Crítica de cine

Homo argentum y la mercantilización del arte

La película protagonizada por Guillermo Francella no muestra la realidad ni los problemas de las y los trabajadores en el país y está muy lejos de representar a las grandes mayorías. Se trata de una producción que encarna la propuesta ideológica de la extrema derecha, donde el arte sólo tiene lugar como una mercancía al servicio del capitalismo.

El pasado 14 de agosto llegó a la pantalla grande Homo Argentum, película dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn, y protagonizada por Guillermo Francella. Es un compilado de 16 relatos autoconclusivos que, según expresó Francella, tratarían de retratar “qué es ser argentino”, al contrario de films nacionales premiados que “no tienen identificación, no representan a nadie”.  Sin embargo,  pareciera que el único sector social que puede sentirse identificado con los personajes del film, es el de las 40 familias más ricas de la Argentina.

Homo Argentum no muestra la realidad ni los problemas de las y los trabajadores en el país y está muy lejos de representar a las grandes mayorías. Por el contrario, la película consiste en 16 relatos donde Francella encarna el mismo arquetipo de hombre blanco, heterosexual, empresario o de clase media alta, con problemas que solo pueden tocar la fibra sensible del 1% de la población y que poco y nada nos conmueve al resto.

“El argentino como grupo no logra nada, ahora, individualmente, es otra cosa. El argentino individualmente destaca”. Con esta línea comienza Homo Argentum, una barrabasada reaccionaria de dos horas donde nos muestran la imagen del burgués vulnerable, simpático y sensible para que empaticemos y nos identifiquemos con él.

Por supuesto, bajo esta premisa no es de sorprender que lo que se destaque sea la imagen del individuo triunfante, junto a decenas de lugares comunes que sostienen la meritocracia y el “todos contra todos”. Tampoco sorprende que el único personaje trabajador interpretado por Francella, así como las escasas apariciones de desclasados y pobres, sean representados como lacras violentas, mangueras y traidoras. Se trata de un discurso altamente individualista, que es el que promueve este sistema capitalista re podrido, y sus voceros.

El relato que mejor sintetiza esta idea es “Experiencia Enriquecedora”, donde un multimillonario conoce a un chico (Milo J) que sale a pedir plata. Este multimillonario amablemente le invita una hamburguesa al muchacho. Al entablarse una charla entre ambos, nos enteramos de que la madre del joven  trabaja juntando cartones y que él se tiene que encargar de su hermano menor, llevándolo a un comedor todos los días. El sueño de este chico se resume en tener un par de zapatillas. Ante esto, el personaje de Francella se “conmueve” y lo lleva en su auto de lujo a comprarse zapatillas nuevas, un celular último modelo y ropa. Luego de esto, lo acerca a su barrio y, antes de que el chico se baje, le dice: “tenés suerte de ser pobre, porque la guita tiene un límite, en cambio vos hacés lo que querés todo el día”.

¿En qué realidad y en qué mundo un adolescente de 18 años eligiría no poder estudiar para llevar a su hermano a un comedor por no tener acceso a un derecho tan básico como lo es el alimento? ¿En qué sentido esa realidad lo hace más libre? El relato es ciego a estas cuestiones, ya que sostiene el punto de vista del empresario; el buen empresario que vive una experiencia nueva que le resulta enriquecedora. A pesar de “no corresponderle”, es capaz de tener un gesto humano con un pobre.

Del pobre no sabemos mucho; Cohn y Duprat no nos cuentan el punto de vista del pibe, de su día a día tratando de subsistir en las condiciones tan difíciles que el sistema le impone. Solamente vemos menos de 5 segundos en pantalla de un plano panorámico de su barrio.

Lo que sí nos insinúan es la desconfianza que hay que tenerle a ese sector marginado: no se les puede dar una mano. Cuando se despiden, el personaje de Milo J le dice a Francella que le dé las llaves de su auto y que se baje. Esto termina siendo un chiste, pero la tensión con la que cuentan la escena tiene la intención de generar rechazo no solo hacia ese personaje, sino hacia el sector social del que proviene.

Está de más aclarar que esa generosidad esporádica (por lo demás, poco probable) no soluciona los problemas estructurales de fondo y no genera un cambio en la vida del chico y de su familia, quienes seguirán cartoneando y dependiendo de un comedor al día siguiente. Además, es ridículamente delirante la situación y un lavado de cara al empresariado argentino, que jamás pisaría una villa o sería solidario genuinamente con nadie. Más bien, se mudan a Uruguay para no pagar impuestos.

Cada relato posee elementos desagradables que remiten a la Argentinidad ante todo, en una suerte de conciliación de clases. Es así en “El auto de mis sueños”. Un burgués compra un auto nuevo, lo estrena y, por accidente, se lo choca un plomero. El burgués baja del auto y comienza a degradar al trabajador. Lo tilda de lumpen, le dice que nunca va a tener un auto como el de él y que por eso tiene que conducir ese auto de mierda que, encima,  no tiene seguro.

El trabajador, desesperado, le pide perdón. Es entonces que se reconocen: fueron compañeros de la escuela. A partir de eso, el burgués lo perdona y se ponen a hablar de la vida entre risas. Pero, de no conocerse, ¿qué hubiese sido del pobre plomero? No lo sabemos. Esta propuesta de una especie de “gen argentino” que se coloca por encima de las clases sociales se trata de un discurso falso y de derecha que busca ocultar los intereses contrapuestos de ambas clases, que están constantemente en pugna  y son irreconciliables.

Así las cosas, justifica que esta película haya sido aclamada por Milei y proyectada en un evento privado en Olivos al final de una reunión con los candidatos de LLA y el PRO, cuando debatían el plan económico del país con infames personajes como José Luis Espert, cuya frase célebre  incita al asesinato de las personas pobres que ejercen su legítimo derecho a la protesta social.

Esta es la audiencia con la que logra afinidad Homo Argentum: los burgueses que piden bala para los trabajadores que se manifiestan en defensa de sus derechos. Resulta una propuesta irrisoria que víctimas y victimarios puedan identificarse de igual manera frente a la pantalla.

En un contexto de ataques constantes a la cultura y al cine independiente, Homo Argentum cumple su rol como producto hecho por el sector privado de forma explícita. Hay un relato que puntualmente se encarga de ningunear al cine crítico, titulado “Un film necesario”.

Este relato busca ridiculizar al cine independiente y latinoamericano, mostrándonos a un director insufrible que maltrata a su equipo y a una comunidad originaria que utiliza para su película, por la que recibe premios de la crítica. El objetivo es “exponer” a los directores independientes y cómo el contenido de sus películas les es indiferente, además de mostrarlos como funcionales al sistema que supuestamente critican.

La premisa de este corto es como si dijéramos que Hamdan Ballal, codirector de No Other Land, instrumentaliza el genocidio al pueblo palestino (exponiéndose a la violencia por parte del Estado sionista) con el único fin ganar un Oscar y no el de visibilizar la barbarie y masacre que sufre su pueblo. “Un film necesario” no critica a la academia ni a Hollywood, sino al cine de autor y, en el medio, también banaliza la cultura originaria.

El único valor que podemos encontrar en Homo Argentum parece ser el de desnudar la necesidad del gobierno de Javier Milei de empuñar el cine como herramienta propagandística de su injusto proyecto ultracapitalista. Se trata de una producción que encarna la propuesta ideológica de la extrema derecha, donde el arte sólo tiene lugar como una mercancía al servicio del capitalismo: generando ganancias para los pocos dueños de las grandes productoras y reproduciendo su ideología opresiva.

Hoy, más que nunca, es necesario identificar y defender un cine que verdaderamente refleje la tradición de arte crítico, diverso y desde abajo que caracteriza a nuestro país. Un cine de las y los trabajadores, las mujeres y personas LGBT y la juventud, que está muy lejos de este engañoso estereotipo impuesto desde arriba. Un arte que denuncie este sistema descompuesto e invite a pensar alternativas anticapitalistas.

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