El resultado de la elección de la provincia de Buenos Aires dejó al gobierno en estado de shock y en una profunda crisis. Esto se debe, en primer lugar, a lo brutal del choque entre las expectativas y la realidad: nadie en el gobierno –ni tampoco, nos atrevemos a agregar, fuera de él– veía posible una derrota del mileísmo por un margen tan amplio. Casi todas las encuestadoras volvieron a la normalidad de errar por mucho; la mayoría daban como escenario una victoria ajustada del peronismo (de entre dos y cuatro puntos), otras hablaban de “empate técnico” e incluso alguna (meme instantáneo desde el lunes pasado) se atrevió a pronosticar un triunfo de LLA. Como, para colmo, estamos ante un gobierno que se caracteriza por vivir en su propia burbuja refractaria a las malas noticias, el cimbronazo fue todavía peor.
Como era de esperar, enseguida apareció una marea de politólogos, opinólogos, pseudo sociólogos y aspirantes a influencers a repartir análisis, muchos afirmando lo contrario de lo que decían ayer y poniendo como claves de la explicación factores que ellos mismos pasaban por alto antes de la elección. Las conclusiones políticas más importantes del resultado electoral se plantean en nota aparte; aquí vamos a circunscribirnos a un análisis específico de los datos y cifras de la elección, poniendo el foco ante todo en las dos fuerzas políticas más importantes.
Consignemos en primer lugar, aunque sean conocidos, los resultados globales, a los que agregamos una comparación con las dos elecciones anteriores en la provincia, las de octubre 2023 y octubre de 2021:
Algunas aclaraciones para comprender los datos:
- En el rubro “Otros” están incluidas tres fuerzas en 2021, una sola (el FIT) en 2023, y más de diez espacios en 2025. La diferencia en cantidad de listas –que explica en parte la relativa mayor dispersión de votos, con casi un 20% este año frente a apenas el 4% en octubre de 2023– obedece simplemente a la inexistencia del filtro de las PASO este año, situación que se repetirá en las elecciones nacionales de octubre próximo.
- También hay que tener en cuenta que la mucho menor participación del electorado en septiembre (61% frente al 73% en 2021 y 77% en 2023), junto con factores específicos de la coyuntura actual que enseguida veremos, responde asimismo a que se trata de una elección provincial (a diferencia de la de 2021, que se dio en el marco de una elección nacional) y además sólo legislativa, mientras que en octubre de 2023 había un obvio efecto arrastre por tratarse de una elección nacional y a presidente.
- En el gráfico de arriba nos parece importante –siguiendo el criterio de la consultora Aresco[1]– comparar los números del peronismo con los de la suma de los votos de la alianza macrista Juntos y LLA.[2] Las razones son múltiples y conocidas: se trata de espacios políticos que, más allá de las diferencias de personalidad entre Mieli y Macri, han tendido a converger en casi todo desde la elección presidencial. El apoyo de Macri a Milei en el ballotage; el ingreso masivo de múltiples dirigentes del PRO al gobierno, con cargos que van desde asesores a ministros; el consistente apoyo del PRO al gobierno en todas las votaciones parlamentarias en 2024 y 2025 –incluyendo la confirmación de vetos presidenciales– hasta llegar al acuerdo LLA-PRO en provincia, son todos elementos que habilitan a considerar en bloque la performance de ambas fuerzas.
Dicho esto, cabe llamar la atención sobre con qué facilidad –¡y a qué bajo precio político!– el partido mileísta fagocitó al PRO y a casi todas sus figuras importantes. Es decir, las que aún no habían pegado ya el salto a LLA después del triunfo de Milei, como Patricia Bullrich, Luis Petri, José Luis Espert y una larga lista, cuya última adquisición es Diego Valenzuela, el intendente de 3 de Febrero. El acuerdo fue bendecido por Macri con Cristian Ritondo y Diego Santilli, dos de las tres figuras clave del PRO en la provincia (la otra, María Eugenia Vidal, se mantuvo al margen pero no torpedeó el acuerdo).
El armado de la lista fue un cúmulo de humillaciones para el PRO, empezando por el nombre: el lema se llamaba “Alianza La Libertad Avanza”, que en realidad era el nombre del partido con el rótulo de una “alianza” con una fuerza cuyo nombre ni figuraba. Eso viola el más elemental principio de equidad de un cualquier frente electoral: o bien el nombre incluye el de sus componentes, o bien la alianza toma un nombre nuevo que no es el de ninguno de sus integrantes. No fue el caso: parecía una alianza de LLA consigo misma.
Esa mojada de oreja preanunciaba lo que sería la composición de la lista, con mayoría aplastante de los advenedizos de LLA (puestos a dedo por Karina Milei vía Sebastián Pareja) y una subrepresentación total del PRO, pese a que éste aportaba una estructura territorial mucho más sustancial que la de LLA. De hecho, de los ocho senadores electos de LLA, seis son “karinistas”, uno responde a Bullrich y sólo uno pertenece al PRO filolibertario. Y de los 18 diputados que consiguió LLA, diez son mileísmo químicamente puro (en la medida en que hoy pueda hablarse de tal cosa), dos responden a Bullrich y seis son ahijados políticos de Ritondo o Santilli.
Este avasallamiento del PRO obedecía a una lógica: la demencial convicción de LLA –o, lo que es lo mismo, según sostienen varias fuentes, de Karina Milei– de que estaban dadas las condiciones para “ir por todo” en esta elección. Léase: quedarse con todos los votos propios y del macrismo, ganar la elección y poner, como dijo Milei en su discurso de cierre de campaña, “el último clavo en el cajón del kirchnerismo”.
No todo era delirio: como señalamos, la mayoría de las encuestadoras y buena parte del periodismo del establishment especulaba, hasta hace menos de dos meses, con una elección favorable al gobierno. Pero la combinación tóxica de un salto en el deterioro de la situación económica de millones y el impacto del escándalo de los audios mencionando las coimas de la hermana del presidente contribuyeron a un giro decisivo en el humor popular en contra del gobierno.
Polarización sin terceras fuerzas y voto castigo a Milei
Pasemos entonces al análisis de los datos. Lo primero a señalar es la fuerte polarización, más notable si se considera que se trataba de una elección legislativa y provincial. Las dos primeras fuerzas se alzaron con el 81% de los votos; las fuerzas que salieron en tercer y cuarto lugar, sumadas, no llegaron al 10%. Salvo en lugares aislados como la Segunda Sección (San Nicolás) y algún municipio, las opciones locales o vecinales tampoco tallaron. Esto se expresó en el reparto de legisladores, que dejó muy poco margen por fuera del peronismo y el mileísmo:
La elección fue claramente nacionalizada y polarizada: el conjunto de la población la consideró un plebiscito sobre la gestión del gobierno de Milei, no el de Kicillof. Situación que fue alimentada deliberadamente por todas las fuerzas políticas y en primer lugar por LLA (error táctico gravísimo que, con el diario del lunes, era lugar común de toda la opinología en las redes y demás medios).
Este dato es importante, porque echa luz sobre al menos dos puntos. El primero es que, de manera muy preocupante para el establishment –ha sido comentado tanto por el periodismo de derecha como por figuras del empresariado–no surge hoy, entre las fuerzas existentes, ninguna opción electoral real de masas por fuera de los bloques mileísmo-macrismo y peronismo-kirchnerismo. No logra consolidarse ninguna tercera fuerza capitalista “de centro”, que opere como equilibrio y alternativa al liberalismo de extrema derecha de Milei y al peronismo. Y eso es potencialmente un peligro muy grave no ya para el gobierno sino para el conjunto del régimen.
El peligro es mayor cuando se considera que el 56% de Milei en el ballotage de noviembre de 2023, aunque es artificial, expresaba en el fondo una clara mayoría electoral para un proyecto de derecha agresivo y ultra liberal que ya había aparecido en octubre de 2023 (el 30% de Milei, el 24% del PRO y algo del peronismo gorila de Schiaretti). En el principal distrito del país, esa mayoría clara se redujo a sólo un tercio del electorado.
En el fondo, el mayor dato numérico de toda la elección es ése: el bloque de políticas de derecha y de ataque al movimiento obrero y popular pasó de una mayoría electoral no aplastante pero clara a una minoría absoluta. ¿En todo el país? No, claro; la elección fue bonaerense. Pero al tratarse del 38% del electorado total y del distrito más grande, el impacto es categóricamente nacional: todo el mundo, desde los gobernadores provinciales hasta el último concejal del último pueblito, está tomando nota de que LLA es un barco con un agujero gigante en la línea de flotación.[3] Y mientras el agua entra a raudales, Milei no tiene mejor idea que decir que va a mantener el rumbo y redoblar la velocidad, como quedó claro con los últimos vetos.
La citada alianza de LLA y el PRO muestra que la división del espacio político en “tres tercios” de la elección de octubre de 2023 fue una ficción. A la postre, LLA y el PRO rumbearon a una cuasi fusión de sus espacios y de su base electoral, pero en esa fusión ambas fuerzas terminaron pagando todos los costos sin obtener casi ningún beneficio.
En efecto, por un lado, el PRO quedó casi deshecho como armado político, salvo que retroceda violentamente en su alineamiento con Milei e intente mostrar un rol más “independiente” de aquí a octubre, para lo cual tiene poca voluntad y menos tiempo. En tanto, Milei y LLA, al no incorporar formalmente al PRO al gobierno formando una verdadera coalición –como le recomendaban a gritos La Nación y Clarín, por ejemplo–, siguen huérfanos de organicidad, con un aislamiento en el Parlamento que sólo puede crecer a medida que su capital político se licua y el mileísmo sigue sin reaccionar.[4]
El segundo elemento de este panorama polarizado es que excluye por ahora también a la izquierda, que podría y debería tener la aspiración de entrar en el “juego grande” ante la crisis del gobierno y las debilidades del peronismo. En el FITU se habían alentado expectativas de una votación “histórica” que estuvo lejos de tener lugar; los datos mostraron cierto estancamiento: perdieron 3% porcentuales en relación al 2021 junto a la totalidad de sus concejales, y mantuvieron sus dos diputados provinciales por escasos 5 mil votos. En un escenario donde se pueden procesar convulsiones políticas decisivas, la izquierda sigue siendo, hasta ahora y en el plano electoral, un actor secundario.[5] Por cierto, un salto en la crisis política y/o social –eventualidad que, en Argentina en general y en este contexto particular, está siempre a la vuelta de la esquina– puede cambiarlo todo.
Hay analistas interesados que intentan poner paños fríos a la pésima elección del mileísmo apuntando al importante crecimiento de la abstención en estas elecciones: hubo cinco millones de personas que no votaron, nos recuerdan. Pero, con lo importante que es, esa cifra debe ser puesta en contexto. Por lo pronto, y pese a la obligatoriedad del voto, la participación nunca es del 100%; incluso en las elecciones más entusiastas y politizadas, casi nunca vota más del 80% del padrón, que es lo que se llama abstención técnica, o estadística. Lo que nos deja como abstención propiamente política algo así como la mitad de esos cinco millones. El dato político más significativo es que el voto popular del mileísmo se abstuvo.
Ahora bien, otras elecciones de este año (CABA, Chaco, Corrientes) han estado signadas por una apatía relativa del electorado mucho mayor que en ocasiones anteriores, con índices de participación del orden de apenas el 53%. Esto obedece sólo en parte a que las elecciones locales son en general menos atractivas para muchos votantes despolitizados. En el caso de la elección bonaerense, en el aumento de la abstención electoral existe un claro factor político: una parte importante del electorado de derecha no se sintió interpelada ni representada por la “alianza” LLA-PRO (en los hechos, como dijimos, una cuasi absorción del PRO a manos del partido de gobierno).
Sin embargo, aun con una participación mucho más baja que el promedio, la de la elección de Buenos Aires sí superó el 60%, lo que parece indicar que hubo una parte de los “apáticos” que sí decidió ir a votar con el objetivo expreso de castigar al gobierno. Evidentemente, hubo también una franja que tomó la decisión política de no votar porque, aunque sigue juramentada a no apoyar al peronismo o kirchnerismo, sacó la conclusión de no sostener más al gobierno de Milei. Salvo que el gobierno muestre tanto la intención como la capacidad de generar un cambio de rumbo –intención y capacidad que parecen hoy, si cabe, aún más ausentes que antes de la elección–, esa ruptura con el gobierno difícilmente tenga retorno. Lo que deja el futuro político de Milei y su gobierno con un signo de interrogación gigante que nadie se esperaba. Y todavía falta octubre.
El peronismo gana haciendo poco, Milei pierde haciendo todo mal
El derrumbe electoral de Milei y su aliado el PRO es gráfico cuando se comparan los resultados por distrito, que revelan además un cambio evidente en cuanto a qué sectores sociales dejaron de acompañarlo:
Como era de suponer, de los diez municipios (sobre 135) en los que el peronismo logró mayor diferencia en porcentaje sobre LLA, siete son del Gran Buenos Aires y seis pertenecen a la 3ª Sección Electoral (zona sur del GBA):
Las conclusiones saltan a la vista: LLA se desplomó con mayor estrépito precisamente en aquellos distritos donde había logrado hacer pie en sectores populares que le habían dado un crédito político genuino en 2023, decepcionados con la gestión peronista de Alberto Fernández (y de Massa, y de Cristina Fernández, y de Kicillof). En cambio, logró retener los dos distritos del Gran Buenos Aires con una mayoría de población acomodada, Vicente López y San Isidro, además de vencer en 3 de Febrero, cuyo intendente Valenzuela, recién egresado del PRO para sumarse a LLA, era la cabeza de lista en la 1ª Sección Electoral. Dicho simplemente: los chetos todavía lo apoyan (sin hacerse, probablemente, muchas ilusiones respecto de sus dotes políticas); los pobres lo empiezan a abandonar en masa.[6]
El peronismo, por su parte, logró ganar cómodamente la elección mediante el simple expediente de aparecer como la herramienta más a mano para castigar a Milei. Pero, por una vez, el consenso de los opinólogos tiene razón: cometería un grueso error el peronismo si cree que esta victoria es un aval a la actuación pasada del peronismo o de la gestión Kicillof como gobernador.[7] Pese al margen holgado del triunfo de FP, fue menos una victoria propia que una derrota del gobierno nacional.
Eso se verifica simplemente con la cantidad de votantes que acompañaron al peronismo en esta elección: obtuvo apenas 400.000 votos más que en 2021, con 1,8 millones de personas más en el padrón, y el total de votos fue incluso inferior al de octubre de 2023, con 1,2 millones de votantes adicionales. ¿Cómo se explica? Pues resulta que la espantosa imagen de Milei y su gobierno consiguió “fidelizar” en buena medida a los votantes tradicionales del peronismo probablemente mucho más que lo que consiguió convencer a ex votantes de Milei (aunque sin duda algunos desencantados del peronismo en 2023 habrán vuelto al redil). En cambio, como vimos, los que se quedaron en su casa fueron en su mayoría votantes de Milei decididos a no volver a tropezar con la misma piedra.
Así, el peronismo, casi sin aumentar su caudal de votos –obtuvo en 2025 prácticamente lo mismo que el promedio de las últimas tres elecciones, en el orden de los 3,75 millones–, se hizo con una victoria que abre profundos interrogantes respecto de la competitividad electoral de LLA de cara a octubre… y ni hablar de 2027. Al respecto, y si bien no es éste el lugar para desarrollar el punto, el grado de debilidad política de un gobierno cada vez más a la intemperie hace que algunos sectores de la clase dominante, que expresan algunos periodistas, ya se plantean la posibilidad de un reemplazo de Milei. Las variantes que barajan son de constitucionalidad más bien dudosa, pero eso ya es el menor de los problemas ante un eventual horizonte de caída traumática de la gestión actual.
Sic transit gloria mundi: mientras que allá por el lejano mes de junio el mileísmo y sus acólitos estaban subidos al caballo no ya de una victoria en septiembre u octubre sino que daban casi por hecha la reelección de 2027, tres meses después, y luego de la trompada bonaerense, se empieza a extender la sensación de que post octubre el mayor problema político puede ser la gobernabilidad de una gestión con el boleto picado y un presidente aturdido, fuera de la realidad y del que huyen los aliados y hasta los propios.
El interminable camino a octubre y el enigma de Moby Dick
Las seis semanas que quedan hasta octubre pueden llegar a ser de vértigo político, y no sólo necesariamente por los vaivenes de la campaña electoral y las encuestas (que ya vimos lo que valen). En el establishment crecen las dudas de que el gobierno tenga con qué, en muchos sentidos, para terminar su mandato en 2027. Faltan dólares, faltan pesos, falta criterio político, falta sentido de la realidad… falta cordura, en fin.
El estupor de la población, que contempla atónita cómo un presidente que la noche del domingo comenzó su discurso de aceptación de la derrota prometiendo “autocrítica” y “corregir los errores”, para tres minutos después mostrar su verdadera cara y aclarar que va a “redoblar el mismo rumbo”, puede transformarse en indignación mucho antes del 26 de octubre. Milei lanza a cada minuto una nueva andanada de provocaciones tal que a más de uno le hacen pensar que realmente le interesa más morir con las botas puestas que entregar la banda presidencial a su sucesor. Las marchas universitarias, las de jubilados, las de trabajadores a los que golpea la recesión y la desocupación, las del Garrahan y la salud, todo va a poner a prueba el relativo cambio en la relación de fuerzas que implica la debilidad política del gobierno tras la derrota electoral.
Mientras tanto, las investigaciones por la causa Spagnuolo-Karina-coimas-Kovalivker seguirán su curso –veremos si alguna mano aviesa busca retrasarlo… o acelerarlo– y el temor de futuros implicados puede ir destapando nuevos casos similares, con impacto imposible de medir hoy pero con consecuencias en la opinión pública no tan imposibles de prever. Y así, entre provocaciones, marchas callejeras y escándalos, nos iremos arrimando a un nuevo test electoral nacional. ¿Cuántos y quiénes querrán subirse a, o bajarse de, el barco de LLA? Atención, que si el país en octubre deja un mensaje similar al de la provincia de Buenos Aires en septiembre, la clase capitalista argentina puede plantearse seriamente que el capitán Ahab, al fin de cuentas, no está –y acaso nunca estuvo– en condiciones de cazar a la gran ballena blanca.
[1] Aresco generó un cuadro comparativo propio que hemos consultado y es de utilidad, pero a nuestro juicio tiene tres problemas: a) algunos datos no terminan de coincidir con los oficiales; b) incluye una comparación con las legislativas de 2017, que nos parecen demasiado lejanas en el tiempo y en los procesos políticos para servir de base de comparación (por ejemplo, no existía La Libertad Avanza), y sobre todo c), no incluye datos comparativos con la elección más reciente en la provincia, la de octubre de 2023. Es cierto que el hecho de tratarse de una elección a presidente introduce un elemento de distorsión en la comparación, pero el antecedente nos parece imposible de soslayar si queremos medir la evolución electoral de las dos principales fuerzas capitalistas del país. No tiene sentido remitirse sólo a 2021, cuando Milei era poco más que un fenómeno folclórico porteño (ni hablar de 2017), y menos todavía evitar la comparación con el único punto de referencia electoral anterior real respecto de LLA, que es la primera vuelta de 2023 (no así el ballottage, claro está, que genera mayorías artificiales).
[2] Al respecto, consideramos que los votos de Somos (alianza compuesta por una parte de la UCR y la Coalición Cívica), que ahora quedó como tercera fuerza provincial, no forman parte de ese espectro de derecha/ultraderecha. Si bien en las elecciones anteriores formaron parte de Cambiemos, Juntos por el Cambio y Juntos, este año su perfil giró más al “centro”, ya que critica por derecha al peronismo y el kirchnerismo pero también cuestiona tanto al mileísmo como al macrismo que capituló a LLA de la manera más oportunista. Los recientes guiños de Carrió a Kicillof deben entenderse en esta clave.
[3] Un ejemplo particularmente repulsivo fue el mensaje del gobernador tucumano Osvaldo Jaldo, acaso el epítome del pejotismo más rastrero y acomodaticio, que le hizo a Milei todos los favores políticos imaginables y algunos más. Pues bien, este camaleón peronista fue de los primeros en felicitar a Kicillof por su triunfo, en términos de lo más untuosos y obsecuentes. Es sabido que se puede medir el nivel de daño en el barco por el tamaño de las ratas que lo abandonan…
[4] O reaccionando de la peor manera, como se ve ahora con la insistencia de Milei en los mismos vetos que resultaron altamente irritantes para toda la población. Si ya antes de la elección bonaerense a Milei le costaba juntar los “héroes” que le convalidaran los vetos en el Congreso, ¿quién va a ser tan suicida como para inmolarse en el altar de un gobierno que, cuando ve la pared enfrente, pisa el acelerador?
[5] La responsabilidad del FITU y de su conducción política de hecho, el PTS, por esa relativa irrelevancia y rutinarismo (de hecho, el FITU retrocedió en representaciones al perder la totalidad de sus concejales, si bien logró conservar sus dos bancas provinciales), es materia de análisis aparte que no es el objeto de esta nota.
[6] Es difícil medir cuánto de ese 25-30% de votos que obtuvo LLA es completamente propio y cuánto es voto prestado por el PRO. En todo caso, cabe consignar que es una pésima elección (sobre todo por el choque con las expectativas), pero no una licuefacción total al estilo de la Alianza en 2001, cuando sacó en la provincia de Buenos Aires poco más de 800.000 votos, por debajo de los votos en blanco. Negar la magnitud del golpe que recibió el gobierno es una necedad en la que sólo incurre el propio gobierno; perder de vista que aún conserva un tercio del electorado provincial y un cuarto del Gran Buenos Aires es menos grave, pero igualmente equivocado.
[7] Esta ceguera rayana en la estupidez es la que mostraron dirigentes como Máximo Kirchner, a quien no se le ocurrió mejor balance del resultado que tuitear “este pueblo no cambia de idea, lleva las banderas de Evita y Perón”, expresión que contiene casi más errores que palabras. “Este pueblo” bonaerense “cambió de idea” varias veces sólo en los últimos 15 años, por ejemplo dándole la victoria a Francisco de Narváez, al Sergio Massa que llamaba “chorra” a Cristina Fernández, a María Eugenia Vidal y un largo etcétera. Y decididamente, si alguna bandera llevó en esta elección fue la del repudio a la persona y las políticas de Milei, no la de una nostalgia peronista folclórica que no le interesa a nadie, salvo a lo más rancio del aparato del PJ y la burocracia sindical.