«Cadáveres anónimos.
Ningún olvido los reúne,
Ningún recuerdo los separa…
Olvidados en la hierba invernal
Sobre la vía pública
(…)
¡Yo soy la víctima!». «¡No, yo soy
la única víctima!». Ellos no replicaron:
«Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
Y una víctima»
Cadáveres anónimos. Mahmud Darwish
En octubre de 2023, Israel comenzó con lo que denominó una “guerra defensiva” contra Hamas, al cual presentó como la parte agresora por los hechos del 7 de octubre. Dicho relato le sirvió durante muchos meses, principalmente porque las grandes potencias capitalistas cerraron filas con la ofensiva sionista, alegando que le asistía el derecho a la “legítima defensa”.
Transcurrieron dos años desde entonces y, aunque el gobierno de Netanyahu insiste en asumir la posición de “víctima”, la opinión pública mundial confluye cada vez más en la condena de la campaña de devastación y exterminio del sionismo en la Franja de Gaza.
No es para menos. Lo que acontece en Gaza es un genocidio colonial. No es una guerra, no es un conflicto entre dos Estados, no es una lucha entre iguales. Se trata de un acto de barbarie planificada, ejecutado por uno de los ejércitos más poderosos del mundo que, con el respaldo incondicional del imperialismo estadounidense, utiliza todo su poder destructivo en contra de un pueblo oprimido, que no cuenta con un Estado ni un ejército regular propio.
En notas anteriores, desarrollamos varios aspectos históricos y conceptuales en torno a este genocidio[1]. Para esta ocasión, analizaremos el momento político de este evento disruptivo, dando cuentas del incremento en la brutalidad de la ofensiva sionista, pero también del aislamiento político de Israel y de la reapertura del debate programático para Palestina.
“Gaza está ardiendo”
Esta fue la frase que recientemente empleó el ministro de Defensa sionista, Israel Katz, para referirse a la intensidad y brutalidad contenida en la ofensiva israelí sobre la Ciudad de Gaza.
Esas tres palabras, a su vez, son útiles para ilustrar los contornos de la etapa mundial, signada por la agudización de los conflictos geopolíticos y el retorno del imperialismo de la territorialización. La carrera armamentista, la lucha por la configuración de esferas de influencia -o “espacios vitales”- y el recurso a la fuerza militar para resolver las disputas, son algunas manifestaciones de ello.
En suma, estamos en tránsito hacia un “nuevo mundo”, en el que cada vez se pasa con más facilidad de la brutalidad de las palabras a la brutalidad de los hechos. O, como dijera Gramsci para referirse a los convulsos años veinte: “El viejo mundo se muere y el nuevo está por llegar, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Netanyahu y Trump encarnan ese papel de “monstruos” a la perfección.
Ahora bien, es válido cuestionarse por qué Gaza y por qué ocurre en este preciso momento. Para responder a estos interrogantes, es preciso articular dos niveles de análisis, de forma tal que sea posible comprender las causas internas y externas a partir de las cuales se desarrolla la barbarie del genocidio.
Por un lado, Israel es un caso contemporáneo de colonialismo. Una ocupación colonial no es un evento específico, es ante todo una estructura. Se trata de un proceso de larga duración que, en el caso del sionismo, experimentó un proceso de radicalización acumulativa. Por ello, pasó de emplear métodos de dominación semejantes al apartheid sudafricano a desarrollar un genocidio que, por sus métodos y la asimetría de poder, únicamente es comparable con el genocidio perpetrado por el nazismo.
La colonización imperialista en los países periféricos asumió diversas formas a lo largo de la historia. Por ejemplo, los británicos dominaron la India con la presencia directa de unos 40 ó 50 mil ingleses, los cuales se apoyaron en su superioridad militar y económica, además de desarrollar una ingeniosa política de acuerdos con grupos locales; el famoso “divide y vencerás”.
También, hubo emprendimientos coloniales que se basaron en el asentamiento de masas de colonos, con el consecuente desplazamiento y exterminio de la población originaria. Por ejemplo, tomemos el caso de los Estados Unidos y la expansión colonial sobre los territorios indígenas, a los cuales exterminaron y recluyeron en reservas. Otro ejemplo fue la colonización de lo que actualmente conocemos como América, durante la cual se exterminó al 90% de la población indígena y se demolieron sus centros ceremoniales para edificar iglesias católicas.
Visto lo anterior, es claro que hay una diferencia con el colonialismo clásico, cuyo fin primordial es apropiarse de los recursos naturales y explotar la fuerza de trabajo nativa. En el caso del colonialismo de poblamiento el objetivo central es construir una nueva “patria” en una tierra que no les pertenece desde un punto de vista histórico; los colonos son un cuerpo extraño que se implantan desde afuera por la vía de la fuerza.
Pues bien, Israel es un caso contemporáneo de colonialismo de asentamiento o poblamiento, cuya lógica consiste en suplantar la población nativa con la implantación de una población foránea. Con el agravante de que se realizó sobre una región con una alta densidad poblacional.
Además, Israel se fundó en la mitad del siglo XX, es decir, justamente cuando estaban en curso los procesos de descolonización en África y Asia. Este hecho, sumado a la instrumentalización de la memoria del Holocausto, benefició al sionismo para “disimular” su naturaleza colonial y la limpieza étnica que estaba realizando, la cual presentó como “acciones defensivas” en el marco de “disputas religiosas” o motivadas por anti-semitismo (este fue el relato que agitaron al inicio del genocidio en Gaza).
Lo anterior explica que la colonización sionista de Palestina parezca una historia de nunca acabar, pues Israel está en estado de guerra permanente contra el pueblo palestino, dado que su finalidad es expulsar al pueblo colonizado para apropiarse de sus tierras y recursos.
Pero la única forma de llevar a cabo una limpieza étnica es mediante el uso sistemático de la violencia extrema, pues de lo contrario es imposible expulsar enormes cantidades de nativos de sus tierras originarias. Y, dado que es sumamente difícil (por no decir imposible) transferir totalmente una población nativa hacia otra región, la limpieza étnica tiene implícita la pulsión genocida.[2]
De acuerdo a Ilán Pappé (2022), la ejecución de la violencia colonial extrema emplea varios dispositivos ideológicos para auto-justificarse. En primer lugar, señala la lógica de la eliminación, la cual consiste en crear los medios y las justificativas morales para expulsar a la población nativa. En el caso del sionismo, agrega, también contiene la lógica de la deshumanización, mediante la cual presenta a los otros como bestias que hay que exterminar.
Para no dejar dudas al respecto, veamos las palabras que pronunció el ex ministro de Defensa de Israel, Yoav Galant, al inicio de la operación de devastación en Gaza: “Estamos imponiendo un asedio total a Gaza (…) ni electricidad, ni comida, ni agua, ni gas, todo cerrado (…) Estamos luchando contra animales y actuamos en consecuencia”.
Lo expuesto anteriormente se asemeja a la narrativa que empleó el nazismo para deshumanizar a los judíos, con la cual preparó las condiciones para desplegar la barbarie genocida en Europa del Este y en la invasión a la URSS. Esta es la conclusión que expone Ian Kershaw cuando analiza la “Noche de los cristales rotos”, como se conoció el sangriento pogromo que realizaron los nazis en la noche del 9 al 10 noviembre de 1938, durante el cual asesinaron a un centenar de judíos, destruyeron más de 8.000 tiendas “judías” y demolieron o quemaron cientos de sinagogas, todo en represalia por el asesinato de un funcionario de la embajada alemana en París a manos de un judío polaco:
“La escala y la naturaleza de la barbarie, y el evidente objetivo de potenciar al máximo la degradación y la humillación, reflejaban el éxito de la propaganda a la hora de demonizar la figura del judío (…) y de acelerar sustancialmente el proceso, iniciado con la llegada al poder de Hitler, de deshumanización y exclusión de la sociedad alemana de los judíos, un paso decisivo en el camino hacia el genocidio” (KERSHAW, 2019, p. 606-607).
Por otra parte, la liberación de la pulsión genocida latente en el sionismo no se explica solamente por la dinámica intrínseca del proceso de colonización. Es, al mismo tiempo, una consecuencia de los cambios abruptos a nivel internacional, en particular del ascenso de gobiernos de extrema derecha y la consecuente ruptura de los consensos que ordenaron el mundo desde la segunda posguerra hasta hace poco tiempo.
Desde nuestra corriente caracterizamos que ingresamos a una “era de la combustión”, esto es, un mundo en el que se rompió el equilibrio internacional e impera un “caos sin orden a la vista”. Atrás quedó la etapa del “orden consensual hegemónico” y, en contraposición, actualmente las potencias imperialistas se pelean como “matones” por el reparto de territorios para expoliar:
“(…) al imperialismo de la globalización se le impuso otro tipo de imperialismo, que es el de la territorialización. Al capitalismo del plusvalor relativo se le impuso otra lógica, por decirlo redondamente, la del plusvalor absoluto. Al capitalismo de la acumulación específicamente capitalista (es decir, sin elementos extraeconómicos) se le impone, o se le agrega, la «acumulación primitiva» (la acumulación por medios violentos, por ejemplo, por la apropiación de territorios, como diría Marx en su teoría de la renta agraria y minera, de porciones de la atmósfera e incluso del cosmos). Al capitalismo de la explotación se le agrega el de la expoliación, de los recursos naturales y de los seres humanos.» (SÁENZ, 2025).
Se trata de un “capitalismo de la finitud”, dentro del cual las burguesías imperialistas y sus socias menores (sub-imperialistas o potencias regionales) evalúan que no hay espacio para el crecimiento y, por tanto, la depredación de los recursos existentes es la mejor forma de mantener o mejorar su posición. En otras palabras, se reabrió una nueva repartición del planeta manu militari.
Al respecto de lo anterior, es interesante retomar el análisis de Ernest Mandel en Late Capitalism (1976, Capitalismo Tardío), en el que sostiene que la acumulación primitiva de capital y la acumulación de capital a través de la producción de plusvalor no son fases sucesivas en la historia del capitalismo, sino que también son procesos económicos simultáneos en el espacio y el tiempo:
“A lo largo de toda la historia del capitalismo hasta el presente, los procesos de acumulación primitiva de capital han coexistido constantemente con la forma predominante de acumulación de capital mediante la creación de valor en el proceso de producción.
(…)
La situación que define los procesos de acumulación primitiva hoy en día es obviamente muy diferente. Esto ocurre en el marco de un modo de producción capitalista ya establecido y de un mercado mundial capitalista; por lo tanto, se encuentran en constante competencia, o intercambio metabólico permanente, con el modo de producción capitalista ya establecido.” (MANDEL, 1976, p. 46-47).[3]
Lo anterior nos sirve para comprender y dimensionar el genocidio en Gaza. Es un intento del gobierno fascista de Netanyahu de aplastar la lucha de liberación nacional del pueblo palestino, para lo cual ejecuta una campaña de devastación contrarrevolucionaria. De esta forma, el sionismo espera consumar una nueva limpieza étnica que le permita colonizar la Franja de Gaza por parte de Israel (con la clara complicidad y participación de los Estados Unidos). En suma, es un acto de acumulación por desposesión en desarrollo.
Esta no es una “teoría de la conspiración”. Por el contrario, son muchas -cada vez más explícitas- las manifestaciones de los líderes políticos de Israel y de la Casa Blanca a favor de apropiarse del enclave palestino. Por ejemplo, recientemente el ministro de Finanzas sionista, Bezalel Smotrich, se refirió a la Franja de Gaza como un “negocio inmobiliario” y afirmó que “la demolición ya está hecha”, por lo que sólo restaba reconstruir y obtener enormes dividendos. También, afirmó que le habían presentado una propuesta concreta al gobierno de los Estados Unidos para repartirse en porcentajes el territorio de Gaza.
Asimismo, a inicios de septiembre, The Washington Post tuvo acceso a un documento de 38 páginas de la Casa Blanca, titulado “Fideicomiso de Reconstitución, Aceleración Económica y Transformación de Gaza”. En este texto, la administración de Donald Trump delineó su proyecto para el “día después” en Gaza, es decir, lo que sobrevendría cuando termine formalmente la “guerra” (así es como el imperialismo y el sionismo denominan al genocidio) y se daría inicio con la reconstrucción de la zona.
Como su nombre sugiere, el objetivo es transformar al enclave palestino en un “fideicomiso” administrado por los Estados Unidos durante un plazo de diez años mínimo. Durante este lapso de tiempo, Trump aspira a construir un complejo turístico y un centro de manufactura de alta tecnología.
Con respecto a la población nativa, el documento señala que promoverá la reubicación temporal de los dos millones de gazatís, mediante lo que denomina como “salidas voluntarias” a otros países o en “zonas seguras” dentro de la Franja. ¡Una forma sutil para denominar una operación de limpieza étnica!
Para incentivar las salidas voluntarias, el documento prevé otorgar un pago en efectivo de cinco mil dólares, así como subsidios para cuatros años de alquiler en otro país y el pago de un año de alimentación.
Suponiendo que el sionismo (que comete el genocidio) y el imperialismo estadounidense (que lo respalda) cumplan con sus compromisos financieros, sería un intercambio totalmente desigual, pues forzarían a miles de gazatís para que abandonen sus hogares y su tierra natal a cambio de unos miles de dólares y la firma “voluntaria” de un contrato para para “legitimar” la limpieza étnica y el robo de tierras en Gaza.
Junto con esto, mientras los ojos del mundo están colocados sobre Gaza, el sionismo avanza con la construcción de asentamientos en Cisjordania. En 1993 cuando se firmaron los “Acuerdos de Oslo”, habían 110.000 colonos sionistas en Cisjordania que estaban distribuidos en 128 asentamientos. Pero desde 2010, cuando Netanyahu llegó al poder en 2010, los asentamientos no pararon de crecer y, actualmente, se contabilizan 148 colonias con una población de 450.000 israelís y 1,5 millones de palestinos (la ANP alega que en realidad son 650.000 colonos israelís y 2,5 millones de palestinos).[4]
Todo lo arriba expuesto, evidencia la articulación/coexistencia entre la acumulación primitiva de capital y la acumulación de capital mediante la creación de valor en el proceso de producción, tal como lo explicaba Mandel. La desposesión del pueblo gazatí de sus tierras originarias mediante un brutal genocidio, es visto como una oportunidad de negocios por los colonos sionistas y Donald Trump.
Un ejemplo de que aquello que sentenciara Marx en uno de los capítulos de El Capital, en el cual se refiere a la acumulación primitiva así:
“Si según Augier, ‘el dinero vino al mundo con manchas naturales de sangre en uno de sus rostros’, el capital llega a él sudando sangre y fango por todos los poros” (MARX, 1973, p. 740).
“Hay muchas personas atrapadas bajo los escombros y podemos oír sus gritos”
Con estas crudas palabras, Ahmed Ghazal, un joven de 25 años que reside en Ciudad de Gaza, ilustró las condiciones de barbarie extrema a las que está sometida la población gazatí.
En Gaza está en curso una suerte de “solución final” contra la causa palestina. Nos explicamos mejor. Bajo el régimen de segregación y apartheid que imperó durante décadas en los territorios ocupados, a los palestinos les era cuestionada su condición de ciudadanos por medio de la violencia sistemática, restricciones para desplazarse y la ausencia de derechos fundamentales. Ahora, bajo el genocidio la brutalidad dio un salto en calidad, pues lo que está en cuestión es la condición humana de los gazatís.
Los sectores más radicales del sionismo cruzaron la línea roja del genocidio y, por esta vía, intentan avanzar con la construcción de su “espacio vital”, el “Gran Israel”, sobre la totalidad de la Palestina histórica. Con el apoyo incondicional de los Estados Unidos, utilizan lo más avanzado de la ciencia y la tecnología militar del momento para exterminar seres humanos a escala industrial y apropiarse de sus tierras.
Según los datos proporcionados por el Ministerio de Salud del enclave palestino, ya son 65 mil las personas asesinadas por los ataques israelís. No obstante, esta estadística comprende las muertes plenamente confirmadas y, por tanto, es un hecho que la cantidad de fallecidos es muchísimo mayor, porque hay miles –o decenas de miles- de cadáveres bajos los escombros.
Esto es lo que refleja el informe “Desenmascarando La Historia: La odiosa política de contar a los muertos de Gaza”, elaborado por los doctores Richard Hil y Gideon Polya, quienes afirman que un tercio de la población gazatí murió por causas relacionadas a la agresión militar sionista. En números absolutos, sostienen que ya son 680.000 los gazatíes asesinados (hasta abril de 2025), entre los cuales estiman que 380.000 son niños menores de 5 años, 99.000 niños por encima de ese rango de edad, 63.000 mil mujeres y 138.000 hombres.
Aunado a lo anterior, el grado de devastación de la infraestructura en la Franja de Gaza no tiene precedentes. La ONU estima que el 90% de las viviendas fueron destruidas. La reconstrucción del enclave palestino tomaría catorce años de trabajo ininterrumpido y la remoción de más de 30 millones de toneladas de escombros, lo cual tendría un costo aproximado de 40.000 millones de dólares.
Asimismo, entre un 53% y el 71% de los sitios históricos fueron destruidos o resultaron severamente dañados por los bombardeos. Se trata de edificaciones con siglos de antigüedad, como la Gran Mezquita Omarí, construida en el siglo XIII; o el Museo Cultural Al-Qarara, el cual preservaba objetos que databan del 4000 a.C.
La destrucción de los domicilios y de los sitios culturales es parte del genocidio, pues tienen por objetivo acabar con las condiciones materiales que permiten la reproducción material y simbólica del grupo étnico que pretende exterminar. Es decir, el genocidio no se mide solamente por el número de víctimas, sino que también implica la destrucción del tejido social y cultural del grupo atacado.
Peor aún, hace unas semanas Israel comenzó la incursión terrestre sobre la Ciudad de Gaza, la cual estuvo precedida por varias semanas de intensos bombardeos. El gobierno sionista alega que es el último reducto de Hamas y, según sus cálculos, ahí se esconden entre 2 mil y 3 mil combatientes de la milicia palestina. Es un dato imposible de corroborar, pero es lo utiliza Netanyahu para “justificar” el desplazamiento forzado de un millón de personas que residen en la ciudad, donde aún quedan (o quedaban) algunos edificios e infraestructura sanitaria en pie.
Es un frenesí de muerte y destrucción por doquier, del cual hay pocos precedentes en la historia moderna. Inclusive, lo que sucede en Gaza presenta muchas particularidades que lo distancian de otros genocidios recientes.
Veamos el caso del genocidio de Ruanda en 1994. También fue un acto de barbarie planificada que se cobró la vida de entre 800 mil y un millón de tutsis a manos de los hutus, quienes utilizaron machetes para asesinar a sus víctimas. Asimismo, tuvo lugar en un país periférico, es decir, que no hace parte del centro capitalista ni del imaginario cultural occidental.
En el caso de Gaza sucede algo diferente. El genocidio es realizado por un Estado que, durante los últimos setenta y siete años, fue considerado como un embajador del “mundo Occidental” en el Medio Oriente. Es más, Israel fue creado por el establishment imperialista en la segunda posguerra (con el apoyo traidor de la Unión Soviética estalinista[5]) y, hasta no hace mucho, era promocionado como un ejemplo exitoso de “democracia liberal” -para los colonos, no para la población palestina sometida a un régimen de apartheid- en medio del “atraso” de una región acostumbrada a los regímenes autoritarios o islamistas.
No es nuestra intención hacer una comparación odiosa para determinar cuál genocidio es peor. Los dos son casos de violencia extrema que contrajeron resultados terribles desde el punto de vista humanitario.
No obstante, entre ambos casos hay diferencias a la hora de evaluar sus implicaciones a nivel internacional e histórico. Así, mientras en Ruanda se utilizaron machetes como principal arma del crimen, en Gaza el responsable es un Estado que posee armas nucleares, utiliza la inteligencia artificial para ejecutar sus masacres cotidianas y que articuló un conglomerado de poderosas empresas transnacionales en lo que las Naciones Unidas ya denomina una “economía del genocidio” (esto lo desarrollaremos más adelante).
Ahí reside lo particular del genocidio en Gaza. Es un ejemplo contemporáneo del empleo de métodos racionales para alcanzar fines irracionales. Dicho de forma más clara, de la utilización de lo más avanzado de la ciencia y la tecnología del momento para llevar a cabo un acto de exterminio de seres humanos a escala industrial.
El único punto de comparación en la historia reciente es el genocidio nazi en la Segunda Guerra Mundial. Por este motivo, Gaza es un acontecimiento histórico que, además de contener la brutalidad propia de todo genocidio, al mismo tiempo parece señalizar la apertura de una “nueva era de los extremos” en el siglo XXI, esto es, del enfrentamiento cara a cara entre la revolución con la contrarrevolución.
Porque este es el trasfondo del genocidio en Gaza. Es un intento del gobierno fascista de Netanyahu de implementar una “solución final” contra la lucha de liberación nacional del pueblo palestino.
Todo lo anterior nos debe servir para entender algo: el derecho legítimo del pueblo palestino de luchar con métodos de guerra civil por su liberación nacional, lo cual solamente será posible mediante la destrucción del Estado colonial, racista y genocida de Israel y la construcción de una Palestina laica, democrática, no racista y socialista.
“El genocidio continúa (…) porque es lucrativo para muchos”
En julio del presente, la relatora de la ONU para los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, publicó el informe From economy of occupation to economy of genocide (De la economía de la ocupación a la economía del genocidio), en el cual expuso el entramado corporativo en torno a la masacre en Gaza.
A pesar de las limitaciones políticas de cualquier documento emitido por las Naciones Unidas, es interesante analizarlo porque expone la relación estructural entre la colonización sionista con el capital imperialista. Es decir, evidencia la articulación/coexistencia entre la acumulación primitiva de capital y la acumulación de capital mediante la creación de valor en el proceso de producción.
Según la investigación, la ocupación colonial de Palestina se apoya en un enorme entramado de corporaciones locales y transnacionales, las cuales proveen armas, tecnología, recursos financieros y conocimiento a Israel para que controle y oprima a la población palestina. Por ejemplo, veamos lo que dice en el punto 24:
“Las entidades corporativas han desempeñado un papel clave en la asfixia de la economía palestina, sosteniendo la expansión israelí en los territorios ocupados y facilitando la sustitución de los palestinos. Las draconianas restricciones —al comercio y la inversión, la plantación de árboles, la pesca y el agua para las colonias— han debilitado la agricultura y la industria y han convertido el territorio palestino ocupado en un mercado cautivo; las empresas han lucrado explotando la mano de obra y los recursos palestinos, degradando y desviando los recursos naturales, construyendo y abasteciendo de energía a las colonias y vendiendo y comercializando los bienes y servicios derivados en Israel, el territorio palestino ocupado y en todo el mundo.”
Asimismo, en el numeral 26 del informe se indica que, después de octubre de 2023, este entramado corporativo se transformó en la “infraestructura económica, tecnológica y política” utilizada por Israel para “infligir violencia masiva y una destrucción inmensa”. Dicho de otro modo, las corporaciones no tuvieron problema moral en pasar de colaborar con el régimen de ocupación y de apartheid al desarrollo del genocidio, pues les reporta enormes ganancias.[6]
De hecho, la ilegalidad que rodea la ocupación colonial y ahora al genocidio, es visto por sectores de la industria de armas y de tecnología como un “campo de pruebas ideal”, debido a que no cuentan con ningún tipo de supervisión que limite el uso de sus productos sobre los palestinos.
En el informe se destaca la contradicción de algunos gobiernos “progresistas” que, aunque hacen declaraciones fuertes contra Israel, en realidad no toman medidas para impedir que desde sus economías se exporten materias primas fundamentales para sostener la maquinaria militar y la economía sionista.
Es el caso de Colombia, que, para mediados de 2024, era el mayor proveedor de carbón a Israel. Aunque el gobierno de Petro “suspendió” las exportaciones de carbón hacia ese país en junio del año pasado, a la fecha el mineral colombiano abastece a los sionistas por medio de dos empresas multinacionales, a saber, la suiza Glencore y la estadounidense Drummond.
Otro ejemplo lo constituye Brasil, dado que BP y Chevron aportaron el 16% del crudo consumido por Israel entre octubre de 2023 y julio de 2024 (8% cada conglomerado), en gran parte con petróleo extraído de los campos petrolíferos brasileños en los que Petrobras (compañía estatal) es la socia mayoritaria.
Recientemente, Amnistía Internacional publicó el informe Confrontar la economía política global que facilita el genocidio, la ocupación y el apartheid de Israel, cuyo contenido coincide con las valoraciones expuestas por las Naciones Unidas. Es más, proporciona una lista detalladas de las principales empresas transnacionales que son cómplices de Israel, entre las que figuran “las multinacionales estadounidenses Boeing y Lockheed Martin; las empresas armamentísticas israelíes Elbit Systems, Rafael Advanced Defense Systems e Israel Aerospace Industries (IAI); la empresa china Hikvision; el fabricante español Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles (CAF); el conglomerado surcoreano HD Hyundai; la empresa de software estadounidense Palantir Technologies; la empresa tecnológica israelí Corsight, y la empresa de aguas estatal israelí Mekorot”.
En consecuencia, estos informes ofrecen insumos para explicar la naturaleza anticolonial y anticapitalista que debe revertir la lucha del pueblo palestino para lograr su liberación de la ocupación sionista, la cual se apoya en la fuerza de las armas del ejército sionista y en un poderoso entramado de corporaciones capitalistas[7].
Esto último es importante a la hora de formular un programa para la lucha contra el sionismo, porque dota de una tarea anticapitalista al movimiento de solidaridad con Palestina en el extranjero. Por ejemplo, mediante el boicot de las empresas que apoyan el genocidio y la ocupación, lo cual puede significar desde un llamado a no consumir ciertos productos o hasta impedir la circulación de las mercancías de ciertas empresas en los puertos.
“Esta Vuelta ya la ha ganado Palestina”
El 14 de setiembre, en las calles de Madrid, se llevó a cabo una gigantesca movilización contra el genocidio en Gaza. Más de cien mil personas marcharon contra la participación del equipo Israel-Premier Tech en La Vuelta Ciclista a España, una de las más prestigiosas a nivel internacional.
A pesar del fuerte operativo represivo, los manifestantes no dieron marcha atrás y, al grito de “Netanyahu asesino” y con banderas palestinas en la mano, derribaron las vallas de seguridad y ocuparon trechos del recorrido de la última etapa de la competición, obligando a la suspensión de la misma.
“La Vuelta ha servido de catalizadora de la impotencia de la gente (…) Como una forma de quitarnos la responsabilidad del silencio, de la complicidad (…) Ya es hora de que nos demos cuenta de que sí, se pueden parar las cosas. Por mucha propaganda que nos vendan para forzarnos a aceptar con pasividad todo lo que pasa”, declaró a la prensa Daniel Gómez, vocero de la asociación Interpueblos.
Fue una acción que los mismos organizadores calificaron como disruptiva, es decir, que alteró la normalidad para visualizar el genocidio y repudiar el “blanqueamiento” de la política de Israel mediante un evento deportivo. Debido a la magnitud de la protesta y por el prestigio de la competencia, esta acción ganó una enorme repercusión mediática y puso en evidencia el creciente odio social que hay contra Israel a nivel internacional.
Más significativo aún, fue la enorme huelga nacional que se realizó en Italia el pasado 22 de septiembre bajo el lema “Bloqueemos todo con Palestina en el corazón”. Según informó la prensa internacional, el movimiento se extendió por más de ochenta ciudades del país mediterráneo, con el objetivo de denunciar el genocidio en Gaza, solidarizarse con la flotilla humanitaria Global Sumud y exigir al gobierno de Meloni que reconozca al Estado palestino.
En Roma, capital del país, aproximadamente 100 mil personas marcharon de la Piazza dei Cinquecento hasta Porta Maggiore, gritando consignas como “¡Palestina libre!” e “Israel terrorista”.
La huelga afectó el funcionamiento del transporte público, centros educativos y los puertos. En la capital, los manifestantes bloquearon la estación Termini, la principal de Italia. En Milán y Boloña, se produjeron fuertes enfrentamientos con la policía.
El paro fue convocado por la Unión de Sindicatos de Base (USB), la cual apoya la flotilla humanitaria Global Sumud. “Somos un mar de humanidad, y esto dice mucho de nuestro sentido del deber de estar aquí para denunciar lo que está sucediendo en Palestina: un genocidio que queremos detener”, declaró Sasha Colautti, secretariado nacional de USB
Lo anterior es sintomático de dos cosas. Por un lado, de que se está en curso una nueva ola de protestas masivas contra el genocidio en Gaza, con foco en Europa. Asimismo, que las movilizaciones tienden a ser cada vez más disruptivas, en gran medida como respuesta a la radicalización del gobierno fascista de Netanyahu y su campaña de exterminio contra el pueblo palestino. Igualmente, en los últimos meses aumentaron los posicionamientos contra Israel en el mundo de la cultura y el deporte.
Esto último es de suma importancia, pues da cuentas de un fenómeno que ya es apuntado por muchos analistas, a saber, que Israel gastó el “crédito del Holocausto” y cada vez más sectores de la población mundial lo perciben como el lado agresor y genocida.
De hecho, un reciente artículo de The Economist (ver America in falling out of love with Israel) sostiene que, tras el cese abrupto y unilateral de la tregua en marzo pasado, cambió significativamente la percepción de Israel en los Estados Unidos: un 43% de los estadounidenses considera que comete un genocidio en Gaza y un 50% tienen una opinión desfavorable de dicho Estado.
Junto con esto, en los últimos meses crecieron las denuncias internacionales contra el accionar del sionismo. A mediado de setiembre, la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los territorios palestinos ocupados de la ONU, declaró que Israel cometió cuatro de los cinco actos genocidas definidos en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio: matar, causar lesiones físicas o mentales graves, someter deliberadamente a condiciones de vida para destruir a los palestinos, e impedir la natalidad en Gaza. Navi Pillay, presidente de la comisión, afirmó que “es evidente que existe la intención de destruir a los palestinos de Gaza mediante actos que cumplen los criterios establecidos en la Convención sobre el Genocidio”.
Este paso de víctima a victimario, es lo que explica que Israel se esté convirtiendo en un Estado paria a nivel internacional. En cuestión de pocos meses, una serie de países europeos se distanciaron de Tel Aviv y se pronunciaron por el reconocimiento de un Estado palestino. Entre los casos más significativos, se encentran Irlanda, España, Noruega, Eslovenia y, más recientemente, Francia y el Reino Unido.
¿Qué impacto tiene el reconocimiento de un “Estado palestino” por parte de varios de los gobiernos europeos? Por un lado, es sintomático de la enorme presión que emana desde la sociedad civil. El repudio al genocidio es de masas en muchos países, como reflejaron algunas de las movilizaciones en Europa o Australia. También, genera presión al gobierno fascista de Netanyahu, el cual abiertamente se posiciona en contra de los acuerdos de Oslo que Israel suscribió en los años noventa.
Por otra parte, no podemos obviar se trata de reconocimiento de un “Estado” palestino en los marcos de los acuerdos de Oslo. Dicho de forma más clara, es una posición diplomática que reconoce la existencia de Israel como Estado colonial y plantea la existencia de un mini-Estado palestino sin viabilidad alguna.
Es más, el informe de Francesca Albanese que citamos previamente, es bastante crítico de dichos acuerdos, pues “consolidaron esta explotación, institucionalizando de facto el monopolio de Israel sobre el 61 % de los recursos en Cisjordania (Área C). Israel se beneficia de esta explotación, mientras que a la economía palestina le cuesta al menos el 35 % de su PIB.”
Asimismo, es interesante escuchar lo que opinan las voces palestinas. En una mesa redonda organizada por Al Shabaka (The Palestinian Policy Network), varios analistas palestinos expusieron sus críticas a esta ola de reconocimientos diplomáticos del “Estado” palestino en Europa. Diana Buttu, por ejemplo, destacó como inquietante que el reconocimiento de los europeos “sigue atrapado en la lógica de las negociaciones bilaterales”, algo que considera errado porque promueve la idea de que los palestinos “deben negociar todos los aspectos de su libertad, como si la liberación tuviera que ser siempre condicional, gradual y mediada por su colonizador. Esa es la lógica en la que seguimos atrapados”. Además, sostiene que es una estrategia que beneficia a la desacreditada Autoridad Nacional Palestina (ANP) liderada por Mahmud Abbas, quien se presenta como el ente legitimado a nivel internacional para representar a Palestina ante el mundo.
Más contundente aún, es la posición de Yara Hawari, quien califica el reconocimiento como una “distracción” y llamó a centrar la presión en exigir que “los Estados reconozcan el genocidio antes que reconozcan un Estado palestino”, dado que eso tiene implicaciones más reales para presionar a Israel a detener la masacre.
Un criterio similar es que el expone Gilbert Achcar (ver El reconocimiento no es suficiente), en el que critica que “los planes occidentales para un Estado palestino distan mucho de la autodeterminación”, porque “imponen severas limitaciones a su futura soberanía”.
Para Achcar, muchos gobiernos occidentales cerraron filas con Netanyahu después del 7 de octubre de 2023, pues consideraban que Israel iba a eliminar a Hamas y pasar el control de Gaza a la Autoridad Nacional Palestina. Pero este no era el plan del gobierno israelí, cuyo primer ministro lleva décadas diciendo que se opone a la creación de un Estado palestino y, apoyándose en su alianza con los partidos extremistas de los colonos, optó por tomar un curso más radical contra los palestinos, incluso corriendo por la extrema derecha a Joe Biden. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca, Netanyahu liberó plenamente sus planes genocidas.
Todo lo anterior, sumado a las terribles imágenes de la hambruna, provocaron un cambio en la opinión pública europea y, los hasta entonces pro-sionistas gobiernos de la UE, tuvieron que girar su política con una postura simbólica a favor de un Estado palestino, aunque sin romper sus relaciones con Israel.
Lo anterior quedó manifiesto en la “Declaración de Nueva York”, promovida por Francia y Arabia Saudita hace unos meses, en la cual se promueva la conformación de un “Estado” palestino con derechos políticos solamente para quienes acepten la dominación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP); además, esta entidad no contaría con un ejército para defenderse (en primer lugar, de su vecino Israel), solamente dispondría del armamento para reprimir a su propia población.
Además del genocidio en Gaza, el gobierno de Netanyahu cruzó muchas líneas rojas en los últimos dos años, incluyendo el bombardeo de varios países de la región y, por tal motivo, comenzó a ser percibido por los Estados árabes como un “rogue state” (Estado canalla). Tras atacar a Irán de forma súbita, hace pocos días Israel atacó a Qatar, un aliado de los Estados Unidos que, incluso, tienen una base militar norteamericana en su territorio. El motivo fue asesinar a la delegación negociadora de Hamas que reside en ese país, el cual asumió el rol de mediador con la milicia palestina a solicitud de Estados Unidos desde hace varios años.
Lo anterior encendió las alertas en la región, pues cada vez más Israel se reafirma como el “matón” del Medio Oriente, que no tiene pudor alguno en cometer actos de terrorismo de Estado para hacerse valer por la fuerza. Una fórmula muy arriesgada que, aunque pude depararle algunos éxitos momentáneos, es poco redituable a largo plazo.
Al respecto de esto, es muy sugerente el análisis que presenta Marcus Schneider, un cuadro socialdemócrata de la Fundación Friedrich Ebert (FES) que reside en Beirut:
“El orden que se ha cristalizado en la región desde el 7 de octubre de 2023 es el de la supremacía israelí, prácticamente sin restricciones militares. Pero aunque el Estado judío sea sin duda dominante, no es un hegemón. Una potencia hegemónica ofrecería a la región una visión, al menos parcialmente positiva, que los Estados satélite seguirían también por interés propio. Por el contrario, Israel no tiene nada que ofrecer a sus vecinos más allá de bombas, colapso estatal y subordinación.”
Se reabrió el programa estratégico sobre Palestina
El genocidio en Gaza, los avances de los asentamientos de colonos en Cisjordania y las declaraciones de representantes del gobierno fascista de Netanyahu contra los acuerdos de Oslo, reabrieron el debate estratégico sobre qué programa seguir para la liberación de Palestina.
Aunque la (falsa) solución de los dos Estados está en cuidados intensivos, varios de los gobiernos europeos y del establishment imperialista liberal tratan, desesperadamente, de revivir esta “hoja de ruta” que no cuestiona la ocupación colonial de Palestina y, en el mejor de los escenarios, garantizaría la existencia de un “mini-Estado” tutelado por Israel.
Por otra parte, el llamado “eje de la resistencia” encabezado por Irán, demostró que no es una alternativa para frenar a Israel. No decimos esto solamente por la superioridad militar del sionismo con relación a sus adversarios regionales, sino principalmente porque desde Teherán no puede provenir ninguna alternativa emancipadora. El régimen de los ayatolas es una teocracia burguesa ultraconservadora.
Los mismo podemos decir de China y Rusia. Pekín encabeza un imperialismo en construcción que, cada día que pasa, muestra más sus tendencias expansionistas en lo que considera su “espacio vital” (Mar de China y Taiwán). En lo que concierne a Moscú, es un imperialismo territorial en reconstrucción que, actualmente, disputa en el campo de batalla y en la mesa de negociaciones como repartirse buena parte del territorio ucraniano. En suma, son dos potencias que se pelean por sus propios territorios para oprimir y expoliar, por lo cual es imposible que sean aliados estratégicos de un pueblo que lucha por su liberación nacional de una fuerza colonizadora.
Israel tiene mucho “hard power”, pero carece de “soft power”. Así, es muy difícil construir hegemonía que legitime un proyecto de Estado-nación. Por más armas que tenga el sionismo, está rodeado de cientos de millones de árabes nativos que no van aceptar dócilmente sus mandatos. ¡Ni siquiera han podido doblegar a los palestinos tras casi ochenta años de ocupación colonial!
Por otra parte, al sionismo le va costar normalizar sus relaciones internacionales bajo la lógica expansionista del “Gran Israel” o del “Estado de Judea”, pues prácticamente todos sus vecinos son potenciales territorios para colonizar. Es un Estado que no tiene consenso sobre sus fronteras (por lo cual no tiene Constitución para no fijarse límites) y, estando gobernado por fascistas fundamentalistas, pueden justificar extender la colonización por “derecho divino” hasta donde se les ocurra.
En cuanto a la sociedad palestina, desde antes del genocidio se percibía el surgimiento de una nueva generación en Gaza y Cisjordania que experimentó en carne propia que la (falsa) “solución” de los dos Estados es totalmente inviable y, en consecuencia, son más proclives a la perspectiva de luchar por una Palestina única.
Dicho lo anterior, punteamos tres criterios políticos y programáticos que nos parecen centrales para reorientar la lucha contra el genocidio y por la liberación final de Palestina:
- La primera tarea es impulsar movilizaciones y campañas disruptivas para detener el genocidio. La enorme huelga en Italia y lo que aconteció en la vuelta ciclística de España son ejemplos de esto que decimos: fueron acciones radicales que dialogaron con el rechazo contra Israel y el genocidio que crece en el movimiento de masas. La brutalidad del fascismo sionista nos coloca el desafío de radicalizar la resistencia internacional para frenar la masacre en Gaza y el avance de la colonización en Cisjordania.
- No basta con pensar la lucha contra el sionismo solamente desde la descolonización. Es preciso, además, dotarla con un contenido anticapitalista, que apunte a refundar Palestina sobre nuevas bases sociales que permitan la autodeterminación nacional y la emancipación social. La “economía del genocidio” denota que hay un entramado de grandes corporaciones que lucran de la colonización, a las cuales hay que expropiar en Palestina y sabotear internacionalmente. Además, la propiedad privada colonial es ilegítima desde sus orígenes y debe utilizarse como fondo para garantizar el derecho al retorno de los refugiados y desarrollar política de reparación histórica.
- La lucha por la emancipación del pueblo palestino tiene un carácter internacionalista y antiimperialista. Israel no existiría sin el apoyo del imperialismo tradicional (además del apoyo de la URSS estalinista para su fundación, una de sus mayores traiciones). No existe la “liberación en un solo país”, con más razón cuando se trata de un proceso de colonización tan asimétrico.
- Por último, pero no menos importante, tenemos que señalar que Israel es un Estado colonial, supremacista y genocida. En otras palabras, ¡no se puede reformar!, por lo cual es necesario luchar a fondo por su destrucción. La solución de los “dos Estados” es una utopía reaccionaria. La liberación del pueblo palestino es una de las grandes tareas para la emancipación de la humanidad en el siglo XXI. Pero no podrá ser llevada a cabo por ninguna facción islámica o burguesa. Basta de genocidio en Gaza. Palestina será única, laica, democrática y socialista, o no será.
“Porque los vencidos de hoy son los vencedores de mañana/ Y del jamás, saldrá el todavía”. Estos fueron los versos con que Bertolt Brecht cerró su poema “Loa a la dialéctica”. Nos parecieron pertinentes para ilustrar una idea en la que insistimos desde nuestra corriente, a saber, que en la época está inscrita la dialéctica de la contrarrevolución y la revolución, por lo que es factible revertir las situaciones adversas mediante la irrupción del movimiento de masas. Esto sirve para la lucha contra el genocidio en Gaza, así como en el marco de la pelea más estratégica de derrotar el proyecto colonial sionista en su conjunto.
Bibliografía
- KERSHAW, Ian. La biografía definitiva. Ediciones Península: Barcelona, España.
- MANDEL, Ernest. 1976. Late Capitalism. London: NLB.
- MARX, Carlos. 1973. El Capital (tomo I). Editorial Ciencias del Hombre: Buenos Aires, Argentina.
- Pappé, Ilán. 2022. Dez mitos sobre Israel. Editora Tabla. Edición Ebook.
- Report of the Special Rapporteur on the situation of human rights in the Palestinian territories occupied since 1967. 2025. From economy of occupation to economy of genocide. En https://www.un.org/unispal/document/a-hrc-59-23-from-economy-of-occupation-to-economy-of-genocide-report-special-rapporteur-francesca-albanese-palestine-2025/ (Consultado el 20 de setiembre de 2025).
- SÁENZ, Roberto. 2025. La era de la «combustión». En https://izquierdaweb.com/la-era-de-la-combustion/ (Consultado el 18 de setiembre de 2025).
- SCHNEIDER, Marcus. Setiembre 2025. Las líneas rojas que cruza Israel. En https://nuso.org/articulo/israel-ataque-doha-qatar-hamas-negociacion-paz-trump-estados-unidos/ (Consultado el 19 de setiembre de 2025)
- YUNES, Marcelo. 2025. Trump 2.0 y los cambios en el imperialismo yanqui (y global). En https://izquierdaweb.com/trump-2-0-y-los-cambios-en-el-imperialismo-yanqui-y-global/ (Consultado el 18 de setiembre de 2025).
[1]Nos referimos a Anatomía de un genocidio; La barbarie sionista en tres actos y Colonialismo-genocidio y resistencias en Palestina, todos disponibles en Izquierda Web.
[2] Esta idea la expuso Ian Kershaw, un historiador inglés que es uno de los principales especialistas en nazismo. En varias de sus obras (La dictadura nazi y Hitler) explica que el plan inicial de los nazis era expulsar a los judíos de Europa, pero debido a las dificultades para materializar tal empresa en medio de la Segunda Guerra Mundial, terminaron ejecutando la “solución final”, es decir, el holocausto. “La idea de reasentar a los judíos (…) era en sí misma latentemente genocida” (KERSHAW, 2019, p. 600).
[3] En adelante, todas las traducciones del inglés y del portugués al español son nuestras.
[4] Hace unos días leímos una nota que decía que, en vez de llamarse “Acuerdos de Oslo”, habría que llamarlos “Recuerdos de Oslos”, porque no se cumplió nada de lo que se decía ahí e Israel ya dejó en claro que no va tolerar un Estado palestino, incluso en la versión reducida y tutelada que se establecía en dichos acuerdos.
[5] En Dez mitos sobre Israel (Editora Tabla, 2022), Ilán Pappé señala que la Unión Soviética apoyó con entusiasmo la creación del Estado de Israel. Con la mediación del Partido Comunista Palestino, le proporcionaron armas checoslovacas a los sionistas antes y después de mayo de 1948. ¡El estalinismo abasteció parte del armamento que se utilizó en la Nakba! Dos fueron las razones para esto. Primero, que la burocracia soviética consideró que el nuevo Estado sionista sería socialista y antibritánico, por lo que estaría inclinado hacia el “bloque soviético” en las disputas geopolíticas. Segundo, caracterizó al sionismo como un movimiento de liberación nacional. Con esta lógica de realpolitik funcionaba la burocracia del Kremlin, para la cual los intereses de su Estado tenían más importancia que los intereses de un pueblo que luchaba contra su sometimiento colonial. Por ello, es fundamental procesar el balance del estalinista, cuyas secuelas son perceptibles en los principales conflictos y problemas del siglo XXI (véase el caso de Ucrania, o la crisis ecológica).
[6] Un ejemplo menos significativo, pero que no deja de ser repugnante, es la creación de un mirador “turístico” en la ciudad de Sderot, ubicada al sur de Israel, al cual asisten excursiones para observar los bombardeos de las FDI sobre Gaza. Esta noticia fue difundida por la cadena alemana DW.
[7] El ángulo anticapitalista de la lucha palestina se les escapa incluso a las corrientes que se revindican trotskistas. En el caso de las que proceden del morenismo, se limitan a sostener un programa democrático-radical, sintetizado en la consigna “Por una Palestina laica, democrática y no racista”. El componente socialista, según el morenismo, llegaría como subproducto de un movimiento objetivo en el enfrentamiento con el imperialismo. ¿La consciencia y el programa? “Gracias, no fumo”. En el caso del PTS-FT, aunque en algunas ocasiones agregan “socialista” en la consigna, es un planteamiento formal que dejan de lado a menudo. Véase por ejemplo el artículo Invasión de Gaza: ¿hacia la “solución final”? de Claudia Cinatti, en el cual indica que “la lucha contra el genocidio tiene necesariamente un componente antiimperialista, y está objetivamente unida a las luchas en curso, que como en Francia o Argentina enfrentan los ataques de los gobiernos capitalistas ajustadores, cómplices del colonialismo israelí.” Este programa coincide con el de las corrientes morenistas que, valga decir, el PTS calificó en su momento como el “trotskismo de Yalta” y carente de estrategia revolucionaria. El PTS es un caso de objetivismo tardío, un rasgo que cada vez está reluciendo más por su falta de un balance a fondo del estalinismo y de las tareas propias de la transición al socialismo.