Entre el 3 y el 18 agosto, España experimentó una fortísima ola de calor. Durante 16 días consecutivos, las temperaturas se mantuvieron por encima de los 40° C en gran parte del territorio, las cuales se transformaron en verdaderos hornos para sus habitantes y la naturaleza.
De acuerdo al Instituto de Salud Carlos III, se produjeron 1149 muertes atribuibles a los efectos del calor extremo. En la ola de calor anterior en julio, se reportaron 1060 muertes por la misma causa. En suma, el cambio climático mata y, como reflejan las estadísticas españolas, es un “asesino en masa”.
Pero las secuelas de las olas de calor se prolongan por más tiempo. Los incendios en curso son una muestra de ello. El calor extremo redujo drásticamente la humedad del aire y, en consecuencia, transformó la vegetación en un material inflamable.
En estas condiciones, solo basta una chispa para desatar un infierno en la tierra. El resultado hasta el momento así lo indica: los incendios forestales ya consumieron 382.000 hectáreas, principalmente en las regiones de Galicia, Castilla y León. Por causa de eso, unas 30 mil personas fueron evacuadas de sus hogares en esos lugares.
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Todo lo anterior es un recordatorio de la gravedad de la crisis climática, la cual pasó de ser una advertencia de la comunidad científica y los ecologistas a transformarse en una situación que afecta la vida cotidiana de millones de seres humanos. En el caso de Europa la tendencia es hacia el agravamiento, pues las mediciones del Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea, señalan que el viejo continente se calienta el doble de rápido que la media mundial desde 1980.
La única forma de revertir la crisis ecológica es mediante la planificación democrática de la producción social, orientándola hacia la elaboración de valores de uso y no de valores de cambio para satisfacer las ansías de lucro de los capitalistas. En suma, la única salida a la crisis ecológica es por abajo y en clave anticapitalista.