En la madrugada del 13 de junio, Israel lanzó la “Operación León Ascendente” en contra de Irán, dando inicio a una guerra que se extendería hasta el 25 de ese mismo mes. En palabras del primer ministro sionista, Benjamín Netanyahu, fue un ataque “preventivo” contra una “amenaza existencial” al Estado de Israel.
El objetivo inicial era acabar con el arsenal militar y las capacidades nucleares iraníes, para evitar que la república islámica consiguiera fabricar una bomba atómica. No obstante, tras obtener algunos primeros éxitos militares, Netanyahu dejó entrever que pretendía forzar un cambio de régimen.
Los Estados Unidos se sumaron a la guerra el 22 de junio, luego de que la Casa Blanca ordenara el lanzamiento de catorce bombas anti-bunker contra las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Fordo, Natanz e Isfahán. Casi de inmediato, el presidente estadounidense declaró como un éxito la “Operación Martillo de Media Noche”. “Aniquilación total”, fueron las palabras que empleó Trump para describir el estado del programa nuclear iraní tras el ataque.
El régimen de los ayatolas, por su parte, expuso sus debilidades y fortalezas. Por un lado, fue muy notoria la superioridad tecnológica y militar israelí, que consiguió dominar el espacio aéreo iraní y, por medio de sofisticados operativos de inteligencia militar, asesinó a varios de las principales figuras militares y jefes del programa nuclear. Por otra parte, demostró que sus misiles más avanzados podían penetrarla “cúpula de hierro” de Israel y, dato importante, el régimen no cayó y sus dirigentes declararon que tomaron las precauciones necesarias para asegurar la continuidad de su programa nuclear.
Este brevísimo repaso da cuenta de la complejidad a la hora de evaluar la “guerra de los 12 días”, de la cual todos los bandos se declararon vencedores. Una situación bastante contradictoria que parece darle la razón a Esquilo, quien hace 2500 años sentenció que “la verdad es la primera víctima de la guerra”.
Teniendo presentes las sabias palabras del dramaturgo griego, en lo venidero vamos a balancear algunos elementos centrales para comprender mejor el resultado que deparó este conflicto militar.
¿En qué estado se encuentra el programa nuclear iraní?
Esta pregunta surgió después de que los Estados Unidos atacaran las instalaciones nucleares iranís. Al estar localizadas bajo tierra, solamente podían ser destruidas con la GBU-57A/B, considerada como la mayor bomba no nuclear del mundo, la cual solamente poseen las fuerzas armadas estadounidenses.
Como apuntamos previamente, la Casa Blanca autorizó el lanzamiento de catorce de estas bombas sobre las plantas de Fordo, Natanz e Isfahán, una acción que el presidente estadounidense evaluó como “un éxito militar espectacular”.
Sin embargo, esta aseveración rápidamente fue cuestionada por la prensa estadounidense, debido a la filtración de un informe preliminar de los servicios de inteligencia estadounidense, cuya conclusión fue menos contundente: el ataque retrasó el programa nuclear por unos meses, pero no lo destruyó.
Ante esto, la administración estadounidense rápidamente salió a desmentir esta versión, aunque aceptó que el informe era verídico. Fiel a su estilo grandilocuente, Trump declaró que “todos saben lo que pasa cuando lanzas catorce bombas (…) sobre sus objetivos: aniquilación total”.
Pero las contradicciones no dejaron de aflorar. El general Dan Caine, jefe del Estado Mayor, utilizó términos más precavidos y afirmó que los bombardeos provocaron “daños extremadamente graves”.
No se necesita ser filólogo para percibir que existe una diferencia entre la “aniquilación total” y provocar “daños extremadamente graves”; lo primero presupone que se acabó por completo con su existencia, mientras que lo segundo sugiere que, aunque maltrecho, aún está con vida o en funcionamiento.
El director General del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Rafael Mariano Grossi, señaló que el programa nuclear iraní sufrió daños enormes producto de los bombardeos, pero agregó que no se podía asegurar que hubiera sido destruido. Además, alertó que la OIEA “perdió la visibilidad” de las reservas de uranio enriquecido desde que comenzó la guerra.
Recientemente, el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Abbas Araghchi, confirmó a la cadena FOX News que “las instalaciones han sido destruidas. Han sido gravemente destruidas». Por otra parte, reiteró que Irán no iba a renunciar a su derecho soberano de continuar enriqueciendo uranio.
Trump no perdió tiempo y, de inmediato, salió a festejar las declaraciones del ministro iraní en sus redes sociales, las cuales presentó como una comprobación del éxito militar de los bombardeos.
Suponiendo que las declaraciones de Araghchi sean ciertas y no una maniobra para distender la presión sobre Irán, esto no acaba con el debate sobre el programa nuclear. Es más, en respuesta a los bombardeos de Israel y los Estados Unidos, el gobierno iraní suspendió la cooperación con la OIEA y, en este momento, nadie sabe qué pasó con los 408,6 kilos de uranio enriquecido al 60% que tenía en su poder.
Según explica Ludovica Castelli, especialista en temas nucleares del Istituto Affari Internazionali (IAI), es “muy largo y complicado pasar del uranio natural al uranio enriquecido al 60, pero la última etapa -llegar al 90%- es mucho más rápida y puede hacerse en cinco o seis días para enriquecer material suficiente para una sola bomba si se toma la decisión política”.
A partir de lo anterior, se especula que con esos 408,6 kilos de uranio enriquecido, los científicos iraníes podrían construir alrededor de nueve bombas atómicas en cuestión de semanas, aunque por ahora tenga dificultades técnicas por los daños que sufrieron las plantas nucleares.
En vista de lo anterior, podemos concluir que la “guerra de los 12 días” no resolvió la “cuestión atómica” con Irán. Su programa nuclear está malherido, pero no neutralizado del todo. Aunque técnicamente el régimen de los ayatolas está más lejos de la bomba (al menos por ahora, en tanto reconstruye las plantas de enriquecimiento de uranio), es factible que políticamente esté más cerca de la misma, a sabiendas de que sería un arma de disuasión para impedir futuros ataques de Israel y los Estados Unidos. De acuerdo a Kelsey Davenport, experta de Arms Control Association, los “ataques israelíes hicieron retroceder a Irán a nivel técnico, pero políticamente lo acercan a las armas nucleares”.
La crisis del “eje de la resistencia”
Hasta hace poco tiempo, el régimen iraní contaba con una estrategia de disuasión articulada en torno a una red de proxys regionales, con los cuales “tercerizaba” los enfrentamientos con Israel. De hecho, desde que llegó al poder en 1989, el ayatolá Ali Khamenei se enorgullecía de haber alejado los conflictos de las fronteras iraníes.
De acuerdo a The Economist (ver Iran’s “axis of resistance” was meant to be the Shias’ NATO), los “satélites teocráticos” de Teherán constituían “una media luna de 2300 km que abarcaba todo Oriente Medio”. El llamado “eje de la resistencia” era una especie de “OTAN del mundo chií: un ataque contra uno implicaba un ataque contra todos”.
Pues bien, esta estrategia se hizo añicos en los últimos meses. Conforme el régimen sionista se tornó más agresivo, atacó impunemente a cada uno de los proxys iraníes y degradó su capacidad militar.
Sin duda, el caso más significativo fue la ofensiva contra Hezbollah, que, hasta hace algunos años, constituía una amenaza militar considerable para el sionismo, porque contaba con un poderoso armamento y dominaba el sur del Líbano, es decir, la frontera norte de Israel.
Actualmente, esta organización político-militar está a la defensiva en el Líbano, porque la reciente ofensiva militar sionista los obligó a retroceder geográficamente, asesinó a su principal dirigente, Hassam Nasralla, al igual que gran parte de su cúpula militar. Además, con la caída de Bashar al-Assad en Siria, perdieron un aliado estratégico que les facilitaba la llegada de armas y recursos desde Irán.
Por otra parte, el eje de la resistencia demostró su crisis cuando estalló la “guerra de los 12 días”, pues ninguno de sus integrantes pudo acudir en auxilio de Irán, con la excepción de lo hutís que dispararon algunos misiles contra Israel, pero sin ningún impacto militar.
Por este motivo, el giro a la extrema derecha en Israel se transformó en un factor disruptivo en la región e hizo entrar en crisis la estrategia disuasiva de Irán. El gobierno fascista de Netanyahu apostó por enfrentar militarmente a cada uno de los integrantes del “eje de la resistencia”, lo cual culminó con la guerra con Irán.
En vista de esto, surge la pregunta sobre cuál será la nueva estrategia disuasiva que va desarrollar Teherán. Aunque posee misiles hipersónicos que ya demostraron su efectividad para superar la “cúpula de hierro” de Israel, eso no basta para contener a un gobierno fascista y expansionista como el de Netanyahu, cuyo objetivo es construir el “Gran Israel”.
Tal como analizamos en el acápite anterior, no se puede descartar que consista en buscar la bomba atómica, dado que el “eje de la resistencia” demostró no ser efectivo en un mundo donde los conflictos tienden a resolverse cada vez más por la vía de las armas.
¿Un nuevo Medio Oriente?
Tras el fin de la guerra con Irán, los Estados Unidos e Israel comenzaron a pregonar que el Medio Oriente se transformó.
Trump, por ejemplo, considera que más países árabes van a suscribir los Acuerdos de Abraham para normalizar relaciones diplomáticas con Israel y, de esta forma, reconocer a la entidad sionista como un Estado “legítimo”. Netanyahu se expresó en términos similares, al decir que la victoria sobre Irán abrió “una oportunidad para una expansión dramática de los acuerdos de paz”.
Sin embargo, parece que esta valoración no es compartida por los países árabes, que ven con preocupación el comportamiento cada vez más agresivo y expansionista del régimen colonial sionista que, bajo la conducción del gobierno fascista de Netanyahu, giró hacia un estado de guerra permanente con sus vecinos.
La situación en Gaza es la manifestación más extrema de esto que describimos: es un caso de barbarie planificada, con el fin explícito de cometer un genocidio contra más de dos millones de personas que habitan en el enclave.
Actualmente, un 88% del territorio gazatí está bajo el control de las tropas israelís y, por si esto no bastara, recientemente el parlamento sionista (la Knésset) aprobó una moción no vinculante que pide la anexión de Cisjordania. “La tierra de Israel pertenece al pueblo de Israel (…) En 1967 (cuando Israel ocupó Cisjordania tras la guerra de los Seis Días), la ocupación no comenzó: terminó, y nuestra tierra fue devuelta a sus legítimos propietarios», declaró el presidente de la Knésset, Amir Ohana.
A todo esto, se suma que Israel se comporta como el “matón” del barrio que agrede militarmente a quien se le antoja. Un día bombardea el Líbano, al otro ataca a Irán y, tras acordar un cese al fuego con Teherán, ataca a Siria y le ordena al gobierno de ese país que retire a sus tropas de la zona limítrofe.
Volviendo al caso de Irán, la superioridad militar de Israel y de los Estados Unidos no alcanzó para tirar abajo al régimen de los ayatolas, incluso cuando atraviesa uno de sus momentos de mayor debilidad interna, dado el enorme repudio que sienten las masas iraníes contra esta teocracia opresora. A pesar de esto, es muy difícil ganarse el apoyo de la población iraní cuando, al mismo tiempo que se habla de “libertad”, Israel bombardeaba indiscriminadamente las ciudades y provocó la muerte de cientos de personas.
En el caso del Líbano, a pesar de que Israel golpeó militarmente a Hezbollah y los Estados Unidos exigen al gobierno que lo presione para que se desarme, a la fecha nada indica que eso vaya suceder, aunque hay especulaciones sobre discusiones en su interior al respecto. Pero, incluso sin armas, Hezbollah mantendría una fuerte presencia como fuerza política que, indudablemente, se opondría a la normalización de relaciones con Israel, para lo cual contaría con el apoyo de su base social y de otros sectores de la población libanesa que, justificadamente, aborrecen al gobierno de Netanyahu que recientemente bombardeó las ciudades y comunidades libanesas (además del histórico de agresiones militares de Israel contra su país).
En el caso de Arabia Saudita, el principal país de la región y objetivo principal de Trump para sumar a los acuerdos de Abraham (eso lo ayudaría en su carrera por el Noble de la Paz), están preocupados porque el gobierno estadounidense muestra poca disposición a cerrar un acuerdo nuclear con Irán, lo que seguramente pueda dar paso a nuevos bombardeos contra las plantas nucleares en el futuro, o bien, que Irán se decida a construir la bomba atómica.
Es decir, los sauditas no ven con bueno ojos que Trump carezca de un proyecto de estabilización en la zona y, por el contrario, pretenda imponerse solamente por la vía militar, algo puede dar algunos réditos inmediatos, pero a largo plazo no garantiza nada.
En conclusión, la región parece que se tornó más inestable, porque la “guerra de los 12 días” no transformó al Medio Oriente; por el contrario, abrió nuevo focos de tensión (ver The Israel-Iran war has not yet transformed the Middle East).
Dentro de este complejo ajedrez geopolítico, las masas árabes son las principales afectadas. Muestra de esto, es el sufrimiento extremo que experimenta el pueblo palestino, ya sea con el genocidio en Gaza o con el avance de los colonos en Cisjordania. Pero, además, hay que sumar las miles de víctimas árabes y persas que, en los últimos meses, murieron producto de las agresiones militares sionistas.
La única forma de transformar y emancipar al Medio Oriente, es expulsando al imperialismo de la región, destruyendo al Estado genocida, colonial y racista de Israel y acabando con todos los regímenes autocráticos y explotadores, en la perspectiva de refundar la región sobre nuevas bases anticapitalistas, democráticas, no racistas y socialistas.