Artículo aparecido en Versobooks, 21 de abril del 2024. Traducción de Izquierda Web.
Hoy en día es difícil pensar en los judíos europeos como no blancos.*El mantra según el cual la muy blanca “civilización occidental” es “judeocristiana” se ha vuelto tan omnipresente que ha adquirido el estatus de un error común, digno del Diccionario de ideas recibidas de Gustave Flaubert. Este mismo mantra se ha visto fuertemente reforzado últimamente por la forma en que los gobiernos occidentales, empezando por la administración estadounidense de Joe Biden, han apoyado incondicionalmente al gobierno israelí de extrema derecha de Benjamin Netanyahu en su masacre en represalia de una enorme cantidad de habitantes de la Franja de Gaza, incluida una asombrosa proporción de niños, junto con la devastación de la mayor parte del territorio y el desplazamiento de la gran mayoría de los que aún podrían lograr sobrevivir, todo esto mientras hipócritamente hacen caso omiso de la necesidad de preservar a los civiles. Este apoyo incondicional surgió de una identificación occidental con los israelíes ante el ataque del 7 de octubre de 2023 muy similar a la “compasión narcisista” de los europeos con los estadounidenses ante los ataques del 11 de septiembre de 2001. Describí esta última hace 22 años como “una forma de compasión evocada mucho más por calamidades que golpean a ‘gente como nosotros’, y mucho menos por calamidades que afectan a gente diferente a nosotros”.[1]
Los judíos como no blancos
Sin embargo, la percepción de los judíos europeos como blancos es bastante reciente según los estándares históricos. Durante la mayor parte de su historia, los judíos han sido percibidos en Europa como “no blancos”, lo que aquí se refiere principalmente a no europeos: inmigrantes de Asia occidental, una percepción que las lenguas europeas dan testimonio de la ahora obsoleta designación de los judíos como israelitas en inglés y francés o su continua designación como hebreos en griego, italiano, ruso y otras lenguas de Europa del Este. Los propios judíos de Europa adhirieron durante mucho tiempo a una autoidentificación como pueblo migrante: no un componente de las innumerables migraciones que formaron las naciones europeas modernas, sino una población específicamente desarraigada que preservó su singularidad a través de los siglos de conformidad con la narrativa bíblica.
La modernización y democratización de Europa occidental y central en el siglo XIX posibilitó una gradual emancipación y asimilación de los judíos. Este proceso se revirtió peligrosamente cuando los judíos del Imperio ruso se convirtieron en chivos expiatorios en la última parte del siglo y migraron hacia Occidente en grandes cantidades huyendo de la persecución, en el contexto de la primera gran crisis de la economía capitalista global: la Gran Depresión de 1873-1896. La combinación de migración y crisis económica produjo el aumento de la xenofobia y el racismo en los países de destino, un patrón que ha sido recurrente desde entonces. Los judíos fueron el blanco de la creciente extrema derecha en la Europa de finales del siglo XIX, que continuó y alcanzó su punto máximo en los años de entreguerras plagados de crisis del siglo siguiente.[2]La secularización de Europa y el auge del cientificismo en el siglo XIX se tradujeron en la secularización de este odio renovado hacia los judíos: los viejos prejuicios cristianos dieron paso al “antisemitismo” pseudocientífico.
En el mejor de los casos, los judíos de Europa occidental fueron comparados favorablemente con los inmigrantes de Europa del Este y, en el peor, fueron agrupados con ellos como miembros de una categoría racialmente inferior y difamada.[3]Así, la asimilación de los judíos de Europa occidental se revirtió en gran medida entre finales del siglo XIX y mediados del XX, con la excepción de que sus detractores ya no consideraban a los judíos como “asesinos de Cristo”, sino como miembros de una raza semítica o de Asia occidental o del Cercano Oriente aborrecida por los europeos arios o blancos. La referencia a un continuo ario indoeuropeo es un recurso ideológico adoptado por el nazismo en busca de una base científica en la lingüística para su visión racista del mundo. Era más aceptable para los europeos del sur, como los fascistas de Italia, que la otra teoría racial del “supremacismo blanco”, conocida como nordicismo, que se acercaba más a la creencia espontánea del racismo común en Alemania y otros países nórdicos.
El propio Hitler quedó muy impresionado por las opiniones del lingüista y antropólogo nordicista Hans Friedrich Karl Günther, quien quiso refutar explícitamente la caracterización racial de los judíos como semitas o incluso como miembros de una “raza judía”.[4]Günther resumió sus opiniones sobre los judíos en contraste con otros pueblos europeos en su libro de 1924, Rassenkunde Europas (Estudios raciales de Europa). Resulta útil citar extensamente esas divagaciones, ya que hoy en día sólo las conocen los historiadores especializados:
Hay una serie de conceptos erróneos sobre los judíos. Se dice que pertenecen a una “raza semita”, pero no existe tal cosa; sólo hay pueblos de lengua semítica que muestran diferentes composiciones raciales… Se dice que los judíos mismos son una raza: “la raza judía”. Esto también es erróneo; incluso un vistazo superficial revela que hay personas de apariencia muy diferente entre los judíos. Se supone que los judíos son una comunidad religiosa. Este es el error más superficial, porque hay judíos de todos los credos europeos, y particularmente entre los judíos con las opiniones étnicas judías más fuertes, los sionistas, hay muchos que no pertenecen a la creencia mosaica…
Los judíos son un pueblo [Volk] y, como otros pueblos, pueden dividirse en varias confesiones y, como otros pueblos también, están compuestos por diferentes razas. Las dos razas que constituyen la base del pueblo judío son… la asiática occidental [vorderasiatische, también traducida como del Cercano Oriente] y la oriental. También hay influencias más ligeras de las razas camíticas, nórdicas, del Asia interior y negras, y más fuertes de la raza occidental y, sobre todo, de la raza báltica oriental.
En el pueblo judío se distinguen dos partes: los judíos del sur (sefardíes) y los judíos del este (ashkenazíes); los primeros constituyen una décima parte, los segundos nueve décimas partes de la población total de unos 15 millones. Los primeros constituyen principalmente la comunidad judía de África, la península de los Balcanes, Italia, España, Portugal y parte de la de Francia, Holanda e Inglaterra. Estos judíos del sur representan una mezcla de Asia occidental-Asia occidental-camítica occidental-nórdica-negra con predominio de la raza oriental. Los judíos del este constituyen la comunidad judía de Rusia, Polonia, Galicia, Hungría, Austria y Alemania, probablemente la mayor parte de la comunidad judía de América del Norte y parte de la de Europa occidental. Representan una mezcla de Asia occidental-oriental-Báltico oriental-Asia interior-nórdica-camítica-negra con cierto predominio de la raza asiática occidental.
Sin embargo, en ambas ramas del judaísmo aparentemente han ocurrido procesos de selección similares, que, por así decirlo, han estrechado el círculo de combinaciones cruzadas posibles en tal mezcla racial, de modo que rasgos físicos y mentales aparecen una y otra vez en el pueblo judío en su conjunto, que son tan similares entre una gran proporción de judíos de todos los países que puede surgir fácilmente la impresión de una “raza judía”.[5]
Günther apoyó la “solución” sionista a la cuestión judía:
Una solución digna y clara a la cuestión judía reside en la separación de los judíos y los no judíos, deseada por el sionismo, en la separación de los judíos de los pueblos no judíos. En los pueblos europeos, cuya composición racial es completamente diferente de la del judaísmo, éste actúa, en palabras del escritor judío Buber, como “una cuña que Asia ha introducido en la estructura de Europa, una causa de agitación y de disturbios”.[6]
El Buber citado por Günther no es otro que el famoso filósofo austríaco Martin Buber, que en aquel entonces era un ferviente partidario del sionismo y admirador de Theodor Herzl. Günther tomó prestada la siguiente conclusión de un artículo titulado “La tierra de los judíos” (1910), republicado en la colección de Buber de 1916, Die Jüdische Bewegung (El movimiento judío):
Aquí somos una cuña que Asia ha introducido en la estructura de Europa, una causa de efervescencia y de perturbación. Volvamos al seno de Asia, a la gran cuna de las naciones, que fue y es también la cuna de los dioses, y volvamos así al sentido de nuestra existencia: servir a lo divino, experimentar lo divino, estar en lo divino.[7]
Al otro lado del Atlántico, los discursos racistas al estilo de Günther eran muy comunes en el mismo período de entreguerras. Un escritor destacado en este sentido fue Kenneth L. Roberts, periodista y miembro de la élite WASP (era graduado de la Universidad de Cornell), cuyos discursos carecían de las divagaciones pseudoacadémicas de Günther y, por lo tanto, se acercaban un poco más al racismo antiinmigrante de nuestro tiempo. Roberts difundió sus opiniones en periódicos y revistas y publicó una colección de sus artículos en 1922 bajo el título Why Europe Leaves Home (Por qué Europa se va de casa). A continuación, se incluye un extracto de su prosa extraído de ese libro:
Incluso las autoridades más liberales en materia de inmigración afirman que los judíos de Polonia son parásitos humanos que viven unos de otros y de sus vecinos de otras razas por medios a menudo deshonestos, que siguen existiendo de la misma manera después de llegar a Estados Unidos y que, por lo tanto, son altamente indeseables como inmigrantes.[8]
Las razas no pueden cruzarse sin mestizarse, como tampoco pueden cruzarse las razas de perros sin mestizarse. La nación americana fue fundada y desarrollada por la raza nórdica, pero si unos cuantos millones más de miembros de las razas alpina, mediterránea y semítica se vierten entre nosotros, el resultado inevitablemente debe ser una raza híbrida de personas tan inútiles y sin valor como los mestizos inútiles de América Central y el sudeste de Europa.[9]
Estados Unidos se enfrenta a una situación de emergencia permanente mientras sus leyes permitan que millones de extranjeros no nórdicos ingresen a través de sus puertas marítimas. Cuando esta afluencia deje de ser una emergencia, Estados Unidos se habrá mestizado por completo…[10]
Además, no hay que olvidar que los judíos de Rusia, Polonia y casi toda Europa sudoriental no son europeos: son asiáticos y, al menos en parte, mongoloides. […] Por supuesto, habrá muchas personas bien intencionadas que nieguen que los judíos rusos y polacos tengan sangre mongoloide. Este hecho, sin embargo, puede confirmarse fácilmente en la sección de la Enciclopedia Judía que trata de los Jázaros. La Enciclopedia Judía afirma que los Jázaros eran “gente de origen turco cuya vida e historia están entrelazadas con los comienzos mismos de la historia de los judíos de Rusia”.[11]
Blanqueamiento de los judíos occidentales
Por una de las paradojas de la historia, el peor episodio que jamás haya sufrido el pueblo judío europeo en su calvario de siglos –es decir, por supuesto, el genocidio nazi de los judíos, comúnmente conocido en inglés como el Holocausto– fue el principal catalizador de su reconocimiento en las décadas posteriores a la guerra como un componente legítimo de la civilización occidental, al mismo nivel que los europeos de ascendencia cristiana. Fue en Estados Unidos donde se llevó adelante este proceso y la redefinición de la civilización occidental como “judeocristiana”. Como observó Peter Novick en 1999:
Antes de la Segunda Guerra Mundial, era común oír que se describía a Estados Unidos como un país cristiano, una denominación estadísticamente muy defendible. Después de la guerra, los líderes de una sociedad no menos abrumadoramente cristiana habían dado cabida a los judíos hablando de nuestras “tradiciones judeocristianas”; elevaron al 3% de la sociedad estadounidense que era judía a la paridad simbólica con grupos mucho más grandes hablando de “judíos protestantes-católicos”.[12]
Mark Silk describió cómo la idea “judeocristiana” surgió en la lucha ideológica contra el fascismo y cómo se generalizó después de la Segunda Guerra Mundial como un pedigrí ideológico distintivo en contraste con ambas variantes del totalitarismo: el fascista y el comunista. Así, se convirtió en un elemento básico de la ideología de la Guerra Fría:
… “Judeocristiano” y sus términos acompañantes eran imparables. Después de las revelaciones de los campos de exterminio nazis, una frase como “nuestra civilización cristiana” parecía ominosamente excluyente; se necesitaba una mayor amplitud para proclamar la espiritualidad del estilo americano. “Cuando nuestros propios líderes espirituales buscan los fundamentos morales de nuestros ideales democráticos”, observó Arthur E. Murphy de Cornell en la Conferencia sobre Ciencia, Filosofía y Religión de 1949, “es en ‘nuestra herencia judeocristiana’, la cultura de ‘Occidente’ o ‘la tradición americana’, donde tienden a encontrarlos”. Por su parte, Murphy estaba contrastando a los líderes espirituales de Estados Unidos con los líderes de la Unión Soviética, que proclamaban sus propios ideales morales de alto vuelo. … “Judeocristiano” cumplía el mismo propósito, destacando, de una manera que incluía a los estadounidenses de todas las religiones, la piedad de los Estados Unidos frente a la impiedad de la URSS.[13]
El antisemitismo estadounidense formaba parte de un patrón más amplio de racismo de finales del siglo XIX contra todos los inmigrantes del sur y el este de Europa, así como contra los inmigrantes asiáticos, por no hablar de los afroamericanos, los nativos americanos y los mexicanos. Estas opiniones justificaban todo tipo de trato discriminatorio, incluido el cierre de las puertas, entre 1882 y 1927, a la inmigración procedente de Europa y Asia. Este panorama cambió radicalmente después de la Segunda Guerra Mundial. De repente, las mismas personas que habían promovido el nativismo y la xenofobia estaban ansiosas por creer que las personas de origen europeo a las que habían deportado, vilipendiado como miembros de razas inferiores y a las que habían impedido inmigrar sólo unos años antes, eran ahora ciudadanos blancos de clase media de los suburbios.[14]
Naturalmente, Hollywood y la “industria cultural” contribuyeron poderosamente a este cambio ideológico, especialmente en su representación de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Los judíos representados en películas y programas de televisión a lo largo de los años han sido esencialmente judíos asimilados, sin apenas judíos tradicionalistas de Europa del Este, especialmente judíos ortodoxos, como los judíos haredíes o jasídicos, aunque proporcionalmente fueron los más afectados por el Holocausto. Una anécdota reveladora a este respecto es la que tuvo que afrontar Barbra Streisand cuando intentó conseguir el apoyo de Hollywood para su proyecto de hacer una película basada en la historia de Isaac Bashevis Singer “Yentl the Yeshiva Boy”. Se dice que el jefe de producción judío de 20th Century Fox le dijo: “La historia es demasiado étnica, demasiado esotérica”.[15]La miniserie de televisión de 1978 Holocausto: “sin duda el momento más importante en la entrada del Holocausto en la conciencia general estadounidense”, en palabras de Peter Novick[16]– representaba a una familia ficticia de judíos alemanes asimilados de clase media, por supuesto.
El blanqueamiento de los judíos estadounidenses se produjo a la par de un cambio en el uso político dominante del Holocausto. En lugar de ser un caso extremo de lo que puede provocar el racismo de todo tipo y, por lo tanto, una referencia invocada en la lucha contra todo tipo de racismo, se convirtió en un punto culminante del odio específico a los judíos. “Nunca más” pasó de ser una advertencia contra todo tipo de persecución racista que pudiera conducir al genocidio a una advertencia contra el racismo antijudío concebido como algo singular. Como señaló Peter Novick en 1999: “En las últimas décadas, las principales organizaciones judías han invocado el Holocausto para argumentar que el antisemitismo es una forma de odio distintivamente virulenta y asesina”. Esto contrastaba con el énfasis que se ponía en “las raíces psicológicas comunes de todas las formas de prejuicio” en las primeras décadas de la posguerra, cuando las mismas organizaciones judías líderes “razonaron que podían servir a la causa de la autodefensa judía tanto atacando el prejuicio y la discriminación contra los negros como abordando directamente el antisemitismo”.[17]
La famosa protesta del poeta martiniqués Aimé Césaire en 1950 contra el doble rasero occidental en la reacción ante el destino de los judíos europeos en comparación con el de las personas no blancas fue validada retrospectivamente. Fue expresada célebremente en el Discurso sobre el colonialismo de Césaire, donde sostuvo, refiriéndose a “los muy distinguidos, muy humanistas, muy cristianos burgueses del siglo XX”, que
lo que no pueden perdonar a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre como tal, es el crimen contra el hombre blanco, la humillación del hombre blanco, y el hecho de que aplicara a Europa procedimientos colonialistas que hasta entonces habían estado reservados exclusivamente a los árabes de Argelia, a los “culíes” de la India y a los “negros” de África.[18]
La afirmación de Césaire era sólo parcialmente cierta en 1950, pues, como hemos visto, los judíos europeos no habían sido considerados blancos por una gran proporción de la “burguesía blanca del siglo XX” antes del Holocausto. Sólo más tarde el Holocausto adquirió en la representación común el carácter de un crimen contra los blancos. Lo que sigue siendo cierto, sin embargo, es que el trato degradante y eventualmente genocida infligido por los nazis a los judíos y a algunas otras categorías humanas tuvo lugar en el corazón de Europa, no en algún lugar en el corazón de la oscuridad lejos de la vista de los europeos, donde sin duda habría suscitado mucha menos condena en el Norte global.
El antisemitismo en el filosionismo
Señalar el Holocausto como algo irreductible a un caso de racismo genérico y genocidio permitió que se llevara a cabo otra operación: la identificación del Estado de Israel con la condición judía, aunque es la antítesis misma de esa condición histórica: un Estado de mayoría judía basado en la discriminación racista contra los no judíos, fuertemente militarizado y comprometido con la persecución de otro pueblo, los palestinos, y la ocupación de su tierra, con ataques asesinos periódicos contra ellos hasta llegar a la masacre de proporciones genocidas que se está perpetrando en Gaza en el momento de escribir estas líneas.
Esta perversión del registro histórico fue posible gracias a la equiparación de dos conjuntos de actitudes muy diferentes: por un lado, el racismo de los europeos blancos, o de sus descendientes en otros continentes, contra las minorías judías históricamente perseguidas en su territorio; por otro, la reacción de los palestinos y otros pueblos del Sur Global, o que se originan en él, ante la brutal conducta colonial de un Estado que insiste en su autodefinición como “judío”, excluyendo así a una parte considerable de su propia población. Esta equiparación se logró mediante la designación de un “nuevo antisemitismo”, definido como la crítica al Estado israelí.[19]Así, la equiparación de los judíos con el sionismo, que hasta entonces había sido el sello distintivo de los antisemitas árabes contra las corrientes árabes progresistas que insistían en la necesidad de hacer una distinción clara entre ambas categorías, se ha convertido en un sello distintivo, no sólo del sionismo, para el cual esta equiparación ha sido constitutiva de su pretensión original de hablar en nombre de la “nación judía” global, sino también de un “filosemitismo” occidental que se transformó en un apoyo incondicional al Estado sionista, aunque a veces tímidamente crítico.
No es de extrañar, aunque parezca paradójico, que este proceso alcanzara su apogeo en Alemania, la cuna del nazismo y de los perpetradores del genocidio judío. Fue estudiado tempranamente por Frank Stern en su libro de 1992 The Whitewashing of the Yellow Badge: Antisemitism and Philosemitism in Postwar Germany, originalmente una tesis doctoral defendida en la Universidad de Tel Aviv.[20]El estudio de Stern fue actualizado y complementado por Daniel Marwecki en su libro de 2020, Alemania e Israel: Blanqueo y construcción del Estado.[21]Naturalmente, la identificación con Israel frente a los palestinos y otros árabes se convierte fácilmente en un vector del racismo antiárabe y antimusulmán, en el que se basa la ideología dominante en el propio Israel. De ahí la facilidad con la que las corrientes de extrema derecha tradicionalmente antisemitas de Europa han recurrido al filosionismo para “blanquearse” disolviendo a los judíos en una blancura genérica, mientras siguen considerando a Israel como el país propio y único de los judíos.
Ante la reciente secuencia de acontecimientos en Gaza, la postura filosófica alemana pro-israelí ha caído en lo grotesco, como lo describe vívidamente Susan Neiman:
Las denuncias alemanas contra Hamás y las declaraciones de solidaridad inquebrantable con Israel se han vuelto tan automáticas que una apareció en el cajero automático de mi banco local: “Estamos horrorizados por el brutal ataque a Israel. Nuestras condolencias están con el pueblo de Israel, las víctimas, sus familias y amigos”. El aviso apareció una vez cuando toqué la pantalla, otra cuando elegí un idioma, una tercera vez cuando tecleé mi PIN y finalmente cuando el dinero salió de la ranura. Ya sea que provengan de una máquina o de un político, esas declaraciones no me hacen sentir más seguro. Por el contrario, la repetición de fórmulas insulsas aumenta mis crecientes temores de una reacción violenta. Las defensas reflexivas de Israel por parte de Alemania mientras se abstienen de criticar a su gobierno o su ocupación de Palestina sólo pueden conducir al resentimiento. La mayoría de los políticos reconocen el problema en privado, pero se sienten obligados a repetir frases vacías en público, incluso si saben que los partidos de derecha están utilizando la masacre en Israel para avivar el sentimiento antiinmigratorio en Alemania.[22]
Eleonore Sterling, de soltera Oppenheimer, cuyos padres murieron en el Holocausto, lo expresó muy acertadamente en Die Zeit en 1965: “El antisemitismo y la más reciente idolatría de los judíos tienen mucho en común”.[23]Ambos, comentó, “derivan de una incapacidad mental para respetar verdaderamente al ‘otro’. Los judíos siguen siendo extranjeros tanto para los antisemitas como para los filosemitas”. El blanqueamiento de los judíos ha derivado así hacia una admiración altamente reprobable por un Israel percibido como superblanco, un puesto avanzado de la supremacía blanca en Oriente Medio, la cuna del Islam, el principal objeto de odio del racismo actual en el Norte Global. Cuando este puesto avanzado se embarca en una furia de matanza y destrucción contra Gaza que el Washington Post describió como llevada a cabo “a un ritmo y nivel de devastación que probablemente exceda cualquier conflicto reciente”,[24]La reacción inevitable es un resurgimiento del antisemitismo centrado en torno al Estado de Israel, convirtiendo así, lamentablemente, el mantra del “nuevo antisemitismo” en una profecía autocumplida.
27 de diciembre de 2023
*Este ensayo se basa en la charla que pronuncié el 11 de junio de 2022 bajo el mismo título en la conferencia de Berlín sobre “Secuestro de la memoria: el Holocausto y la nueva derecha”, organizada por el Foro Einstein y el Centro de Investigación sobre Antisemitismo de la Universidad Técnica de Berlín. Agradezco a Brian Klug y Stephen Shalom que leyeron y comentaron un borrador anterior de este ensayo, que se publicará en alemán en un trabajo colectivo basado en la conferencia de 2022.
[1]Eso fue en un libro que escribí a raíz del 11 de septiembre: Gilbert Achcar, The Clash of Barbarisms: The Making of the New World Disorder [2002], 2ª ed., Londres: Saqi Books and Routledge, 2006, p. 34. Continué: “Sólo esta compasión narcisista –que va más allá de la compasión legítima por cualquier ser humano víctima de un acto bárbaro– permite comprender la formidable, absolutamente excepcional intensidad de las emociones y pasiones que se apoderaron de la “opinión pública”, empezando por los creadores de opinión, en los países occidentales y las metrópolis de la economía globalizada a raíz de los ataques del 11 de septiembre”.
[2]El primer análisis del ascenso del antisemitismo en Europa en estos términos fue el que formuló el joven Abraham Léon (nacido Abram Wajnsztok) –un trotskista belga de ascendencia judía polaca– antes de su muerte en Auschwitz en 1944 a la edad de 26 años. Fue publicado en un libro escrito en francés (La conception matérialiste de la question juive) y traducido al inglés con el título The Jewish Question: A Marxist Interpretation, Nueva York: Pathfinder Press, varias ediciones.
[3]El sionismo político moderno explotó originalmente el deseo de los judíos europeos asimilados de Europa central y occidental de detener el efecto nocivo que la ola migratoria de sus correligionarios pobres de Europa del Este tenía sobre su propia condición. Esto se ve claramente en el manifiesto sionista de Theodor Herzl, Der Judenstaat (traducido al español como El Estado judío), como argumenté en Gilbert Achcar, “La dualidad del proyecto sionista: escapar de la opresión racista y reproducirla en un contexto colonial”, Jadaliyya (sitio web), 3 de noviembre de 2017.
[4]Sobre Hans FK Günther, véase Alan E. Steinweis, Studying the Jew: Scholarly Antisemitism in Nazi Germany, Cambridge, MA: Harvard University Press, 2006, pp. 25-41.
[5]Hans FK Günther, Rassenkunde Europas, 3.ª ed., Múnich: JF Lehmanns Verlag, 1929, págs. 100-104. Existe una traducción inglesa bastante aproximada basada en la 2.ª edición (1925): The Racial Elements of European History, traducida por GC Wheeler, Londres: Methuen & Co., 1927. Las citas anteriores han sido traducidas directamente del original alemán para una mayor precisión.
[6]Ibíd., pág. 105. La concordancia entre el deseo antisemita de convertir a Alemania en Judenrein y el deseo sionista de trasladar a todos los judíos a Palestina se tradujo en la colaboración de las autoridades nazis con los sionistas alemanes para organizar el “traslado” de los judíos alemanes a Palestina (Acuerdo de Haavara, firmado el 25 de agosto de 1933). Esta colaboración duró hasta 1941, es decir, hasta que los nazis viraron hacia la “solución final”. La mejor y más fiable fuente sobre este tema es Francis R. Nicosia, Zionism and Anti-Semitism in Nazi Germany, Cambridge: Cambridge University Press, 2008.
[7]Martin Buber, Die Jüdische Bewegung: Gesammelte Aufsätze und Ansprachen 1900-1915, Berlín: Jüdischer Verlag, 1916, pág. 195.
[8]Kenneth L. Roberts, Por qué Europa abandona su hogar, Nueva York: The Bobbs-Merrill Company, 1922, pág. 15.
[9]Ibíd., pág. 22.
[10]Ibíd., pág. 97.
[11]Ibíd., págs. 117-18.
[12]Peter Novick, El Holocausto en la vida estadounidense, Boston, MA: Houghton Mifflin Company, 1999, pág. 225.
[13]Mark Silk, “Notes on the Judeo-Christian Tradition in America”, American Quarterly, vol. 36, núm. 1, primavera de 1984, pp. 69-70. Silk prosiguió describiendo las consecuencias teológicas de este cambio de perspectiva dentro del judaísmo estadounidense, así como entre el catolicismo y el protestantismo, y la diferencia entre las dos ramas cristianas a ese respecto.
[14]Karen Brodkin, Cómo los judíos se convirtieron en blancos y qué dice eso sobre la raza en Estados Unidos, New
Brunswick, Nueva Jersey: Rutgers University Press, 1998, pág. 26.
[15]Neal Gabler, Barbra Streisand: Redefiniendo la belleza, la feminidad y el poder, New Haven, CT: Yale University Press, 2016, pág. 190.
[16]Novick, El Holocausto en la vida estadounidense, pág. 209.
[17]Ibíd., pág. 116.
[18]Aimé Césaire, Discurso sobre el colonialismo, traducido por Joan Pinkham, con una introducción de Robin DG Kelley, Nueva York: Monthly Review Press, 2000, pág. 36.
[19]Véase Gilbert Achcar, Los árabes y el Holocausto: La guerra de narrativas árabe-israelí, Londres: Saqi Books y Nueva York: Metropolitan Books, 2010.
[20]Frank Stern, El blanqueo de la insignia amarilla: antisemitismo y filosemitismo en la Alemania de posguerra, Oxford: Pergamon, 1992.
[21]Daniel Marwecki, Alemania e Israel: blanqueamiento y construcción del Estado, Londres: C. Hurst & Co., 2020.
[22]Susan Neiman, “Alemania al límite”, New York Review of Books, 3 de noviembre de 2023.
[23]Eleonore Sterling, “Judenfreunde–Judenfeinde: Fragwürdiger Philosemitismus in der Bundesrepublik”, Die Zeit, 10 de diciembre de 1965.
[24]Evan Hill, Imogen Piper, Meg Kelly y Jarrett Ley, “Israel ha librado una de las guerras más destructivas de este siglo en Gaza”, Washington Post, 23 de diciembre de 2023.