Teatro

Cyrano de Bergerac, por Willy Landin

Pasando ya las 100 funciones y llegando al año de su estreno en el Teatro San Martin, comentamos algunas apreciaciones del drama heroico que logra prevalecer al paso de los siglos.

“¡Sí, vosotros me arrancáis todo, el laurel y la rosa! ¡Arrancadlos! ¡Hay una cosa que no me quitaréis!… ¡Esta noche, cuando entre en el cielo, mi saludo barrerá el suelo azul, y, mal que os pese, conmigo irá una cosa sin manchas ni arrugas! …  y esa cosa es… mi orgullo”

La obra sobre el último héroe romántico del siglo XIX. Cuando el amor desafía las apariencias, entre la poesía, el (des)amor, el heroísmo y la muerte en una comedia dramática de casi tres horas. Cyrano de Bergerac, un soldado poeta (que nos recuerda un poco al Quijote o al Mio Cid), está enamorado de su prima Roxanne, pero -acomplejado por su apariencia, una nariz algo voluminosa- siente que ese amor jamás será correspondido. Las cosas se ponen peor para Cyrano cuando Roxanne se enamora de Christian, un soldado de su regimiento, tan hermoso como tosco y torpe. Roxanne le pide a Cyrano que lo apadrine y lo proteja, mientras Christian le pide ayuda para cautivarla.

“Desde hace 46 años estoy listo para estrenar esta obra” comentaba el año pasado el Puma Goity -que hace una interpretación impecable del poeta- en la previa de su debut, recordando cuando fue a verla en su infancia. Es que, en realidad, la adaptación del clásico de Edmond Rostand no es la primera vez que se hace en el país, sino que se estrenó por primera vez en 1977, donde el actor que brillaba cada noche mientras interpretaba al poeta dio -de manera casi literal- su vida por el personaje, falleciendo momentos después de estar en el escenario.

Gabriel Goity había ido por primera vez al teatro con su abuelo a ver la obra en cuestión, protagonizada por Ernesto Bianco, y quedó maravillado de ese héroe que le cantaba sonetos a la luna y recitaba rimas mientras esgrimía su espada contra un centenar de hombres. No menor era lo impactante de la obra, con un elenco de más de 70 actores (sin contar a los músicos y todo el ejército de trabajadores tras el telón que garantizaban las aventuras de Cyrano) con una escenografía descomunal y durando más de cuatro horas.

Foto: Complejo Teatral de Buenos Aires

Es difícil lograr medirse con grandes obras a la que no le faltaban ni una gran producción ni grandes actuaciones. Sin embargo, el Cyrano de Willy Landin no tiene por qué quedarse atrás. De mínima, algo que no le faltan son grandes actuaciones, no solo por la de Goity sino también por la de María Abadi, como la musa pequeñoburguesa de Roxanne, que logra hacernos sentir en carne propia su enamoramiento, pero también su tristeza. Además de Mario Alarcón, que vuelve a ser testigo de las hazañas de Cyrano como en 1977 (cuando interpretaba a un mosquetero), esta vez personificando al Conde de Guiche: “Me encanta hacerlo porque es el típico bienudo, arrogante y despectivo, que es muy interesante para actuar. Si querés, es un personaje que se ve en varios políticos actuales que se creen dueños del mundo, que siempre hacen notar el poder que tienen”.

No hay que dejar de lado la producción que, con un dinamismo escénico magnifico, vestuarios refinados, iluminación con destellos dorados para recrear la época, proyecciones sobre telones entre escenas mezcladas con percusión y diferentes instrumentos de fondo, Willy Landin y todo el equipo logran hacernos olvidar que es una obra de teatro para acercarnos a las orillas del Rio Sena, por las calles de una Paris previa a la Revolución Francesa, o en una batalla contra españoles hondeando banderas rojas una vez que la suerte está echada y la muerte acecha.

Foto: Complejo Teatral de Buenos Aires

Estrenada por primera vez en 1897 en el Teatro de La Porte Saint-Martin (el mismo que fue incendiado durante la represión a la Comuna de Paris), la obra de Fedmond cuenta una parte de la vida del verdadero Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655), aunque permitiéndose algunas libertades en el relato (difícilmente, más allá de su bravura, nuestro poeta haya matado a cien hombres en una noche durante un duelo) y es a raíz de esto que algunos historiadores -bastante exagerados- dudan hasta de la existencia misma del poeta. A pesar de esto, ambas obras son fieles al espíritu libre y contra la opresión de Cyrano. Tanto Fedmond como Landin tuvieron cuidado de no obviar en sus obras las críticas a la monarquía, la nobleza, la iglesia y, de paso, también algún esbozo de crítica al patriarcado.

Aun así, su sentir es tan profundo y nos interpela tanto que es difícil pensar que este poeta heroico, solidario, profundamente enamorado, que le canta a la luna y a su amada, capaz de exponer su vida por sus allegados o para entregar una simple carta de amor (o dos por día), sea solo fruto de la imaginación.

Y a pesar de la distancia entre siglos, la obra nos interpela con temas profundamente humanos, con los amores y desamores, la muerte, el coraje (pero también el miedo), el sentido de la belleza del alma por sobre la superficialidad y el -casi- grito sentido por la mayoría: el ser amados por lo que somos. Tal vez por esto Cyrano sea una obra que prevalezca en el paso del tiempo.

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