Trabajo, automación y transición al socialismo

Intervención en la Conferencia de Historical Materialism, Londres, noviembre 2025

“La riqueza efectiva se manifiesta más bien –y esto lo revela la gran industria– en la enorme desproporción entre el tiempo de trabajo empleado y su producto, así como en la desproporción cualitativa entre el trabajo, reducido a una pura abstracción, y el poderío del proceso de producción vigilado por aquél. El trabajo ya no aparece tanto como recluido en el proceso de producción, sino que más bien el ser humano se comporta como supervisor y regulador con respecto al proceso de producción mismo”

Marx, Grundrisse, 1980: 228

Intervención realizada en la Conferencia de Historical Materialism, Londres, noviembre 2025, trabajada especialmente para esta edición de nuestro suplemento semanal. Roberto Sáenz, París, 22 de noviembre del 2025.

Buenos días a todos.

Estoy trabajando en una obra en curso amplia, en varios volúmenes. Es un work in progress, un trabajo sobre la transición socialista al comunismo. Se trata de una obra dedicada a la experiencia anticapitalista del siglo XX y a las lecciones que podemos extraer de esa experiencia.

La cuestión del poscapitalismo es una tensión entre el propio sistema del cual se parte –es decir, las tendencias internas del capitalismo hacia su propia superación– y la experiencia de la clase trabajadora y de las masas que van más allá del capitalismo, que toman el poder y expropian a la burguesía. En el siglo pasado hubo muchas experiencias que fueron más allá del capitalismo. Cuando hablamos sobre esas experiencias, podemos encontrar ciertos elementos del “futuro en el pasado” (Bloch), “recuerdos del futuro”, de ahí la connotación poscapitalista que le damos a dicha experiencia.[1] Cuando miramos las experiencias poscapitalistas del siglo XX, en cierto sentido estamos mirando hacia el futuro: vemos experiencias sociales, experiencias de masas que desbordan los límites del capitalismo, y ahí tenemos una cantera de “experimentaciones” sociales valiosa para sacar conclusiones.

Estas “tendencias de futuro” ocurrieron en sociedades que no estaban en el centro del capitalismo mundial, pero igualmente dejaron lecciones muy importantes para pensar el futuro. Y, paradójicamente, estuvieron en el centro de los debates en las décadas que fueron, grosso modo, entre los años 30 y los 70, pero el actual revival del marxismo todavía no las ha retomado. Una cantera extremadamente valiosa también de análisis crítico, que actualmente quizás es materia de los historiadores de la ex URSS, de la China actual, etc., quizás algo de Cuba, pero cuyo análisis teórico-estratégico sistemático no ha recomenzado del todo. De alguna manera, con mi obra, lo que pretendo es ayudar al relanzamiento de ese debate, ponerlo en agenda.[2]

Mi obra seguramente va a salir en dos o tres volúmenes, no lo sé todavía. El año pasado publiqué el tomo 1 en la Argentina por editorial Prometeo, está próxima a salir por Brill en inglés a finales de este mes, y a comienzos del año que viene sale en Brasil por Boitempo. El primer tomo, del cual estoy hablándoles de sus fechas próximas de publicación, trata de los problemas del Estado, el poder y la burocratización de las revoluciones socialistas y anticapitalistas del siglo pasado (El marxismo y la transición socialista: Estado, poder y burocracia, 2024, que se puede ver en línea en castellano en izquierda web).

Ahora estoy trabajando en el segundo tomo, que a priori irá dividido en dos volúmenes. Uno referido a Marx y Engels y la transición al comunismo, al problema del trabajo humano en la transición al comunismo, en su primera parte; y una segunda parte dedicada a la dialéctica de los reguladores de la economía transitoria: la planificación, el mercado y la democracia socialista. Y un segundo volumen dedicado a los problemas de la acumulación socialista; la ecología y transición socialista, y la inteligencia artificial y la planificación (el primer volumen espero terminarlo a finales del 2026 y el segundo no lo sé todavía).

De cualquier manera, sobre el primer tomo ya publicado en castellano quiero compartirles algunas ideas; hay muchas, pero tres son clave para mí. En la segunda parte de mi intervención me dedicaré a algunos aspectos relacionados con el tomo 2 en proceso de elaboración.

1- Estado, propiedad y burocracia

Lo primero a señalar tiene que ver con la compleja problemática del Estado en la transición socialista. Se confrontan, grosso modo, dos posiciones. Por un lado, una idea de un “Estado obrero institucionalizado” por así decirlo, una suerte de suerte de “Estado aparato” sin participación de la clase trabajadora. Lo que descriptivamente se llama “dictadura sobre el proletariado”, pero sirve a los efectos de graficar la cosa: un Estado-aparato en vez de un semi-Estado proletario (Lenin.)[3] Y, por el otro lado, propiamente la idea de la “dictadura del proletariado”. En este caso me interesa detenerme en la palabra dictadura. Porque cuando uno se hace la pregunta: “¿dictadura de quién?”, y la respuesta es “dictadura del proletariado”, se puede pensar en una forma de Estado completamente original –una forma soviética– en la que el proletariado ejerce realmente el poder. Ese es un debate larguísimo que está bastante desarrollado en el capítulo 2 de mi tomo 1 y también en otros textos de mi autoría.[4]

Si uno lee algunos textos de Marx –por ejemplo, la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, 1843– hay conceptos profundos sobre la democracia, como el siguiente: “la democracia es forma y contenido”. Yendo al grano, esto significa que la tendencia en un Estado transitorio al socialismo, en el sentido en que la tomaba el joven Marx respecto de un “Estado democrático”, implica la tendencia a que la sociedad esté en el Estado. Pero si la sociedad está el Estado, es evidente que algo sobra. Y como la sociedad es un “continente” más grande que el Estado (el concepto de “continente” en el sentido en que lo usamos acá es de raíz althusseriana), entonces lo que sobra es, evidentemente, el Estado mismo.

Lógicamente, esto es todo un largo y complejo proceso; no es que automáticamente la sociedad toda pueda “estar” en el Estado; no solamente por las diferencias sociales de todo tipo que subsisten en la transición (clases sociales diversas heredadas del capitalismo, atadas a diversas formas de propiedad, y que toma una larga experiencia histórica reabsorber), sino, además, por el grado desigual de conciencia política entre las y los integrantes de la clase trabajadora, que limitan o inhiben todavía que el conjunto de las masas se hagan cargo de los asuntos colectivos. (Es de destacar que esta es una dialéctica inversa a la que señala Moshé Lewin respecto del estalinismo: en vez de estar la sociedad en el Estado, era la sociedad la que estaba estatizada. Se trata de una dinámica socio-política inversa que la de la transición socialista auténtica, de la que también hablaba Naville cuando señalaba que “en vez de que el Estado se reabsorbiera en la dictadura proletaria, era el Estado el que había absorbido a la dictadura proletaria”.)

Cuando Lenin quería que “hasta la última cocinera tome en sus manos los asuntos del Estado” –los asuntos de la colectividad, saliendo de la vida extremadamente privada y de la subordinación familiar patriarcal–, lo que estaba buscando era que se disolviera la separación entre la “sociedad política” y la “sociedad civil”: que la sociedad esté en el Estado en el sentido de que se haga cargo de los asuntos colectivos, que la gestión estatal se difunda a lo largo y ancho de la sociedad, y esa es la tendencia que debe verificarse en la dictadura proletaria, la tendencia a que la dictadura proletaria sea una forma de semi-Estado proletario (precisamente la connotación de semi-Estado que le atribuía Lenin a la dictadura proletaria iba en sentido contrario de la idea de Estado-aparato, aunque ningún Estado se la puede pasar sin un aparato).[5]

El contenido de la dictadura del proletariado es, entonces, el contenido del poder real de la clase trabajadora, la democracia como forma y contenido, la tendencia de la dictadura proletaria a ser eso.

Hay muchos debates sobre esto, porque en el siglo XX hubo mucho sustituismo y mucha confusión alrededor del tema: se tendió a homologar lo social y lo político como si el segundo término deviniera abstractamente del primero.[6] El proletariado no tuvo el poder, o lo perdió. En la Revolución Rusa, los trabajadores perdieron el poder entre los años 1925-1927-1930, y la burocracia tomó el control. Y las revoluciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial –China, Vietnam, Cuba, ex Yugoeslavia– fueron enormes revoluciones anticapitalistas, pero los trabajadores no tuvieron el poder (no fueron revoluciones socialistas): “(…) como lo remarcó Simondon, un cambio de signo del capital, que de propiedad extraña al trabajador deviene una propiedad común (o del Estado, que evidentemente no es lo mismo, agregamos nosotros), no alcanza para transformar la función del trabajo. Es esta incapacidad la que los trabajadores de la URSS están ahora experimentando. Es necesario que la naturaleza técnica de la industria alcance un nivel que permita una cooperación de nuevo tipo no solamente entre los seres humanos, sino incluso entre los seres humanos y los sistemas técnicos” (Naville, 1963: 246). (Desde nuestro punto de vista, tampoco se trata de un mero problema técnico, aunque la técnica de base es condición material, sino de un problema social: que las y los trabajadores realmente dominen el trabajo muerto, el capital fijo.)[7]

También hay otra discusión: que los trabajadores tengan el poder pero, supuestamente, para crear una nueva dominación de clase… Ese no es el contenido de Marx ni de la necesaria dictadura proletaria, dictadura necesaria como paso intermedio hacia el comunismo. Porque para Marx, la transición implica la superación de toda forma de dominación de clase.

La perspectiva comunista es: fin del Estado, fin de la dominación de clase e, incluso, fin del trabajo tal como lo entendemos hoy: “Todo lo que se magnifica hoy bajo el nombre de trabajo, no es hasta el día de hoy más que una amalgama confusa de imposiciones exigidas por relaciones sociales y relaciones prácticas apenas conscientes. Pero detrás de esta significación oscura y desdichada, hay otra cosa, de la cual la industria automatizada de hoy nos puede dar solo un presentimiento: una relación técnica que es una utilización recíproca conforme al orden profundo de la naturaleza. Me parece que esta perspectiva surge naturalmente del análisis de Marx, y lo profundiza” (Naville, 1963: 246).

Sobre esto estoy reflexionando actualmente –el compañero Ricardo Antunes, especialista en el mundo del trabajo y presente en esta charla, seguramente estudió algo de esto–; los debates acerca de la transformación del trabajo en actividad como un concepto más general de la relación humanidad/naturaleza, más genérico. Se trata de que en el comunismo se superan –se tienden a superar– las determinaciones históricas de las sociedades de clase. Acá se ponen a jugar las determinaciones históricas específicas versus determinaciones ontológicas, el estatus de ambas en el marxismo.

Volviendo al tema de este primer punto, me interesa destacar el concepto de la burocracia estalinista como “clase política” en una sociedad burocratizada. Es un concepto que tomamos de Christian Rakovsky, compañero de lucha de León Trotsky en la Oposición de Izquierda, que tuvo una visión muy perspicaz sobre la burocratización de la URSS. Habló del nuevo fenómeno histórico que estaba expresando la burocracia ascendente en condiciones no capitalistas. No era una simple burocracia como una capa administrativa de un Estado burgués. Tampoco una simple burocracia sindical que coexistiera de manera subordinada con la clase capitalista, sino otra cosa: se trataba de una burocracia que dirigía el Estado y controlaba los medios de producción sin tener a su lado una clase propietaria propiamente dicha, pero que tampoco era una “clase económica” en el sentido tradicional (Trotsky se aproximaba mucho, por su parte, a este tipo de definición, sin llegar sin embargo a ella).

Daniel Bensaïd –conocido del compañero Joseph Antentas, que está presidiendo este panel– tiene una obra, una de las más importantes, La discordance des temps (del año 1994, creo recordar), en la que discute “burocracia, clases y castas” en uno de sus capítulos. Pero el problema es que da vueltas y no termina de cerrar su análisis respecto del carácter de la burocracia estalinista (no logra superar la visión tradicional mandelista de la cuestión). Se queda en el análisis del texto de Marx de 1843 sobre Hegel y el Estado, pero no avanza en sacar conclusiones más audaces. Rakovsky en cambio, 60 años antes, abrió una nueva línea de investigación en el análisis del fenómeno burocrático, línea que hemos seguido en nuestra obra.[8]

Rakovsky aprecia a la burocracia como una “clase política”, una capa social específica que se vale de su dominación del Estado para sus privilegios, que se forja desde arriba hacia abajo, que tiene al Estado, un Estado que domina los medios de producción, como su “propiedad privada” (una reflexión inspirada en el texto de Marx de 1843 y que seguimos en nuestra investigación; Rakovsky parecía tener más presentes que Trotsky los textos clásicos de Marx y Engels, esto se denota en sus escritos).

La tercera cuestión es sobre el carácter de la propiedad estatizada. La discusión sobre la propiedad estatal es un clásico en el debate del trotskismo. La propiedad estatal es una propiedad política en la medida en que es estatizada y declarada de toda la sociedad, y, como tal propiedad política, debe convertirse en una propiedad colectiva, cuestión que, como ha demostrado la experiencia histórica, no es sinónima. (Nuestros clásicos, sobre todo Engels en el Anti-Dhüring, cometían el error de asimilar ambos conceptos, lo que era comprensible por su falta de experiencia histórica al respecto, pero injustificable en tantos “trotskistas” hasta el día de hoy).[9]

La propiedad privada capitalista –incluso en sus formas modernas como la sociedad anónima y demás– sigue siendo privada. Algunas personas del empresariado se pasan al sector público y no les va bien, como Elon Musk: no es lo mismo ser capitalista que ser político (burgués); ambos roles funcionan con lógicas distintas (sus gestos de extrema derecha afectaron las ganancias de Tesla; lo obligaron a renunciar a la gestión pública).

El problema de la propiedad estatal es político: los medios de producción estatizados se declaran colectivos (“del pueblo entero”), pero ¿quién los controla realmente?, ¿la burocracia o la sociedad antes explotada y oprimida?

Si los controla la burocracia, tenemos una nueva forma de apropiación. Si los controla la sociedad, entonces sí estamos ante una propiedad social: “La dominación del capital fijo no depende solamente del régimen de propiedad; depende asimismo de las estructuras técnicas de los aparatos productivos. Sin duda la desaparición de relaciones humanas de subordinación subproducto del régimen de propiedad es una condición para el florecimiento de las nuevas posibilidades que ofrecen las nuevas relaciones técnicas, pero esta condición sólo se puede manifestar si la técnica nueva deviene un hecho general en la sociedad. Marx nunca lo pensó de otra manera (…) el principio de la alienación (…) cede paso a paso a nuevas relaciones sobre la base de una técnica que resucita la cooperación inteligente entre las obras y los operadores, que restituye al producto un carácter común y que pone en duda una clase capitalista cuyo último refugio es la burocracia” (Naville, 1963: 246/7).

Es famosa la carta abierta de Jacek Kuron y Karol Modzelewsky al POUP (Partido Obrero Unificado Polaco) en 1965, discutiendo los problemas del régimen burocrático en la Polonia de su época. La carta comenzaba planteando que el problema de la propiedad estatal no es un abordaje marxista; que la propiedad que se había declarado del pueblo entero, no lo era: era de la burocracia (el pueblo no tenía nada que ver con la propiedad, no la controlaba).

En síntesis: la teoría del materialismo histórico se vuelve más exigente cuando uno tiene que probar estos desarrollos en la experiencia histórica, más rica, más compleja que cualquier esquema.

2- Del trabajo al “general intellect”

En el segundo tomo, uno de los objetivos es abordar la problemática de la regulación de la economía de transición, las “leyes” que la rigen: la relación entre la planificación, el mercado y la democracia socialista. Para mí, en todo caso, lo más importante de esta tríada, lo estratégico, es la democracia socialista, la cuestión política: el poder de la clase obrera.

En la transición estamos ante una formación social, lo contrario a un modo de producción estabilizado (estilizado). Al ser una formación social híbrida, es decir, que combina leyes heredadas del capitalismo con otras del futuro socialista y comunista, los problemas políticos tienen enorme importancia: no rige el “automatismo social”. Las discusiones a favor o en contra del mercado, a favor o en contra de la planificación, en sí mismas, mecánicamente, se vuelven esquemáticas si no las situamos alrededor del poder: ¿quién tiene el poder? ¿qué clase lo detenta realmente?

Ejercer el poder no es sencillo. Ya es difícil organizar una “simple” huelga…[10] Imagínense a la clase trabajadora, que no tiene una tradición de mando y dominio, ejerciendo de buenas a primeras el poder. Dirigir es extremadamente difícil; ejercer el poder lo es mucho más.

El problema, además, es que el poder es un hecho político-valorativo por antonomasia. Pero lo que ocurrió con la burocracia es que redujo la política a una administración supuestamente “técnica”, a-valorativa.[11]

Los asuntos del Estado se supone que son los asuntos de la sociedad: asuntos políticos, económicos y sociales. Pero la burocracia, como producto de los “problemas profesionales del poder”, en síntesis, de la sustitución del poder de la clase obrera, redujo la política a administración. Es decir, enmascaró sus intereses como si fueran cuestiones puramente de administración y no de valoraciones político-sociales: a qué clases y fracciones de clase beneficiaba con sus decisiones, así como el forzamiento mecánico de determinadas situaciones, por ejemplo, la “colectivización” agraria forzosa, que en realidad no fue ninguna verdadera colectivización de la producción agraria.

Colectivización pensada de la misma manera que la socialización industrial: una producción realmente bajo la conducción de los explotados y oprimidos donde la unidad de producción, la centralización de los medios de producción, es la condición material de posibilidad de la verdadera colectivización-socialización, pero no resuelve la cosa por sí misma, no impide que el trabajo muerto siga dominando el trabajo vivo, ni logra que el trabajador se transforme, realmente, en “otro sujeto” como señala Marx:

“Ni qué decir tiene, por lo demás, que el mismo tiempo de trabajo inmediato no puede permanecer en la antítesis abstracta con el tiempo libre –tal como se presenta éste desde el punto de vista de la economía burguesa–. Al contrario de lo que quiere Fourier, el trabajo no puede volverse un juego, pero a aquél le cabe el gran mérito de haber señalado que el fin último (ultimate objet) no era abolir la distribución, sino el modo de producción, incluso en su forma superior. El tiempo libre –que tanto es tiempo para el ocio como tiempo para actividades superiores– ha transformado a su poseedor, naturalmente, en otro sujeto, el cual entra entonces también, en cuanto otro sujeto, en el proceso inmediato de producción. Es éste a la vez disciplina, considerada con respecto al hombre que deviene, y ejercicio, ciencia experimental, ciencia que se objetiva y es materialmente creadora, con respecto al hombre ya devenido, en cuyo intelecto está presente el saber acumulado de la sociedad” (Marx, 1980: 236).

En otras palabras, la colectivización agraria y la socialización productiva deberían, al mismo tiempo, transformar a las y los trabajadores en otras personas; crear las condiciones históricas de su realización que, como señala Marx en estas mismas páginas brillantes de los Grundrisse, hacen a la verdadera riqueza: el desarrollo de todas las potencialidades que anidan en los seres humanos, verdadero objetivo de la socialización productiva.

Yendo en sentido contrario, toda burocracia reemplaza la política por administración. Pero, insisto: la administración per se no es política. En la administración no se “mira por detrás”; en la política sí: se aprecia qué relaciones sociales están por detrás de las decisiones, qué intereses sociales están en juego.

Esto se vincula a la cuestión del futuro del trabajo en el comunismo. El interrogante ontológico es: ¿la relación de trabajo es trans-histórica o no? La relación entre la humanidad y la naturaleza, es, lógicamente, ontológica. Pero lo que me preocupa es que la socialdemocracia y el estalinismo fetichizaron el trabajo.

Existe otro ángulo de la discusión que no tiene nada que ver con lo que me preocupa: se ataca la idea de trabajo para atacar a los trabajadores, la centralidad de la clase obrera en la revolución. André Gorz hablaba del “fin del proletariado” a fines de la década de los 70, luego de la derrota de dicho ascenso. Si uno lee, por ejemplo, Metamorfosis del trabajo, 1991, aparecen las nociones de autonomía y heteronomía como compartimientos estancos; la idea de que la clase obrera no puede ser autónoma; que el trabajo vivo no puede dominar al trabajo muerto (“el muerto atrapa al vivo” afirmaba Marx para dar cuenta de las relaciones de alienación).[12] ¡Nosotros estamos totalmente en desacuerdo con eso![13]

Basta tomar los textos que estamos comentando en esta nota, los Grundrisse de Marx o Vers l’automatisme social? de Naville, para dar vuelta la cosa.

Naville da cuenta del relato de Marx según el cual bajo el capitalismo el sistema de máquinas, el maquinismo, el autómata, expresado en el capital fijo, aparece cargado con todos los atributos del análisis laboral, de la ciencia y de la técnica, y de auto-movimiento, pero insiste en que esta relación tiene una reversibilidad dialéctica: la misma relación que expropia a los trabajadores, el propio pasaje del cuerpo orgánico de la producción al cuerpo inorgánico, es lo que sienta las condiciones materiales, si las y los trabajadores logran dominar el trabajo muerto, para socializar realmente la producción, para emanciparse: ¡el maquinismo crea las condiciones materiales de la emancipación del trabajo!

Naville cita a Marx cuando afirma que bajo la automación “es el sistema automático y no el trabajador el que deviene el sujeto real de la producción” (1963: 240). Y agrega que “Tal era la situación hacia 1860” (ídem). Sin embargo, continúa, el automatismo de los sistemas “comienza a suscitar una reversibilidad, que uno no puede más que calificar como dialéctica, de la relación entre sujeto y objeto” (ídem), cambiando incluso la connotación misma de trabajo, constreñimiento, en actividad, un concepto más “libre”.

Veamos la cosa punto por punto.

I) “La riqueza efectiva se manifiesta más bien –y esto lo revela la gran industria– en la enorme desproporción entre el tiempo de trabajo empleado y su producto, así como en la desproporción cualitativa entre el trabajo, reducido a una pura abstracción [qué será el trabajo reducido a una pura abstracción sino otra connotación del mismo], y el poderío del proceso de producción vigilado por aquél. El trabajo ya no aparece tanto como recluido en el proceso de producción, sino que más bien el hombre se comporta como supervisor y regulador con respecto al proceso de producción mismo (…) Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal. En esta transformación, lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el ser humano ni el tiempo que este trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social: en una palabra, el desarrollo del individuo social” (Marx, 1980: 228).

  1. II) “El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha cesado de ser la condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano” (Marx, 1980: 228/9).

III) “Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos” (Marx, 1980: 229).

En conclusión, lo que se tiene son tres ideas: A) el desarrollo del “individuo social” significa que las y los trabajadores ya no aparecen subsumidos en el proceso de producción como sus agentes principales, sino que la base material de la misma es un efecto agregado del “conocimiento social”, por así decirlo, del “general intellect” como afirma Marx en otra parte de este mismo acápite de los Grundrisse (que en nuestra versión de esta obra arranca en la página 216 y va hasta la página 242 y está dedicada, básicamente, al desarrollo del capital fijo bajo el maquinismo).[14] B) el tiempo de trabajo inmediato deja de ser la fuente de la riqueza –junto con la naturaleza–, lo que, es evidente, derrumba la producción misma basada en la explotación del trabajo, cosa que, agregamos nosotros, no puede ocurrir todavía en la transición socialista, pero debe ocurrir, dado el grado de desarrollo relativo de las fuerzas productivas y culturales de la humanidad, en el comunismo. C) Inversión de las proporciones entre el trabajo necesario y el trabajo excedente, donde la reducción del primero no se coloca como condición para la expansión del segundo –expansión de la explotación del trabajo ajeno–, sino que con la abolición de la explotación del trabajo ajeno y el desarrollo de las fuerzas productivas y culturales se expande el tiempo libre para el máximo desarrollo de las potencialidades humanas. Dicho con Naville, la idea misma de trabajo necesario y trabajo excedente se revoluciona dando lugar al pasaje del trabajo a la actividad.

En todo caso, y en vista de la experiencia de la socialdemocracia y el estalinismo, aunque alertas frente a los abordajes posmodernos también, hay que evitar ontologizar el trabajo. Porque cualquier caso de subsistencia del trabajo tal como lo conocemos, es decir, el trabajo como necesidad, supone la posibilidad y el peligro de imposiciones de desigualdad o explotación que solo pueden superarse en la medida en que las relaciones de auto explotación que la circunstancia supone, sean asumidas conscientemente por el colectivo de las y los trabajadores, y superadas en el comunismo.

3- Estatización y socialización

Una última cuestión respecto de la transición es la relación entre estatización de los medios de producción y su socialización. En el capitalismo, como hemos visto, el trabajo muerto domina al trabajo vivo, cuestión que se reveló difícil de superar incluso en la transición socialista.

La socialización supone lo contrario: que el trabajo vivo domine sobre el trabajo muerto. Todo esto es un proceso muy complejo, porque se necesita elevar al poder a la clase obrera para que pueda tomar en sus manos los asuntos, tomar el control y la dirección de los medios de producción, lo cual no es nada fácil como ya hemos visto. El proletariado, al comienzo de la revolución, no tiene las habilidades ni la experiencia para lograr eso. (Es un proceso obtenerlas: se requiere una “revolución cultural” como señaló Lenin.)

Los bolcheviques tuvieron muchísimos problemas con eso. Por eso contrataban profesionales y especialistas, y ponían comisarios a vigilar y controlar en todas las áreas. (El problema de los especialistas fue una discusión de fondo con los comunistas de izquierda, ultraizquierdistas.)[15]

Cuando se habla de socializar la producción, se está hablando de dos aspectos combinados aunque distintos. Primero se tiene un problema “social”. Si solo se habla de la socialización de la producción tal como fue creada bajo el capitalismo, es decir, producción social y apropiación privada, pretendiendo que acabando con la apropiación privada se termina el problema, se pierde la otra parte del asunto: la “parte proletaria”, por así decirlo.[16]

Esa parte consiste en aprender a dirigir la sociedad, en asumir la planificación y la dirección económica, y en comprender que cuando se toman decisiones, cuando se planifica, se está administrando necesidades sociales. Y “administrar” necesidades sociales no es, no puede ser, sólo un problema técnico: es un problema social y político.

En la socialización de la producción, entonces, aparece este primer problema: el trabajo vivo debe dominar al trabajo muerto. Y precisamente la obra principal de Mészáros se titulaba Más allá del capital porque afirmaba, correctamente, que en las sociedades burocráticas el trabajo muerto dominado por la burocracia seguía dominando y explotando a la clase obrera.

Este último es un punto central, por ejemplo, en la discusión entre Preobrajensky y Bujarin. Bujarin pensaba que el mercado iba a resolver todo. Para él, la ley del valor iba a funcionar “automáticamente” hacia el socialismo. Preobrajensky también tenía un problema, porque hablaba de una supuesta “ley de la planificación socialista”, cuando no existe ninguna ley de la planificación: la planificación es un momento consciente, político, y por eso no avanza automáticamente hacia el socialismo.

La parte material del asunto es que, en un proceso –no automáticamente–, uno puede abolir el mercado. El mercado es un conjunto de relaciones sociales, socioeconómicas, no algo puramente económico (o económico en el sentido estrecho del término). En Rusia había mercado porque había propiedad privada en el campo. Y cuando hay propiedad privada de unidades de producción aisladas, el link es el mercado, no hay otra forma de relacionarlas.

Posteriormente, Stalin masacró administrativamente a seis millones de campesinos, y “listo el pollo, pelada la gallina”. Pero eso es estúpido: no fue una colectivización real, social. Acabar con la pequeña propiedad es la base material para acabar con el mercado (es decir, acabar con el mercado es acabar con la pequeña propiedad, con las unidades de producción y comercialización aisladas). Y acabar con el mercado tiene que ser un proceso económico y social, no puede ser un acto administrativo o policial. La socialización real es otra cosa.

Karl Korsch empezó como “reformista” pero rápidamente se radicalizó. En sus primeros textos sobre la socialización no tenía en cuenta la imposibilidad de llevarla adelante sin que la clase obrera tomara el poder. En Korsch está clara la idea de que la clase obrera tiene que tomar la gestión de la economía en sus manos, no es un problema automático que devenga de la “socialización” de la producción heredada del capitalismo; el problema, de nuevo, es quién domina el trabajo muerto.

La unificación de la economía mediante la planificación puede suponer formas de autogestión, pero la planificación centralizada democráticamente es clave para que no se pongan a competir las unidades económicas entre ellas. Si las unidades económicas compiten entre ellas, el mercado que se había echado por la puerta, vuelve por la ventana.

Se pueden combinar formas de gestión económica. Si se logra, siempre en un proceso, no en un día, unificar la economía de manera no mediada por el mercado, entonces se está alcanzando otro estadio donde la propiedad privada y el mercado tienden a desaparecer. Simultáneamente, también desaparece la propiedad estatizada en la socialización. Es decir, la socialización es un estadio donde la sociedad toma en sus manos la economía, entonces se supera incluso la propiedad estatizada, donde todavía no es el conjunto de la sociedad la que la dirige, sino un sector mandatado por ella para hacerlo.[17] Ese proceso entrelaza muchas dimensiones que no se pueden explicar solo técnicamente.

Este problema no estaba del todo bien resuelto en El Estado y la revolución. Lenin pone el ejemplo del correo en Alemania como ejemplo de socialización de la producción, pero este proceso no es automático en la transición. La socialización de los medios de producción desde el punto de vista de su centralización no resuelve el problema de en manos de quién, de qué clase o sector de clase, están dichos medios de producción centralizados: el problema no es solo económico sino económico-político y social.

Lógicamente, para socializar la producción y superar el mercado, y para que las y los trabajadores dirijan realmente la economía, hay un problema de bases materiales: desarrollo de las fuerzas productivas y revolución internacional que lo hagan posible.

Bibliografía

Karl Marx, Elementos fundamentales de la crítica para la economía política, Grundrisse, 1857/8, Siglo Veintiuno Editores, México, 1980.

Pierre Naville, Vers l’automatisme social? Problemes du travail et de l’automation, Gallimard, Paris, 1963.


[1] El debate sobre las connotaciones de las experiencias no capitalistas es amplio. Algunos autores hablan de poscapitalismo, otros de anti capitalismo, otros lisa y llanamente de socialismo. Nosotros preferimos la más “neutra” de poscapitalismo, que no denota en su genericidad el carácter específico de dichas experiencias pero, al mismo tiempo, da cuenta claramente de que se trataron de experiencias que, en cierto modo, bajo otras formas, están en el porvenir; poseen “líneas de tendencias” generales que supondrán todas las experiencias poscapitalistas.

[2] Hasta el momento, la única reseña al primer tomo de mi obra es la que ha realizado el amigo Nicolás González Varela, “Metapolítica de la transición”, en varias entregas en nuestro suplemento teórico-política “Marxismo en el siglo XXI”. Es de esperar que con la aparición de la obra en varios idiomas, esto cambie y comiencen a llegar las opiniones y las críticas, indispensables para poder avanzar en la reflexión.

[3] La idea de Estado obrero tiene su origen en Kautsky pero aún no hemos podido rastrear la cita específica de él, producto de que hemos estudiado demasiado poco la obra propia de Kautsky que, cosa nada sorprendente, tiene peso en los países anglosajones, de amplia experiencia reformista en la izquierda.

[4] La pregunta por la “dictadura de quién” está muy bien desarrollada en el tomo 1 de la Karl Marx Theory of Revolution, de Hal Draper, el mejor tomo de esta erudita obra del marxista yanqui. Ya su crítica a la concepción de la dictadura del proletariado de Lenin es malísima, antileninista.

[5] Una lectura izquierdista, autonomista o consejista cree que se puede pasar de uno a otro término, del semi-Estado centralizado a la difusión de la gestión estatal por toda la sociedad, de un día para el otro, sin reparar en las escalas intermedias que requiere este proceso de reabsorción del Estado en la sociedad (que es el inverso lógico a colocar la sociedad en el Estado).

Entre otras mediaciones, una nada menor es que en el periodo transitorio de enfrentamiento a la guerra civil, las clases enemigas y el imperialismo, la dictadura proletaria se debe afirmar como tal dictadura en relación a sus enemigos. Tratamos este aspecto “reversible” de la dictadura proletaria en nuestro tomo 1 así como en otros textos de nuestra autoría.

[6] La idea era que, como el Estado, supuestamente, era socialmente obrero porque la propiedad había sido estatizada, su connotación proletaria estaba asegurada. Esto no es más que una lectura mecánica de las relaciones entre economía y política en la transición, asimiladas a la lógica de la transición del feudalismo al capitalismo, cuya mecánica es completamente distinta de la de la transición del capitalismo al socialismo. En la primera la economía antecede a la política, en la segunda es exactamente al revés: la política, el dominio político, antecede al económico (es su condición de posibilidad).

[7] Toda la reflexión de Marx sobre la automación se basa en el análisis de cómo el sistema técnico, cómo el capital fijo se apropia del saber hacer social para explotar a la clase trabajadora. Al mismo tiempo, esto tiene, evidentemente, su reversibilidad: “(…) la relación entre el operador y la máquina cesa de ser una relación de trabajo en el sentido tradicional: ella deviene una relación técnica en un sentido nuevo que implica una asociación enriquecida, una simbiosis, y quizás libertad” (Naville, 1963: 246). Volveremos sobre esto más abajo.

[8] No recordamos al momento de escribir esta nota si Bensaïd cita a Rakovsky en este texto. En una de las últimas obras de Mandel, El poder y el dinero, de 1993, dedicada al análisis del fenómeno burocrático bajo el impacto de la caída del Muro de Berlín y que contiene elementos de agudeza y erudición, cita a Christian Rakovsky pero no le hace el honor que se merece (no saca conclusiones profundas de la línea investigativa que éste había abierto).

[9] La cerrada negativa a reconsiderar los problemas de la transición socialista de manera crítica a la luz de la experiencia histórica, sigue presente hoy no solamente en las pampas argentinas sino urbi et orbi. Quizás ocurra lo señalado por Hegel en el texto introductorio a La filosofía de la historia: toda obra, toda reflexión, debe esperar a que le llegue su tiempo; a que se haga contemporánea, agregamos nosotros. (El concepto de contemporaneidad y no-contemporaneidad se lo robamos a Ernst Bloch y lo utilizamos según nuestra propia interpretación.)

[10] Al menos en los casos de los conflictos obreros dirigidos por la izquierda, nuestra experiencia es que no ha sido nada sencillo: una huelga, una lucha, es una guerra de clases, y como en toda guerra, uno sabe cómo entra en ella, pero no cómo sale (Clausewitz).

Lógicamente, los que simplemente hablan de marxismo pero no han hecho militancia de base, no pueden apreciar las cosas en sus concretas determinaciones.

[11] Lo técnico lo entendemos, en este y otros textos de nuestra autoría, como una circunstancia con determinaciones puramente “naturales”, técnicas, no sociales, del orden de lo material necesariamente “así” y no de otra manera.

[12] Es simpático que, contra toda la tradición althusseriana posterior, un erudito marxista como Pierre Naville no tenga problema en utilizar la categoría de alienación sin referirse ni por un instante a la de fetichismo, y se entiende: su oficio era el de un sociólogo del trabajo y, desde el punto de vista del trabajador, lo que vale, lo que se sufre y siente, es la alienación. Si el fetichismo aparece como un efecto de inversión de las causalidades desde el punto de vista de la objetividad de las cosas –por ejemplo, vivimos bajo el fetiche-dinero–, la alienación es una vivencia muy concreta cuando se es trabajador o trabajadora.

[13] En realidad, Gorz separaba como dos áreas independientes el “espacio de la autonomía”, que era algo así como la esfera productiva fuera de la relación salarial, y la esfera de heteronomía, dentro de la relación salarial, un abordaje que idealiza las cooperativas o la “autogestión” y le deja los principales medios de producción a los capitalistas.

En él, la heteronomía, la supuesta incapacidad de la clase obrera de dominar la totalidad de la sociedad, provenía del espanto por el fracaso de las revoluciones anticapitalistas del siglo pasado, su naturalización de dicho fracaso. (En próximos textos nos dedicaremos a criticar la obra de Gorz Metamorfosis del trabajo, 1991, una de las más importantes y a la cual nos estamos refiriendo en esta intervención.)

[14] Los acápites que a nosotros nos parecen los más interesantes en realidad son siete y, clásicamente, son las páginas de los Grundrisse más citadas cuando se trata de la transformación del trabajo inmediato en “general intellect”.

[15] El ultraizquierdismo proviene de no tomar en cuenta los problemas reales, de abordar las cuestiones de manera doctrinaria y no partiendo de la realidad tal cual es.

[16] Todos los problemas de la transición socialista nos plantean la misma cuestión: Marx y Engels, por razones obvias, los trataron de manera demasiado sumaria y ¡la experiencia del siglo pasado les otorgó todo su espesor!

[17] Esto último es importante, porque habitualmente se confunde estatización con socialización cuando son dos procesos distintos y no automáticos; la socialización de la producción y de los medios de producción es un estadio superior donde, realmente, la clase trabajadora logra manejar la producción y donde, al mismo tiempo, se tiende a acabar con toda forma de propiedad que no sea la propiedad individual de los medios de consumo (la propiedad individual de los medios de consumo es la única forma de propiedad que no desaparece en el comunismo).

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