La doctrina imperialista de la “guerra contra las drogas”
Desde agosto pasado, la administración de Donald Trump inició una campaña militar en el Mar Caribe, la cual justificó como parte de su “guerra contra las drogas”.
De acuerdo al presidente estadounidense, los Estados Unidos se encuentran en un “conflicto armado no declarado” con los carteles de la droga, esencialmente los de origen latinoamericano. Bajo esta nueva “doctrina”, los narcotraficante pasaron a ser consideramos como “narcoterroristas”, un término que los presenta como “bárbaros” que están por fuera de los marcos civilizatorios y a los cuales es legítimo exterminar.
Al momento de escribir esta declaración, el ejército estadounidense realizó cerca de dos docenas de bombardeos en el Caribe y el Pacífico. Los ataques estuvieron dirigidos contra embarcaciones que, supuestamente, transportaban drogas hacia los Estados Unidos. Como es usual en estos casos, la Casa Blanca no presentó ninguna prueba para validar sus acusaciones.
Más grave aún, ochenta personas fueron asesinadas por los Estados Unidos en dichos bombardeos. Se trató de “ejecuciones extrajudiciales”, tal como lo denunció el alto comisionado de los Derechos Humanos de la ONU, Volker Turk. Aunque se tratara de supuestos narcotraficantes, lo que procede es su detención y procesamiento con las debidas garantías procesuales (comenzando por la presunción de inocencia), y no su exterminio de forma arbitraria y sangrienta.
Por este motivo, los bombardeos de Trump en el Caribe y el Pacífico latinoamericano constituyen verdaderos actos de terrorismo de Estado, mediante los cuales el presidente norteamericano se arroja el derecho de decidir sobre la vida y la muerte de sus habitantes.
Venezuela en la mira de Trump
En este contexto, la Casa Blanca aumentó sus amenazas contra Venezuela. Primero, denunció que Nicolás Maduro era el “líder” del “Cartel de los Soles”, una acusación sin fundamento ni pruebas que lo confirmen (comenzando por el hecho de que dicho cartel no existe en realidad).
Posteriormente, el 13 de noviembre, el secretario de Defensa norteamericano, Pete Hegseth, anunció la operación “Lanza del Sur” con el fin de expulsar a los “narcoterroristas” del hemisferio. Esto marcó un punto de inflexión, a partir del cual los Estados Unidos aumentaron significativamente su presión contra el gobierno venezolano.
Tratándose de Trump, es difícil hacer previsiones sobre qué es lo que persigue y qué hará en lo venidero. Su gobierno es una escenificación cotidiana de la “táctica sin estrategia”, por lo cual denota un curso errático en política internacional. Un día da a entender que persigue un cambio de régimen, otro abre la puerta a una posible negociación.
De hecho, mientras acusa a Maduro de narcotraficante y trata de legitimar la militarización del Caribe con la doctrina de la guerra contra las drogas, de forma inexplicable Trump anunció en sus redes sociales que le otorgará un indulto al ex presidente hondureño Juan Orlando Hernández, condenado por narcotráfico en los Estados Unidos (este anuncio lo hizo el día anterior a declarar el cierre del espacio aéreo venezolano).
Posiblemente, la Casa Blanca espera aprovechar el desgaste del gobierno de Maduro para provocar un cambio de régimen y, de esta manera, garantizar la instauración de un nuevo gobierno vasallo en la región, donde perdió influencia en las últimas décadas ante el avance de China.
El cierre del espacio aéreo venezolano marcó una escalada de los ataques contra la soberanía del país sudamericano que, sumado a la enorme cantidad de recursos militares desplegados en el Caribe, abren espacio para varias especulaciones. En primer lugar, es factible que Trump calcule que puede forzar la renuncia de Maduro por la vía de la amenaza (al parecer, ese fue el motivo de la llamada que sostuvieron).
Otra opción, es que opte por escalar el enfrentamiento y ordene el bombardeo puntual de infraestructuras en territorio venezolano bajo el “argumento” de que son utilizadas por los “narcoterroristas”. Por último, no se puede descartar que se decante por una incursión terrestre, aunque sea de baja escala.
Estas últimas opciones son las más arriesgadas, pues pueden desatar una ola anti imperialista a nivel regional. Asimismo, es público que dentro de la administración estadounidense hay tensiones entre los sectores del movimiento MAGA que son aislacionistas y contrarios a intervenir en conflictos externos, con el ala encabezada por el secretario de Estado Marco Rubio, un conservador republicano con vínculos orgánicos con la gusanería cubana y sus equivalente venezolanos, quien defiende una política intervencionista imperialista.
El Caribe y las esferas de influencia
La avanzada sobre el Caribe en general y Venezuela en particular, se inscribe en el reparto del mundo en esferas de influencias. Desde el inicio de su segunda administración, Trump hizo más explícitas sus tendencias imperialistas, reivindicando el derecho de los Estados Unidos de ser amo y señor de regiones del planeta que Washington considera estratégicas.
Por ejemplo, denunció la presencia china en el Canal de Panamá, presionó al gobierno del país centroamericano para que se distanciara de Pekín y firmó un acuerdo de seguridad que permite la presencia rotativa de tropas estadounidenses. Igualmente, anunció sus intenciones por controlar Groenlandia por motivos de seguridad nacional.
Lo anterior guarda relación con la campaña de provocaciones contra Venezuela. Con la excepción de Milei en la Argentina, el resto de los principales países de la región tienen al frente gobiernos que, en diferentes grados y con matices, tienen cierta distancia con la Casa Blanca y que intentan negociar los términos de su relación con el imperialismo estadounidense (es el caso de Lula en Brasil y Claudia Sheinbaum en México).
Pero Trump no quiere negociadores, quiere vasallos en Latinoamérica, región que considera su patio trasero. En este sentido, sacar de la ecuación al gobierno de Maduro y colocar en su lugar a una figura de la oposición “pitiyanqui” venezolana, es una perspectiva tentadora para los Estados Unidos, con lo cual ganarían mayor control sobre las costas del Caribe, los recursos energéticos del país y un punto de avanzada para América del Sur.
Maduro, el chavismo en su fase crepuscular
Por otra parte, la avanzada imperialista de Trump sobre Venezuela cuenta con un punto de apoyo en la realidad, a saber, la notable decadencia del régimen chavista.
El chavismo surgió como un nacionalismo burgués al calor de los procesos de rebelión popular que atravesaron la región. Pero, tras el final del boom de los hidrocarburos y con la muerte Chávez (un caudillo cuya personalidad carismática era un componente esencial del régimen), el chavismo se degradó e hizo cada vez más evidente sus rasgos autoritarios y la corrupción en torno a la “boliburguesía” (la nueva burguesía que surgió de la mano de los gobiernos chavistas).
La crisis económica del país obligó a la emigración de millones de personas en la última década (alrededor de 7,9 millones, según la ACNUR). Asimismo, el gobierno de Maduro no cuenta con ningún tipo de legitimidad democrática, dado el fraude que realizó en las últimas elecciones. Esto lo asemeja cada vez más con la dictadura de Ortega en Nicaragua.
Es comprensible que el pueblo venezolano aborrezca a Maduro y quiera sacarlo del poder. Trump sabe esto y lo quiere aprovechar a su favor, por lo cual promueve a la figura de María Corina Machada como una posible sucesora. En caso de que se produzca este reemplazo en el Palacio de Miraflores, no representaría ningún avance democrático para el pueblo venezolano, sino un mayor sometimiento al imperialismo y un retorno al poder de una representante de la burguesía tradicional venezolana, caracterizada por su racismo y desprecio a los sectores populares.
No a las provocaciones imperialistas contra Venezuela
Reiteramos nuestro repudio al despliegue militar del imperialismo estadounidense en el Mar Caribe y las amenazas contra Venezuela, realizado bajo la excusa de la “guerra contra las drogas”. Asimismo, exigimos la reapertura inmediata del espacio aéreo venezolano.
Nos colocamos del lado del pueblo venezolano y defendemos incondicionalmente su derecho a auto-determinarse libre y soberanamente.
Esto lo hacemos sin brindar ningún apoyo político al gobierno autoritario y burgués de Maduro, al mismo tiempo que denunciamos a la oposición burguesa pro-imperialista encabezada por María Corina Machada, la cual abiertamente apoya una intervención militar estadounidense.
Llamamos a estar alertas ante la eventualidad de una escalada mayor en las provocaciones contra Venezuela. En caso de que eso ocurra, hay que impulsar movilizaciones anti- imperialistas contra el gobierno de Trump por toda Latinoamérica, en unidad con la clase trabajadora y la juventud estadounidense (de la cual un gran porcentaje es latina), que repudia al gobierno del magnate en la Casa Blanca y protagonizó importantes movilizaciones en los últimos meses.




