‘La historia de Souleymane’ (2024) es una película francesa escrita y dirigida por Boris Lojkine. Fue estrenada en la sección ‘Un Certain Regard’ del Festival de Cine de Cannes de 2024, donde recibió el Premio del Jurado y el Premio de Interpretación de Mejor Actor. Además, fue nominada en ocho categorías en la quincuagésima edición de los Premios César.
Como su nombre indica, nos presenta a Souleymane (protagonizado por Abou Sangaré), un inmigrante guineano que está gestionando su permiso de residencia como refugiado en París. La historia transcurre durante los dos días previos a la entrevista final de su solicitud migratoria, lo cual funciona como un “disparador de ansiedad”.
De hecho, la película inicia con el protagonista haciendo una larga fila para entregar sus documentos migratorios. Aunque está fuera del edificio y lejos de la puerta de ingreso, un oficial pasa revisando los documentos y, ante la más mínima falta, les niegan el ingreso.
Es una escena lenta y nada extraordinaria, pero cargada de mucha tensión. Esto lo decimos por experiencia propia, pues sabemos lo pesado que es hacer trámites migratorios. Desde que empezás la fila, estás bajo evaluación permanente; una copia a menos o el capricho del burócrata que te atiende, puede implicar que te saquen de la fila y perder un día entero de trámites. El Estado-nación burgués se hace valer de forma hostil en las oficinas migratorias.
Así, desde el comienzo de filme los espectadores nos confrontamos con las adversidades cotidianas que aquejan a las personas migrantes, aumentadas exponencialmente cuando se trata de un hombre negro africano en una metrópoli imperialista.
Junto con esto, Souleymane se desempeña como repartidor en bicicleta. Es un trabajo precarizado, pero necesario para sobrevivir mientras estabiliza su situación migratoria. Dado que no cuenta con permiso de trabajo, tiene que alquilar la cuenta de otro tipo, al cual paga 120 euros por semana; una suma desproporcionada que le deja una “ganancia” neta de 200-250 euros semanales para sobrevivir en una de las ciudades más caras del planeta.
Este es el segundo “disparador de ansiedad”, pues el filme nos sumerge en el trajín de la vida cotidiana de un trabajador migrante y (ultra) precarizado.
La trama expone el maltrato que reciben los repartidores diariamente, Por ejemplo, es chocante cuando el dueño de un restaurante le hace esperar más de 20 minutos para entregarle el pedido de una entrega. Cada segundo malgastado es una pérdida de dinero y representa menos tiempo de descanso a causa de las jornadas prolongadas. Ante las consultas de Souleymane, el propietario del lugar (un hombre blanco de mediana edad e impecable en su vestimenta casual), le responde de forma hostil y exige que aguarde afuera hasta que el pedido esté listo. Dado que alquila la cuenta, Souleymane no puede rechazar el pedido, pues la app le pide una selfie para comprobar su identidad, lo cual implicaría desplazarse hasta el lugar donde trabaja o vive la persona que le alquila la cuenta.
Más adelante, esa misma noche, tiene que lidiar con un grupo de policías que, tras recibir la entrega, le cuestionan sobre su estatus migratorio y porque no es la misma persona que aparece en la cuenta de aplicativo. Es una escena tensa y que genera mucha rabia, al ver como un grupo de hombres blancos uniformados se divierten hostigando a un trabajador inmigrante, lo cual los hace sentirse “poderosos” porque podrían arrestarlo, debido a que los refugiados no tienen derecho a trabajar.
De esta manera, el personaje principal combina la condición de ser un trabajador precarizado y un inmigrante oprimido en un país imperialista. Cada segundo de su existencia es una lucha contra la adversidad, desde tener que gestionar diariamente el transporte y la cama en el centro para refugiados, o tener que lidiar con una patronal “virtual” que no da razones cuando aplica sanciones por las quejas de los clientes (como el dueño abusivo del restaurante).
Todo esto se suma al dolor que provoca la distancia con sus seres queridos y la frustración que le provoca no poder ayudarlos como esperaba. Es difícil construir una “nueva vida” en otro país cuando los escombros de la anterior todavía te atormentan.
Al respecto de esto, hay una escena particularmente desgarradora. Soleymane tiene una video llamada con su novia que está en Guinea, quien, ante la poca perspectiva de poder salir del país para reencontrarse con su amado, le confiesa que recibió una propuesta de matrimonio de un ingeniero, la cual podría asegurarle una mejor vida. Le pregunta su opinión al respecto y, a sabiendas de lo miserable que es su vida en Francia, en un primer momento le da a entender que la acepte. El “sueño europeo” es eso, una expectativa onírica que no existe realmente.
En el plano estético, es llamativa la tonalidad oscura de la película. Esto la dota de una “textura” que coincide con la adversidad que afronta Souleymane. No vemos el París idílico y romántico; por el contrario, la trama nos sumerge en una ciudad fría, lluviosa y grosera, rasgos que la tornan más universal (puede ser São Paulo o Buenos Aires). También, las secuencias en primeros planos son fantásticas, pues transmiten a la perfección la sensación de ansiedad y de estar permanente corriendo para sobrevivir.
Por último, es necesario destacar la excelente actuación de Abou Sangaré, un inmigrante guineano que llegó a Francia sin documentos hace siete años. Por este motivo, reflejó perfectamente la crudeza de la historia y las contradicciones emocionales que atraviesan a los migrantes africanos en Europa.
En suma, ‘La historia de Souleymane’ es un drama social contemporáneo que expone/denuncia las condiciones de vida de los sectores más precarizados de la nueva clase trabajadora, a saber, los inmigrantes y los repartidores. Es un dato llamativo que los trabajadores de reparto comiencen a figurar como personajes en las narrativas contemporáneas, tal como sucedió en “El Eternauta” con el caso de la chica venezolana.
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