El acuerdo comercial de Milei y Trump: un pacto colonial para re-primarizar la economía argentina

«El Gobierno fue afectado por una crisis cambiaria que se extendió luego al mercado de deuda. Allí irrumpió Donald Trump junto a su secretario del Tesoro, Scott Bessent, para rescatar del abismo al Ejecutivo. Es imposible entender los rasgos que tiene el acuerdo comercial que está empezando a negociarse preliminarmente sin entender esta ayuda financiera […]. El «carnalismo» del que habló Guido Di Tella para describir las relaciones entre el gobierno de Carlos Saul Menem y Estados Unidos hoy parece casto al lado del nivel de alineamiento que le está imprimiendo Milei a la política exterior de su Gobierno para con EE.UU. o, más bien, con Donald Trump.» (La Nación, 17/11)

El principio de acuerdo comercial entre Argentina y Estados Unidos es una bomba silenciosa en la situación argentina. Silenciosa porque está envuelta en una pátina de mentiras e indefiniciones. El anuncio de negociaciones el pasado 13 se presentó como un hecho consumado a pesar de que no existe nada parecido a un texto concreto y específico. Nadie sabe cuál será la «letra chica» que esperan todos los analistas.

Y aún así el gobierno de Trump no tuvo drama en anunciar el acuerdo como cocinado y detallar una serie de áreas en las que se eliminarían restricciones a las mercancías y capitales estadounidenses. La conclusión es evidente: el punto de acuerdo fundamental alcanzado «bilateralmente» es la voluntad absoluta de sumisión de Milei y su gabinete ante los designios de Trump.

Pacto colonial

A nadie se le escapa que el Acuerdo Comercial es un epílogo al salvataje trumpista que le permitió a Milei sobrevivir hasta las elecciones sin que el dólar estalle. Teniendo en cuenta que Bessent ya recuperó los dólares «invertidos» con un saldo positivo en torno al 120% de interés anualizado, la genuflexión de Milei toma ribetes obscenos.

En base a los datos existentes, ¿qué le entrega la Argentina a Trump? «Acceso preferencial» a exportaciones estadounidenses en el mercado farmacéutico, en productos químicos, maquinarias, tecnología informática, dispositivos médicos, automotores y productos agroindustriales. También se abrirían las puertas a la importaciones de aves de corral y ganado bovino vivo estadounidenses.

En los productos industriales, no hace falta aclarar que la productividad de la industria yanqui es decenas de veces superior a la local. Ninguna rama de la industria argentina puede competir en productividad y baratez con las yanquis. Y en el caso de las importaciones de ganado se trata de un despropósito absoluto (quizá la única rama en la cual la economía argentina sigue siendo competitiva y no deficitaria) destinado a dar una zanahoria al agro estadounidense, que expresaba descontento con Trump por el salvataje y la llegada de carne argentina.

Además, y no secundario, «hay varias compañías del sector minero estadounidense que analizan oportunidades de inversión en Argentina». Facilitar la depredación de los recursos minerales argentinos viene siendo parte de las negociaciones Milei – Trump desde el comienzo del salvataje. No es ninguna sorpresa que el tema se haya colado ya en la agenda nacional con el intento de derogar o modificar las leyes sobre glaciares.

En contraparte, ¿qué recibiría la Argentina según el borrador de acuerdo? Estados Unidos eliminaría aranceles «sobre ciertos recursos naturales no disponibles en su territorio y sobre productos no patentados para uso farmacéutico». ¿Cuáles serían esos recursos «no disponibles»? Nadie sabe y a nadie le parece necesario aclararlo. En suma, Milei abre fronteras para que lleguen mercancías yanquis a destruir las ramas «no competitivas» de la industria (que generan la enorme mayoría de los puestos de trabajo locales). Trump abriría las puertas a algunos minerales innominados e indiferentes al entramado productivo estadounidense.

Además de los intercambios comerciales, Argentina se compromete a aceptar «el ingreso de bienes que cumplan normas técnicas, estándares de seguridad y certificaciones de agencias estadounidenses o de organismos internacionales, sin exigir evaluaciones de conformidad adicionales a nivel local. En la práctica, ANMAT, SENASA y otros organismos pierden margen como filtros de acceso y se reconfiguran desde la homologación hacia la supervisión» (Ámbito, 14/11). El cipayismo es explícito: ya no será el Estado argentino sino el estadounidense el que determine los estándares de seguridad y sanidad de los productos que consuman los argentinos.

Un acuerdo bananero

No hace falta ser un gran economista para dimensionar la capacidad de detonación económica que trasunta la apertura indiscriminada de sectores industriales locales a las mercancías yanquis. La economía argentina está en una indiscutible recesión, con estancamiento sostenido durante más de 2 trimestres. La industria y la construcción son los sectores más afectados por un combo de políticas recesivas mileístas. Destrucción del consumo interno vía pulverización salarial, congelamiento histórico de la obra pública a niveles medievales, apertura a mercancías baratas desde economías mucho más competitivas y otras.

En algunas ramas de la industria el uso de capacidad productiva instalada es directamente de cierre. Las textiles, por ejemplo, trabajaron al 42% de su capacidad los últimos meses. Los despidos «a cuentagotas» ya empiezan a formar torrentes constantes en industrias de diversa envergadura. Al mismo tiempo hay una crisis histórica de uso del transporte público porque los salarios no alcanzan ni para garantizar que los trabajadores lleguen a su lugar de trabajo.

Lo significativo es que la desacumulación en cantidad y volumen empieza a tener consecuencias cualitativas. Se acumulan los hechos cotidianos que muestran más decadencia: pérdidas del agro bonaerense por falta de obra pública en contexto de inundaciones, descarrilamiento del Tren Sarmiento, una explosión distópica en el polígono industrial de Spegazzini, en la periferia del Conurbano. La imagen no es propia de un estancamiento pasajero, sino de una recesión de proporciones que trasluce la obsolescencia productiva producida por una política de desinversión histórica. Abrir las puertas de esa economía a los capitales estadounidenses (levantar las leves y tímidas barreras proteccionistas existentes) es como apoyar un yunque sobre un castillo de naipes y esperar que se mantenga en pie.

Geopolítica y depredación

El otro elemento evidente del acuerdo Milei – Trump es la colocación de la Argentina como una posición en el tablero geopolítico internacional y en la disputa del imperialismo yanqui con China. «Más que un acuerdo comercial clásico, es la formalización de un salvataje financiero que se traduce en arquitectura geopolítica […]. Dos dimensiones ilustran con claridad el alcance geopolítico del acuerdo. La primera es la cooperación en minerales críticos, insumos indispensables para la transición energética y la industria de defensa. La segunda es la cláusula que compromete a ambos países a trabajar para estabilizar el comercio global de soja, un mercado en el que compiten y donde China es el principal comprador. Este mecanismo de concertación de oferta introduce una nueva variable en la relación triangular con Beijing. Ootorga a Estados Unidos una palanca adicional en su estrategia de contención geoeconómica. Mientras obliga a la Argentina a administrar con más cuidado la tensión entre alineamiento político e intereses comerciales y a coordinar con un actor externo uno de sus principales complejos exportadores». (Ámbito, 16/11).

Como en el caso del salvataje, la intervención directa del trumpismo es una medida para fortalecer la influencia yanqui sobre la región. Que el trumpismo giró parte de su política exterior hacia América Latina (zona descuidada por EEUU en las últimas décadas de primacía demócrata) es cada vez más evidente. Ver por caso las constantes amenazas de Trump alrededor de una eventual incursión militar sobre Venezuela.

Pero la disputa geopolítica no es un mero movimiento de piezas y posiciones. Así lo pintan los analistas burgueses y pequeñoburgueses del progresismo, que se limitan a advertir los «peligros» de «atarse a la potencia decadente». Como si la cuestión para la Argentina fuera meditar a qué bando imperialista es más conveniente subordinarse. Sucede, por el contrario, que la subordinación al ámbito de influencia yanqui (como a cualquier otro ámbito de influencia imperialista) no es una mera jugada de TEG sino la formalización de relaciones de depredación colonial cada vez más salvajes.

El borrador de acuerdo difundido por la Casa Blanca es muy claro en los lineamientos generales del «acuerdo». Argentina abre sus fronteras a las mercancías, los capitales y la influencia económica estadounidense. En todas las ramas en cuestión, la competitividad yanqui es monstruosamente superior a la local. Este curso implica necesariamente una (aún mayor) destrucción del entramado productivo argentino. Cierre de industrias, destrucción de puestos de trabajo, transferencia de masas de valor (de capitales, de divisas) desde la economía local a las arcas de las multinacionales estadounidenses y del aparato de Estado trumpista. A este respecto, el salvataje timbero de Bessent sienta un precedente innegable.

¿Qué perspectiva se abre a la economía argentina en el marco de un acuerdo comercial como este? Una que calza a la perfección con el plan Milei para el próximo período. La reforma laboral y el resto de las contrarreformas mileístas completan socialmente lo que el plan de sumisión colonial a Trump prefigura geopolítica y diplomáticamente. El proyecto mileísta es el de un país desindustrializado y bananero, con una economía reprimarizada, trabajadores indigentes a nivel de masas y una sociedad civil inarticulada. Esa imagen social se completa con la transformación del país en un simple centro de extracción de recursos baratos para el imperialismo.

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