Colonialismo-genocidio y resistencias en Palestina

Presentamos una versión editada y ampliada de la conferencia que brindamos en la charla-debate “Colonialismo-genocidio y resistencias en Palestina”, la cual se llevó a cabo el pasado 2 de septiembre en la Universidad de Luján, en Buenos Aires, Argentina. La actividad fue organizada por el Centro de Estudiantes de Trabajo Social, el colectivo Docentes por Palestina y la juventud anticapitalista del ¡Ya Basta! de dicha institución.

Tratamos de mantener las formas de expresión oral en la versión escrita, aunque nos tomamos la licencia de ampliar algunas ideas y reordenar varias partes de la exposición, para que el texto tuviese una estructura y segmentación temática más ordenada.

1- Gaza, un genocidio colonial y la apertura de una nueva era de los extremos

Buenas tardes. Quiero iniciar mi presentación agradeciendo a los organizadores por la invitación que me extendieron para participar en esta actividad.

Para quienes no me conocen, mi nombre es Víctor Artavia, soy migrante costarricense, historiador de profesión, dirigente de la corriente internacional Socialismo o Barbarie (de la cual forma parte el Nuevo MAS de Argentina) y, actualmente, me desempeño como co-director de Izquierda Web.

El tema que nos reúne en esta charla-debate es “Colonialismo-genocidio y resistencias en Palestina”. Es un título muy atinado, porque desde el vamos nos confronta con una idea central, a saber, lo que sucede en Gaza es el desenlace de un proceso de colonización que comenzó hace muchas décadas, el cual se potenció con la creación del Estado de Israel en 1948 y que, en los últimos dos años, pegó un “salto en calidad/brutalidad” con el ascenso de la extrema derecha y la apertura de una nueva etapa de guerras, crisis, barbarie y, potencialmente, el retorno de las revoluciones.

Lo que estamos presenciando en Gaza es un genocidio colonial. No es una guerra, no es un conflicto entre dos Estados, no es una lucha entre iguales. Se trata de una verdadera masacre; un acto de barbarie planificada ejecutado por uno de los ejércitos más poderosos del planeta, el cual cuenta con el respaldo del imperialismo estadounidense, en contra de un pueblo desarmado que no tiene un Estado ni un ejército regular propio. La asimetría es tal, que los palestinos ni siquiera tienen puertos o aeropuertos para reabastecerse de alimentos, armas o municiones.

Mientras preparaba los apuntes para la conferencia, recordé el caso del genocidio de Ruanda en 1994. También fue un acto de barbarie planificado que se cobró la vida de entre 800 mil y un millón de tutsis a manos de los hutus, quienes utilizaron machetes para asesinar a sus víctimas. Asimismo, tuvo lugar en un país periférico, es decir, que no hace parte del centro capitalista ni del imaginario cultural occidental.

En el caso de Gaza sucede algo diferente. El genocidio es realizado por un Estado que, durante los últimos setenta y siete años, fue considerado como un embajador del “mundo Occidental” en el Medio Oriente. Es más, Israel fue creado por el establishment imperialista en la segunda posguerra (con el apoyo traidor de la Unión Soviética estalinista[1]) y, hasta no hace mucho, era promocionado como un ejemplo exitoso de “democracia liberal” -para los colonos, no para la población palestina sometida a un régimen de apartheid- en medio del “atraso” de una región acostumbrada a los regímenes autoritarios o islamistas.

No es mi intención hacer una comparación odiosa para determinar cuál genocidio es peor. Los dos son casos de violencia extrema que contrajeron resultados terribles desde el punto de vista humanitario.

No obstante, entre ambos casos hay diferencias a la hora de evaluar sus implicaciones a nivel internacional, histórico y epocal. Así, mientras en Ruanda se utilizaron machetes como principal arma del crimen, en Gaza el responsable es un Estado que posee armas nucleares, utiliza la inteligencia artificial para ejecutar sus masacres cotidianas y que articuló un conglomerado de poderosas empresas transnacionales en lo que las Naciones Unidas ya denomina una “economía del genocidio”.[2]

Ahí reside lo particular del genocidio en Gaza. Es un ejemplo contemporáneo del empleo de métodos racionales para alcanzar fines irracionales. Dicho de forma más clara, de la utilización de lo más avanzado de la ciencia y la tecnología del momento para llevar a cabo un acto de exterminio de seres humanos a escala industrial.

El único punto de comparación en la historia reciente es el genocidio en la Segunda Guerra Mundial. Por este motivo, Gaza es un acontecimiento histórico que, además de contener la brutalidad propia de todo genocidio, al mismo tiempo parece señalizar la apertura de una “nueva era de los extremos” en el siglo XXI, esto es, del enfrentamiento cara a cara entre la revolución con la contrarrevolución.

Porque este es el trasfondo del genocidio en Gaza. Es un intento del gobierno fascista de Netanyahu de implementar una “solución final” contra la lucha de liberación nacional del pueblo palestino. El sionismo pretende exterminar con la causa palestina.

Esto, a mi modo de ver, constituye una de la más grandes y repugnantes paradojas en la historia contemporánea: Israel instrumentaliza la memoria del holocausto judío para “legitimar” la masacre del pueblo palestino. Además, bajo la caratula de ser el “Estado judío”, los sionistas tildan de “anti-semita” a quien critique sus políticas de limpieza étnica y el genocidio.

Todo lo anterior nos debe servir para entender algo: el derecho legítimo del pueblo palestino de luchar con métodos de guerra civil por su liberación nacional, lo cual solamente será posible mediante la destrucción del Estado colonial, racista y genocida de Israel y la construcción de una Palestina laica, democrática, no racista y socialista.

2- El sionismo como una forma moderna de colonialismo[3]

Una ocupación colonial no es un evento específico, es ante todo una estructura. Se trata de un proceso de larga duración que, en el caso del sionismo, experimentó un proceso de radicalización acumulativa. Por ello, pasó de emplear métodos de dominación semejantes al apartheid sudafricano a desarrollar un genocidio que, por sus métodos y la asimetría de poder, es comparable con el genocidio perpetrado por el nazismo.

La colonización imperialista en los países periféricos asumió diversas formas a lo largo de la historia. Por ejemplo, los británicos dominaron la India con la presencia directa de unos 40 ó 50 mil ingleses, los cuales se apoyaron en su superioridad militar y económica, además de desarrollar una ingeniosa política de acuerdos con grupos locales; el famoso “divide y vencerás”.

También, hubo emprendimientos coloniales que se basaron en el asentamiento de masas de colonos, con el consecuente desplazamiento y exterminio de la población originaria. Por ejemplo, tomemos el caso de los Estados Unidos y la expansión colonial sobre los territorios indígenas, a los cuales exterminaron y recluyeron en reservas.

Visto lo anterior, es claro que hay una diferencia con el colonialismo clásico, cuyo fin primordial es apropiarse de los recursos naturales y explotar la fuerza de trabajo nativa. En el caso del colonialismo de poblamiento el objetivo central es construir una nueva “patria” en una tierra que no les pertenece desde un punto de vista histórico; los colonos son un cuerpo extraño que se implantan desde afuera por la vía de la fuerza.

Pues bien, Israel es un caso contemporáneo de colonialismo de asentamiento o poblamiento, cuya lógica consiste en suplantar la población nativa con la implantación de una población foránea. Con el agravante de que se realizó sobre una región con una alta densidad poblacional.

Además, Israel se fundó en la mitad del siglo XX, es decir, justamente cuando estaban en curso los procesos de descolonización en África y Asia. Este hecho, sumado a la instrumentalización de la memoria del Holocausto, benefició al sionismo para “disimular” su naturaleza colonial y la limpieza étnica que estaba realizando, la cual presentó como “acciones defensivas” en el marco de “disputas religiosas” o motivadas por anti-semitismo (este fue el relato que agitaron al inicio del genocidio en Gaza).

Lo anterior explica que la colonización sionista de Palestina parezca una historia de nunca acabar, pues Israel está en estado de guerra permanente contra el pueblo palestino, dado que su finalidad es expulsar al pueblo colonizado para apropiarse de sus tierras y recursos.

Pero la única forma de llevar a cabo una limpieza étnica es mediante el uso sistemático de la violencia extrema, pues de lo contrario es imposible expulsar enormes cantidades de nativos de sus tierras originarias. Y, dado que es sumamente difícil (por no decir imposible) transferir totalmente una población nativa hacia otra región, la limpieza étnica tiene implícita la pulsión genocida.[4]

De acuerdo a Ilán Pappé, la ejecución de la violencia colonial extrema emplea varios dispositivos ideológicos para auto-justificarse. En primer lugar, señala la lógica de la eliminación, la cual consiste en crear los medios y las justificativas morales para expulsar a la población nativa. En el caso del sionismo, agrega, también contiene la lógica de la deshumanización, mediante la cual presenta a los otros como bestias que hay que exterminar.

Para no dejar dudas al respecto, veamos las palabras que pronunció el ex ministro de Defensa de Israel, Yoav Galant, al inicio de la operación de devastación en Gaza: “Estamos imponiendo un asedio total a Gaza (…) ni electricidad, ni comida, ni agua, ni gas, todo cerrado (…) Estamos luchando contra animales y actuamos en consecuencia”.

3- De la fundación del Estado de Israel a la barbarie del genocidio

Desde sus orígenes en 1948, Israel surgió como un Estado colonial y opresor con relación a la población nativa palestina, el cual fue impuesto por medio de una brutal limpieza étnica a manos de las milicias paramilitares sionistas.

La “Nakba”, término árabe que significa catástrofe y es empleado por los palestinos para recordar los trágicos eventos de 1948, se saldó con la expulsión de 750 mil personas de sus tierras y el asesinato de otras 13 mil.

De acuerdo a Omer Bartov, un historiador israelí y especialista en el Holocausto, desde los años treinta el sionismo empleó el término “transferencia” para referirse a la expulsión de los palestinos de sus tierras y enviarlos fuera de los territorios colonizados (ver “Solíamos pensar que lo que hicieron los rusos en Chechenia era terrible, pero lo de Israel en Gaza no tiene precedentes en el siglo XXI”).

Esto lo expuso en su momento el líder sionista Josef Weitz, quien durante muchos años se desempeñó como director del departamento de colonización de la Agencia Judía. En una anotación de su “Diario” en 1940, expuso sus ideas de limpieza étnica sin tapujos: “La única solución es una Palestina, o al menos una Palestina Occidental [al oeste del río Jordán] sin árabes… y no hay otro camino que transferir todos los árabes desde aquí a los países vecinos, transferirlos a todos: ni una aldea, ni una tribu deben quedar.” (ver Palestina: 60 años de limpieza étnica).

A lo anterior, agreguemos que Israel cuenta con la particularidad de ser un Estado sin Constitución, debido a su negativa de auto-imponerse fronteras que limiten su expansión colonial, tal como sucede en estos momentos en Gaza y Cisjordania (ver ¿Por qué Israel no tiene constitución?).

Desde sus inicios, la sociedad sionista presentó contradicciones internas sobre los límites de su Estado. No tenían diferencias sobre el carácter colonial del mismo y el supuesto “derecho de usurpar” las tierras palestinas, pero sí en torno a la velocidad y forma en que debían realizarlo.

Ben-Gurion, por ejemplo, fue el representante del ala hegemónica dentro del sionismo en las primeras décadas de existencia de Israel. Su premisa era sincronizar la colonización territorial con la “conquista demográfica”, es decir, no anexar nuevos territorios en tanto no aumentara la población israelí, por el temor de incorporar de golpe grandes contingentes de palestinos en un “Gran Israel” y, de esta manera, generar un desequilibrio numérico entre la población árabe y los colonos.

En contraposición, un sector de la élite militar, política y cultural sionista calificó como un error histórico no conquistar toda Palestina en el marco de la “guerra de independencia” de 1948 (así llaman los israelís a la Nakba). El ala expansionista siempre abogó por construir el “Gran Israel” o el “Estado de Judea”.

Todos estos rasgos del sionismo se radicalizaron en el último período. En el transcurso de los últimos veintitrés meses (octubre 2023- septiembre 2025), el gabinete israelí pasó de la extrema derecha al fascismo. O, dicho de manera más clara, pasó de la brutalidad de las palabras a la brutalidad de los hechos.

Los sectores más extremistas del sionismo, representados por el Likuk y los partidos de los colonos, están avanzando con el proyecto para construir el “Gran Israel”, esto es, culminar con la conquista de los territorios que constituyen la Palestina histórica, lo cual solamente puede llevarse a cabo liberando al máximo todas las pulsiones colonialistas y racistas contenidas en la ideología sionista.

Desde el inicio de la invasión a Gaza, Netanyahu no perdió oportunidad para cruzar varias líneas rojas, alegando que actuaba según el “derecho a la legítima defensa”. Este fue su discurso durante varios meses, pero se radicalizó con el tiempo y, actualmente, nadie del gobierno sionista habla en términos defensivos.

Ahora, por el contrario, los sionistas señalan abiertamente que su objetivo es controlar militarmente la Franja de Gaza y se posicionan en contra de la “solución” de los dos Estados. Desde mediados de los años noventa, los acuerdos de Oslo fueron el “consenso” del establishment imperialista para resolver el “conflicto” árabe-israelí (eufemismo para ocultar que el problema es la colonización), pero ahora es visto como lo que siempre fue: una “hoja de ruta” inviable que solamente sirvió para dividir a la resistencia palestina y fortalecer la ocupación sionista.

En esto tuvo mucho peso la llegada de Trump a la Casa Blanca, particularmente luego de que dijera que los Estados Unidos podían asumir el control del enclave para transformarlo en “la Riviera de Oriente Medio”. Además, argumentó que esto era viable si se relocaliza a la población gazatí en otros países. En otras palabras, el presidente de la principal potencia imperialista alentó a los sionistas a continuar con la limpieza étnica de los palestinos y el genocidio en Gaza.

Y esto es justamente lo que estamos presenciando. Por definición, un genocidio son los actos cometidos deliberadamente para destruir, total o parcialmente, a un grupo étnico o nacional específico.

En el caso de Gaza, no hay dudas de que eso es lo que está en curso. Las cifras no dejan lugar a dudas: a esta altura, se calcula en 62 mil las personas asesinadas, entre las cuales se incluyen más de 17.000 niños, y la cantidad de heridos ya superó los 145 mil.

Es tal el grado de barbarie desplegado por Israel, que el tonelaje de bombas lanzado sobre Gaza es mayor al que fue arrojado sobre las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial.

“No están librando una guerra, sino una campaña de destrucción. Así que incluso llamarla guerra es totalmente inapropiado”, aseguró Omer Bartov, el historiador israelí que citamos previamente.

La ONU estima que el 90% de las viviendas fueron destruidas. La reconstrucción del enclave palestino tomaría catorce años de trabajo ininterrumpido y la remoción de más de 30 millones de toneladas de escombros, lo cual tendría un costo aproximado de 40.000 millones de dólares. Asimismo, entre un 53% y el 71% de los sitios históricos fueron destruidos o resultaron severamente dañados por los bombardeos. ´

La destrucción de los domicilios y de los sitios culturales es parte del genocidio, pues tienen por objetivo acabar con las condiciones materiales que permiten la reproducción material y simbólica del grupo étnico que pretende exterminar.

Es decir, el genocidio no se mide solamente por el número de víctimas, sino que también implica la destrucción del tejido social y cultural del grupo atacado.

Como les indiqué al inicio, soy migrante desde hace tres años. En mi caso, cada tanto recuerdo los lugares donde crecí y que tienen un valor sentimental e identitario para mí. Son fragmentos del planeta que, dicho figuradamente, me pertenecen, pues en determinado momento del tiempo y del espacio están atados a mis recuerdos y experiencias. Por ejemplo, el parque donde di mi primer beso; o la facultad que ocupé durante semanas en el marco de una lucha estudiantil mejoras en la infraestructura; o la avenida y la rotonda que cortábamos para protestar contra el tratado de libre comercio con los Estados Unidos; entre otras decenas o cientos de ejemplos que podría señalar. Pues bien, si una fuerza ocupante arrasara con eso de un día para otro, tendría un enorme efecto devastador en mi psiquis, pues matarían una parte de mi ser.

4- Los orígenes de la resistencia palestina y la primera Intifada

Ahora voy a realizar un repaso muy breve sobre el curso de la resistencia palestina en las últimas décadas. No voy a entrar en detalles puntuales y me voy a enfocar en los debates más estratégicos.

En términos generales, se suele dividir la resistencia palestina en tres movimientos principales. En primer lugar, la fase del Movimiento de Nacionalistas Árabes (MNA) que, como su nombre sugiere, se caracterizó por la predominancia del panarabismo que estuvo en boga en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. La segunda fase corresponde al ascenso y hegemonía de Fatah (“apertura” en árabe), cuyo perfil era el de nacionalismo palestino laico. Por último, está la fase de Hamas (“entusiasmo” en árabe), una corriente que tiene una naturaleza dual, pues combina elementos de movimiento de liberación nacional con rasgos de corriente islámica fundamentalista.[5]

En 1964, la Liga Árabe (LA) fundó la OLP para contener a los grupos independientes palestinos que estaban en crecimiento en la época. Aunque el objetivo era controlar este foro de la resistencia palestina, en pocos años los gobiernos árabes perdieron el control, producto de la crisis del panarabismo encabezado por Nasser en Egipto y también por el clima de radicalización de los años sesenta (eran los tiempos de la revolución cubana, la guerra de independencia de Argelia y la guerra de Vietnam).

En 1968, Fatah tomó el control de la OLP. Era un ala guerrillera del movimiento palestino, fundada en 1958/1959 y que surgió como una corriente nacionalista burguesa laica.

Bajo la conducción de Fatah, la OLP adoptó como orientación estratégica la solución de un Estado democrático en la Palestina histórica. Por ejemplo, en 1970 Nabil Shaath, uno de los dirigentes de Fatah y, posteriormente, uno de los negociadores de los Acuerdos de Oslo, hizo pública una consigna democrática radical que venía agitando el movimiento palestino desde finales de los años sesenta: “Por una Palestina democrática, no confesional, donde cristianos, judíos y musulmanes puedan vivir y ejercer su culto sin discriminación”.

Decimos que democrático radical porque se limitaba a hablar de un Estado con igualdad formal en los derechos civiles, pero no llegaba a cuestionar las relaciones de propiedad privada o capitalista.

Este se convertiría en el eje programático del movimiento palestino en los años subsiguientes. Posteriormente se le harían cambios puntuales, pero manteniendo su esencia democrático radical: por un estado palestino único, laico, democrático y no racista, con plena igualdad para árabes, judíos y demás nacionalidades y/o credos.

Como se puede observar, era una consigna programática que se oponía rotundamente al carácter racista y confesional del Estado de Israel, pero también a la concepción de un estado islámico.

Lastimosamente, fue un programa de corta duración. La bandera de lucha por un Estado Palestino democrático fue progresivamente abandonada por la OLP, pues se comenzó a plantear un giro hacia la concepción de los dos Estados. Ya en 1974, el mismo Nabil Shaath señaló esto al plantear que los palestinos promovían los dos estados a partir de los territorios ocupados desde 1967, es decir, ni siquiera las fronteras establecidas en 1948 con la conformación por la ONU del Estado de Israel.

Este giro político fue un reflejo de la decadencia del nacionalismo burgués árabe en la región y, en el caso de Fatah y Arafat, se agravó pues no eran una facción burguesa que administrara tan siquiera un Estado propio. A esto se le sumarían una serie de derrotas militares en Jordania en los años setenta y ochenta en Jordania y Líbano.

Acá comenzaron a entrar los petrodólares a financiar a la OLP, con la condición de domesticar a este movimiento guerrillero e imponerle como política no dirigir sus armas contra los gobiernos árabes, ni tampoco llevar a fondo la guerra contra Israel, sino buscar acuerdos que no desestabilizaran la región.

Pero, más allá del giro ideológico de la OLP, los EEUU e Israel no mostraron interés en abrir negociaciones con los palestinos. Esto cambió con el estallido de la primera Intifada en 1987, la cual puso a la sociedad israelí en la más grave crisis de su historia.

La Intifada fue una verdadera revuelta social y de carácter popular. Contó con manifestaciones masivas, donde participaron muchísimas mujeres y se arrojaban piedras contra el poderoso ejército israelí. De ahí que se le conociera como “la revolución de las piedras”.

Además, fue un proceso desde abajo, por fuera del control de la OLP, con mucha fuerza en las localidades. Se construyó una camada de dirigencias en las comunidades y organizadas en comités populares. A raíz de esto, en cuestión de un mes Israel perdió el control sobre la población palestina, pues la Intifada quebró el aparato de seguridad israelí en los territorios ocupados.

De acuerdo a Roni Ben Efrat (autor israelí) en (“Revolution an Tragedy: The Two Intifadas Compared”:

“Desde el principio, la Intifada tomó el aspecto de una revuelta social. Es decir, de una resistencia no sólo contra el dominio israelí, sino también contra el establishment local. En ese clima de romper los yugos, los trabajadores inmigrantes de los huertos se adueñaron de ellos, por una hora, pasando sobre sus patronos. Los alumnos obligaban a sus maestros a ir con ellos a las manifestaciones. Las mujeres dejaban sus hornadas y se iban sin pedir autorización a sus maridos. Todas las apariencias y las convenciones sociales tradicionales estallaban en pedazos; las viejas estratificaciones sociales eran violadas. De repente, las masas de «gente sin importancia» se volvieron la fuerza dominante, y daban el tono.”

Frente a este escenario, Israel procuró varias salidas para sofocar la Intifada, las cuales iban desde continuar la ocupación militar, buscar líderes locales que administraran los territorios para Israel y, finalmente, optó por negociar directamente con la OLP, a la cual constituyó en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en el marco de los acuerdos de Oslo en 1993.

De esta forma, la ANP funcionaría en lo sucesivo como un gobierno bombero-gendarme, cuyo objetivo fue desmovilizar la Intifada con la ilusión de que se cumplirían los acuerdos de Oslo y los palestinos tendrían un Estado.

5- Oslo y la segunda Intifada

Estos acuerdos fueron una “concesión-trampa”, porque los sionistas y el imperialismo realizaron algunas concesiones mínimas a la OLP (como la instalación de la ANP en Ramallah), pero resguardando la continuidad de la ocupación colonial.  La OLP, con Arafat a la cabeza, reconocieron la existencia de Israel, a pesar de que los sionistas ni siquiera abandonaron los territorios ocupados desde 1967.

Los acuerdos de Oslo no tardaron en demostrar que eran funcionales al operativo colonizador de Israel. En realidad, fueron la punta de lanza para empeorar las condiciones de vida de los palestinos en los territorios ocupados, que desde entonces pasaron a vivir en un régimen similar al apartheid sudafricano.

Israel pasó a establecer fronteras de hecho mediante la construcción del muro que divide los territorios ocupados, arrinconando cada vez más a los palestinos en “batustanes” aislados entre sí. Pappé se refiere a esto como la “geografía de desastre” que hace inviable un Estado palestino en los marcos de los acuerdos de Oslo, dado que Cisjordania pasó a verse como un “queso suizo” por la fragmentación de las comunidades palestinas aisladas y rodeadas por asentamientos de colonos.

En otras palabras, la solución de los dos Estados se demostró como una trampa, que solamente sirvió para generar falsas expectativas entre la sociedad palestina, la cual confió en lo que le decía su dirección histórica (Arafat y la OLP). Pero la realidad es que la OLP se apoyó en la fuerza de la primera Intifada para negociar una basura de acuerdo, con el cual reconoció la existencia de Israel y legitimó la colonización sionista.

En este contexto, Hamas (que no hacía parte de la OLP) ganó enorme prestigio entre la resistencia palestina al rechazar los acuerdos de Oslo y no aceptar la solución de los dos Estados. Este posicionamiento la diferenció de la OLP y, junto con el fuerte aparato asistencialista que desarrolló desde los años ochenta (con la anuencia de Israel que buscaba dividir a los palestinos), ganó enorme prestigio entre la resistencia y arrasó en las elecciones de 2006 en Gaza.

En medio de esto, tuvo lugar la segunda Intifada en el año 2000. Fue la expresión de la desilusión del pueblo palestino ante el fracaso evidente de Oslo. Pero tuvo un curso diferente a la primera que, mediante a movilización de las masas palestinas, colocó en crisis al ejército y la sociedad colonial sionista.

Aunque comenzó con un estallido social, rápidamente devino en un enfrentamiento militarizado y encuadrado verticalmente por los aparatos laicos e islámicos. Sus principales acciones militares fueron los estallidos suicidas que, por lo general, no tenían como objetivos a los soldados, sino a civiles en Israel.

La primera Intifada, que estuvo conducida por comités populares y se basó en la movilización de masas, generó una crisis en la sociedad israelí y empujó a sectores minoritarios de la sociedad colonial hacia la izquierda. La segunda Intifada, conducida desde arriba por aparatos político-militares y focalizada en los atentados suicidas, provocó lo contrario, dado que unificó a la población colonial y la volcó la derecha (aún más).

Esto también se manifestó a nivel internacional, pues la primera conquistó enorme simpatía para la causa palestina, mientras que la segunda Israel se presentó como la “víctima del terrorismo”, un discurso que ganó más fuerza tras los atentados del 11 de septiembre en New York.

6- El genocidio reactualiza el debate sobre qué programa y qué resistencia construir para derrotar la colonización sionista

La sociedad colonial sionista está muy fracturada, aunque todavía no se vislumbran sectores de masas de la sociedad israelí que cuestionen el carácter colonia de su Estado. Asimismo, Israel se transformó en un Estado paria, cuyo aislamiento internacional es similar al que experimentó Sudáfrica en la recta final del apartheid.

Por si fuera poco, la brutalidad del genocidio en Gaza provocó una ruptura de la juventud judía en el exterior con el movimiento sionista, algo patente durante las protestas en las universidades de los Estados Unidos, donde fue común observar agrupaciones de judíos contra el genocidio.

Israel tiene mucho “hard power”, pero carece de “soft power”. Así, es muy difícil construir hegemonía que legitime un proyecto de Estado-nación. Por más armas que tenga Israel, está rodeado de millones de árabes nativos que no van aceptar dócilmente sus mandatos. ¡Ni siquiera han podido doblegar a los palestinos tras casi ochenta años de ocupación colonial!

Por otra parte, al sionismo le va costar normalizar sus relaciones internacionales bajo la lógica expansionista del “Gran Israel” o del “Estado de Judea”, pues prácticamente todos sus vecinos son potenciales territorios para colonizar. Insistimos, es un Estado que no tiene consenso sobre sus fronteras y, tratándose de fascistas fundamentalistas, pueden justificar extender la colonización por derecho divino hasta donde se les ocurra.

En cuanto a la sociedad palestina, desde antes del genocidio se percibía el surgimiento de una nueva generación en Gaza y Cisjordania que experimentó en carne propia que la (falsa) “solución” de los dos Estados es totalmente inviable y, en consecuencia, son más proclives a la perspectiva de luchar por una Palestina única.

Para no dejar dudas, basta revisar las recurrentes declaraciones del gobierno fascista de Netanyahu contra la creación de un Estado Palestino.

En suma, el genocidio en Gaza dejó en claro que Oslo es un fracaso y creó condiciones para repensar la estrategia y el programa para la emancipación del pueblo palestino.

Dicho lo anterior, punteamos los siguientes criterios políticos y programáticos como un insumo para el debate:

  1. Para relanzar la lucha contra la ocupación sionista es necesario hacer un ajuste de cuentas con los traidores internos, empezando con la OLP y la Autoridad Nacional Palestina, las cuales fueron artífices de los acuerdos de Oslo y llevaron la resistencia palestina hacia un callejón sin salida.
  2. Además, está colocado el desafío de superar a las direcciones fundamentalistas burguesas que, aunque hacen parte de la lucha por la liberación palestina (eso explica el apoyo de masas que construyó Hamas en Gaza), su programa y sus métodos no tienen como eje desarrollar la emancipación de los explotados y oprimidos.
  3. Romper con el discurso de los procesos de “paz”, una terminología que se adecua a las iniciativas impulsadas por Israel y los Estados Unidos desde 1948 hasta la fecha. Da la impresión de que hay un conflicto entre “iguales”, ocultando la diferencia profunda que existe entre un Estado colonial y opresor como Israel, con un pueblo oprimido que lucha por su derecho legítimo a la autodeterminación, como es el caso de los palestinos.
  4. En contraposición, es necesario reorientar la resistencia en el camino de la descolonización, estableciendo de entrada que existe una ocupación colonial de la Palestina histórica por parte del sionismo, ante lo cual es totalmente legítimo y necesario librar métodos de guerra civil. Ninguna lucha por la descolonización fue pacífica. La independencia de Haití a inicios del siglo XIX o de Argelia a mediados del XX, dan testimonio de ello.
  5. Además, la lucha por la emancipación del pueblo palestino tiene un carácter internacionalista y antiimperialista. Israel no existiría sin el apoyo del imperialismo tradicional (además del apoyo de la URSS estalinista para su fundación, una de sus mayores traiciones). No existe la “liberación en un solo país”, con más razón cuando se trata de un proceso de colonización tan asimétrico.
  6. No basta con pensar la lucha contra el sionismo solamente desde la descolonización. Es preciso, además, dotarla con un contenido anticapitalista y socialista, que apunte a refundar Palestina sobre nuevas bases sociales que permitan la autodeterminación nacional y la emancipación social. La “economía del genocidio” denota que hay un entramado de grandes corporaciones que lucran de la colonización, a las cuales hay que expropiar en Palestina y sabotear internacionalmente. Además, la propiedad privada colonial es ilegítima desde sus orígenes y debe utilizarse como fondo para garantizar el derecho al retorno de los refugiados y desarrollar política de reparación histórica.
  7. Israel es un Estado colonial, supremacista y genocida. No se puede reformar; tiene que -¡y merece!- ser destruido. La solución de los “dos Estados” es una utopía reaccionaria. La liberación del pueblo palestino es una de las grandes tareas para la emancipación de la humanidad en el siglo XXI. Pero no podrá ser llevada a cabo por ninguna facción islámica o burguesa. Basta de genocidio en Gaza. Palestina será única, laica, democrática y socialista, o no será.

[1] En Dez mitos sobre Israel (Editora Tabla, 2022), Ilán Pappé señala que la Unión Soviética apoyó con entusiasmo la creación del Estado de Israel. Con la mediación del Partido Comunista Palestino, le proporcionaron armas checoslovacas a los sionistas antes y después de mayo de 1948. ¡El estalinismo abasteció parte del armamento que se utilizó en la Nakba! Dos fueron las razones para esto. Primero, que la burocracia soviética consideró que el nuevo Estado sionista sería socialista y antibritánico, por lo que estaría inclinado hacia el “bloque soviético” en las disputas geopolíticas. Segundo, caracterizó al sionismo como un movimiento de liberación nacional. Con esta lógica de realpolitik funcionaba la burocracia del Kremlin, para la cual los intereses de su Estado tenían más importancia que los intereses de un pueblo que luchaba contra su sometimiento colonial. Por ello, es fundamental procesar el balance del estalinista, cuyas secuelas son perceptibles en los principales conflictos y problemas del siglo XXI (véase el caso de Ucrania, o la crisis ecológica).

[2] Nos referimos al informe FROM ECONOMY OF OCCUPATION TO ECONOMY OF GENOCIDE, elaborado por Francisca Albanese en su calidad de relatora de la ONU).

[3] Una buena parte de los argumentos que desarrollamos a partir de este momento, los extrajimos del texto Palestina: 60 años de limpieza étnica, escrito por Roberto Ramírez, un militante y dirigente histórico de nuestra corriente que, durante mucho tiempo, cubrió los temas internacionales y trabajó con bastante profundidad sobre la cuestión palestina.

[4] Esta idea la expuso Ian Kershaw, un historiador inglés que es uno de los principales especialistas en nazismo. En varias de sus obras (La dictadura nazi y Hitler) explica que el plan inicial de los nazis era expulsar a los judíos de Europa, pero debido a las dificultades para materializar tal empresa en medio de la Segunda Guerra Mundial, terminaron ejecutando la “solución final”, es decir, el holocausto.

[5] Para esta sección, además del texto de Roberto Ramírez que mencionamos previamente, también nos apoyamos en el libro Palestina (e Israel) Entre intifadas, revoluciones y resistencia, escrito por Martín Alejandro Martinelli, con quien compartimos mesa en la charla de la UNLU.

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