Un apasionante relato de ciencia ficción, profundamente humano y claramente político se desarrolla a lo largo de los seis capítulos de la serie. La trama está situada en una Buenos Aires apocalíptica, más bien actual, lejos de los años en los que la historieta original había sido concebida. También el contexto lo es. Pero eso no impide, más bien potencia la esencia y la filosofía de la historia presente en toda la entrega. En todo caso, solo la actualiza a este tiempo, no sólo de la Argentina, también de un mundo más individualista.
El éxito mundial de la serie confirma la metáfora global que sin dudas está planteada, pese a que se desarrolla en Buenos Aires y es muy argentina en cuanto a su lenguaje y argentinismos, costumbres -por ejemplo, el mate, el juego de truco, los carteles de publicidades, las protestas, la música (que tiene en el tango, el folklore, el rock y la cumbia el fondo que la identifica con lo nacional). Juan Salvo, el protagonista, es veterano de la guerra de Malvinas. También lo es El Rengo, un limpiavidrios mutilado en el conflicto. La actividad precarizada de la que viven muchos jóvenes (y más si son inmigrantes, como la chica venezolana del delivery) y cientos de guiños ayudan a ubicar más el lugar donde se desarrolla la historia. Pero, al mismo tiempo, estas cosas también la vuelven universal.
Sin dudas, la serie tiene una fuerte impronta en contra de la xenofobia, contra el trabajo precarizado, a favor de rescatar la memoria histórica, para mostrar las protestas contra empresas de servicios que no responden. También las sutiles referencias a las dictaduras, al consumismo aberrante y a la súper dependencia de las tecnologías, que al final son inservibles para esta situación.
Es una historia «colectivista». La frase “nadie se salva solo” la ubica lejos del individualismo que impera en esta era no solo en la Argentina, sino que también en el mundo, con el ascenso del discurso individualista, fascistoide, en los Estados Unidos de Trump y en Europa, pero también en Latinoamérica.
El protagonista principal, Juan Salvo, encarnado por Ricardo Darín, no es el superhéroe individual que podría aparecer en una serie de este tipo. Es un luchador colectivo, vulnerable, que se va transformando en eso. Al principio, como todos en la historia, no sabía de qué se trataba todo ese caos. Salvo solo intenta buscar a su hija, arriesgando su vida, poco a poco, y a medida que se van descubriendo los hechos que originaron esa nevada tóxica y los invasores que quieren apoderarse al menos de Buenos Aires, descubre que solamente con el aporte de todos los ciudadanos o quienes resisten a esta invasión van a poder lograr cambiar el rumbo de los acontecimientos. Ahí están los vecinos comunes, los que vienen de otros lugares más precarios, pero todos tienen que estar en gran medida juntos para derrotar la invasión.
La serie está construida con un gran despliegue técnico: los efectos especiales están muy bien logrados, la ciudad completamente nevada, las luces que se producen en el cielo, una especie de aurora boreal (sería austral), el tempo de los capítulos que invitan a maratonear por el interés que marca la historia.
La dirección es de Bruno Stagnaro (un director que se formó en el ENERC, dependiente del INCAA), ya conocido por otras obras el filme “Pizza, birra y faso”, las series “Okupas” y “Un gallo para esculapio”. En la serie, despliega una gran formación cinematográfica y la calidad de la producción y dirección para una serie en la plataforma estadounidense Netflix, que tiene un alcance universal.
Las actuaciones en la que se lucen Ricardo Darín, Carla Peterson, Carlos Troncoso, Ariel Staltari, Mora Fisz, Orianna Cárdenas, Marcelo Subiotto, Andrea Pietra, Carlos Martínez Bel, entre los principales personajes, ayudan a que éstos sean creíbles, familiares y que las circunstancias los dejaron en un lugar y en un conflicto que nunca esperaron.
El éxito de “El Eternauta” no solo lo alcanzó en la Argentina, sino que atravesó las fronteras, en muchos países latinoamericano. Como en la Argentina, alcanzó a ser la serie más vista, pero también fue sensación global, aclamada por la crítica y seguida por millones en Europa, Estados Unidos, Asia.
Aun así, desde las usinas del gobierno llamaron a «no politizar» una serie que sin dudas es intencionalmente política. El éxito mundial demuestra que el vapuleado INCAA es necesario. La formación de grandes directores, de la pequeña pero potente en contenido de la industria audiovisual argentina, no puede ser soslayada por políticas de ajuste y de negación.




