Auschwitz: El marxismo y el Holocausto

A 80 años de la liberación del campo de exterminio por el Ejército Rojo.

“(…) Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Con la misma dialéctica subraya, contra la cháchara sobre la ilimitada capacidad de perfeccionamiento del hombre, que toda fase histórica tiene, junto con su rama ascendente, también una rama descendente, y aplica esta concepción también al futuro de toda la humanidad” (Engels; AntiDhüring; 293)     

 

“Escribo desde mi propia experiencia. Cuando llego a casa y mis dos pequeños empiezan a sollozar es como las golondrinas que anuncian la primavera y la vida nueva. Es la reminiscencia de nuestro pasado y a la vez el anuncio del futuro. Le pedimos a Dios que estas condiciones cambien y que los niños crezcan sanos” (Félix con Hania, 19 de octubre de 1941, F. Maur, Varsovia, Calle Franciszkanska, número 5, Polonia, al señor S. Maur, Calle Corro 567, Córdoba, Argentina. Sello del Judenrat, Consejo Judío del Gueto de Varsovia, sello del Tercer Reich, sello postal con fecha o código 21 X 4117 y leyenda “Varsovia C 1”)[1]

Leer: La condición humana después de Auschwitz

El pasado 27 de enero se cumplieron 80 años de la histórica irrupción del Ejército Rojo en el campo de concentración más grande jamás establecido por el nazismo, Auschwitz-Birkenau. La decisión de su puesta en pie la habían tomado las SS el 25 de enero de 1940, es decir, seis meses después de que Alemania invadiera y ocupara Polonia, y consistía en un verdadero complejo de campos de enorme magnitud. Auschwitz, cuya denominación en alemán era “Konzentrationslager Auschwitz”, estuvo compuesto por diversos campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi en los territorios polacos ocupados. Comprendía Auschwitz I –el campo original–, Auschwitz II-Birkenau –campo de concentración y exterminio–, Auschwitz III-Monowitz –campo de trabajo forzado para la IG Farben– y 45 campos satélites más.

Situado en Oswiecim, 43 kilómetros al oeste de Cracovia, fue el mayor centro de exterminio del nazismo, donde fueron enviadas alrededor de 1,3 millones de personas, de las cuales se estima fueron asesinadas 1,1 millones, mayoritariamente judíos pero también polacos, gitanos, prisioneros de guerra rusos, comunistas, disidentes del régimen, etc. Se trató de una verdadera “Babel” de seres humanos esclavizados provenientes de todos los rincones de Europa que ni siquiera compartían la misma lengua, lo que ayudaba a su sometimiento por los esclavistas nazis (Primo Levi).

Junto a Hiroshima y Nagasaki (agosto de 1945), bombardeos terroríficos como el de Dresde en febrero de 1945 y otras atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, guerra interimperialista y contrarrevolucionaria, Auschwitz representa la encarnación de la barbarie capitalista en su más alto grado: la matanza industrializada de seis millones de seres humanos en un corto periodo de tiempo (Auschwitz operó a pleno sólo dos años: entre 1942 y 1944).

Su misma existencia significó un desafío de interpretación en la medida en que el “descenso a los infiernos”, a los “inframundos de la locura y la sinrazón” debía encontrar una explicación racional. Y la realidad es que al marxismo le costó dar lugar a una interpretación coherente del “universo concentracionario”, de esa porción de la “geografía” que tuvo leyes propias, donde imperaron la arbitrariedad y la esclavización más extremas, el exterminio en masa.

En lo que sigue, trataremos de abordar la interpretación de este “evento” repasando la elaboración del marxismo al respecto, repaso que no será exhaustivo porque tal acometimiento requeriría una obra entera. Pondremos en cierto “diálogo” las tradiciones del marxismo y el humanismo, diálogo necesario porque sin el testimonio de autores humanistas como Primo Levi o Vasili Grossman, y el joven marxista David Rousset, es imposible lograr una interpretación materialista de lo más atroz de la experiencia humana que se procesó en ellos.

En términos generales, el marxismo aportó una mirada que puso parámetros correctos a la experiencia del “infierno de este mundo”, en polémica con diversas interpretaciones u oscurecimientos: el relato exclusivista sostenido por el sionismo para justificar sus crímenes contra el pueblo palestino; una cierta deriva humanista extrema que tendió a considerar que lo ocurrido en Auschwitz sería “inexplicable”; el negacionismo del Holocausto que hoy renace pero que tuvo varios capítulos como el conocido “debate de los historiadores” (Historikerstreit) alemanes en la década del 80, en el cual el historiador alemán Ernest Nolte fue el decano de las posiciones más reaccionarias.

Para guiarnos en esta empresa seguiremos críticamente algunos textos de León Trotsky, Ernest Mandel, Alex Callinicos, así como los testimonios de algunos de los autores arriba mencionados (Mandel también vivió la experiencia del campo de concentración, aunque no de exterminio; permaneció detenido dos veces en Buchenwald, fundado como campo para detenidos políticos en 1937 y transformado en campo de trabajos forzosos durante la Segunda Guerra).

1- Mandel o el desafío de especificar el exterminio nazi

Vasili Grossman, corresponsal de guerra del Ejército Rojo, fue el primero en reportar las circunstancias en un campo de exterminio; se sabía de su existencia, pero los Aliados en su conjunto (es decir, las potencias imperialistas occidentales y la URSS) se negaron a tomar cartas en el asunto. Su informe “Infierno de Treblinka” hizo historia y fue utilizado como testimonio privilegiado en los Juicios de Nuremberg: “A los que llegaban del Gueto de Varsovia les esperaban terribles tormentos. Las mujeres y los niños eran separados de la multitud y conducidos a los lugares donde ardían los cadáveres, en lugar de ir a las cámaras de gas. Las madres enloquecidas de terror eran obligadas a pasar con sus hijos entre los ardientes hornos sobre los que miles de muertos se retorcían entre las llamas y el humo, con contorsiones y sacudidas como si hubiesen vuelto a la vida, mientras vientres de embarazadas muertas estallaban por el calor  y sus hijos nonatos ardían en los úteros abiertos de sus madres. Esta visión podía volver loca hasta a la persona más equilibrada” (Un escritor en guerra; 369).[2]

El testimonio del horror inmediatamente colocó la problemática de su interpretación. El informe de Grossman, obras como El universo concentracionario, de David Rousset, ex detenido en Buchenwald, así como Si esto es un hombre, de Primo Levi, son algunas de las obras señeras acerca de los campos, en general con un abordaje profundamente humanista. David Rousset, él mismo todavía un joven trotskista que cuando fue rescatado de Buchenwald pesaba 40 kilogramos, dictó su obra, profunda y poética, en escasas semanas durante su recuperación en agosto de 1945. Se la dedicó a varios camaradas de lucha asesinados por el nazismo, entre ellos Marcel Hic, importante dirigente trotskista durante la Segunda Guerra.[3] “Hombres venidos de todos los pueblos, de todas las creencias, en el momento en que la nieve y el viento batían sobre las espaldas, congelaban los abdómenes con ritmos militares, estridentes como una blasfemia desgarrada y sarcástica, bajo las luces ciegas, en la Plaza Mayor de las noches heladas de Buchenwald, hombres sin convicciones, famélicos y violentos; hombres portadores de creencias destruidas, de dignidades menospreciadas; todo un pueblo desnudo, interiormente desnudo, despojado de toda cultura, de toda civilización, armado de palas y piochas, picos y martillos, encadenados a los Loren [vagones de carga] herrumbrados, perforador de sal, limpiador de nieve, fabricante de hormigón; un pueblo destruido por los golpes, obseso por paraísos de alimentos borrados de la memoria; preso inseparable de la degradación: todo ese pueblo a través del tiempo (…) Los campos son de inspiración ubuesca [del rey Ubú, referido al personaje siniestro y cínico de la obra de teatro de Alfred Jarry, Ubú encadenado, 1896, donde lo “ubuesco” remite a lo irracional, a una “bufonería trágica” destacada con enorme riqueza literaria por David Rousset]” (El universo concentracionario; 12).[4]

De esta manera abre Rousset su obra con un capítulo que se titula “Las puertas se abren y se cierran”, dando cuenta de un universo original, regido por leyes propias; un infierno que ni el propio Dante podría imaginar, un infierno de este mundo, en el cual se entraba pero ya no se podía salir: por eso las puertas se abrían pero luego se cerraban, se sellaban.

Rousset da cuenta del rostro desconcertante de la lucha de clases en el universo concentracionario, pero insiste, al igual que hará Primo Levi e incluso Mandel en su testimonio personal en Buchenwald, en la diferencia entre los presos políticos y los presos comunes, dispuestos estos últimos a todo tipo de ignominias. Mandel testimoniará en el mismo sentido acerca de cómo los guardias de origen comunista o socialdemócrata lo ayudaron a sobrevivir en Buchenwald, incluso en su primera evasión. El campo de concentración, y ni hablar el de exterminio, de todos modos no operaba de igual manera en aquellos que estaban politizados o que, al menos, tenían alguna creencia a la cual aferrarse. Aun en las peores condiciones sobrevive la llama de rebeldía. De ahí que Rousset tuviera la capacidad de terminar su obra con esperanza: “Todavía es demasiado pronto para hacer un balance de la experiencia concentracionaria. Pese a ello, desde ahora, se muestra llena de enseñanzas. Tomar conciencia activa de la fuerza y la belleza del hecho de vivir (…) vivir incluso a través de las peores caídas o de los más fatales retrocesos. Un frescor sensual y lleno de gozo erigido sobre el saber más exhaustivo de los escombros y, en consecuencia, un endurecimiento en la acción, una tenacidad en mantener las decisiones; en breve, una salud más amplia e inmensamente creadora” (El universo concentracionario; 104/5).

Rousset nos habla en este corto párrafo final de la conciencia de vivir, del saber más exhaustivo de la barbarie y de la resistencia frente a ella, de sus enseñanzas, de la tenacidad para mantenerse firme, de la importancia de la creatividad; en síntesis, de la capacidad de resistencia humana y política aun en las peores condiciones que se puedan imaginar.

Sin embargo, a pesar de estos testimonios aparecidos en la inmediata posguerra, al marxismo le costó medirse con los campos de exterminio (como también cuesta medirse con otras manifestaciones de la barbarie capitalista, estalinista y precapitalista). Las puertas que “se abrían y se cerraban” a sangre y fuego, la cínica inscripción en Auschwitz “El trabajo libera”, la lógica del “universo concentracionario”, desafiaban, ¡y aún desafían!, a una explicación marxista de la barbarie más extrema: la “condición humana” en esa experiencia.

La elaboración de Ernest Mandel es un buen punto de partida, porque no solamente vivió la experiencia de Buchenwald de primera mano: también fue uno de los principales dirigentes trotskistas de posguerra. Marxista erudito pero inclinado hacia un marxismo con rasgos objetivistas, economicistas y sociológicos, le costó apropiarse conceptualmente de lo que él mismo vivió: qué de específico se procesó en los campos de exterminio.

En una introducción a los análisis de Trotsky sobre el fascismo que data de 1969, Mandel subraya agudamente que el fascismo hizo que, bruscamente, el destino histórico e individual de millares, y posteriormente de millones de seres humanos, se transformara en una misma cosa. Habla de cómo este tipo de experiencias radicales en una era de los extremos arranca a las personas de su cotidianeidad, su vida “privada”. Sin embargo, Mandel se despacha luego con una sentencia positivista en contra de toda la evidencia histórica, afirmando que “(…) nada sucede en vano en la historia; todo hecho histórico tiene, a largo plazo, resultados positivos” (“El fascismo”).[5]

Si es real que nada sucede en vano en la historia, que todo tiene condiciones determinadas, es falso que todo tenga resultados positivos, sea a la larga o a la corta. La historia no es un relato de resultados positivos a la larga, sino una lucha entre la curva ascendente y descendente de la historia, como afirmó Engels con un abordaje muchísimo más dialéctico. De espaldas al pronóstico alternativo del marxismo de “socialismo o barbarie”, es evidente que una afirmación de este tipo no podía servir para apreciar qué de específico tuvo la experiencia de Auschwitz. El carácter extremadamente “iluminista” del marxismo de Mandel, su creencia en que a la larga el progreso siempre se impone, fue un rasgo presente en toda su obra, dándole trazos positivistas que se dieron de patadas con la experiencia del siglo pasado; rasgos más propios del marxismo de la Segunda Internacional que del marxismo revolucionario.[6]

Sin embargo, el ensayo que estamos citando, aunque unilateral desde el punto de vista de la dialéctica histórica, es educativo. Mandel subraya el concepto de “pasado no dominado”, en relación a un pasado que no puede o no quiere ser explicado exhaustivamente; y que, por tanto, no puede ser dominado (¡las autoridades alemanas de posguerra jugaron este juego cínico, que hoy retorna con el ascenso de la AfD!).[7] También introduce el concepto blochiano de “no simultaneidad”, que expresa la persistencia de formas antiguas de la existencia histórica en la sociedad contemporánea, como manera de explicar facetas del nazismo, y recuerda que este concepto tiene semejanzas con el de “desarrollo desigual y combinado” trabajado por Labriola y Trotsky en forma independiente.

Al concepto de “no contemporaneidad” le damos un giro distinto en nuestros análisis. Sin embargo, opinamos que se trata de un concepto sumamente valioso del cual hay que apropiarse.[8] Lo utilizamos para explicar la “bipolaridad”, la reversibilidad dialéctica de los acontecimientos, el hecho que al lado del ascenso de la extrema derecha se esté procesando un reinicio de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos, algo que no ve el escepticismo marxista en boga.

Trotsky era genial en su utilización del concepto tal como lo acabamos de plantear, válido para los años 30 y la etapa actual en igual medida: “El fascismo ha hecho accesible la política a los bajos fondos de la sociedad. En la actualidad, no solo en los hogares campesinos, sino también en los rascacielos urbanos, viven conjuntamente los siglos veinte y el diez o el trece. Cien millones de personas utilizan la electricidad y todavía creen en el poder mágico de gestos y exorcismos. El papa de Roma siembra por la radio la milagrosa transformación del agua en vino. Los astros de cine van a los médiums. Los aviadores que pilotean milagrosos mecanismos creados por el genio del hombre utilizan amuletos en sus ropas. ¡Qué reservas inagotables de oscurantismo, ignorancia y barbarie! La desesperación las ha puesto en pie, el fascismo les ha dado una bandera. Todo lo que debía haberse eliminado del organismo nacional en forma de excremento cultural en el curso del desarrollo normal de la sociedad, lo arroja por la boca ahora la sociedad capitalista que vomita la barbarie no digerida. Tal es la fisiología del nacional-socialismo (“¿Qué es el nacional-socialismo?”).

Mandel procede luego a una crítica al historiador alemán Ernest Nolte (1923/2016), que desde una posición liberal se pasó a una ultra reaccionaria donde el bolchevismo es acusado de “responsable” por el nacimiento del nazismo. Nolte afirma que “si el fascismo es una expresión de ‘tendencias militares arcaicas’, entonces surge algo peculiar e irreductible en la naturaleza humana. No florece como un fruto de la sociedad capitalista, a pesar de que en la actualidad sólo puede surgir sobre la base del sistema capitalista (…)”; por lo cual le atribuye a la “naturaleza humana” la especificidad de los campos de exterminio, clásico recurso de los intelectuales reaccionarios. Mandel se remite al clásico análisis de Trotsky del fascismo, históricamente determinado, de que el nazismo –y los campos de exterminio, agregamos nosotros– no se trató de ninguna “naturaleza humana”, sino que el nazismo puso en pie un movimiento de masas para aplastar a la clase obrera (y los campos de concentración, y luego de exterminio, fueron parte de este “dispositivo” contrarrevolucionario).

Mandel critica el marxismo vulgar, objetivista y fatalista presente en Kautsky, que atribuía a “las condiciones objetivas” la “imposibilidad” de luchar contra el ascenso del fascismo, y agrega algo educativo frente a los marxistas escépticos de hoy: “Esta escuela [la de la Segunda Internacional] jamás ha entendido que nuestras acciones pueden cambiar la relación de fuerzas dada, y, particularmente, que nuestra pasividad cambia esa relación en favor del enemigo de clase” (ídem).[9] Agrega, con Trotsky, que el fascismo es el castigo de la gran burguesía al proletariado por su agitación comunista, y critica la tesis reformista de “agarrarse a la legalidad cueste lo que cueste”.[10]

Sobre el final de su vida, Mandel parece hacer un cambio de enfoque respecto de su “positivismo iluminista”. Hace una corrección en el análisis  de la cuestión judía y el exterminio. Y es significativo que haga lo mismo respecto del estalinismo en su valiosa obra El poder y el dinero. Es como si Mandel se hubiera “rendido”, finalmente, a comprender que la historia es una dialéctica de progreso y regresión y no solo progreso y progreso. Ya en su inspirado libro El significado de la Segunda Guerra Mundial, 1985, en su segundo apéndice titulado “En torno a la disputa de los historiadores alemanes sobre el origen, la naturaleza, el ‘carácter único’ del nazismo y la posibilidad de que pueda reproducirse”, presenta ricos matices retomando nuevamente la polémica con Ernest Nolte.[11]

En dicho anexo señala correctamente: “No cabe duda de que, de hecho, este crimen es único y que hasta hoy constituye la cúspide de una larga historia de inhumanidades infligidas por los hombres a sus congéneres”, rechazando el intento de Ernest Nolte de relativizar la problemática de los campos de exterminio. (Está claro que esta polémica era y es una “disputa en dos frentes”: contra el exclusivismo sionista y contra la relativización reaccionaria.)

El operativo de Nolte y otros negacionistas del exterminio nazi era plantear que el nazismo había sido una reacción frente a un supuesto “primer genocidio” cometido por los bolcheviques: “¿(…) cómo puede un historiador culpar a la Revolución Rusa por los crímenes cometidos por Stalin, a pesar de que Stalin, en analogía con Napoleón Bonaparte [no compartimos esta analogía con Mandel, pero es secundario en el contexto de este texto],[12] encarna a la contrarrevolución política, el Thermidor [una contrarrevolución social, para nosotros]? Hoy, incluso en la URSS, prácticamente nadie niega ya que Stalin ejecutó en masa a los revolucionarios comunistas del siglo XX” (El significado de la Segunda Guerra Mundial; 224).

Mandel denuncia el sofisma de Nolte de asimilar los campos de exterminio nazis, acción extrema contrarrevolucionaria, con “la amenaza de exterminio” de las clases en el poder pronunciada por los pensadores revolucionarios de los siglos XVIII, XIX y XX. En el primer caso, se trataba del exterminio físico, esto es, del anuncio de un asesinato masivo. En el segundo, se trataba de una “destrucción social” en el sentido de la “negación de aquellas clases como clases”, y de ninguna manera de una destrucción física. No hay un solo ejemplo de un escrito, afirma Mandel, que postule el exterminio físico de los miembros de las clases dominantes, menos aún de sus mujeres y sus niños. “Obviar esta ‘pequeña’ diferencia con los asesinatos nazis es indigno de un científico” (El significado de la Segunda Guerra Mundial; 221).

Mandel luego aborda la problemática de la burocracia nazi y su irracionalidad.

Mediante un relato similar al de Hannah Arendt, describe, aunque sin nombrarla como tal, la “banalidad del mal”. Habla de “la fe ilimitada de los burócratas nazis en el Estado” y de “su disposición a obedecer; su “irrestricto conformismo”; su “nacionalismo radical”, señalando que estas son las mentalidades capaces de “degradar a una masa de ciudadanos más o menos cultos a colaboradores de tales crueldades” (ídem; 229).[13] Agrega que para entender este desarrollo mental, este comportamiento, hay que partir de una crítica a la tesis weberiana en relación a la supuesta “racionalidad creciente de la sociedad burguesa”, sociedad que Mandel ve caracterizada por la “combinación de una creciente racionalidad parcial y una creciente irracionalidad general”, agregando que durante el Tercer Reich esta combinación experimentó un desarrollo gigantesco en sus dos momentos (dialécticos, agregamos nosotros): “una racionalidad parcial enormemente elevada en numerosos ámbitos” simultánea a una “irracionalidad general acrecentada hasta el absurdo, como en el asesinato de los judíos europeos” (ídem, 229).

Es este incremento hasta el absurdo de la irracionalidad general del régimen nazi, este trágico “teatro del absurdo” de los campos de exterminio, lo que conecta a Mandel con David Rousset y Alfred Jarry, con su obra “surrealista” Ubú rey, analogía o metáfora del absurdo que Mandel también utilizó, correctamente, para caracterizar las derivas irracionales de la “planificación” burocrática estalinista de la economía (la “desaparición de la planificación en el plan” de la que hablaba agudamente Moshe Lewin, citado en El marxismo y la transición socialista).

Mandel insiste en que sólo en el contexto contrarrevolucionario extremo que configuró el nazismo, “se vuelve inteligible y explicable la tendencia a hipostasiar la violencia”, tendencia manifiesta “tanto en el Tercer Reich como en la Segunda Guerra Mundial y Auschwitz”. El marxista belga insiste en que ello no deber ser visto como algo “sorpresivo”, sino como “resultado final de un rechazo radical a las tendencias civilizatorias de la historia moderna”, cuya primera ruptura “hacia la barbarie” fue el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.

Mandel concluye este anexo con un planteo correcto que debe ser parte de todo análisis marxista, y que los abordajes estrictamente humanistas, es decir, deshistorizados, descontextualizados desde el punto de vista materialista, fallan en comprender: “es justamente la tesis que sostiene la irracionalidad total de la dictadura hitleriana, la supuesta incapacidad de la razón humana para aprehender y para explicar las causas y la extensión de los crímenes nazis, la que lleva a conclusiones que dificultan la lucha contra el fascismo” (ídem; 241).

Esto último tiene su valor si se lo aprecia en su justa medida. Porque la barbarie nazi de los campos de exterminio fue “una barbarie de otro planeta”, pero planteos agudos y sensibles como el de Primo Levi, humanista tout court que plantea la “inexplicabilidad de sus actos”, no dejan de ser demasiado indeterminados. Aquí cabe diferenciar dos cuestiones: a) por un lado, criticar el error común de muchos marxistas de disolver la especificidad de la barbarie de los campos de exterminio en el análisis del fascismo en general; b) saber que el marxismo debe establecer un diálogo con el pensamiento humanista para entender qué de específico se sustanció en ellos, pero no por ello concluir que el marxismo y el humanismo son del mismo cuño. Es decir: el marxismo no es un humanismo aunque tenga fuertes trazos de humanismo en él.

Aquí es importante una delimitación con pensadores “marxistas” como Louis Althusser, quien afirmando que “el marxismo no es un humanismo” sostiene, en realidad, un marxismo anti-humanista que nada tiene que ver con Marx y Engels ni con nuestra empresa emancipatoria. Nosotros comprendemos que el marxismo tiene un fuerte componente humanista, y más después de las dramáticas experiencias del siglo pasado. Pero el marxismo no es una simple variante del humanismo: es una crítica radical dialéctica y materialista, históricamente determinada, de todo lo existente; un pensamiento dialéctico, materialista y emancipatorio que comprende que la historia hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases, lucha de clases que se forja a sangre y fuego, cosa que no comprende ningún humanismo.[14]

Posteriormente, en un borrador escrito en 1990 sobre la primera obra de Traverso, Los marxistas y la cuestión judía, Mandel señala que el marxismo había “fallado en explicar la cuestión judía”; que “Lenin tenía una deuda con el Bund judío que nunca reconoció en materia de criterios ‘leninistas’ de organización partidaria”, un apunte interesante; que el texto juvenil de Marx La cuestión judía era “defectuoso”, y que solamente el viejo Engels y Trotsky habían acertado en entender más dialécticamente las cosas. De paso, reivindica el concepto de Abraham León de “pueblo-clase” para el judaísmo, al que considera “un concepto dialéctico de la cuestión”.

Como digresión, señalemos que el concepto de “pueblo-clase” lo consideramos correcto para el judaísmo sólo hasta su destrucción en Europa oriental y la creación del Estado de Israel (1945/48). Posteriormente, el “pueblo clase” desapareció como tal: cambió su naturaleza social de pueblo oprimido a opresor al asimilarse al imperialismo. De ahí que también se acabara la cuestión judía como “productora” de talentos sin igual como Marx, Einstein, Freud, Trotsky, Rosa y tantos otros y otras, surgidos, de una u otra manera, de las condiciones de opresión, de la combinación del talento y la opresión. Isaac Deutscher tiene un agudo concepto para el abordaje de las personalidades marxistas universalistas provenientes del anterior judaísmo: los “judíos/no judíos”, casos como nuestros clásicos y los del propio Mandel, Bensaïd, Tony Cliff, etc., en la posguerra (en este sentido, Traverso es agudo cuando habla del “fin de la modernidad judía” a partir de la instauración del Estado sionista).

Volviendo a Mandel, cita aprobatoriamente a Traverso cuando éste señala que la cuestión judía “es reveladora de ciertas fallas en el pensamiento marxista clásico”, en particular “una incapacidad en percibir la importancia del fenómeno religioso en la historia y una dificultad de pensar la nación”. De cualquier manera, Mandel afirma que “no cree que la falla corresponda a Marx” y, ciertamente, “menos a Engels”; en su opinión “corresponde a la mayoría de sus discípulos”. Es decir, a las fallas de un marxismo con una visión reduccionista de la historia, economicista, mecánica y evolucionista, del cual Mandel, paradójicamente, fue tributario también (“Les marxistes et la question juive, de Enzo Traverso, note de lecture”, Ernest Mandel, 1990, Google).[15]

Antes de pasar al próximo punto, una digresión dedicada al análisis de Nahuel Moreno sobre el nazismo. El caso es que sin lograr un análisis sistemático ni textos propios sobre la cuestión (Moreno se remitía demasiado a la palabra hablada, que es mucho menos sistemática que la escrita), pareció tener una gran sensibilidad respecto del nazismo (la misma sensibilidad no sistematizada que tuvo en relación a la burocratización de la URSS en sus últimos años de vida).[16] Las referencias de Moreno al Gueto de Varsovia como “uno de los eventos más importantes de la lucha de clases en la Segunda Guerra Mundial”, su posicionamiento crítico contra la partición de Alemania como “la derrota histórica más grave de la clase obrera Alemana”, etc., parecen indicarlo.

Sin embargo, su falta de sistematicidad teórica le jugó una mala pasada: fue más allá de todo límite en el análisis al definir al nazismo como un “nuevo régimen social”… Moreno quedó demasiado apegado a las formas extremas adquiridas por el régimen nazi en los últimos años de la guerra, en los cuales, es verdad, tuvo bajo su control a 7,5 millones de trabajadores forzados en Alemania. Moreno veía en el caso nazi “un nuevo régimen social emergente” que liquidaba el trabajo asalariado y la propiedad privada, algo desmentido por el propio Hitler en su discurso a los industriales en junio de 1944 y testimoniado por Albert Speer, dirigente liberal de la industria estatal nazi en los últimos años del régimen. Moreno se caracterizó por un “marxismo pragmático” que careció de sistematicidad, de ahí que prácticamente no haya quedado obra escrita valiosa de él y que los rasgos de sensibilidad que expresaba no lograran cuajar en análisis ponderados y sistemáticos (“Causas y consecuencias del triunfo de la URSS sobre el nazismo”, izquierda web).[17]

2- Callinicos, marxismo y humanismo

Vayamos ahora al aporte de Alex Callinicos. El texto más completo que encontramos del marxista británico sobre el holocausto se titula “Plumbing the Depths: Marxism and the Holocaust” y data del 2001. Es un texto valioso que intenta hacer una reconstrucción de la historiografía marxista sobre el nazismo hasta el año en que fue publicado.

El texto arranca señalando que “nada cuestiona al marxismo más directamente que el Holocausto”. Subraya que Marx, a la vez sostenedor y crítico de la Ilustración, aspiraba a la emancipación universal de los seres humanos a partir del poder de la razón, buscando las razones materiales de los acontecimientos. En ese contexto, presenta al Holocausto como generalmente apreciado, y por buenas razones, “como el caso más extremo de la maldad humana”. Sostiene que en Auschwitz se “fusionaron diferentes tipos de dominación”: el racismo, dirigido contra los judíos, los eslavos, los gitanos; la explotación de mano de obra esclava; la opresión de las personas gay y de las mujeres; la persecución de minorías cuestionadoras como comunistas y testigos de Jehová, etc.

Afirma que ningún otro fenómeno humano ha puesto tan a prueba los poderes explicativos del marxismo y que la oscuridad de la circunstancia de los campos de exterminio es tan extrema que es dable dudar que el marxismo o cualquier otra teoría social pueda dar una explicación razonable de lo que se vivió en ellos.

En ese contexto, establece sin embargo varias delimitaciones. Se planta correctamente contra las visiones exclusivistas del Holocausto, las visiones interesadas del sionismo. Se deben establecer comparaciones entre Auschwitz y otros genocidios. La negativa a hacerlo dificulta echar luz sobre lo que ocurrió allí. Además, esta negativa, lejos de tener un motivo puramente “religioso, responde a intereses más mundanos”, agrega, algo que se puede ver hoy con claridad en la instrumentalización que está haciendo del Holocausto el Estado de Israel en función de su genocidio en Gaza.

Sin embargo, luego Callinicos se apoya en W.G. Runciman cuando éste establece “la diferencia entre explicación y descripción de un evento social”, siendo que “la explicación busca ver los nexos causales de los hechos” y la descripción “mostrar qué significaba ser una víctima”, algo que quizás, afirma él, es más propio de una autobiografía o del arte que de la ciencia.

Acá Callinicos comete, a nuestro entender, un primer y profundo error en su abordaje. Quizás esta sea la explicación de por qué en su largo ensayo no se cite ni a Primo Levi, ni a David Rousset, ni a Vasili Grossman, que fueron sucesivamente prisioneros en Auschwitz el primero, en Buchenwald el segundo, y el primero en testimoniar los horrores de un campo de exterminio, Treblinka, el tercero. Metodológicamente, desechar los testimonios de las víctimas de estos dramáticos eventos ya nos parece un gravísimo error, porque en su experiencia vivida reside sin duda parte de la verdad de lo que sucedió en ellos.[18]

Sin embargo, si algo le critica Callinicos a Mandel es, precisamente –compartiendo la apreciación de Norman Geras–, cierta “falta de especificidad” en el análisis del Holocausto, que según Callinicos está presente también en otros autores marxistas “menos ortodoxos”. Señala que lo propio ocurre con Adorno, Horkheimer y Hobsbawm –este último, agregamos nosotros, literalmente “se olvida” de los campos de exterminio en su pésima obra La era de los extremos, que lo único que tiene de agudo es el título porque el resto es un relato en clave estalinista aggiornada de los eventos del siglo XX–.

Callinicos señala que esta “falta de foco en el Holocausto como fenómeno específico” está lejos de ser propia solo del marxismo, y en ese marco reivindica las obras de Geras (que no hemos estudiado) y Traverso (que sí hemos estudiado casi en su totalidad) como un esfuerzo de responder al fenómeno desde el marxismo.

Callinicos nos recuerda que el sionismo ha instrumentalizado el Holocausto luego del silencio acerca del tema en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Traverso señala agudamente que en gran medida se transformó al Holocausto en una suerte de “religión laica” de Occidente, monumentalizada y transformada en “religión de Estado” en la última larga etapa capitalista neoliberal democrático-burguesa –la que parece estar cambiando con la apertura de esta nueva etapa de barbarie y revolución que estamos viviendo–.

De todos modos, y aunque reemergen elementos antisemitas aquí y allá, la realidad es que la nueva extrema derecha y gobiernos como el de Trump y Milei son pro sionistas hasta el fanatismo, apoyan ambos a Netanyahu y el genocidio en Gaza y han reemplazado el viejo antisemitismo por la islamofobia y la persecución de los inmigrantes. El caso del ascenso de la AfD en Alemania es significativo de esto último, lo mismo que la “caza de inmigrantes” que lanzó Trump desde el minuto uno de su asunción del segundo mandato.[19]

Callinicos se pregunta: “¿el marxismo puede aportar al entendimiento del Holocausto?”, y responde que sí, afirmación que compartimos. Cita aprobatoriamente a Geras cuando este señala que Trotsky había capturado bien en sus textos de juventud el carácter genocida de los progroms bajo el zarismo (agreguemos que Lenin había hecho lo mismo, cosa que Callinicos no señala: llamó a los socialdemócratas a luchar al lado de los judíos contra estas aberraciones), y recuerda el texto de Trotsky de 1938, citado arriba, donde preanunciaba el posible holocausto que se vendría sobre ellos con el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial.

Así las cosas, un lector atento podría pensar que Callinicos se dedicaría, a partir de estas afirmaciones, a acometer la tarea de dar una explicación de los campos de exterminio; a especificar su investigación. Pero no es esto lo que ocurre. Ya hemos visto que Callinicos desecha los relatos de las víctimas como materia de interpretación del Holocausto. Por lo demás, se introduce en una polémica con autores como el propio Geras y Zizek acerca de que, supuestamente, Auschwitz demostraría que existiría algo “intrínseco a la naturaleza humana vinculado a su capacidad de maldad”, capacidad “que convive con otros trazos más benignos”…

Callinicos critica correctamente este abordaje esencialista y esta falta de especificidad del análisis, la tontería de que la cosa aludiría a un aspecto de la “naturaleza humana”, pero luego comete un grave error en su análisis, un error sobre el cual pasa de largo pero que es una clave interpretativa de la falta de especificidad del análisis de los campos de exterminio del propio Callinicos (se ve que la materia es esquiva).

Sin abordar en su ensayo, como ya señalamos, las obras de Levi, Rousset o Grossman, como si no pudieran aportar nada a la interpretación marxista de los campos de exterminio, afirma: “Simplemente el invocar la capacidad humana para lo peor [Geras, Zizek] (…) fracasa en conectar con el hecho de que este episodio –tan fuera de lo imaginable como fue– fue precisamente eso, un episodio histórico limitado en tiempo y espacio” (“Plumbing de Depth”, las itálicas son nuestras).

Como se aprecia, la palabra “episodio” (episode) aparece repetida dos veces en un párrafo dedicado a afirmar correctamente que no alcanza con invocar la capacidad humana para la maldad para entender lo ocurrido en los campos de exterminio. Auschwitz fue “inimaginable”, se encarga de explicitar Callinicos, pero al reducirlo a un mero “episodio” histórico comete un gravísimo error de apreciación.

Podríamos afirmar que se trata de una aporía, una afirmación auto-contradictoria, no dialéctica, una suerte de dificultad insoluble dentro del texto de Callinicos, por otra parte muy documentado. ¿En qué cabeza puede entrar que un agujero negro de la historia como Auschwitz sea un mero “episodio”? “Episodio” remite a la idea de un hecho “pasajero”, sin espesor histórico, cuando es evidente que los campos de exterminio, así como los agujeros negros en el cosmos, tienen una enorme densidad que hay que desentrañar; la densidad de estos como fenómeno físico se parece a la de aquellos en materia histórica, una enorme especificidad pero no una exclusividad histórica.

Si los agujeros negros atrapan la materia que está a su alrededor, se la “chupan”, es evidente que nuestra analogía cósmica vale acá para los campos de exterminio, porque estos se “chuparon” dramáticamente la existencia de seis millones de seres humanos, ni más ni menos: constituyeron la máquina de matar más grande de la historia hasta nuestros días (junto con Hiroshima y Nagasaki o el bombardeo de Dresde).

Quizás Callinicos tendría que haberle puesto otro título a su artículo y hubiera estado bien. Si lo hubiera llamado “Un análisis marxista del fascismo” o “Historiografía marxista del nazismo” el título y el objeto de su estudio hubieran coincidido. Pero al titularlo “Descendiendo a las profundidades: marxismo y Holocausto”, se espera alguna profundización sobre el evento de Auschwitz y no solo un repaso de la historiografía sobre el nazismo, que es muy útil, contextualiza las cosas, pero tira la pelota para afuera del análisis que es objeto de esta nota.

Tenemos la impresión de que Callinicos inclina la vara demasiado, en su desconocimiento de la experiencia vivida en los campos, al dejarla para la “autobiografía o el arte”. Repasa las obras de Arno Mayer y su estudio sobre la contrarrevolución en nuestra contemporaneidad; defiende el legado de Trotsky subrayando que, lejos del economicismo, desarrolló un análisis rico en matices acerca del fascismo; recuerda que éste fue –y puede volver a serlo en la nueva etapa de ascenso de la extrema derecha, agregamos nosotros– un movimiento de masas; reivindica que Hitler y sus adláteres no fueron meras marionetas de los capitalistas alemanes; vuelve a Trotsky y su aguda definición del fascismo como “contrarrevolución bajo la forma de una revolución”; recuerda la apreciación del fascismo por parte de Daniel Guerin como un “anticapitalismo’ demagógico”; le cierra la puerta a cualquier análisis economicista vulgar en el sentido de que los campos de exterminio hubieran tenido alguna “utilidad económica” (no confundir con los campos de trabajo forzoso y la mano de obra forzosa utilizados por la Alemania nazi en general); reivindica el análisis de su corriente sobre la importancia en el siglo pasado de las formas de capitalismo de Estado, así como las formas territoriales del imperialismo nazi (formas del viejo imperialismo que han vuelto con Trump, agregamos nosotros); desarrolla la idea de la radicalización acumulativa del nazismo para explicar la decisión no prevista desde el comienzo de inclinarse por el exterminio judío; desarrolla todo esto con precisión y agudeza, pero el hecho es que no se acerca ni un centímetro a la explicación de lo que de específico tuvieron los campos.

En el subpunto titulado “Ideología y genocidio” traza muy bien las raíces del racismo y el biologicismo nazi. también explica cómo el genocidio judío se decidió más por el fracaso que por el éxito en alcanzar una rápida victoria sobre la ex URSS. Y agrega: “Auschwitz como tal en sus variadas funciones –entendemos que como campo de concentración y campo de exterminio– fue la resultante de una pluralidad de determinaciones que produjeron el Holocausto”. También evoca las palabras de Himmler dirigidas el 4 de octubre de 1943 a los SS Gruppenfhürer en Poznan: “La mayoría de ustedes saben lo que significa cuando cien cuerpos están tirados por ahí, o 500, o mil. Haber ido a través de todo esto –más allá de excepciones causadas por la debilidad humana– y haber permanecido decentes, ha sido duro. Esta página de gloria en nuestra historia nunca había sido escrita y nunca volverá a ser escrita”.

Y sin embargo, a pesar de todo este esfuerzo de reflexión, a pesar de que Callinicos dice que trata de “llenar la especificidad que se reclamaba en el análisis de Mandel”, hay algo que no queda resuelto: la experiencia misma de los campos de exterminio queda fuera del análisis. Es contextualizada, es cierto, pero no se da cuenta de ella en su especificidad. Paradójica resultante de tanto esfuerzo interpretativo.

Amén de su contextualización historiográfica, que Callinicos realiza con maestría, la “circunstancia” de los campos invita a un “diálogo” entre historia y antropología marxista. Ni un abordaje puramente humanista que destacara su “incomprensibilidad” dado su carácter extremo, al estilo que desarrolla Primo Levi, pero tampoco un “irse por las ramas” que disuelva la especificidad de los campos.

En realidad, Callinicos comprende esto. Por eso afirma que “ninguna explicación del exterminio de los judíos [y gitanos, eslavos, soldados del Ejército Rojo, etc.] puede ser realmente satisfactoria, no porque la explicación es necesariamente falsa, sino por la enormidad del evento del cual hay que dar cuenta”. “Semejante inherente discrepancia entre causa y efecto es presumiblemente al menos parte de lo que Hannah Arendt estaba intentando entender cuando puso sobre la mesa su celebrada tesis de la ‘banalidad del mal’” (escribimos al respecto en “La condición humana después de Auschwitz”, por lo que no retomaremos esta temática acá).

Este agujero entre el evento del Holocausto y nuestros intentos de comprenderlo racionalmente, afirma Callinicos, es posiblemente lo que Elie Wiesel entre otros [como Primo Levi] ven como más allá de la historia y del entendimiento.

Pero si este es el caso, entonces lo que ocurre es que Callinicos no tomó el mejor camino para entender qué de específico se procesó en Auschwitz.

Primero hay que entender los campos de exterminio como algo más que un mero “episodio”. En esto Traverso ha sido muchísimo más agudo al comprenderlo como un “desgarramiento de la historia”. Efectivamente fue eso: un desgarramiento histórico en la experiencia humana, un momento donde la humanidad quedó como entre paréntesis; lo mismo que en otros desgarramientos como actualmente el brutal genocidio sionista en Gaza. Un desgarramiento histórico es un hecho cualitativo, establece una marca histórica, muestra la capacidad de barbarie del capitalismo (o el estalinismo) en el actual grado de desarrollo de las fuerzas productivas; puede llevar a la autodestrucción de la humanidad en un evento nuclear, y demuestra lo dicho por Engels al comienzo de esta nota: en la historia humana se cruzan dos tendencias, la ascendente y la descendente.

Al respecto, Trotsky era mucho más concreto y se acercaba a una explicación  materialista dialéctica de Auschwitz que roza la brillantez, aunque el texto que vamos a citar es de 1933 y no vivió para ver los campos de exterminio (¡aunque sí para ver la barbarie estalinista de las Grandes Purgas, la colectivización forzosa y el gulag!): “A la evolución, al pensamiento materialista y al racionalismo de los siglos veinte, diecinueve y dieciocho, se contrapone en su mente el idealismo nacional como inspiración heroica. La nación de Hitler es una sombra mitológica de la pequeño-burguesía misma, un delirio patético de un Reich milenario. Para elevarla por encima de la historia, a la nación se le da el apoyo de la raza. La historia se contempla como la emanación de la raza. Las cualidades de la raza son construidas sin relación con las condiciones sociales cambiantes. Al rechazar el ‘pensamiento económico’ como ruin, el nacional-socialismo desciende un escalón más abajo: del materialismo económico recurre al materialismo zoológico”.

La denuncia del “materialismo zoológico” del nazismo es un nexo genial como puerta de entrada para comprender la bestialidad de Auschwitz. Es que aquí se coloca otra falla en el análisis de Callinicos. Para acercarse a una comprensión de la experiencia de los campos de exterminio, no hay otra alternativa que establecer un diálogo entre el marxismo y el pensamiento humanista. Por eso Callinicos comete el error de desechar al comienzo de su ensayo el abordaje de los ex detenidos en los campos, la verdad que anida en su experiencia, en sus testimonios: el ya señalado retroceso de la humanidad a la condición animal (o peor que eso): “A la salida de la oscuridad se sufría por la conciencia recobrada de haber sido envilecidos. Habíamos estado viviendo durante meses y años de aquella manera animal (…) nuestros días habían estado llenos, de la mañana a la noche, por el hambre, el cansancio, el miedo y el frío, y el espacio de reflexión, de raciocinio, de sentimientos, había sido anulado” (Primo Levi, Trilogía de Auschwitz, p. 533).[20]

Bajo el imperio de este “materialismo zoológico”, la experiencia que se vivió en los campos se ubicó “fuera de la humanidad”. Para entenderla, se requiere de una antropología marxista, precisamente porque la antropología estudia estos lugares de frontera entre lo humano y lo animal. Desde ya que el reino animal es más “benigno” y no tiene nada que ver con el “animalismo nazi”, el “universo concentracionario” como lo definió un David Rousset todavía marxista: un universo, un “cosmos” que, como la palabra lo indica, tenía sus propias reglas separadas.

Ya sabemos que no existe nada que pueda ser calificado como “maldad” en el reino animal, simplemente porque no existen ni conciencia ni moral en él, atributos propiamente humanos. Callinicos debía internarse, más allá de la contextualización histórica, en una cierta antropología marxista para entender los campos, así como en un diálogo, desde el marxismo, con los pensadores humanistas que pasaron por ellos, algo que ni él ni Mandel logran: “Nosotros hemos vivido la incomunicabilidad de la manera más radical. Me refiero especialmente a los deportados italianos, yugoeslavos y griegos (…) el choque con la barrera lingüística se produjo dramáticamente (…) saber o no saber alemán significaba la separación en dos vertientes. Con quienes los entendían, y les contestaban de manera articulada, establecían una apariencia de relación humana. Con quienes no los entendían, [los SS] reaccionaban de una manera que nos espantó y nos dejó estupefactos: la orden, que había sido pronunciada con la voz tranquila de quien sabe que va a ser obedecido, era repetida igual, en voz alta y rabiosa, después de un alarido estremecedor, como si se dirigiese a un sordo, o a un animal doméstico, más sensible al tono que al contenido del mensaje (…) el uso de la palabra para comunicar el pensamiento, ese mecanismo necesario y suficiente para que el hombre sea hombre, había caído en desuso. Era una señal: para aquellos, no éramos ya hombres; con nosotros, como con las mulas o las vacas, no existía una diferencia sustancial entre el grito y el puñetazo (…) Cuenta Marsalek, en su libro Mauthausem que en ese Lager, todavía más políglota que Auschwitz, al látigo de goma se le llamaba der Dolmetscher, el intérprete: el que se hacía entender por todos” (Los hundidos y los salvados, en Trilogía de Auschwitz; 548/9).

Creemos que alcanza esta nota para explicar que es imposible entender el nazismo sin entender los campos de exterminio (cosa que Callinicos no logra) y viceversa: es imposible entender los campos de exterminio sin entender el nazismo (cosa que Callinicos sí intenta). Su problema es que no logra conectar una cosa con la otra. Y no logra hacerlo porque no puede establecer un diálogo entre dos tradiciones distintas de pensamiento a las cuales hay que vincular para comprender, al menos, ciertos aspectos del nazismo (¡así como del estalinismo!);[21] para tener determinada sensibilidad acerca de que la historia es un evento eminentemente humano: establecer un diálogo crítico entre el humanismo y el marxismo sin reducir el segundo, histórico-materialista y dialécticamente determinado, al primero, el humanismo, genérico e históricamente indeterminado (un relato abstracto sobre la “condición humana”).[22]

En relación a la obra de Primo Levi, lo que podemos decir es que el recorrido que se hace en su Trilogía va desde cierta esperanza al desconsuelo, lamentablemente. Aunque Levi reconoce manifestaciones de resistencia en los campos, que efectivamente ocurrieron bajo la forma de evasiones, sabotajes, organización bajo inspiración comunista, bundista, trotskista, socialdemócrata, etc., es un hecho que en el pasaje entre Si esto es un hombre, escrito en 1946, y Los hundidos y los salvados, de 1986, el tono ha cambiado: en su última obra parece desconsolado. Fue escrita poco antes de suicidarse, por un Primo Levi de mayor edad y bajo el peso de haberse autoimpuesto, a lo largo de décadas, llevar el testimonio y no olvidar.

Y sin embargo, en su “Apéndice” de 1976 a Si esto es un hombre, así como en muchos otros lugares, Levi señala: “(…) cabe recordar que en algunos Lager hubo efectivamente insurrecciones: en Treblinka, en Sobibor y también en Birkenau (…). No tuvieron gran peso numérico: como la similar insurrección del Gueto de Varsovia, fueron más bien ejemplos de extraordinaria fuerza moral. En todos los casos fueron planeadas y dirigidas por prisioneros de alguna manera privilegiados (…) En los campos para prisioneros políticos, o en donde éstos prevalecían, la experiencia conspiradora de éstos demostró ser preciosa, y a menudo se llegó, más que a rebeliones abiertas, a actividades de defensa bastante eficientes (…) se logró sabotear el trabajo para las industrias de guerra alemanas”.

Acá aparece un elemento significativo en medio de la barbarie, “un principio de revelación”: la conciencia política, la solidaridad, el establecer claramente el “nosotros y ellos”, etc., ¡es lo que marca la diferencia entre la animalidad y la humanidad explotada y oprimida! ¡Aun en las peores condiciones se puede y se debe intentar trazar esta frontera! ¡La conciencia, la resistencia a las condiciones de opresión, la “moral” como elemento propio de la “condición humana”, es lo que traza la frontera entre la animalidad y la humanidad![23]

Engels planteaba que la historia humana estaba marcada por dos tendencias: una ascendente y otra descendente. Y, lógicamente, en la tendencia ascendente está la “humanización”, es decir, el pleno desarrollo históricamente determinado de todas las potencialidades humanas; la descendente va en sentido contrario. Es evidente que los campos de exterminio, como “extremo lógico” de la contrarrevolución, fueron en la línea descendente de la historia.

Y esto nos reenvía a otra temática ausente en el texto de Callinicos pero de importancia para la comprensión de Auschwitz: el rol de la irracionalidad en la historia. Traverso afirma, correctamente, que en el siglo XX murió toda una concepción positivista del progreso humano, la concepción propia de la Segunda Internacional y que en la posguerra marcó también al trotskismo. De ahí el relato del “Estado obrero” que sobrevivía a todas las atrocidades contrarrevolucionarias, o la candorosa idea que “en la época de la revolución socialista todas las revoluciones que expropian al capitalismo lo son” (una idea de Nahuel Moreno en su fase ultra objetivista, años 80, y que repiten hasta hoy sus epígonos).

Acá hay que separar dos cuestiones: la racionalidad epistémica de la irracionalidad histórica. Todo acontecimiento, aun el más irracional, puede ser analizado de manera racional. Pero esto no quiere decir que todo desarrollo de la realidad sea “racional”: ese sería un abordaje idealista de las cosas que no es parte de la realidad material. Hegel tenía razón cuando señalaba que todo lo racional es real (es decir, puede devenir en real dada la fuerza con que atrapa la “mecánica de la realidad”), pero su opuesto es falso: no todo lo real es racional. Hay desarrollos reales que son irracionales y siempre se ha afirmado que esta parte de la sentencia de Hegel era conservadora, consagraba el orden existente.

En esto último acierta Mandel: “Si apreciamos el Holocausto como la expresión más extrema de las tendencias destructivas existentes en la sociedad burguesa, tendencias cuyas raíces se internan profundamente en el colonialismo y el imperialismo, podemos llamar la atención a otras tendencias que van en la misma dirección, notablemente en el desarrollo de la carrera armamentística (guerra nuclear, guerra biológica y química, las llamadas ‘armas convencionales’ más poderosas que las bombas tiradas en Hiroshima y Nagasaki, y así sucesivamente). Una guerra nuclear, o incluso una guerra mundial ‘convencional’ sin desmantelar anteriormente las plantas nucleares, puede ser peor que el Holocausto. La irracionalidad general de los preparativos para una guerra así es actualmente perceptible en el uso del lenguaje [de los políticos imperialistas]. Cuando ellos hablan de ‘limitar los costos’ de una guerra nuclear, esto aparece como el intento de cometer un suicidio, destruir toda la raza humana, ‘el menor costo posible’. ¿Qué tiene que ver el ‘costo’ con el suicidio?” (“Material, social and ideological preconditions for the nazi genocide”).

Este texto data de 35 años atrás, 1990, ¡y sin embargo parece haber sido escrito para la actual etapa mundial de crisis, retorno de las guerras y el colonialismo, barbarie y revolución! Y está clarísimo que el poder destructivo que actualmente posee la humanidad capitalista imperialista tiene la “racionalidad” de la competencia por la hegemonía mundial, pero también ¡la irracionalidad bien real de la posibilidad de autodestrucción de la humanidad! Desarrollos racionales e irracionales conviven en la historia humana, así como conviven la “civilización” y la barbarie. No por nada Benjamin señalaba, en sus Tesis sobre el concepto de historia, su texto más agudo, que cada manifiesto de progreso hasta nuestros días no ha sido más que un manifiesto de barbarie; vaya si los campos de exterminio no fueron un manifiesto de barbarie e irracionalidad, la cara más oscura de la contrarrevolución hasta nuestros días (junto con el estalinismo como contrarrevolución en la revolución).

En su obra El pensamiento de Hegel, Bloch hace un señalamiento filosófico sugerente que nos parece clave en la problemática de la irracionalidad en la historia: “Lo que es real es racional [afirma Hegel], pero hay que saber distinguir lo que es efectivamente real. Lo real tiene también una existencia externa; ésta nos ofrece lo arbitrario y lo fortuito. La razón ha existido siempre, pero no siempre bajo una forma racional” (páginas 252/3).[24]

3- Del exterminio en Auschwitz al genocidio en Gaza

Es evidente que este texto no puede ser finalizado en la actualidad sin hablar, aun someramente, del genocidio sionista en Gaza. Por las vueltas de la historia, la semana pasada la población gazatí comenzó a retornar a lo que queda de sus casas y terrenos de cultivo luego del arrasamiento sionista (otra forma de exterminio). Las imágenes son impactantes: aferrados a sus escasas pertenencias, familias y personas vuelven en masa a sus ciudades, barrios y localidades, a sus tierras.

Para comprender esto hay que tener presente no solamente la reivindicación del derecho nacional a su tierra histórica, sino que los palestinos son, en los hechos, no desde el punto de vista formal del derecho internacional sino en la realidad, “apátridas”: parte de una nación no verdaderamente reconocida, sin visado de salida ni fondos para emigrar.[25] ¿A dónde podrían ir si no es a reconquistar su tierra, de la cual fueron desplazados salvajemente por el genocidio sionista de los últimos meses?

Es esta realidad material y moral del retorno gazatí a sus ciudades y localidades –junto con la liberación de cientos de presos palestinos– la que no quieren ver los marxistas apologistas de la derrota, así como no quieren ver ninguno de los otros hechos de la lucha de clases internacional que rompen con sus pronósticos: la creciente movilización de los inmigrantes en los EE.UU. contra Trump; las multitudinarias marchas en Alemania contra la AfD; la crisis del gobierno de Milei por sus dichos en Davos, etc. La etapa mundial está marcada por la iniciativa de la extrema derecha, es reaccionaria, pero no se procesa en el vacío: ¡el mundo es una olla a presión a punto de estallar! ¡Y va a estallar si la extrema derecha sigue metiendo su bárbara presión!

En las definiciones derrotistas del mundo actual hay un elemento de clase, evidentemente: el pequeñoburgués se impresiona más fácilmente y es incapaz de apreciar el mundo dialécticamente (Trotsky ya afirmaba esto en su tiempo). A modo de ejemplo está la caracterización de la revista Jacobin sobre el alto el fuego en Gaza, que con todo lo inestable y transitorio que es, no deja de ser un enorme triunfo parcial del pueblo gazatí. Para Jacobin, no. Afirman muy sueltos de cuerpo que “Gaza, tal y como la conocemos, ya no existe. Cuando los líderes y generales israelíes se jactan de haber bombardeado Gaza ‘hasta devolverla a la Edad de Piedra’, no están hablando en términos metafóricos. Israel ha destruido Gaza para las generaciones venideras y la ha vuelto total y completamente inhabitable” (Seraj Assi, “El alto el fuego en Gaza dista mucho de ser suficiente”). Pues bien: el pueblo gazatí no puede ponerse a deshojar la margarita; debe poner manos a la obra para su reconstrucción.

Así las cosas, los caprichos del calendario han puesto el exterminio en Auschwitz y el martirio del pueblo palestino frente a frente. El genocidio en Gaza ha ocurrido debido a una dramática paradoja histórica: el pueblo judío, históricamente oprimido, ha pasado a ser un pueblo opresor. Un carácter multiplicado al infinito ante la deriva a extrema derecha del proyecto sionista: la limpieza étnica en las tierras de la Palestina histórica.

Trotsky había anticipado con una increíble presciencia en 1938 el carácter reaccionario de la “solución sionista”: “(…) Hay que tener en cuenta el hecho de que la cuestión judía se mantendrá para toda una época del porvenir. Hoy en día las naciones no pueden existir normalmente sin un territorio común. El sionismo nació, precisamente, de esta idea. Pero los hechos cotidianos demuestran que el sionismo es incapaz de resolver la cuestión judía. El conflicto entre judíos y árabes en Palestina adquiere un carácter cada vez más trágico y amenazador.  No creo en absoluto que la cuestión pueda ser resuelta en el marco del capitalismo en putrefacción y bajo el control del imperialismo británico” (León Trotsky, “La cuestión judía”, 18/01/37).

La transformación del pueblo judío en un pueblo opresor sólo puede generar un nuevo ascenso del antisemitismo, al cual contribuye también el solapamiento interesado entre el antisionismo y el antisemitismo que promueven los funcionarios del Estado sionista. En reacción a semejante barbarie sobre el pueblo palestino, es evidente que hay “combustible” suficiente para una renovación del antisemitismo: “En un contexto así [el del genocidio en Gaza], la evocación del Holocausto se convierte en una fuente permanente de incomprensión. La instrumentalización de la memoria del Holocausto no es nueva. Hoy se utiliza para legitimar la guerra en Gaza. Cuando se evoca el Holocausto, es para presentar el antisemitismo como la clave para explicar el 7 de octubre y para asombrarse, incluso indignarse ante la ola de solidaridad con el pueblo palestino que se ha manifestado masivamente (…)” (Traverso, “La guerra en Gaza difumina la memoria del Holocausto”).

La aplicación de los métodos nazis en Gaza y sobre el pueblo palestino en general muestra los límites de cualquier relato interesado “esencialista”: la extrema derecha, el nazismo, el sionismo, no son un asunto de religión: son la cara más oscura de la reacción y la contrarrevolución capitalista imperialista, que adquiere diversos rostros según las circunstancias históricas.

Bibliografía

Ernst Bloch, El pensamiento de Hegel, Fondo de Cultura Económica, México, Buenos Aires, 1949.

Alex Callinicos, “Plumbing the Depths: Marxism and the Holocaust”, 2001, MIA.

Antony Beevor y Luba Vinogradova editores, Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945, Memoria Crítica, Barcelona, 2010.  Federico Engels, AntiDhüring, Antídoto-Gallo Rojo, Argentina, sin fecha.

Vasili Grossman, “El infierno de Treblinka”, punto I, Galaxia Gutenberg, 2014, Google.

Ernest Mandel, “Ensayo sobre los escritos de Trotsky sobre el fascismo”, en Alemania, la revolución y el fascismo, volumen 1, León Trotsky, Juan Pablos Editor, México, 1973.

  • “El fascismo”, 1969, MIA.
  • “Material, social and ideological preconditions for the nazi genocide”, International Viewpoint, 1990, 27/01/2020.
  • El significado de la Segunda Guerra Mundial, Fontamara, México, 1991.

Primo Levi, “Apéndice de 1976”, Si esto es un hombre, Google. Trilogía de Auschwitz, El Aleph, Barcelona, 2005.

David Rousset, El universo concentracionario, Siglo XXI, Anthropos, Barcelona, 2018.

Enzo Traverso, “La guerra en Gaza difumina la memoria del Holocausto”, Viento Sur, 06/11/23.

León Trotsky, “La cuestión judía”, respuestas ofrecidas al diario Der Weg, 18/01/1937, MIA.

  • “¿Qué es el nacional-socialismo?”, 1933, izquierda web.

Roberto Sáenz, “La condición humana después de Auschwitz”, izquierda web.


[1] Carta aportada por un compañero de nuestra corriente, de familiares suyos en Polonia a familiares en la Argentina. Con solo ver la cantidad de sellos que tiene la carta se puede apreciar el carácter burocrático irracional que fue una de las caras del nazismo.

[2] Grossman es uno de los más grandes escritores del siglo pasado, que relató en sus obras los horrores de la vida bajo el estalinismo y el nazismo. Su madre fue asesinada en el barranco de Babi Yar, Kiev, Bielorrusia, en las matanzas de septiembre de 1941 por parte de los Eizzengurpen (las tropas de exterminio de las SS que iban inmediatamente detrás de la Wehrmacht).

[3] Hay que recordar que Abraham León, principal dirigente del trotskismo belga durante la Segunda Guerra y autor de la reconocida obra La concepción marxista de la cuestión judía, fue asesinado en Auschwitz en 1944. Entre el nazismo y el estalinismo se las arreglaron para asesinar a parte importantísima de los jóvenes dirigentes trotskistas europeos hacia el final de los años 30 y comienzos de los 40 (entre ellos al hijo de Trotsky, León Sedov). En cierto modo, es un hecho que el trotskismo europeo quedó descabezado en la secuencia final de la primera “era de los extremos”.

[4] David Rousset tuvo una tortuosa evolución política. En 1948 denunció los campos de concentración del estalinismo, lo que le valió que el PCF, en su apogeo como organización de masas en ese momento y legitimado por la resistencia al nazismo, se le viniera encima. La presión de las circunstancias y su experiencia de vida terminaron transformándolo en un gaullista de izquierda, formación política de la cual fue parlamentario a lo largo de varios años. Su testimonio anti-estalinista fue rechazado por el estalinista Pierre Daix, que había pasado también por los campos de exterminio, configurando un duro y amargo enfrentamiento. Sartre y otros escritores defendieron a Rousset, cuyo hijo, Pierre, es dirigente histórico de la corriente mandelista (Sartre también defendió a Paul Nizan, disidente del nazismo y asesinado por los estalinistas en las playas de Dunkerque en 1940).

El entrelazamiento de la lucha simultánea contra el nazismo y el estalinismo, así como contra los frentes populares y la democracia imperialista, fue uno de los rasgos salientes de la primera “era de los extremos”, una radicalidad de las circunstancias a la que no hemos llegado todavía en nuestra época.

[5] En una variante de la formulación anterior, en un texto editado quizás de manera distinta, afirma, unilateralmente también, lo siguiente: “Había surgido repentinamente un nuevo fenómeno que parecía revertir en forma pronunciada una tendencia histórica de largo alcance de progreso” (“Ensayo sobre los escritos de Trotsky sobre el fascismo”).

[6] Traverso tiene razón en esta crítica a Mandel. La desarrolla en sus textos y plantea que el tipo de marxismo del dirigente belga es lo que le impidió acceder hasta muy tardíamente a la especificidad de la barbarie que se procesó en Auschwitz. No nos dedicamos en este texto a Traverso, y tampoco a los límites de su propio abordaje, demasiado aséptico sobre el curso histórico, cuestión que ya hemos analizado en otro artículo (“La cuestión humana después de Auschwitz”, izquierda web).

[7] Los Juicios de Nuremberg juzgaron a las altas autoridades del régimen nazi y dejaron todo el resto del personal administrativo en pie, sobre todo en la ex RFA (la ex RDA requeriría un análisis específico que acá no podemos hacer).

[8] Las familias de Mandel y de Bloch eran amigas. Mandel consideraba, con justicia, a Ernst Bloch como el principal filósofo marxista del siglo pasado y le dedicó un artículo inspiradísimo cuando su fallecimiento: “Hay que soñar: la anticipación y la esperanza como categorías del materialismo histórico” (en izquierda web).

[9] Se aprecia que Mandel no escribía como scholar sino como revolucionario: no se dirigía a la academia sino a la militancia.

[10] “Estas tesis surgen de la falsa creencia de que cuando los fascistas abandonan la esfera de la legalidad las organizaciones de los trabajadores deben limitarse a las acciones dentro de esa esfera”, otra enseñanza de enorme actualidad en el enfrentamiento de hoy con la extrema derecha, que es tanto parlamentaria como extraparlamentaria.

[11] Los rasgos sociológicos y “plejanovianos” de su abordaje permanecen, sin embargo, en el primer anexo, al menos de la edición de Fontamara con la que contamos nosotros, titulado “El papel del individuo en la historia de la Segunda Guerra Mundial” .

[12] A este respecto ver nuestra obra El marxismo y la transición socialista. Estado, poder y burocracia, tomo 1.

[13] Es propio de todo burócrata confiar en la fuerza supuestamente ilimitada del Estado. Lo propio ocurrió bajo el estalinismo.

[14] En este aspecto es exacta la polémica de Trotsky con Serge en Su moral y la nuestra. Serge era un humanista marxista que con toda la sensibilidad que poseía y con toda su lealtad al “viejo”, sin embargo no comprendía las férreas leyes de la lucha de clases. La bibliografía de Susan Weissman sobre Serge, la documentación que hace de sus posiciones y artículos posteriormente a su salida de la ex URSS, nos han confirmado la debilidad del pensamiento marxista del gran humanista bolchevique anarquista que fue (es decir, en la crítica de la reducción del marxismo a un humanismo incluso para el abordaje de los casos más extremos de la barbarie del siglo pasado, como fueron los del nazismo y el estalinismo).

[15] Es el propio Bensaïd el que le critica estas limitaciones a Mandel (“Mandel según Stutje, Bensaïd y Moreno”, izquierda web).

[16] Es sintomático que tanto Mandel como Moreno volvieran sobre estas reflexiones en los años 80, es decir, sobre el final de sus vidas. La explicación no la tenemos, aunque quizás pueda estar vinculada a un racconto más general de la dialéctica histórica, más intrincada que lo que habitualmente se piensa entre la militancia.

[17] No hemos logrado repasar para este texto las reflexiones que Tony Cliff y Daniel Bensaïd pudieran haber hecho respecto del nazismo y específicamente del exterminio nazi (la tarea quedará para más adelante).

 

[18] No podemos dejar de pensar que Callinicos desecha este tipo de abordaje por su marxismo althusseriano. Hay que recordar que Althusser rechaza en su marxismo la importancia de la experiencia en la búsqueda de la verdad. La experiencia la ve, no como una puerta de acceso crítico a la verdad, sino como un “obstáculo epistemológico” que hay que dejar de lado. Pero esta es una forma de acceder a la verdad muy abstracta, si no idealista.

[19] Un caso de hipocresía política en este aspecto es el de los demócratas en los EE.UU., que sostuvieron bajo sus presidencias similares políticas anti-inmigrantes, solo que de una manera menos teatralizada que la de Trump. El cinismo es mayúsculo y cada fuerza burguesa imperialista escenifica su política de la manera que mejor cae a su electorado, pero lo que se busca en todos los casos es mantener a los inmigrantes como una suerte de ejército industrial de reserva que sirva para tirar abajo el valor total de la fuerza de trabajo.

[20] Es evidente que para especificar su análisis Callinicos operó un desplazamiento en el que, más allá de todos los elementos de contexto que introdujo en su ensayo, más allá de su estudio crítico sobre la historiografía del nazismo, cometió el error de dejar de lado la experiencia misma vivida en los campos. No podemos dejar de atribuir esto a su marxismo althusseriano, objetivista, no dialéctico y anti-humanista en su raíz. Es decir: abstractamente “materialista”.

[21] Algo similar ocurre con el análisis del estalinismo. De ahí que los pensadores “marxistas” que profesan el anti-humanismo se caractericen por su incapacidad para entender ambos fenómenos: su marxismo “humanamente desencarnado”, de puras estructuras abstractas, no puede entender estos radicales fenómenos de la contrarrevolución del siglo pasado (“Althusser, filosofo tardío del estalinismo”, izquierda web).

[22] El lenguaje es una característica singularmente humana, esto es evidente. En ese sentido, Levi nos recuerda agudamente, y ya lo hemos señalado en otros textos, cómo a la esclavitud reinante en los campos de concentración y exterminio afectaba la falta de comunicación entre sus esclavos, algo que había ocurrido bajo la esclavitud en Grecia y Roma. Los campos eran una Babel de incomprensión, no solamente entre señores y esclavos sino entre los esclavos mismos.

Por lo demás, el camino del materialismo humanista al materialismo marxista lo recorrieron Marx y Engels en su crítica a Feuerbach (La ideología alemana), como todo el mundo sabe.

[23] Aparece también el “principio esperanza” de Ernst Bloch al que nos referimos más arriba.

[24] Y agrega Bloch, eruditamente, que de esto se trata “La rosa de la razón”. La conocida frase “Aquí está la rosa, baila aquí”, la sentencia colocada por Marx al final de El XVIII Brumario de Luis Bonaparte (Hic Rhodus, hic saltus), tiene el mismo significado que el descubrimiento de la verdad. O lo que equivale en Hegel a lo mismo: el meollo sustancial de la realidad (la explicación racional de ésta).

[25] La resolución de la ONU que reconoce un “Estado palestino” desde 1948 no pasa de una formalidad sin consecuencias prácticas. Esto más allá de la gran ayuda que las agencias humanitarias de importancia de la ONU, como la UNWRA, prestan en el territorio gazatí y cisjordano hace décadas (institución desconocida por el gobierno genocida sionista).

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