuentra dividida en dos campos rivales, cuyo eje diferenciador es el tipo de Estado colonial al que aspiran (ver The Collapse of Zionism).
Por un lado, está el que denomina como el campo del “Estado de Israel”. Se caracteriza por ser más secular, liberal y componerse principalmente de judíos europeos de clase media y sus descendientes. Fue el sector hegemónico del establishment israelí desde 1948 hasta finales del siglo XX, cuyo “deseo básico es que los ciudadanos judíos vivan en una sociedad democrática y pluralista de la que queden excluidos los árabes”.
Por este motivo, sostiene Pappé, sus “valores democráticos liberales” coexisten a la perfección con el apartheid impuesto a los palestinos.
Por otra parte, está el campo que llama del “Estado de Judea”, el cual se desarrolló entre los colonos de los asentamiento en Cisjordania. En las últimas décadas ganó amplio apoyo a lo interno del país, particularmente entre los altos escalones del ejército y de los servicios de inteligencia.
Debido a esto, los partidos de los colonos aumentaron su representación parlamentaria y fueron una pieza clave para asegurar la victoria de Netanyahu en 2022. Propugnan por transformar a Israel en un Estado teocrático que colonice todo el territorio de la Palestina histórica, aunque eso implique exterminar la mayor cantidad de palestinos. Además, consideran que “los judíos laicos son tan herejes como los palestinos si se niegan a unirse a este empeño”.
Visto lo anterior, es claro que se trata de dos vertientes del sionismo y, como tales, comparten una matriz colonialista. En otras palabras, se trata de la disputa entre un sionismo colonial liberal-burgués contra un sionismo colonial teocrático de extrema derecha.
La clasificación de Pappé se complementa con la que presenta Gilbert Achcar, investigador libanés y especialista en Medio Oriente del mandelismo. Para este último, la élite gobernante israelí está dividida entre el proyecto de un Gran Israel y los que defienden los acuerdos de los dos Estados acordados en Oslo (ver Deux scénarios pour Gaza : Grand Israël contre Oslo).
Achcar identifica a Netanyahu como parte del “revisionismo sionista” que encarna la extrema derecha sionista, gran parte de la cual se agrupó en el partido Likud. Muchos de sus integrantes fueron autores materiales de las masacre de Deir Yassin en 1948 y nunca le perdonaron a “la corriente principal sionista, dirigida entonces por David Ben-Gurion, que aceptara detener la guerra antes de conquistar el 100% de la Palestina del Mandato Británico entre el mar Mediterráneo y el río Jordán”.
De hecho, Netanyahu se opuso rabiosamente a la retirada de Gaza en 2005, la cual fue ordenada por el entonces primer ministro Ariel Sharon. A raíz de esto, rompió con el Likud y fundó un nuevo partido, aunque posteriormente retornó al partido para dirigirlo, gracias a lo cual se convirtió en primer ministro en 2009, cargo que ostentó de forma ininterrumpida hasta junio de 2021.
Tras unos pocos meses fuera del poder, en 2022 selló un acuerdo con los partidos de extrema derecha de los colonos, con lo cual se transformó nuevamente en primer ministro. Fruto de este acuerdo se conformó el gabinete más de derecha de la historia de Israel, que, como sugiere Achcar, es la culminación de una “deriva derechista sin fin” desde que el Likud obtuvo su primera victoria en 1977.
Como se puede deducir, existe una comunión de intereses entre el campo del “Estado de Judea” con los defensores del “Gran Israel”. Ambos contienen la pulsión colonial, aunque los primeros la ubican como parte de un relato mesiánico y los segundos bajo una visión expansionista secular (que no reniega de la parte religiosa, pero es menos explícita).
Independientemente de la tipología que se prefiera (a nuestro modo de ver son complementarias), es un hecho objetivo que la sociedad israelí está fraccionada, como quedó demostrado a lo largo de todo 2022, cuando tuvieron lugar las inmensas movilizaciones contra los intentos del gobierno de Netanyahu para limitar las atribuciones del Poder Judicial.
La gramática del genocidio
La brutalidad de las palabras precede a la brutalidad de los hechos. Por este motivo, la violencia en el campo de batalla se retroalimenta con la violencia de las palabras.
Para la investigadora Laura González Pérez, esto significa que la guerra genera una gramática propia y, para comprenderla, hay que identificar las “maneras de nombrar” y como eso incide en las representaciones de nuestro imaginario, mediante la construcción de criterios de “validación, exclusión, polarización y minimización” de los otros (ver Gramática de la Guerra. Una aproximación al lenguaje que genera y valida las violencias).
En el caso de Gaza no se trata de una guerra; es una masacre perpetrada por un Estado con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, en contra de un pueblo colonizado y con una resistencia en abrumadora desventaja militar. Por ello, es más apropiado hablar de una “gramática del genocidio”.
“Ordené un asedio total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Estas fueron las declaraciones de Yoav Gallant, ex ministro de Defensa de Israel (2022-2024), el 09 de octubre de 2023.
Sus palabras no dejan duda sobre los objetivos brutales con que el gobierno de Netanyahu asumió la invasión desde el inicio. Los palestinos fueron presentados como bestias salvajes que, en la lógica colonial y racista del sionismo, es válido exterminar aplicando todos los medios posibles.
Esta gramática genocida se instaló en el poder tras la convergencia del campo del “Estado de Judea” con el “Gran Israel”. A criterio de Achcar, el gobierno de Netanyahu añoraba ocupar nuevamente Gaza, pero no contaba con las condiciones políticas para librar una empresa de tal magnitud. Eso cambió tras la acción de Hamas del 07 de octubre, pues inicialmente generó un clima favorable a la ocupación entre la opinión pública israelí y, por tal motivo, el gabinete de Netanyahu radicalizó su discurso y amplió el alcance de sus objetivos militares, estableciendo que su meta era erradicar a Hamas.
Lo anterior marca una diferencia con las operaciones militares que Israel lanzó contra el enclave en 2006, 2008-2009, 2012, 2014 y 2021, cuyo modus operandi consistió en realizar bombardeos y ataques terrestres limitados en 2009 y 2014. En todas estas ocasiones, el ejército sionista no tenía previsto ocupar ningún territorio, tan sólo procuraba degradar la capacidad militar de la resistencia palestina.
La situación actual es muy diferente, pues la agresión militar opera bajo una lógica genocida y fascista, cuya finalidad es acabar con los “animales humanos”. Por este motivo, Israel emplea métodos “racionales” en Gaza (bloqueo de alimentos y combustibles, destrucción sistemática de hospitales e infraestructuras básicas, etc.) para conseguir fines irracionales (limpieza étnica y genocidio).
Este funcionamiento irracional lo expuso con agudeza The Economist, al destacar que al gobierno de Netanyahu le resultaba más sencillo finalizar las guerras con rivales más fuertes como Irán o Hezbolla, mientras que se le tornaba virtualmente imposible acabar el enfrentamiento con los palestinos, un pueblo sin Estado ni ejército formal: “La decisión de Israel de seguir azotando Gaza va más allá de la táctica militar y el cálculo político (…) Las guerras de Israel contra Irán y Hezbolá fueron «campañas clásicas contra la proliferación (…) en las que tu objetivo es degradar las capacidades de tu enemigo y obligarle a aceptar un tratado de control de armas a través de la diplomacia». En Gaza, el primer ministro y sus aliados ultrarreligiosos «han estado librando una guerra mesiánica que supera cualquier estrategia pragmática” (ver Israel’s weird war clock: 12 days for Iran, 21 months in Gaza).
La radicalización fascista del gobierno de Netanyahu
Ian Kershaw es uno de los principales historiadores del nazismo y sus estudios son muy útiles para comprender la evolución de la barbarie nazi.
En varias de sus obras explica que el plan inicial de los nazis era relocalizar geográficamente a los judíos europeos en otros países, pero que con el tiempo se percataron de que esa idea era virtualmente imposible. Asimismo, sostiene que el régimen experimentó una “radicalización” paulatina durante los años treinta y en la Segunda Guerra Mundial, cuyo desenlace fue la “solución final” (La dictadura nazi, 2013; Hitler, 2019).
Por todo lo anterior, el historiador inglés concluye que cualquier plan de desplazamiento de una población nativa contiene la idea del genocidio, aunque al inicio no esté conscientemente asumida o expuesta. Es decir, la única forma de forzar el desplazamiento de toda una población nativa es mediante el uso desenfrenado de la fuerza (o el despliegue de la barbarie).
Estas dos ideas, la radicalización del régimen y la relación desplazamiento/genocidio, son pertinentes para comprender el accionar del gobierno de Netanyahu desde que comenzó la masacre en Gaza.
En el transcurso de los últimos veintiún meses (octubre 2023-julio 2025) el gabinete israelí pasó de la extrema derecha al fascismo. O, dicho de manera más clara, pasó de la brutalidad de las palabras a la brutalidad de los hechos.
Desde el inicio de la invasión a Gaza, Netanyahu no perdió oportunidad para cruzar varias líneas rojas, alegando que actuaba según el “derecho a la legítima defensa”. Este fue su discurso durante varios meses, pero se radicalizó con el tiempo y, actualmente, nadie del gobierno sionista habla en términos defensivos.
Ahora, por el contrario, los sionistas señalan abiertamente que su objetivo es controlar militarmente la Franja de Gaza y se posicionan en contra de la “solución” de los dos Estados. Desde mediados de los años noventa, los acuerdos de Oslo fueron el “consenso” del establishment imperialista para resolver el “conflicto” árabe-israelí (eufemismo para ocultar que el problema es la colonización), pero ahora es visto como lo que siempre fue: una “hoja de ruta” inviable que solamente sirvió para dividir a la resistencia palestina y fortalecer la ocupación sionista.
En esto tuvo mucho peso la llegada de Trump a la Casa Blanca, particularmente luego de que dijera que los Estados Unidos podían asumir el control del enclave para transformarlo en “la Riviera de Oriente Medio”. Además, argumentó que esto era viable si se reasentaba a la población gazatí en otros países.
Independientemente de que ese proyecto de Trump se materialice o no, es innegable que sus palabras dieron rienda suelta a los “halcones” del gabinete de Netanyahu, los cuales se sintieron legitimados para decir en público lo que realmente piensan hacer con los palestinos. Es decir, si el líder de la principal potencia imperialista habla abiertamente de un proyecto de limpieza étnica, porque los sionistas que están en el terreno no lo harían.
Es el caso del ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, quien aprovechó las palabras del presidente estadounidense para emitir un comunicado donde indicó que “quien quiera que cometiera la más terrible masacre en nuestra tierra se encontrará con que ha perdido la suya para siempre. Finalmente, con la ayuda de Dios ahora actuaremos para enterrar la peligrosa idea de un estado palestino”.
Lo peor del caso, es que este comunicado se materializó en acciones concretas. Como informamos en otro artículo (ver Gaza: Israel intensifica la masacre y avanza en sus planes de limpieza étnica), desde mayo Israel comenzó la “Operación Carros de Gedeón”, que, a su vez, se inscribe en el plan “Fase 3: La captura completa de Gaza”. Esta ofensiva tiene por objetivo asegurar el control y ocupación colonial de amplias partes de la franja.
Para tal fin, las autoridades militares sionistas ordenaron el desplazamiento forzoso de cientos de miles de palestinos hacia el sur del territorio y, desde entonces, hablan con más contundencia de permitir la “emigración voluntaria” de quienes deseen abandonar Gaza.
Estas palabras, en boca de un sionista fascista, solo pueden significar una sola: van a transformar la vida cotidiana de los palestinos en un infierno para que “libremente escojan” abandonar los campos de concentración.
Gaza: de gueto a campo de concentración
Hace veintidós meses, justo antes de que Israel comenzara con la invasión militar, la Franja de Gaza era calificada como un gueto en pleno siglo XXI. Con justa razón, se la denominaba como la mayor prisión a cielo abierto del mundo, además de que se denunciaban las condiciones de hacinamiento en que se veían obligados a residir los más de dos millones de gazatís.
Comparado con lo que sucede en la actualidad, las cosas son muchísimo peores, pues el enclave se convirtió en un infierno en la tierra.
Al momento de escribir este artículo, la cifra de gazatís asesinados por las fuerzas de ocupación ronda los 56 mil. Pero muchos analistas consideran que estos datos oficiales se quedan cortos. En enero pasado, la Oficina Central Palestina de Estadística publicó un informe donde estimó que la población de Gaza había descendido un 6% en los primeros quince meses del ataque israelí.
Lo anterior significa que 200 mil palestinos murieron o huyeron del territorio y, además, supone que la población descendió al ritmo de un 1% cada diez semanas, una cifra que retrata la brutalidad con que actúan las fuerzas de ocupación sionista (ver La población de Gaza ha descendido al menos un 6% en 15 meses de genocidio).
Además, se calcula que un 60% de los edificios fueron destruidos, aunque el porcentaje asciende al 70 en el norte del territorio y al 74% en la ciudad de Gaza. La destrucción de infraestructura fue particularmente intensa en los primeros meses, debido a la “doctrina de la victoria” que emplea el ejército de Israel, la cual consiste en utilizar la potencia de fuego de la fuerza aérea sionista para destruir una gran masa de objetivos en el menor tiempo posible, para así adelantarse a la reacción de la comunidad internacional.
En los últimos meses, el plan de limpieza étnica y genocidio se volvió más sofisticado. Por ejemplo, desde el 27 de mayo las fuerzas de ocupación sionistas comenzaron a implementar una nueva modalidad para la entrega de la escasísima ayuda humanitaria que permiten ingresar en la Franja de Gaza. Para tal fin, establecieron cuatro “centros de distribución de alimentos”, los cuales pasaron a ser administrados por la “Fundación Humanitaria para Gaza” (GHF, por sus siglas en inglés).
No se requiere ser un gran organizador para saber que es imposible entregar ayuda humanitaria a dos millones de personas en cuatro puntos. Como era predecible, se transformaron en una ratonera, donde diariamente cientos de miles de palestinos se ven forzados a realizar enormes filas en busca de alimento, el cual no siempre está garantizado.
Incluso, funcionarios de la GHF comenzaron a expresar molestia con las restricciones que impone Israel. En principio, tenían planeado instalar veinte centros de distribución, pero el ejército sionista no les permite expandir sus funciones. Además, tienen pocas provisiones para cumplir su labor y, según The Economist, han distribuido 42 millones de comidas desde que comenzaron sus labores, lo cual equivale a menos de una al día por cada palestino (ver As all eyes are on Iran, the horror in Gaza persists).
Asimismo, diariamente se reporta la muerte de decenas de personas mientras hacen la cola por ayuda humanitaria. La ONU confirmó que más de 600 gazatís fueron asesinados y otras 4 mil personas resultaron heridas desde que está en vigencia este modelo de “ayuda humanitaria”.
Lo anterior confirma que el sionismo utiliza el hambre como arma de guerra. La comida es la “carnada” con que atraen a sus presas hacia la fila, en la que pueden ser fusilados en cualquier momento por un soldado sionista o por los mercenarios estadounidenses que contrataron para administrar los centros. “Hay que elegir entre morir buscando comida o morir de hambre”, declaró Ahmed Masri, cuyo hijo recibió un balazo en la pierna mientras buscaba alimentos para su familia.
Pero la barbarie sionista no tiene límites. Muestra de esto, es el proyecto del gobierno de Netanyahu para crear la “ciudad humanitaria” sobre las ruinas de Rafah, ubicada al sur de la Franja de Gaza. La noticia fue dada por el ministro de Defensa, Israel Katz, el pasado lunes 7 de julio.
En realidad, se trataría de un campamento improvisado donde las fuerzas de ocupación piensan recluir a 600 mil palestinos, pero con la perspectiva de acoger a toda la población gazatí (estimada en 2,1 millones de personas).
Antes de ingresar, los palestinos tendrían que pasar por un control de seguridad para constatar que no son miembros de Hamás. Por último, quienes ingresen tendrían dos opciones: a) permanecer encerrados en el lugar o b) “emigrar voluntariamente” a otro país.
En otras palabras, ¡se trataría de un campo de concentración! Obviamente, el gobierno fascista de Netanyahu trata de disimular esto denominándolo con el nombre de fantasía de “ciudad humanitaria”, pero las similitudes con los campos de concentración nazi saltan a la vista.
El mismo día que el ministro de Defensa anunció este plan, Netanyahu se reunió con Trump en la Casa Blanca, donde reiteró que ambos continúan buscando terceros países para reubicar a la población gazatí. “Creo que el presidente Trump tiene una visión brillante. Se llama libre elección. Si la gente quiere quedarse, puede quedarse, pero si quiere irse, debería poder irse (…) Estamos trabajando estrechamente con Estados Unidos para encontrar países que busquen hacer realidad lo que siempre dicen: que querían dar a los palestinos un futuro mejor”, declaró el genocida.
Los sionistas esperan iniciar con la construcción del lugar durante el alto al fuego de 60 días, dejando en claro que no pretenden abandonar Gaza y, por el contrario, cada día dicen más abiertamente sus intenciones de colonizar este territorio, para lo cual tendrán que realizar una limpieza étnica y un genocidio.
Esto nos recordó la “La Divina Comedia”. En esta obra, sobre la entrada del infierno está colgado un letrero con la inscripción “Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate”, cuya traducción al español vendría a ser “Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis”. Desconocemos si Netanyahu leyó la obra clásica de Dante Alighieri, pero no hay duda de que su proyecto de “ciudad humanitaria” se asemeja mucho al infierno que describió el precursor del Renacimiento.
Los límites estratégicos del colonialismo sionista y la actualización de la lucha por la liberación de Palestina
En este punto, nos gustaría retomar el análisis de Ilan Pappé. Este historiador sostiene que el proyecto sionista atraviesa una grave crisis. En realidad, caracteriza que está en rumbo hacia un colapso en el mediano o largo plazo.
Además de la fractura de la sociedad israelí que detallamos en la primera parte, argumenta que Israel se transformó en un Estado paria, cuyo aislamiento internacional es similar al que experimentó Sudáfrica en la recta final del apartheid.
Por si fuera poco, la brutalidad del genocidio en Gaza provocó una ruptura de la juventud judía en el exterior con el movimiento sionista, algo patente durante las protestas en las universidades de los Estados Unidos, donde fue común observar agrupaciones de judíos contra el genocidio.
Asimismo, agrega que el país atraviesa una crisis económica, la cual se ve muy afectada por los recurrentes conflictos militares. En el último cuarto de 2023, por ejemplo, la economía cayó un 20% y, para agravar la situación, más de medio millón de personas abandonaron el país desde que comenzó la ofensiva contra Gaza, en su mayoría sionistas liberales descontentos con el avance de los partidos de extrema derecha.
En otras palabras, Israel tiene mucho “hard power”, pero carece de “soft power”. Así, es muy difícil construir hegemonía que legitime un proyecto de Estado-nación. Por más armas que tenga Israel, está rodeado de millones de árabes nativos que no van aceptar dócilmente sus mandatos. ¡Ni siquiera han podido doblegar a los palestinos tras casi ochenta años de ocupación colonial!
Por otra parte, al sionismo le va costar normalizar sus relaciones internacionales bajo la lógica expansionista del “Gran Israel” o del “Estado de Judea”, pues prácticamente todos sus vecinos son potenciales territorios para colonizar. Un hecho que suele pasar desapercibido es que Israel no tiene Constitución, debido a su negativa de auto-imponerse fronteras que limiten su expansión colonial, tal como sucede en estos momentos en Gaza y Cisjordania (ver ¿Por qué Israel no tiene constitución?).
En contraposición al desgaste sionista, Pappé apunta elementos que, estratégicamente, pueden fortalecer la lucha palestina. Por ejemplo, identifica una renovación de energía entre las jóvenes generaciones de Gaza y Cisjordania, las cuales parecen comprender que la (falsa) “solución” de los dos Estados es totalmente inviable y, en consecuencia, son más proclives a la perspectiva de luchar por una Palestina única.
Todo lo anterior no debe interpretarse de forma facilista. La crisis estratégica del sionismo lo torna más agresivo para evitar su declive. El giro fascista del actual gobierno y el genocidio en Gaza así lo demuestran.
A esto, es necesario sumar que el relanzamiento de la lucha contra la ocupación sionista requiere un ajuste de cuentas con los traidores internos, empezando con la OLP y la Autoridad Nacional Palestina, las cuales fueron artífices de los acuerdos de Oslo y llevaron la resistencia palestina hacia un callejón sin salida.
Además, está colocado el desafío de superar a las direcciones fundamentalistas burguesas que, aunque hacen parte de la lucha por la liberación palestina (eso explica el apoyo de masas que construyó Hamas en Gaza), su programa y sus métodos no tienen como eje desarrollar la emancipación de los explotados y oprimidos.
Coincidimos con Pappé en la necesidad de romper con el discurso de los procesos de “paz”, una terminología que se adecua a las iniciativas impulsadas por Israel y los Estados Unidos desde 1948 hasta la fecha. Da la impresión de que hay un conflicto entre “iguales”, ocultando la diferencia profunda que existe entre un Estado colonial y opresor como Israel, con un pueblo oprimido que lucha por su derecho legítimo a la autodeterminación, como es el caso de los palestinos.
En contraposición, es necesario reorientar la resistencia en el camino de la descolonización, estableciendo de entrada que existe una ocupación colonial de la Palestina histórica por parte del sionismo, ante lo cual es totalmente legítimo y necesario librar métodos de guerra civil. Ninguna lucha por la descolonización fue pacífica. La independencia de Haití a inicios del siglo XIX o de Argelia a mediados del XX, dan testimonio de ello.
Además, la lucha por la emancipación del pueblo palestino tiene un carácter internacionalista y antiimperialista. Israel no existiría sin el apoyo del imperialismo tradicional (además del apoyo de la URSS estalinista para su fundación, una de sus mayores traiciones).
Pero no basta con pensar la lucha contra el sionismo solamente desde la descolonización. Es preciso, además, dotarla con un contenido anticapitalista y socialista, que apunte a refundar Palestina sobre nuevas bases sociales que permitan la autodeterminación nacional y la emancipación social.
Israel es un Estado colonial, supremacista y genocida. No se puede reformar; tiene que -¡y merece!- ser destruido. La solución de los “dos Estados” es una utopía reaccionaria. La liberación del pueblo palestino es una de las grandes tareas para la emancipación de la humanidad en el siglo XXI. Pero no podrá ser llevada a cabo por ninguna facción islámica o burguesa. Palestina será única, laica, democrática y socialista, o no será.




