Este domingo, 7 de setiembre, se conmemoró un nuevo aniversario del “Grito de Ipiranga”, mediante el cual Pedro I declaró la independencia de Brasil del imperio portugués en 1822.
Tras el ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia, la conmemoración dejó de ser una efeméride rutinaria y se transformó en un día de movilización de la extrema derecha del gigante sudamericano. En 2021, por ejemplo, fue el escenario desde el cual Bolsonaro llamó al juez Alexandre de Moraes de “canalla” ante cientos de miles de sus seguidores en la Avenida Paulista; además, alegó que no cumpliría con ninguna de las disposiciones de la Corte Suprema.
Este año no fue diferente, aunque los actos transcurrieron en un contexto diferente. Para empezar, el “Mito” (como los bolsonaristas llaman a su líder) no pudo participar del acto central en San Pablo, pues se encuentra bajo arresto domiciliario por el proceso judicial en su contra por la fallida trama golpista del 8 de enero de 2022.
La Corte Suprema dictará sentencia sobre el caso la próxima semana y, de ser encontrado culpable, Bolsonaro podría enfrentar una condena de hasta 40 años de prisión.
Lo anterior marcó el sentido político de la jornada, cuya reivindicación principal fue exigir la aprobación de una ley de amnistía a los procesados, incluyendo al ex presidente Bolsonaro. Asimismo, fue el escenario para perfilar al posible sustituto presidencial de la extrema derecha, dado que su líder también fue inhabilitado para presentarse a las elecciones hasta 2030.
El gobernador del estado de San Pablo, Tarcísio de Freitas, es el principal postulante para el relevo. De hecho, desde hace una semana “radicalizó” su discurso en aras de ganarse la simpatía de las bases bolsonaristas, las cuales le reclamaban sus posiciones “moderadas” ante la Corte Suprema y lo que consideran una “persecución” en contra de Bolsonaro.
En esta ocasión, Tarcísio no se guardó nada y calificó a Moraes de tirano. “Nadie aguanta más la tiranía de un ministro como Moraes», declaró desde el escenario en la Avenida Paulista ante 42 mil personas.
El 29 de agosto, en una entrevista a la prensa, Tarcísio declaró que, en caso de resultar electo presidente, su primer acto de gobierno consistiría en dar el indulto a Jair Bolsonaro. Agregó que, infelizmente, no confía en la Justicia de su país.
Además, hace unos días viajó hasta Brasilia y, junto a diputados del Centrão (el bloque de la centroderecha que domina el Congreso), declaró su apoyo para revivir el proyecto de amnistía amplia para todos los implicados en los hechos del 8 de enero de 2022, lo cual incluiría a Bolsonaro.
De esta forma, Tarcísio de Freitas satisfizo las expectativas de la base bolsonarista, para la cual era necesario que el gobernador se pusiera a tono con la ofensiva que la extrema derecha impulsa con el apoyo de Donald Trump.
Al respecto de lo anterior, durante el acto fue desplegada una bandera gigante de los Estados Unidos, lo cual se combinó con los cientos de carteles agradeciendo la intromisión imperialista de Trump para presionar por el desprocesamiento de Bolsonaro. Recordemos que la Casa Blanca impuso un arancel del 50% a una gran cantidad de productos brasileños, lo cual justificó como un castigo ante la «persecución» judicial a Bolsonaro.
Lo anterior generó un debate, porque cayó muy mal que se desplegara la bandera de una potencia imperialista que impuso sanciones económicas contra Brasil, provocando la pérdida dede empleos. Por otra parte, no se puede dejar de lado que fue en el ¡día que se conmemora la independencia del país!
Silas Malafaia, el carismático pastor evangélico de extrema derecha y organizador de los actos bolsonaristas, consideró un “absurdo” que se desplegara la bandera de los Estados Unidos y avisó que prohibirá que eso pase de nuevo en futuros actos.
Por el contrario, Eduardo Bolsonaro saludó el gesto en sus redes sociales, donde agradeció la “ayuda” de Trump: “Las dictaduras suelen ser derrocadas desde fuera, porque dentro de ellas los tiranos censuran cualquier herramienta que pueda hacerles perder el poder (…) Los brasileños ya no necesitan a las prostitutas de los medios de comunicación tradicionales, generosamente pagadas con el dinero de los contribuyentes, para informarse. Y sí, somos un pueblo educado que sabe agradecer a quienes nos ayudan en la guerra por recuperar nuestras libertades y nuestra democracia. MUCHAS GRACIAS, PRESIDENTE DONALD J. TRUMP, POR TRABAJAR PARA ARREGLAR EL DESASTRE QUE DEJÓ SU PREDECESOR.”
¿Y la izquierda?
En el campo contrario, la izquierda realizó una concentración que reunió 9 mil personas en San Pablo. En comparación con las movilizaciones de años anteriores, hubo un crecimiento en la convocatoria, pero aún quedó muy por detrás de la movilización del bolsonarismo.
La debilidad de movilización de la izquierda no es casualidad, sino que es producto de crisis inducida por la política de frente amplia con la burguesía que sostiene el PT y el lulismo, por lo cual llaman a no tomar las calles y limitarse a «pelear» con la extrema derecha en el campo institucional. Una estrategia derrotista, considerando que el bolsonarismo es una corriente que combina la lucha parlamentaria y extraparlamentaria.
Esta política es secundada por el PSOL, partido reformista que se transformó en un “mini” PT, sin identidad propia y totalmente absorbido por la adaptación al régimen y la lógica institucional.
Aunado a esto, dentro de la izquierda revolucionaria persisten debates sobre cómo luchar contra la extrema derecha. Por ejemplo, el MRT (grupo del PTS en Brasil) destaca por su sectarismo doctrinario y se rehúsa a convocar a actos de unidad de acción contra la extrema derecha y contra la intromisión imperialista. Por este motivo, el MRT-PTS no participó de la movilización y se limitó a “luchar” contra la extrema derecha y Trump por redes sociales (leninismo 2.0 le llaman).
En el caso del PSTU, que dirige la central sindical CONLUTAS, apoyó sumarse a las movilizaciones, pero sin darle jerarquía a la necesidad —no menos central— de luchar por los derechos políticos democráticos de los trabajadores y los oprimidos, especialmente el derecho a organizarse y luchar, que también son fundamentales y están amenazados.
Bolsonarismo y Mileísmo
Por último, es interesante hacer una comparativa entre la dinámica de la extrema derecha en Brasil con el caso de Argentina.
El bolsonarismo se transformó en un movimiento de masas con fuertes raíces a lo largo y ancho del país-continente. Como apuntamos previamente, es una fuerza parlamentaria y extraparlamentaria, que tiene la capacidad de colocar decenas de miles (y en sus mejores momentos a cientos de miles) en las calles.
En vista de esto, representa un peligro aunque no estén en el gobierno, porque hay posibilidades de que desconozcan los resultados electorales de 2026 en caso de que pierdan las elecciones por un estrecho margen, algo que podría dar paso a una nueva intentona golpista, con el agravante de que posiblemente contaría con el apoyo de Trump.
Envalentonados con las sanciones de Trump, la extrema derecha bolsonarista presiona para lograr la amnistía amplia que cubriría a su líder. De esta forma, contrarrestarían la posible condena que se le imponga a Bolsonaro en las próximas semanas.
En el caso de la Argentina, por el contrario, el mileísmo fue un fenómeno de carácter mediático y de las redes sociales, que se benefició del empuje del régimen hacia la derecha. En determinado momento, se especuló sobre su posible constitución en un movimiento social en el terreno real, pero hasta este momento no logró hacerlo (y no se vislumbra que tenga posibilidades de hacerlo en este momento). Por este motivo, Mieli fue incapaz de garantizar una movilización de apoyo a su mandato desde que llegó a Casa Rosada.
Esto explica el curso invertido entre ambas corrientes de extrema derecha. El bolsonarismo garantiza decenas de miles de personas en las calles (aunque mermó su capacidad de movilización con relación a otros años), es un serio competidor en las elecciones del próximo año.
En cuanto a Milei, sufrió una categórica derrota en las elecciones de la Provincia de Buenos Aires este domingo y su gobierno atraviesa una crisis política, no controla el Congreso que pasó a tutelarlo por la “izquierda” al recoger la agenda de la calle y fue incapaz de transformar su éxito inicial en las redes en una masa crítica que lo respaldara en las calles.