La izquierda argentina ha logrado una presencia electoral de relativa importancia que hace a la experiencia concreta de las fuerzas revolucionarias en el quehacer parlamentario, y cuya evaluación crítica debe servir como guía para la actuación de las corrientes socialistas y revolucionarias en todas partes.
Esta presencia electoral ha tenido su origen en la tradición de la izquierda (más allá de la tradición específica de cada corriente) vinculada a su intervención en la lucha de clases, de derechos humanos, de las mujeres y diversidades, en la inserción orgánica en estructuras estudiantiles, universitarias y laborales además de ámbitos de representación sindical. Tradición que no todas las corrientes han conservado, y cuyo alejamiento de esas “piedras basales” como ha ocurrido tanto con el PO en su estrategia político constructiva piquetera como, en otra medida pero de manera creciente con el PTS sobre todo en lo que respecta a la inserción en la vanguardia estudiantil, y que en general ha decaído notoriamente en su “activismo militante”, con rasgos de flojera y disgusto por la militancia de bases. Rasgos acentuados por una orientación donde la obtención de representación parlamentaria se ha transformado en un fin en sí mismo, y alrededor de la cual gira la vida de la organización sin mayores contrapesos.
En esta nota pretendemos concentrarnos específicamente en el balance político de las campañas electorales que hemos desarrollado desde el Nuevo MAS, y el PTS por otro (ya que las campañas del FITU se encuentran dirigidas políticamente de punta a punta por esa corriente, llevando al límite de la negación la existencia de un “frente”, salvo para la repartija de cargos donde todos son “compensados” por apoyo), campañas que hacen a la acción o intervención de cada corriente en un terreno ajeno y complejo como es el de la representación parlamentaria.
Una vez más, la discusión nos lleva a la relación entre medios y fines, donde si bien el objetivo táctico de la participación es el de conquistar una representación parlamentaria, una banca, un diputado o diputada, este objetivo táctico no deja de ser un medio y no un fin en sí mismo. Por el contrario, el fin de una campaña cuyo objetivo importante, pero táctico, es el de ingresar al Parlamento, tiene por fin colocar en el debate nacional una alternativa política, además de problemáticas de las y los trabajadores y las mayorías sociales.
Pero si para conseguir esa representación parlamentaria se adelgazan hasta la confusión las campañas, si en un momento de enorme crisis social, política y económica, donde además se conjugan elementos de crisis orgánica y de alternativas políticas, lo único que se esboza con claridad es “Te imaginás un Congreso sin la izquierda” o “Ahora diputados de izquierda”, se invierten los términos y el fin se vuelve tener un diputado, algo normal en las corrientes del régimen. La mirada estratégica es copada por el pragmatismo, un signo claro de adaptación electoralista.
En definitiva, la diferencia entre el Nuevo MAS, una organización de vanguardia que interviene electoralmente, que hace política desde abajo hacia arriba, respecto del PTS/FITU, una fuerza con crecientes rasgos de adaptación parlamentaria que interviene en la vanguardia.
Una campaña anticapitalista para entrar al Congreso
Nuestra campaña tuvo como eje transversal poner en debate el fracaso de todos los gobiernos capitalistas a la fecha, incluido el de Milei. Un eje que totaliza una crítica revolucionaria, que no es lo mismo que izquierdista ni revolucionarista, al hecho concreto que el país no crece hace 15 años, con direcciones políticas como Macri, Fernández y Milei y la burguesía, que arrastran con su fracaso al conjunto de las y los trabajadores. Para abordar los problemas estructurales del país fuimos el único partido, no sólo de la izquierda sino de todas las fuerzas incluidas las capitalistas (con absoluta gravedad en el caso del peronismo, hasta Provincias Unidas y el FITU) en presentar un programa integral para salir de la crisis.
Un hecho que nos valió el respeto de amplios sectores, incluidos del periodismo no afines siquiera a ideas progresistas, en un momento donde la degradación de la política alcanza niveles elevados. Visto desde el punto de vista político, sólo dos fuerzas antagónicas tuvieron programa claro: LLA con más ajuste fiscal, contrarreformas laboral, jubilatoria e impositiva, y la “alianza” (sometimiento colonial) a Estado Unidos. Y en las antípodas, el Nuevo MAS, representado por Manuela Castañeira y otras figuras, con el “Manifiesto Anticapitalista para la Argentina”. En el medio, un amplio espectro de izquierda al centro, sin programa.
Junto con esto, el Nuevo MAS tuvo el enorme mérito de disputar la agenda política y poner en debate el tema más sensible a las mayorías sociales y completa y conscientemente ausente del debate nacional: el salario. Es archi-conocido que los únicos que hablamos del salario y de la necesidad de elevar el piso mínimo a 2 millones fuimos los anticapitalistas; es decir, el Nuevo MAS. Un eje que se enhebra con medidas de fondo, ya que para pagar un monto de estas características, que por otro lado son una necesidad vital (insistimos con que ser revolucionario es opuesto a ser una secta izquierdista) en la medida que el índice de pobreza está algunos pesos por debajo de esa cifra; es decir, para que un trabajador o trabajadora no sea pobre, se deben tomar una serie de medidas justamente anticapitalistas. Como por ejemplo, el recorte de las ganancias a los grandes empresarios y su traslado al salario; la puesta en marcha de la totalidad de la capacidad instalada del país para aumentar la productividad; el retrotraimiento de precios de servicios y alquileres como complemento indirecto del salario; la eliminación del IVA y el impuesto al trabajo pero con aumento del impuesto a las riquezas, y un largo etcétera que demuestran el carácter transicional de una medida de ese estilo.
Todo esto, sin dejar de intervenir en los miles de sucesos que ocurrieron a lo largo de la campaña, entre ellos los femicidios, de los cuales responsabilizamos directamente a Milei por ser autor ideológico, lo que nos valió el ataque de Bullrich y el narco-diputado Espert.
Sumemos que nuestro partido fue la única corriente que cuestionó de manera abierta y directa la continuidad de Milei y el carácter capitalista del país, proponiendo una Asamblea Constituyente impulsada desde el Congreso y con representación de todos los sectores sociales. Una verdadera hazaña que no nos guardamos para los periodistas amiguis, sino que planteamos, con Manuela Castañeira como nuestra principal referente, en los principales medios de comunicación: desde TN, hasta La Nación y Clarín, pasando por radio Rivadavia, entre otros.
Digamos por último algo que, lejos de ser una “chicana”, es profundo y remite al carácter obrero de nuestro partido: si la política revolucionaria busca hegemonizar a todas las capas sociales; es decir, no es obrera-corporativa sino que busca convencer y tiene programa para el conjunto de los explotados y oprimidos, el sujeto social que reivindicamos para la dirección del conjunto de la sociedad son los trabajadores acaudillando al resto.
Junto con esto, un aspecto elemental de la transición al socialismo, es que esa dirección tiene un elemento delegativo que reenvía a que para que el conjunto de la sociedad pueda dirigir sin mediaciones los destinos de la humanidad, es necesario el desarrollo pleno cultural y material, hasta la superación de las clases. En el medio, todo elemento delegativo de las responsabilidades, sean legislativas o ejecutivas, deben ser contrapesadas, para evitar los “peligros profesionales del poder” (Rakovsky). Es decir, evitar la delegación permanente que, inevitablemente, conduce a un desapego de la clase social y, por lo tanto, a una tendencia a la burocratización.
La comprensión de este hecho elevado a aprendizaje universal no surge de un laboratorio. Fue la experiencia de la Comuna de París (1871), la “fórmula al fin descubierta” de gobierno obrero en boca de Marx. En esta experiencia, los obreros rotaban de las bancas que ocupaban en el gobierno y, una vez cumplido un periodo, volvían al trabajo. Repetimos, volvían al trabajo, no rotaban de banca en banca como el juego de la silla.
Parece que el FITU, una suerte de experiencia trans-histórica en la que las mejores enseñanzas de la experiencia y universalizadas por clásicos del marxismo, incluido el mismo Marx, son desechables. Al menos este es el caso de Del Caño (PTS) y de varios otros referentes cuya rotación es de banca en banca, pero sin volver a trabajar. Una enseñanza pésima y una deformación política personal y partidaria que no admite consideración. Sólo una corriente de izquierda muy adaptada puede tomar como chicana la crítica que su candidato no trabaje hace años, cuando se supone que son corrientes de trabajadores. Para un trabajador, más allá del yugo que significa el trabajo bajo el capital, valerse de su trabajo da orgullo y autoestima. Lo mismo es deseable de un/a revolucionario/a.
Esto se repite en el hecho que, tanto Del Caño como Christian Castillo (quien casualmente enseña “La guerra civil en Francia” en la Universidad), se postulen a elecciones legislativas locales y un mes después a nacionales, y en el caso del dirigente del PTS por distritos distintos. Un elemento de adaptación indisimulable propio de las candidaturas testimoniales del peronismo de Mayra Mendoza, Espinoza o Magario.
“Yo al Congreso”, la autoproclamación como sustituto de la política revolucionaria
Es evidente que, dadas las características del periodo que vivimos, las figuras adquieren gran volumen de representación. Esto no deja de ser un arma de doble filo, en la medida que tiende a presentar a los individuos como “chapulines colorados” capaces de resolver por su sola presencia los problemas del conjunto; en este caso, de los trabajadores. El caso extremo de la personalización es Bregman evidentemente, un lío dada las enormes presiones a las que está sometida cualquier figura y más en el caso de tener representación institucional, alto grado de exposición mediática, y simpatía por parte de distintos sectores mediáticos que nunca actúan ingenuamente, sino con intenciones de “domesticación”.
No deja de ser un mismo rasgo, la idea de la izquierda- chapulín colorado, sintetizada años atrás en un spot en la que a la pregunta de quién nos va a salvar la respuesta era: el FITU. Traducido a la campaña pasada, la pregunta de: “¿Te imaginas un Congreso sin la izquierda?” conserva el mismo vaciamiento de contenido. Recordemos que la “izquierda” puede ser muchas cosas para las amplias masas: la izquierda institucional tipo europea, la “izquierda peronista”, la centro izquierda. Y que el tipo de izquierda que cada corriente representa depende no sólo de cómo vota en el Congreso que, dicho sea de paso, ha sido muchas veces en coincidencia con el kirchnerismo que tampoco le votó leyes a Milei. Una campaña cuyo eje central, en ausencia de un programa (cosa en la que el FITU coincidió por defecto con el peronismo), sin propuestas claras más que hablar en términos genéricos de los trabajadores, los jubilados y las discapacidades (cosa que lógicamente también hicimos nosotros, pero con propuestas concretas), fue la de que la izquierda tiene que tener más diputados en el Congreso para frenar a Milei. Campaña gemela del peronismo que insistió con el mismo argumento. Insistimos, en un país que se derrumba por la crisis estructural de su economía, por la situación social y por el fracaso de los sucesivos gobiernos capitalistas… ¿Qué aporte hizo el FITU con su campaña yoica?
Agreguemos a esto el adelgazamiento político de su intervención para no disgustar a sectores del peronismo y posibles votantes, en la medida que su eje sobresaliente fue y sigue siendo “antiimperialista” por el acuerdo de sujeción de Milei con Trump, cuestión que por parcial resulta insuficiente dado que, sin una perspectiva anticapitalista, es imposible superar la subordinación de un país atrasado a uno imperialista, como es el caso de Argentina y Estados Unidos.
En definitiva, una campaña cuyo único fin parece haberse ordenado alrededor de reponer 4 bancas, cuestión en la que el adelgazamiento político no parece haber logrado efecto, dada la pérdida de 1 de ellas, sumadas a la pérdida de representación en Consejos en la elecciones locales de PBA, y del peor resultado nacional desde el 2013 por parte del FITU con una pérdida de 400 mil votos .
El Nuevo MAS, con Manuela Castañeira a la cabeza, ha hecho una enorme campaña protagonista, con el mérito de hacer un aporte a las y los trabajadores poniendo en debate el salario mientras el resto callaba, de haber instalado un perfil de otra izquierda, la anticapitalista. Y sin diluir el fin de la intervención política en la campaña electoral, que es la de poner voz a los problemas de las amplias mayorías y plantear una salida y una alternativa de ruptura con el capitalismo y sus gobiernos. Cien mil trabajadores y trabajadoras han reconocido con su voto este aporte, y constituyen un gran piso para futuras campañas.
Dejamos estas líneas como aporte al debate y a la reflexión de la izquierda en general, como reflexión sobre la experiencia electoral en Argentina, y los peligros y enormes posibilidades que la misma plantea.


