Argentina: el país de la inestabilidad infinita

Apuntes sobre las elecciones del 26 de octubre.

“El peronismo unido solía ser invencible y a esa máxima o regla empírica se abrazaron este año, quizás con excesiva fe, Sergio Massa y Juan Grabois, Axel Kicillof y Cristina Kirchner. Lo hicieron al punto de menospreciar la necesidad de ofrecer al electorado un proyecto, una idea superadora del propio fracaso, algo más que la meta enarbolada en la campaña de acabar con Milei [en realidad, este no fue el mensaje: solo frenarlo]. Una falla doble: por la unidad ficticia que cualquiera podía percibir y por la flaqueza argumental. Y después de pararlo a Milei, ¿qué?”

Pablo Mendelevich, “Se repitió el fenómeno de 2023”, La Nación, 27/10/25

Leer más sobre la situación argentina: Argentina, un país a la deriva, Argentina: el país del vértigo sin fin y Un país atrapado en una crisis orgánica

Artículo corregido por Patricia López.

Que la elección la ganó de manera contundente el mileísmo es una obviedad. Lo que no es tan fácil de entender es el vértigo electoral de septiembre a octubre, el dramático vaivén de un “extremo” al otro y, sobre todo, qué puede salir de él, es decir, apreciar las perspectivas políticas del país más allá del impresionismo de estas horas.

1- El peso del elemento conservador

El vértigo político-electoral en la Argentina contemporánea es tan inmenso que, de elección en elección, es muchas veces difícil mantener la línea argumental. En todo caso, presentamos a continuación un primer análisis a ser procesado y corroborado en los próximos días y semanas a depender de las opiniones por la base de la sociedad y de los próximos pasos que ocurran en la “sociedad política”.

Por sí mismas, las elecciones son siempre un reflejo distorsionado de la realidad, una estática, una fotografía, como afirmaba Lenin. Una suerte de espejo invertido de la sociedad donde, en general, se hace valer el elemento más atrasado sobre el más avanzado en virtud de la estadística electoral,[1] razón por la cual siempre deben ser analizadas no como un factor independiente, sino en un contexto más amplio, como variable dependiente.

Por supuesto, esto no puede negar, en primer lugar, el peso relativo de los resultados. De ellos hay que partir. Y los resultados totales indican que se dio, finalmente, una elección polarizada donde el mileísmo obtuvo el 40,74% de los votos en el orden nacional, y el peronismo alcanzó el 31,66%.[2]

Más contundente e inesperada aun fue la remontada de la LLA en la provincia de Buenos Aires, recuperándose de los 14 puntos que había perdido en septiembre para imponerse por 41,45% a 40,91% sobre el peronismo (en los municipios de GBA el peronismo perdió 316.482 votos y el mileísmo sumó 474.578).[3]

El primer dato a señalar, entonces, es lo que está en todos los medios: la contundencia del resultado sorprendió incluso a los propios integrantes del elenco oficialista. El gobierno venía pésimo desde todo punto de vista: el dólar descontrolado; la suba del riesgo país por los temores de default; la caída de la producción desde abril; un índice inflacionario artificial, pisado; los escándalos de corrupción sucediéndose uno tras otro; el cachetazo electoral el 7 de septiembre, etc. (aunque no hay que olvidarse que LLA se impuso en CABA en mayo pasado, si bien por sólo el 30%).

La crisis que lo agobiaba –y quizás vuelva a agobiarlo próximamente, más allá del triunfalismo del presente– era en todos los frentes: económica, política, social, moral e incluso de gobernabilidad. El gobierno estaba sumido en semejante crisis que debió salir Trump a rescatarlo (un rescate que no hubiera existido sino estuviéramos en la era de la “internacional reaccionaria”). Incluso dicho rescate tenía elementos de inestabilidad, porque estaba condicionado al triunfo electoral, triunfo que evidentemente el gobierno logró.

Los elementos de crisis que se venían arrastrando fueron analizados hasta el hartazgo por los medios escritos más o menos serios en los últimos meses. La tarea ahora, con el resultado puesto, es un ejercicio de análisis ponderado, es decir, no impresionista aunque realista, para aportar al debate –entre la vanguardia y el periodismo– sobre el balance electoral y las perspectivas del país.

Se abren dos vías del análisis que son las que encierran los mayores interrogantes: a) las razones del batacazo electoral mileísta, b) las perspectivas.

Lo primero es entender las razones de semejante batacazo electoral; el cambio de frente electoral que acaba de producirse nuevamente entre septiembre y octubre y que rememora, en cierto modo, lo ocurrido con el primer triunfo electoral mileísta en agosto del 2023, aunque con un gobierno más desteñido y con un menor contenido reaccionario (aunque tenga componentes reaccionarios, ya lo veremos). El vértigo político, electoral y social en la Argentina contemporánea pocos países lo pueden emular, pero no por ello es menos significativo. (Francia, quizás, es el segundo país de Occidente que viene en la lista, aunque con el problema de sus start and stop de los procesos por sus reiterados feriados.)[4]

En todo caso, la polarización que impera a nivel internacional, la crisis y adelgazamiento de los centros, el crecimiento de la extrema derecha, así como el “golpeteo” reiterado de nuevas olas de rebeliones populares, es lo que les otorga a las circunstancias internacionales dicha volatilidad, si bien no se logra todavía ir más lejos a nivel de una conciencia anticapitalista consecuente (falta aún un giro en la radicalización política, de ahí el posibilismo y rutinarismo ambiente incluso en el seno de la izquierda).

En todo caso, nos parece que para entender la resultante electoral del pasado domingo 26/10 hay que apreciar el choque de dos tendencias de dimensiones temporales diversas y que podían haberse cruzado en las recientes elecciones, aunque ello, evidentemente, no terminó ocurriendo: una tendencia sincrónica y otra diacrónica, por así llamarlas.[5]

La tendencia sincrónica es, en cierta forma, la que viene del clima reaccionario dominante a nivel internacional. El mundo está fuertemente polarizado. Incluso en la ultimísima coyuntura internacional aparecieron más elementos de respuesta y estallido desde abajo. Sin embargo, la coyuntura internacional larga sigue siendo reaccionaria, y ese contexto no puede ser soslayado a la hora del análisis electoral (“La era de la combustión”, izquierda web). El contexto internacional favorece inercialmente al mileísmo: ¡la ayuda de Trump no viene del aire! Y aunque no existe ninguna aplicación mecánica de eso en cada país, los planetas están internacionalmente más alineados para que Milei gane que para que salga volando por los aires, al menos en lo inmediato.

¿Cómo se expresa esta tendencia reaccionaria en el resultado electoral? Es decir: ¿cuál es, grosso modo, la expresión de clase del resultado electoral?

Esta pregunta es sumamente importante. Acá vemos dos elementos, uno más difuso y otro más marcadamente de clase.

Por un lado, sobre el elemento difuso, es un error afirmar, tan redondamente como Pablo Mendelevich, que se haya repetido el fenómeno electoral del voto ultra-reaccionario del 2023. Todas las circunstancias aparecen hoy como más “light”. Pero la miga de verdad que tiene dicho aserto, y que se está marcando en los análisis a estas horas, es que en determinados sectores populares pesó un elemento conservador (sumado al cualitativo el rol derrotista del peronismo, que enseguida veremos): “Prevaleció más el miedo al derrumbe económico que las razones ideológicas. Influyó también un peronismo envuelto en una interna feroz. Una oposición sin una «narrativa de futuro atractiva, sin otra propuesta que la de frenar a Milei»” (Mariano de Vedia, La Nación, 28/10/25).[6]

El otro elemento es el específicamente de clase (amén del atraso político que prevalece en el interior del país, volveremos sobre esto). Porque el hecho es que el mileísmo se comió todo el espacio del ex JxC, que solo años atrás llegó a tener millones de votos.[7] Los análisis comparativos de las anteriores elecciones de este año coinciden en que hubo un desplazamiento social del voto mileísta desde la franja popular que obtuvo en el 2023 hacia hacerse monopólico entre las clases medias y altas (no es casual que Bullrich y Santilli, ex PRO, hayan encabezado las boletas en provincia y CABA).

Que las clases altas y medias altas voten al mileísmo es una obviedad (podría decirse que viven en Miami o en Uruguay, como Galperín). Pero no es tan obvio que entre las clases medias en general el voto “progresista” haya quedado en minoría y domine el elemento reaccionario (cholulo, atrasado, recalcitrante, egoísta, etc., todos reflejos atávicos de propietarios y satisfechos).

Parte del giro reaccionario internacional, de su barómetro, es, por ejemplo, cómo han dado un giro a extrema derecha las clases medias sionistas. Lógicamente que este es un dato ultra minoritario en la muestra electoral. Pero el fin de la llamada “modernidad judía” (Traverso) en beneficio de un giro a extrema derecha de este sector es, si se quiere, una expresión de lo que venimos señalando (entre las clases medias progresistas en general inciden fenómenos de peso de la época, como el posibilismo).

No es casual, a este respecto, que el mileísmo se haya vestido en su emergencia de sionista rabioso, que escenifique el seguimiento a un culto jasídico, y cosas así de esotéricas (¡la secta jasídica es de lo peor que hay en el judaísmo por su conservadurismo!).[8]

Los triunfos electorales de LLA en CABA, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos, las principales provincias del país, muestran lo giradas a derecha que están las clases medias y el interior del país en general, su atraso conservador (atención que a derecha no quiere decir a extrema derecha; se trata de un giro que se ha moderado hacia el centro-derecha y que preferimos especificar como conservador).[9]

2- El peronismo como mariscal de la derrota

Esta tendencia sincrónica, todavía dominante a nivel internacional, con su refracción específica en nuestro país, venía en los últimos meses chocando con la otra, la que podríamos denominar diacrónica, de bipolaridad, que creció dramáticamente al calor de las movilizaciones de discapacidad, salud, educación, los desaguisados de la corrupción oficialista y su lumpenaje, y que va en sentido contrario: el odio popular a Milei. Odio popular en amplísimos sectores de las y los trabajadores, la juventud, el movimiento de mujeres y diversidad, etc., que se vino expresando en las calles, que fue recogido desde arriba por Kicillof en las elecciones del 7 de septiembre, y que ahora no se explican qué pasó el domingo pasado…

Siendo las tendencias sincrónicas y diacrónicas las que configuran la realidad total, y siendo que la etapa política más general reaccionaria venía siendo cuestionada desde abajo, es evidente que esto debe llevar a otro factor que ha sido el decisivo para entender qué paso el domingo 26/10: que en el cruce de caminos entre sincronía y diacronía se haya impuesto el mileísmo.

Es precisamente acá donde entró el factor dirección, factor que muchos análisis interesados u oportunistas –objetivistas– suelen dejar de lado, cosa que no puede ni debe hacerse, menos en este caso, ¡donde hubo un cambio de frente tan rotundo que sorprendió a todos los actores! Recordemos que el factor dirección es un elemento subjetivo pero no menos importante en cualquier análisis que no sea objetivista, aunque debe ponérselo, efectivamente, en correspondencia con factores objetivos más amplios como son la económica, la geopolítica, etc.

Lo concreto es lo siguiente: ¿ganó Milei o perdió el peronismo? No da igual la respuesta que se dé a esta pregunta que, repetimos, ha causado sorpresa en todos los actores, desde el mundo de las finanzas hasta las personas de a pie.

Por nuestra parte, opinamos categóricamente que la derrota electoral del domingo 26 tiene nombre y apellido: el peronismo. Ocurre que las señaladas tendencias sincrónicas y diacrónicas, en esta instancia donde aún no hay desborde, sólo podía unirlas el peronismo.

Y sin embargo, el peronismo jugo a perder la elección, lo que es evidente para cualquier analista con mediana inteligencia: “El sonambulismo político de los kirchneristas es un escollo serio para el proyecto del peronismo de regresar al poder” (La Nación, 27/10/25). ¡Hasta un editorialista reaccionario como Morales Solá vio esto! Y sonambulismo es un buen adjetivo porque, realmente, no querían ganar la elección. Y lógicamente, ¡si no se quiere ganar la elección, se va a perder!

La acción del peronismo fue una entregada desde todo punto de vista: a) su objetivo expreso fue por la negativa, “frenar a Milei”, pero juramentándose a que había que aguantarlo dos años más, una suerte de convocatoria al abismo, porque todo el mundo sabía la crisis que se venía y el PJ no estaba dispuesto a ofrecer una alternativa; b) para colmo, cuando se les preguntaba a sus no-candidatos por “propuestas” o “programa”, sólo atinaban a decir que “todavía tenían que discutirlo”; c) lo peor de todo: ¡plancharon las calles desde septiembre! En su triunfalista discurso al cierre de la jornada del 7/09, Kicillof estaba tildado con las palabras “las urnas, las urnas, las urnas”… Más claro, agua: esperar al 2027 con el país al borde del abismo.

Kicillof ganó las elecciones provinciales con el programa que le dio la calle al Congreso (discapacidad, educación y salud). Pero luego se tiraron a una larga siesta que se expresó incluso en la nula campaña electoral que realizó el peronismo (¡tanto el peronismo como el FITU se están acostumbrando a hacer campañas electorales posmodernas!).[10] Lo que ocurrió es que sumado a la larguísima siesta de la CGT, las movilizaciones frente al Congreso amainaron enormemente en las semanas previas a la votación de ayer; incluso dentro del Congreso el peronismo bajó el ritmo de sus actividades y votaciones: ¡en medio de un gobierno que se desbarrancaba sin fin, no ofrecieron ninguna alternativa salvo esperar dos años más![11]

En la intersección de las tendencias sincrónicas y diacrónicas, o mejor aún, de polo reaccionario y polo progresivo (porque en realidad ambas tendencias son estructurantes de toda la situación mundial y, bajo formas específicas, en nuestro país), los problemas de dirección son decisivos, sobre todo cuando la etapa reaccionaria todavía incide para que no haya una irrupción independiente desde abajo como las que suele haber periódicamente en la Argentina.

Lógicamente que el problema del peronismo es más grave que su mera interna por el reparto de cargos y figuraciones, donde no se esboza diferencia política de fondo alguna. Su problema, lo esbozamos notas atrás, es de programa. Originariamente el peronismo fue un movimiento nacionalista burgués: no una burguesía para crear un país, sino un país (un Estado) para crear una burguesía. Ese programa, con alguna vigencia en la segunda posguerra “mercado-internista”, se agotó histórica y fácticamente hace décadas. El desastre del tercer gobierno de Perón cinco décadas atrás lo expresó de forma aguda.

En los 90, Menem no tuvo problemas en subirse a la ola neoliberal, es decir, abandonó de manera explícita el viejo programa nacionalista burgués. ¿Y qué hizo el kirchnerismo? En su apogeo, básicamente, gestionó con una pátina progresista la gobernabilidad cuestionada por la rebelión popular del 2001.

Pero a la burguesía no le alcanza con esto: está ensayando otras formas de gobernabilidad y, por lo demás, la burocracia sindical es “peronista” pero ante todo es una institución del Estado argentino; su programa son sus propios intereses de casta.

Así las cosas, si otras fuerzas políticas pueden asegurar la gobernabilidad aunque sea a los tumbos, para qué se quiere al peronismo, que encima tiene una estructura demasiado atada al Estado, cuando la burguesía internacional de Occidente sigue atada al credo neoliberal privatista –otra cosa son los capitalismos de Estado de Oriente–.

Como decimos, el capitalismo de Estado funciona en China y hasta cierto punto en Rusia, pero la inanición económica de la Argentina no parece darle sustento alguno. Ni siquiera el lulismo es eso, sino otra variante más light del neoliberalismo imperante en Occidente.

Un partido a la búsqueda de un programa, sin propuestas, pro-capitalista hasta la médula, con un relato desteñido, que ante todo hace profesión de fe de la gobernabilidad para recuperar la confianza de la patronal, es evidente que no puede ganar una elección donde se juega una apuesta plena del trumpismo y la patronal: el mileísmo como sucesor bastardo del macrismo.

3- El país del vértigo infinito

“Vodka, ron y cerveza en el aire

Brindando de México hasta Buenos Aires

Con toda la mafia, el corrillo, la banda

Con diez brasileñas bailando samba

Estoy gozando un mogollón

Un monto botellón de ron tras botellón

En definición, un paraíso

(Gente vomitando en el piso)

¡Esto es una fiesta de locos! (hey, hey, hey, hey)

Pero yo soy el único que no estoy loco, yo soy el único que no estoy loco (Calle 13, “Fiesta de locos”)

En este marco hay que ubicar las perspectivas de los próximos meses. Los analistas burgueses ya le están alertando a Milei para que no se agrande. En definitiva, esto es la Argentina, un país en crisis orgánica. Esto es lo que explica, por ejemplo, que al cierre de esta nota, pasadas 48 horas de un triunfo electoral histórico del mileísmo y de un rally no menos histórico ayer lunes 27/10 en los mercados (la recuperación de la Bolsa de Comercio fue la más grande en un día en 30 años), el dólar esté, nuevamente, tocando el techo de la banda…

Se caería en un error si se relativizara al extremo el triunfo electoral mileísta. Pero tampoco puede dejar de apreciarse la fragilidad con la que venía hasta el día anterior de la elección: como hemos dicho, la crisis orgánica, estructural del país, es la que hace que parezca “un país de locos”, esquizofrénico: un país que cada 24 horas cambia su estado de ánimo.

Afirma Morales Sóla: “(…) Milei caería en la irrealidad si no tuviera en cuenta la fragilidad política, económica y financiera con que llegó a la primera prueba electoral desde que es presidente. Ganó muy bien –quién podría negarlo–, pero la lasitud política era perceptible antes de las elecciones, cuando ni siquiera en la cresta del oficialismo estaban seguros del resultado de ayer” (La Nación, 27/10/25). “Lasitud política” quiere decir que el gobierno había echado la moneda al aire y que nadie podía predecir, no hace meses o un año atrás, sino el sábado pasado, el futuro del gobierno.

Importa entonces entender el resultado electoral en función de las perspectivas. Acá podemos abordar varios elementos. El primero podría ser el último, pero lo colocamos en primer lugar de todas maneras:

a) Trump es todo un ejemplo de inestabilidad, y si bien es el presidente de la que todavía es la primera potencia mundial y Milei acaba de cumplir sus condiciones (“te ayudo si ganas”),[12] no es menos cierto que el presidente yanqui es un factor de inestabilidad permanente en sí mismo: su rol como presidente y sus tendencias personales narcisistas y de showman se confunden permanentemente, lo que le da un carácter altamente inestable a su gestión. En realidad, su personalidad refleja el lugar incómodo en el cual están los EEUU: una hegemonía que se sostiene, pero “en el fleje”, por decirlo algo exageradamente; y estar en el fleje es por sí mismo inestable.

b) Lo segundo es que la crisis global que arrastraba el “plan” del gobierno no desaparecerá como por arte de magia por la elección: el problema del atraso del dólar persiste y se está expresando en estos mismos momentos; los vencimientos del año que viene por 18.000 millones de dólares están ahí y no desaparecerán mágicamente; el ajuste fiscal tiene pisada la inversión en infraestructura y, de paso, afecta la competitividad; incluso, en sí mismo, el ajuste fiscal no es una variable independiente que resuelva nada, ni siquiera la inflación, que está atada a otros factores, y así sucesivamente: la crisis del país es estructural, se arrastra hace décadas, se expresa en la incapacidad de generar divisas, en la subinversión, en la falta de competitividad, en que la Argentina parece en muchos aspectos un país por fuera de la modernidad del siglo XXI, y esto es dificilísimo de resolver con una burguesía que –dicho exageradamente a modo de que se entienda el argumento– sólo piensa el país como lugar de saqueo y no como proyecto (nuestra campaña electoral fue prácticamente la única que presentó un serio diagnóstico de la Argentina en nuestro Manifiesto Anticapitalista).

c) El tercer elemento, el más importante, es el siguiente: una elección es una fotografía del estado de ánimo social en un momento determinado. Pero el problema es que los fenómenos electorales y los económico-sociales, políticos y estructurales no siempre se compaginan bien. Lo más concreto es que, hasta ahora, los dos años de mileísmo no han logrado resolver las relaciones de fuerzas heredadas, no solamente de 1983, sino ni siquiera las del 2001. El elemento bonapartista reaccionario es el que más le ha fracasado hasta ahora, sin que por ello, atención, se haya cerrado la etapa reaccionaria abierta en 2023. Y el problema es que las exigencias de la acumulación capitalista en el mundo de hoy en general y en la Argentina en particular como parte de este mismo mundo, es decir, que los capitales vengan y se queden, exigen precisamente acabar con esas relaciones de fuerzas, que son en el fondo, junto con los déficits estructurales irresueltos, lo que hace de la Argentina un país vertiginoso. Es claro que cuando Milei habla de que “ahora se vienen las reformas de segunda generación” en alusión a las contrarreformas laboral, jubilatoria y fiscal, o en alusión a unas sesiones extraordinarias con una ley bases bis, a lo que se está refiriendo es a eso. Pero a pesar de la traición inmensa de la CGT y el peronismo, no parece que vaya a ser tan sencillo, por ejemplo, ¡imponer la enormidad de una jornada laboral legal de 12 horas universalmente, o aumentar la edad jubilatoria a 65 o 70 años, sin que el país estalle! Milei puede ganar elecciones sorprendiendo a medio mundo. Pero la gimnasia movilizadora que se expresó en el primer semestre de 2024 y que volvió a expresarse más o menos en el mismo periodo de 2025, está ahí, así como el recuerdo de Macri ganando las elecciones en octubre de 2017 y despertando a la bestia solo dos meses después…

La fragilidad estructural de la Argentina capitalista siempre la hemos fundado en lo siguiente (algo muy propio de nuestro país): el choque estructural de una sociedad moderna, urbana, relativamente industrializada, asalariada a pesar de la precariedad laboral y la miseria salarial, con enormes movimientos de la juventud, de mujeres, lgbt, de desocupados, con una clase obrera todavía altamente sindicalizada, con relativamente alto nivel cultural, con una amplia sociedad civil, con centralización en CABA y GBA, con un peso relativamente importante de la izquierda en la amplia vanguardia, etc., versus una infraestructura económica y social que se cae a pedazos por falta de compromiso burgués con el desarrollo del país.

En el fondo, esa es la principal aporía que atraviesa a la Argentina: su crisis orgánica. En lo inmediato, claro está, habrá que ver qué acuerdos se tejen y cómo se ordenan para la batalla que ellos mismos anuncian: las contrarreformas, las que pondrán sobre la mesa otros actores sociales que no estuvieron en las elecciones (por ejemplo, los sindicatos). Además de que no se resuelve por arte de magia que el dólar siga atrasado, que la inflación esté reprimida, que la infraestructura nacional esté en ruinas, que el salario sea una miseria, que no se logre llegar a fin de mes, que amplias zonas del país se inunden periódicamente y que, para colmo, comience a tallar una posible recesión[13]

Se habla de cierta “maldición” de las elecciones de mediano término para el peronismo. Pero también podría hablarse de los triunfos electorales del menemismo, del macrismo o ¿también del mileísmo?, que podrían chocarse contra la pared de una crisis social insospechada en las horas posteriores al triunfalismo.
¿Será así? Imposible anticiparlo. Lo cierto es que se venía de semejante crisis que incluía de manera cierta la posibilidad de que el gobierno no pudiera sostenerse, de semejante fragilidad, que una elección, por más exitosa que sea, no puede borrar del mapa todos estos elementos estructurales, y algo más de fondo: que las relaciones de fuerzas no terminan de probarse, y en las condiciones del capitalismo neoliberal subsistente, impiden la acumulación capitalista tal cual es hoy, en pleno siglo XXI.

En el 2023 se abrió una ventana de oportunidad para que la burguesía intentara derrotar al movimiento de masas, haciendo de la Argentina un lugar donde pueda volver la acumulación capitalista. El derrotismo del peronismo hizo que esa ventana de oportunidad siga abierta bajo Milei, pero de ahí a concretarla hay un trecho largo que eventualmente se verificará en los choques de clase que están en el porvenir.

4- Poscriptum: el balance de la izquierda

Cerraremos esta nota con el balance de la campaña de la izquierda. Este balance hay que dividirlo en dos: a) la campaña propiamente dicha y b) los resultados. Lo haremos sumariamente porque el texto se nos ha hecho demasiado largo y, por lo demás, presentaremos en nuestro portal notas específicas al respecto.

La cuestión tiene demasiada tela para cortar, porque la izquierda revolucionaria en la Argentina tiene un papel que prácticamente no tiene hoy en otras latitudes. Tanto las fuerzas del FITU como nuestro partido, el NMAS, conservamos la independencia de clase, cosa que no se puede afirmar ni del PSOL en Brasil ni del NPA en Francia: la presión a la adaptación en las condiciones de una situación mundial muy rica, pero también muy compleja, son enormes.

Ahora bien, hay formas de adaptación más sutiles, que son las que se expresan en la izquierda argentina. Remitiéndonos a las corrientes más importantes, el PO, el PTS y nuestro partido, podemos afirmar lo siguiente. El PO derivó en un proyecto cortoplacista que tuvo hipótesis erróneas: la apuesta estratégica al movimiento piquetero se demostró errada. Al mismo tiempo, carece de toda elaboración teórico-política, de todo balance de la ruptura a la mitad de su partido, de falta de corriente internacional y, para colmo, vive en la cárcel de un FITU dominado hasta los tuétanos por el PTS, una corriente rival salvo que se fusionaran (lo que no parece ser el caso).

El PTS ha tenido más vitalidad, pero acumula herencias dramáticas cada vez mayores: en vez de ser una organización de vanguardia con expresión electoral, está transformándose en una organización electoralista con expresión en sectores de vanguardia; no es lo mismo. Tiene elaboración internacional y construye una corriente internacional, pero la rigidez de su elaboración estratégica, la falta de balance del siglo pasado, en particular el estalinismo, todo eso le está pasando factura. ¡Su base no milita y no le gusta militar! Y su adaptación electoralista es tan insensible que se expresa en el rutinarismo de acciones que realizan sin pensar: hasta Grabois, copiándonos a nosotros, ¡ha tomado el eje de que los diputados del PTS no vuelven a trabajar! Cada ángulo que podemos tomar de su accionar es así, igual de rutinario: si el peronismo careció de propuestas, el FITU comandado por el PTS fue un calco: ¡no propuso nada salvo la auto-referencia!

Ante la falta de propuestas, salieron con el verso de que ellos “no hacen promesas”. Mentira por partida doble: a) en el apogeo del FITU, hasta para el dolor de cabeza afirmaban que la solución era “nosotros, la izquierda”; b) la propuesta anticapitalista de nuestro partido de 2 millones de salario mínimo es evidente que es eso: una propuesta, jamás dijimos que sería una promesa sino una medida para ir a hacer un escándalo nacional al Congreso (Congreso donde, por lo demás, la gestión del FITU en 14 años es rutinaria; si alguien se pregunta qué hacen ahí, nadie podrá responder una sola acción que sea recordada).

Todo esto se expresó en el rutinarismo de su campaña: ¿qué ideas nuevas introdujeron, qué expresaron de los reclamos desde abajo, qué programa enarbolaron? Ninguno. Ocurre que las circunstancias son todavía tan conservadoras, tan carentes de radicalización, tan llenas de posibilismo que, es verdad, nadie les exige nada (mantuvieron los votos en CABA y provincia, aunque perdieron muchos en el interior del país).

Además, el FITU no es un verdadero frente, porque todas las ubicaciones y las candidaturas las monopoliza el PTS.

Por nuestra parte, la dinámica cotidiana del NMAS es la opuesta: enorme militancia de base, enorme espíritu militante, hicimos una campaña electoral enorme que se puede referenciar alrededor de una propuesta y un perfil: nuestro partido ha puesto sobre la mesa el anticapitalismo, el cuestionamiento al sistema, cuando domina el ultra capitalismo; hemos puesto sobre la mesa la discusión del salario mínimo de dos millones afectando las ganancias capitalistas, hemos presentado un Manifiesto Anticapitalista, es decir, un programa integral para el país partiendo de la hegemonía de la clase obrera y la perspectiva del gobierno obrero y el socialismo.

Además, contra viento y marea y realmente con poquísimos recursos (¡no como la mentira demagógica del PTS que está inundado de recursos!), encabezados por los esfuerzos inmensos de Manuela Castañeira, del resto de nuestras figuras y toda la militancia y la dirección, hicimos una campaña electoral inmensa, esforzadísima, creativa, llena de ideas y riqueza, de frescura de la militancia juvenil y trabajadora que viene desde abajo, yendo a centenares de programas y presentándonos en una elección difícil, con los principales distritos con 15 listas o más, compitiendo con un frente de cuatro partidos que viene instalado y con representación parlamentaria hace más de una década y media, y obteniendo aun así valiosísimos 100.000 votos, un piso que a pesar de todos los pesares hemos logrado mantener!

Myriam Bregman mintió descaradamente cuando en el programa de Diego Schurman afirmó que el NMAS no está en el FITU “porque no quiere”… Lo que no queremos y nos parece inaceptable no es la unidad táctica electoral de la izquierda, que nos parece valiosa: no aceptaremos jamás no poder tener protagonismo en la campaña electoral, regalarle nuestra independencia política a un aparatito que se cree Gardel y Lepera y que cada vez exige más y milita menos.

Orgulloses de nuestra enorme campaña electoral, es hora de salir a cosechar constructivamente lo realizado y mantener claras nuestras perspectivas: construimos nuestro partido como una organización revolucionaria, no una secta, que mantiene el rumbo ante las grandes perspectivas estratégicas: las perspectivas de un vuelco anticapitalista revolucionario en nuestro país y en el mundo.


[1] El elemento estadístico remite a que en las elecciones los elementos más dinámicos, siempre una vanguardia de la sociedad, quedan disueltos en el elemento conservador. De ahí que, en general, la democracia burguesa les sea tan útil a los aparatos, por no olvidarnos de que las elecciones mismas, por su amplitud, por las capas sociales de masas que involucran, siempre son, casi invariablemente, el imperio de los aparatos grandes o “pequeños”. De ahí que la forma de representación por antonomasia de la dictadura proletaria no sea el voto universal sino la democracia directa soviética que produce el efecto inverso: lo más avanzado domina sobre lo atrasado.

[2] Es interesante que, lejos del impresionismo, Mendelevich señale que “Milei (…) está muchísimo mejor que antes, pero igual deberá lidiar con un peronismo también robusto” (La Nación, 27/10/25).

[3] En el total provincial, los 14 puntos que remontaron los libertarios más los amarillos totalizan 800.000 votos (datos de Nicolás Cassese, La Nación, 28/10/25).

[4] Siendo un país que, créase o no, todavía tiene un 30% de su población en las zonas rurales y con semejante tradicion campesina, pareciera que el ritmo discontinuo de la actividad agraria sigue marcándolo, configurando una suerte de “antropología política” específica a sus tradiciones.

[5] Lo sincrónico remite al análisis estructural (simultáneo) en tiempo real, y lo diacrónico al análisis histórico, evolutivo.

[6] La gran diferencia con el 2023 es que allí se hizo valer el elemento reaccionario, y acá lo que vemos, más bien, es un elemento conservador, que no es lo mismo, más allá del reaccionarismo y el “descerebramiento” de las clases medias altas, que ya veremos (la pérdida de nivel cultural y el cholulismo de todo un sector de las clases medias altas es impactante, un síntoma de los tiempos que corren; toda una “antropología” de su imaginario mercantilizado –vivir para tener– y de su rebajamiento cultural a los subsuelos de “ricos y famosos”).

[7] A todas las expresiones de “centro-izquierda” de la ex JxC, como los radicales republicanos, Elisa Carrió, etc., les fue pésimo en estas elecciones.

[8] El giro a extrema derecha del Estado sionista es parte de esto.

[9] Seguramente tendremos todos los análisis de “marxistas sesudos”, teóricos del “crecimiento de la extrema derecha internacional”, llorando por el triunfo electoral del mileísmo; a su manera impresionista y superficial habitual, pierden de vista la fragilidad que exhibe el mileísmo a pesar de todo, y además, que se ha pasado del elemento de extrema derecha de dos años atrás al conservador de hoy.

[10] ¡La falta de militancia de ambas fuerzas es patética!

[11] El propio intendente de San Martín, que vino a saludar a Manuela Castañeira durante una recorrida de campaña, le presentó un panorama sombrío afirmando: “lástima que está todo negro porque hay que esperar al 2027”; ¡así es imposible ganar una elección, y más cuando Milei sí tiene programa!

[12] En realidad, el Tesoro yanqui ayudó la semana pasada a que el tipo de cambio no se desbordara del todo, vendiendo 2.000 millones de dólares. Quizás la nueva corrida que se está viviendo ahora es porque decidieron aceptar la devaluación ahora que el resultado electoral está puesto (el gobierno ha dicho que mantendrá las bandas cambiarias, pero esto es imposible saberlo a ciencia cierta en medio del secretismo que caracteriza las negociaciones diplomáticas con Trump).

[13] Lo de las inundaciones se nos escapó más arriba en los análisis, pero tiene dos consecuencias: a) ocurrieron recientemente dos inundaciones de importancia en la provincia de Buenos Aires, Bahía Blanca hace unos meses y el sábado pasado en la zona oeste y noroeste del Gran Buenos Aires, b) siendo dominios de Kicillof, quizás hubo un voto castigo cruzado contra la gobernación, porque los desastres del GBA y el interior provincial son su jurisdicción. ¿Cuál sería el “freno a Milei” que el PJ encarna en la provincia cuando aplica el mismo ajuste que a nivel nacional?

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