Apuntes sobre la formación social iraní

De la revolución de los “shoras” a la contrarrevolución jomeinista 

Irán es una sub-potencia regional que, producto de la revolución de 1979, conquistó su independencia ante el imperialismo tradicional. En el marco de la actual guerra, defendemos críticamente a Irán como nación, pero no apoyamos políticamente al régimen de los ayatolás, al cual caracterizamos como una repulsiva teocracia burguesa. A continuación, desarrollamos los elementos políticos e históricos que fundamentan esta caracterización y nuestra posición.

En la madrugada del 13 de junio, Israel atacó sorpresivamente a Irán, dando inicio a la “Operación León Naciente”, cuyo objetivo es acabar con el arsenal militar y las capacidades nucleares iraníes.

No obstante, el gobierno fascista de Netanyahu dejó entrever que su verdadera intención es forzar un cambio de régimen, es decir, someter por completo a la nación persa por medio de una guerra total. Trump, por su parte, comenzó a coquetear con esta idea y está exigiendo una “rendición total” del gobierno de los ayatolás, aunque todavía no definió si los Estados Unidos se sumarán a la guerra (algo que puede definir en los próximos días).

En un artículo anterior nos posicionamos críticamente a favor de Irán en el marco de la guerra, pues consideramos que es un Estado independiente del imperialismo tradicional (ver Apuntes y perspectivas en torno a la guerra entre Irán e Israel).

A continuación, pasaremos a desarrollar los elementos políticos e históricos que fundamentan esta caracterización y nuestra posición ante la guerra en curso.

¿Por qué apoyamos críticamente a Irán en esta guerra?

En Brasil reina ahora un régimen semifascista que todo revolucionario no puede ver más que con odio. Supongamos, sin embargo, que mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil… En este caso estaré del lado del Brasil ‘fascista’ contra la ‘democrática’ Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque el conflicto entre ellos no será una cuestión de democracia o fascismo… […] Verdaderamente uno tiene que tener la cabeza vacía para reducir los antagonismos mundiales y los conflictos militares a la lucha entre fascismo y democracia. ¡Bajo todas las máscaras uno debe saber cómo distinguir a los explotadores, los esclavistas y saqueadores!

León Trotsky, “Entrevista con Mateo Fossa”, septiembre de 1938

Tanto Irán como Israel son Estados burgueses y con regímenes abiertamente reaccionarios. Pero esa es una igualación formal y unilateral que no basta para formular una posición socialista revolucionaria, para lo cual es necesario contemplar las profundas diferencias cualitativas entre ambos.

Israel fue creado/impuesto como parte de un acuerdo inter-imperialista en la segunda posguerra mundial (¡con el apoyo vergonzoso de la URSS!, una de las mayores traiciones históricas del estalinismo), para que fuera un gendarme armado de los Estados Unidos en Medio Oriente.

Es un Estado colonial y racista que se fundó a partir del robo de la mayoría del territorio perteneciente a la Palestina histórica, cuya población originaria fue desplazada en la “Nakba” y, desde entonces, está sometida a un brutal régimen de apartheid.

Por si esto no bastara, actualmente el gobierno fascista de Netanyahu lleva a cabo un genocidio en la Franja de Gaza que, para el momento en que escribimos este texto, contabiliza el asesinato de 60 mil gazatís.

Irán, por su parte, es una sub-potencia regional que, producto de la revolución de 1979, conquistó su independencia ante el imperialismo tradicional, aunque adoptó un régimen autoritario, teocrático y ultraconservador, el cual no constituye una alternativa emancipatoria para los sectores explotados y oprimidos.

En vista de lo anterior, defendemos críticamente a Irán como nación, pero no apoyamos políticamente al régimen de los ayatolás, al cual caracterizamos como una repulsiva teocracia burguesa. Es más, somos opositores del gobierno iraní y estamos por su derrocamiento revolucionario por las masas, en la perspectiva de refundar el país desde los intereses y reivindicaciones de los sectores explotados y oprimidos.

Pero nos oponemos a su sustitución por medio de la intervención militar del sionismo y del imperialismo estadounidense, lo cual únicamente puede redundar en la imposición de otro régimen opresor y servil del imperialismo.

En resumen, nuestra táctica pasa por apoyar a Irán en el plano estrictamente militar, pero sin abandonar nuestras banderas de independencia de clase y de rechazo a toda forma de opresión social y cultural.

La dinastía Pajlevi y el sometimiento al imperialismo

Durante gran parte del siglo XX, Irán estuvo gobernado por la dinastía Pajlevi (1925-1979). En cierta medida, esta monarquía se originó como una consecuencia y respuesta a la revolución rusa, cuya onda expansiva se hizo sentir por toda Eurasia, desde Europa Central hasta China.

Irán no fue la excepción. Desde finales del siglo XIX, millares de trabajadores iraníes migraron hacia Bakú, Azerbaiyán, que para ese entonces hacía parte del imperio zarista y era un importante centro petrolífero. Por este motivo, muchísimos obreros persas estuvieron en contacto con las ideas de la socialdemocracia rusa.

De hecho, Bakú fue el epicentro de una enorme huelga general en 1904, la cual fue la antesala de la primera revolución rusa que tendría lugar al año siguiente. Esto contrajo fuertes repercusiones sobre Teherán, pues provocó una oleada de protestas revolucionarias que exigían reformas constitucionales a la dinastía Kayar, que por ese entonces gobernaba el país.

De acuerdo a Shiva Balaghi, historiadora cultura iraní, la denominada “Revolución Constitucional” se prolongó desde 1905 hasta 1911, año en que las tropas zaristas invadieron el país y aplacaron los movimientos insurgentes. Pero, tras la caída del zar en 1917, la dinastía Kayar perdió su principal punto de apoyo externo y rápidamente sucumbió.

En 1920, en el marco de la guerra civil rusa, el Ejército Rojo apoyó la conformación de la efímera República Socialista Soviética de Persia, la cual se estableció en Gilan, en el mar Caspio, una región fronteriza con Azerbaiyán. Los soviéticos apoyaron al ejército guerrillero nacionalista Janjal (o “movimiento de la jugla”), dirigido por Mirza Kuchak Khan, pero no pasó mucho tiempo en que surgieran divergencias entre ambos bandos, debido a que los nacionalistas iraníes recusaron tomar medidas más radicales, como decretar la reforma agraria contra el poder de los terratenientes.

En este marco, en 1921 se produjo el golpe militar liderado por Reza Khan, quien posteriormente se coronó como Sha e inauguraró la dinastía Pahlavi.

Esta monarquía se caracterizó por modernizar el país en varios aspectos. De acuerdo al historiador Luis E. Bosemberg, dicha monarquía aspiraba transformar a Irán en una potencia, para lo cual apelaron a un discurso nacionalista, rescataron viejos monumentos y descubrieron textos históricos de la antigua Persia.

Ante la ausencia de una fuerte burguesía interna, la monarquía iraní desarrolló un capitalismo de Estado, el cual se transformó en el principal “agente industrializador” del país. A inicios de los años cincuenta, el primer ministro Mohammad Mosaddegh nacionalizó la industria petrolera que, hasta ese momento, estaba bajo control de compañías inglesas.

En respuesta a eso, el imperialismo inglés y la CIA organizaron un golpe de Estado que destituyó a Mosaddehg en 1953 y favorecieron una mayor concentración de poder en manos del Sha, el cual pudo retornar al país tras protagonizar una breve fuga hacia Roma por sus disputas con el depuesto primer ministro.

Durante un tiempo esa fórmula fue exitosa, pues el país obtuvo enormes réditos de la renta petrolera, la cual pasó de 2.000 millones de dólares en 1972 a 20.000 millones en 1977. Igualmente, el crecimiento económico fue asombroso entre 1966 y 1977, promediando el 9,6% anual (el doble con relación a los países del tercer mundo).

Parte de esos recursos se invirtieron en el desarrollo de la industria de consumo, la construcción, el comercio y los bienes raíces. El mercado interno creció, favoreciendo la aparición de una nueva burguesía y clases medias urbanas.

Pero, contradictoriamente, la enorme riqueza petrolera hizo del país una economía dependiente del mercado mundial, particularmente de los Estados Unidos, potencia que se transformó en su principal mercado y, en consecuencia, dictó su política externa.

De esta forma, Irán se transformó en un gendarme armado del imperialismo estadounidense en Medio Oriente y, desde 1953, pasó a ser un aliado estratégico de Israel en la región.

Entre 1963 y hasta su caída en 1979, el Sha Mohammad Reza Shah Pahlavi impulsó un agresivo programa de modernización que se conoció como la “revolución blanca”. Tuvo como eje derribar la influencia de los terratenientes y urbanizar el país. Aunque económicamente tuvo éxito, profundizó la desigualdad social y concentró los beneficios en el grupo de capitalistas cercanos al gobierno.

Fue una modernización desde arriba y contra los sectores explotados. Por ejemplo, el Sha trató de suprimir los bazares, espacios tradicionales que eran el epicentro del comercio local y que vendían a crédito a los vecinos que conocían. Pero el gobierno los veía como “obstáculo” para la modernización económica capitalista, a pesar de su importancia para amplios sectores de la población.

Por otra parte, a finales de los años setenta el modelo económico comenzó a mostrar síntomas de deterioro, principalmente porque se contrajo la bonanza petrolera de antaño. El bombeo de petrodólares, además, provocó una elevada inflación que consumió el poder adquisitivo de la clase obrera iraní y provocó una ola de huelgas a lo largo de 1978, la cuales fueron la antesala de la revolución.

La revolución iraní y la clase obrera

Se había abierto un nuevo horizonte de emancipación obrera. Como dijo un obrero metalúrgico, citado en un artículo sobre el tema: «Después de la revolución, los trabajadores se dieron cuenta de que el país les pertenecía».

Una fábrica de armas fue asaltada y más de cincuenta mil armas expropiadas y distribuidas a los insurgentes.

Arya Zahedi. “The Iranian Revolution at the Twilight of the Worker’s Council”

La revolución de 1979 destronó al Sha y mudó la relación del país con el imperialismo estadounidense. Fue un proceso de masas que reunió en las calles a todos los sectores que repudiaban a la monarquía por su corrupción, los rasgos autoritarios con que reprimía a la oposición política y por la caída en los niveles de vida de las masas.

Organizaciones sindicales, partidos de izquierda y laicos, mujeres y estudiantes, fueron algunos de los sectores sociales y políticos que protagonizaron la lucha contra la dinastía Pahlavi.

De acuerdo al historiador Osvaldo Coggiola, la revolución comenzó como un vasto proceso democrático dirigido por el clero islámico tradicional, pues este sector conservador tenía choques con las medidas modernizadoras implementadas por el Sha y se oponía a la injerencia estadounidense en el país.

A pesar de eso, en medio de las protestas contra la sangrienta monarquía sucedió algo inesperado: la creciente afirmación del proletariado como sujeto político dentro del movimiento democrático y antiimperialista.

La clase obrera iraní entró en escena con sus propios métodos de lucha (como huelgas y ocupaciones de fábricas) y, en el transcurso de la pelea contra el régimen, fortaleció sus elementos de independencia ante las direcciones burguesas y el clero chiita. De hecho, a partir de setiembre de 1978 y hasta febrero de 1979, se conformaron una gran cantidad de consejos obreros independientes, denominados como “shoras” en idioma farsi.

La huelga general de 1978 paralizó el país entero, incluso las refinerías de petróleo -eje de la economía iraní- dejaron de funcionar. A partir de ese momento, el régimen comenzó a flaquear y el país se volvió ingobernable. El Sha trató de apaciguar los ánimos otorgando concesiones cada vez mayores, pero ya era demasiado tarde.

En febrero de 1979 el régimen finalmente colapsó. El 9 de ese mes, un grupo de técnicos afines a Jomeini se amotinó en la  principal base área a las afueras de la capital del país. El movimiento fue sangrientamente reprimido por los “Inmortales”, las tropas de élite que aún eran leales al Sha.

Esta fue la chispa que encendió la mecha y desencadenó las jornadas revolucionarias del 10, 11 y 12 de febrero, cuando el movimiento de masas se alzó en armas y quebró al ejército imperial.

El sábado 10 de febrero fue particularmente sangriento en Teherán. Ese día se produjeron asaltos a los cuarteles y delegaciones policiales. Se levantaron barricadas y hubo combates por toda la ciudad, además de tanques y patrullas quemadas por doquier. La fábricas de armas fueron tomadas y se distribuyeron miles de fusiles entre la población. Las cárceles, repletas de opositores al régimen, fueron liberadas por la población insurrecta. En total, se contabilizaron 200 muertos y 800 heridos, pero el sacrificio valió la pena, pues al día siguiente las televisoras y radios declararon la victoria de la revolución.

La dinastía Pahlavi que gobernó el país despóticamente por más de cinco décadas, había llegado a su fin. Más importante aún, en su caída la clase obrera desempeñó un papel protagónico y comenzó a tomar consciencia de su peso social y político.

La caída del régimen no acabó con la revolución, sino que dio paso a un proceso de mayor radicalización. Los shoras se extendieron por todo el país y, tras la huida de los propietarios y gerentes afines al Sha, fueron vitales para retomar el funcionamiento de las fábricas abandonadas bajo control obrero.

De esta forma, se estableció un doble poder entre el gobierno provisional que surgió tras la caída del Sha y la sociedad organizada por abajo durante la revolución. Además de los shoras, también se conformaron los komitehs (grupos armados de seguridad) que vigilaban los barrios para mantener alejados a los matones del antiguo régimen. También, surgieron los shora-ye mahallat, donde se agrupaban los desempleados.

Lo anterior confirma que la revolución iraní presentó una tendencia obrera por un corto período de tiempo, la cual amenazó con radicalizar el proceso en un sentido anticapitalista. Como indica Arya Zahedi, investigador y profesor de la New School for Social Research, los consejos obreros iranís se asemejaron a los de las revoluciones rusa y alemana de inicios del siglo XX. Esto explica que fueran atacados por las fuerzas contrarrevolucionarias.

La contrarrevolución jomeinista

El régimen había comprendido que una persona que salía de su casa preguntándose: “¿Me quedan los pantalones lo suficientemente largos? ¿Llevo el velo puesto? ¿Se ve mi maquillaje? ¿Me van a azotar?», ya no se preguntaba: «¿Dónde está mi libertad de pensamiento? ¿Dónde está mi libertad de expresión? ¿Es mi vida vivible? ¿Qué pasa en las cárceles políticas?”

Marjane Satrapi, Persépolis

Este epígrafe lo extrajimos de la novela gráfica Persépolis, donde su joven protagonista relata su experiencia de vida en la sociedad iraní antes, durante y después de la revolución. La obra refleja las tendencias emancipadoras que presentó la revolución en sus inicios, así como su retroceso a manos de las fuerzas que encabezó fundamentalistas islámicas.

Los ayatolás libraron una contrarrevolución teocrático-burguesa, por medio de la persecución, represión y aplastamiento del movimiento obrero y los partidos de izquierda. Su líder fue el clérigo radical Jomeini que, tras su regreso del exilio en Francia, se dispuso a conformar un gobierno de transición y llamó a la calma a las masas insurrectas.

Sus llamados a la prudencia no tuvieron mucho efecto, pues la radicalización política contaba con profundas raíces entre los explotados y oprimidos. En vez de un ataque frontal, Jomeini recurrió a una táctica más sutil: islamizó los consejos obreros, les arrebató sus atributos de control de la producción y redujo su ámbito de acción al plano salarial (una demostración más de que revolución y contrarrevolución no son procesos simétricos).

Este operativo se vio favorecido por la falta de una estrategia de poder unitario de los shoras. Los consejos fueron vistos como grupos de presión al Estado y no como posibles espacios desde los cuales impulsar el poder obrero. La autogestión de la producción no alcanza para sustituir la preponderancia del Estado como ente totalizador de las cuestiones políticas.

Para empeorar las cosas, las corrientes de izquierda iraníes no ayudaron mucho a enfrentar la degradación de los consejos obreros impulsada por Jomeini. Décadas de deformación estalinista, provocaron una falta de perspectiva revolucionaria.

El principal partido de izquierda, el Tudeh, defendía una estrategia etapista de la revolución, según la cual primero había que alcanzar la liberación nacional del país y, después de esto, luchar por la revolución social.  En una demostración de total desubicación política, este partido llegó a postular que el clero radical islamista era una nueva burguesía progresista que iba a impulsar la modernización del país y, así, preparar las condiciones materiales para llegar al socialismo.

En contraposición a estos desvaríos estalinistas, la contrarrevolución islámica fue mucho más coherente. Impulsó la reconstrucción del poder estatal, para lo cual se apoyó en centralmente en dos instrumentos militares. Primero, a las milicias islamistas se le dio un enorme poder dentro del nuevo Estado; posteriormente, fueron rebautizadas como Guardianes de la Revolución (o Guardia Revolucionaria).

En segundo lugar, el régimen desplegó los “Comités jomeinistas” (también llamados Comités de Jomeini), cuyo objetivo central era competir con los shoras independientes en los principales centros industriales, pero después fueron utilizados para atacar militarmente a esos espacios de auto-organización obrera (según Coggiola, a pesar de la represión muchos de estos comités obrero se mantuvieron en pie hasta 1981).

Mediante esta campaña de represión contra las fuerzas de izquierda y el movimiento obrero, los islamistas se impusieron como fuerza hegemónica y consolidaron su proyecto de república islámica.

El nuevo poder se apoyó centralmente en un parlamento compuesto por el clero islámico, el campesinado y los pequeños comerciantes. Pero esa institución representativa y electa por voto popular, fue subordinada a las instancias no electas del clero chiita que, en adelante, pasaron a arbitrar la vida política, económica, social y cultural del país. Es decir, se configuró un régimen de naturaleza bonapartista-teocrático (Coggiola dixit).

Aunado a todo esto, los ayatolás se beneficiaron de elementos circunstanciales o ajenos a su control. Uno de esos fue la crisis de los rehenes de la Embajada de los Estados Unidos, lo cual les permitió apropiarse de un perfil antiimperialista que, astutamente, emplearon para bloquear las tendencias de control obrero de los shoras.

También, el inicio de la guerra con Irak les facilitó la instauración de la ley marcial y de una austera economía de guerra, un contexto donde toda disidencia o protesta obrera era automáticamente tachada de “contrarrevolucionaria”.

Junto con esto, el régimen contrarrevolucionario se ciñó con las mujeres. La disputa comenzó en 1979, cuando el ayatolá Jomeini decretó que debían usar el velo en su lugar de trabajo. El clérigo chiíta pronunció un discursos ante miles de sus seguidores en la ciudad de Qom, donde afirmó que las mujeres que no usaban veo iban desnudas.

Además del contenido ultra reaccionario, el gobierno emitió la orden ejecutiva un día antes de que se conmemorara el Día Internacional de la Mujer. Una provocación que desató la furia del movimiento de mujeres, particularmente en las ciudades, caracterizadas por un estilo de vida cosmopolita.

Más de diez mil mujeres tomaron las calles de Teherán, la capital iraní, el 8 de marzo de 1979. El punto de encuentro fue la Facultad de Derecho, pues la manifestación fue  del Primer Ministro gritando que “no hicimos una revolución para ir hacia atrás”.

Las protestas continuaron durante seis días y lograron que el gobierno de Jomeini retrocediera en la medida, al menos temporalmente. Cuando la contrarrevolución consiguió eliminar a los sectores laicos y de izquierda, retomó sus ataques contra las mujeres y reimpuso el uso del velo. Para 1980 las mujeres tenían prohibido ingresar en edificios públicos  sin el velo y, al año siguiente, la medida se hizo extensiva para todas las mujeres a partir de los nueve años.

Una economía debilitada y desigual

Ante la huida masiva de empresarios y cuadros técnico-administrativos vinculados al antiguo régimen, la crisis económica abierta por la guerra con Iraq (1980-1988) y el distanciamiento con los Estados Unidos, la república islámica realizó una ola de nacionalizaciones y colocó las empresas bajo control de fundaciones islámicas. Alrededor del 85% de las principales empresas del país estaban bajo control del Estado.

Con la caída de la URSS se produjo un debilitamiento de los sectores más estatistas del régimen de los ayatolás. Sumado a eso, la crisis económica que azotó al país en los años noventa, facilitó el avance de los reformistas neoliberales que impulsaron medidas para la apertura económica, es decir, incentivando la articulación con el mercado internacional y el desarrollo del sector privado.

El giro reformista también tuvo un reflejo en el plano político, particularmente con la instauración y continuidad de varios gobiernos moderados, como fueron las administraciones de Rafsanyani, Jatamí y Ruhani, las cuales fueron caracterizadas como pro-occidentales por su interés en profundizar los vínculos económicos con Europa y no alinearse con Rusia o China.

Pero la situación política cambió con el desarrollo del programa nuclear iraní, el cual fue atacado por los Estados Unidos y fomentó la polarización contra el “occidente”, una retórica que favoreció el ascenso de los sectores más radicales –también llamados de “línea dura”- en detrimento de los reformistas. Desde entonces, la línea dura es hegemónica dentro de Irán, como demostraron los resultados de las pasadas elecciones parlamentarias de marzo, donde consiguieron elegir 200 parlamentarios de un total de 245.

Según un estudio elaborado por el economista iraní Djavad Salehi-Isfahani, después de que los Estados Unidos salieran del acuerdo nuclear y reinstauraran las sanciones, el régimen comenzó a hablar de una “economía de resistencia”, cuyo eje es vincular al país con la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o los BRICS. No obstante, los iraníes tienen muchos problemas para comerciar internacionalmente por las restricciones bancarias que les fueron impuestas, además de que no consiguen fomentar una producción y exportaciones diversificadas. El país depende de las exportaciones de petróleo, principalmente hacia China, a cuyo mercado se destina el 90% del hidrocarburo iraní.

Visto lo anterior, Irán combina muchas fortalezas y debilidades. Por un lado, es una potencia energética y tiene una fuerte tradición cultural en la región; también, cuenta con un pasado imperial que alimenta su orgullo nacional y aspiraciones hegemónicas (además, nunca fue colonia formal de ninguna potencia europea). Por otra parte, presenta muchas debilidades estructurales, particularmente en su economía.

Para ilustrar lo anterior, veamos algunas comparaciones entre Irán e Israel. Por ejemplo, el país persa tiene una población de 87 millones de habitantes y posee enormes yacimientos de hidrocarburos, pero su Producto Interno Bruto (PIB) es de 415 billones de dólares, muy por detrás de los 520 billones de Israel, cuya población es de 10 millones de habitantes y cuenta con un territorio setenta y cinco veces más pequeño.

Esta asimetría se extiende al plano militar, donde Israel posee una clara superioridad en cuanto a armamento de alta tecnología (ayudado enormemente por el imperialismo norteamericano). De acuerdo a un reportaje de la BBC, el Estado sionista gastó 19 billones de dólares en defensa en 2022, mientras que Irán invirtió 7,4 billones. De ahí que no sorprenda el abismo que existe entre sus fuerzas aéreas, siendo que los sionistas poseen 340 aeronaves de combate, como cazas F-15, F-35 (estos pueden escapar del control de radares) y helicópteros de ataque rápido. Por su parte, Irán tiene 320 aeronaves, pero en su mayoría son de los años sesenta, como los F-4, F-5 o F-14 (¡este último fue el que se utilizó para filmar Top Gun en 1986!). Debido a su antigüedad, hay dudas sobre la capacidad de combate de varios de esas aeronaves, pues es difícil conseguir piezas de repuesto.

En el único rubro donde Irán tiene ventaja, es con relación a su programa de misiles y drones, desarrollado desde los años ochenta durante la guerra con Iraq. Pero es una ventaja relativa, dado que Israel tiene alrededor de noventa ojivas nucleares (es una estimativa no oficial, pues los sionistas tienen una política de ambigüedad con respecto a su arsenal nuclear).

Este breve recuento histórico demuestra que Irán transitó de ser un aliado sumiso y mimado del imperialismo estadounidense a convertirse en una nación independiente. De hecho, las relaciones diplomáticas entre ambos países están rotas desde la toma de la embajada estadounidense en Teherán, la cual se extendió por 444 días (noviembre 1979-enero 1981) y marcó el inicio de las sanciones económicas de los Estados Unidos contra la república islámica.

Igualmente, no consideramos que sea una potencia regional, pues tiene muchas debilidades estructurales con respecto a Israel y otros Estados árabes (como Arabia Saudita o Egipto). Desde nuestra perspectiva, es más atinado caracterizarlo como una sub-potencia que todavía es políticamente independiente del imperialista, incluso de China que es su principal social comercial en la actualidad, pero no dicta su política externa de ningún modo.

Fuentes consultadas

BALAGHI, Shiva. Una breve historia del Irán del siglo XX. En https://greyartmuseum.nyu.edu/2015/12/a-brief-history-of-20th-century-iran/ (Consultada el 19 de junio de 2025).

BOSEMBERG, Luis E. 1997. Neoliberalismo, Reformas y Apertura en Irán: ¿Un Nuevo País? En file:///C:/Users/HP/Downloads/histcrit15.1997.03.pdf (Consultada el 22 de abril de 2024).

COGGIOLA, Osvaldo. TRINTA ANOS DA REVOLUÇÃO IRANIANA. En https://www.researchgate.net/publication/287205583_TRINTA_ANOS_DA_REVOLUCAO_IRANIANA (Consultada el 25 de abril de 2024).

SALEHI-ISFAHANI, Djavad. 2024. Economía iraní: 10 puntos sobre un Estado forjado en las sanciones. En https://legrandcontinent.eu/es/2024/03/01/economia-irani-10-puntos-sobre-un-estado-forjado-en-las-sanciones/ (Consultada el 23 de abril de 2024).

Zahedi, Arya. The Iranian Revolution at the Twilight of the Worker’s Council. En https://communemag.com/the-iranian-revolution-at-the-twilight-of-the-workers-council/ (Consultada el 19 de junio de 2025).

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