Aníbal Troilo, Pichuco: el que siempre está llegando

Para Ale Szwarcman y el querido tío Mario, quienes también me llevaron al amor por la música de Troilo.


La esencia del tango es el cambio mismo. El porteño, el tango – diría Heráclito –no son, devienen. El devenir es su sustancia.

José Gobello

Decía el filósofo marxista (apreciación que podría ser compartida por muchos) que había sido Marx quien lo había llevado hacia Hegel[1]. En una especie de símil, debemos admitir que alguien que estaba entrando en la adolescencia y tenía en su panteón musical a The Beatles, Black Sabbath, Pappo y Spinetta hacía “el viaje” de Piazzolla (que usaba guitarras eléctricas, sintetizadores y batería) hasta Troilo.  SoB que defiende “a capa y espada” la dialéctica, no podía dejar de utilizar como acápite de esta nota la admonición de Gobello (que a diferencia de Raurich, no era precisamente marxista), que muchos tangueros no supieron comprender por aferrarse a un “fijismo e inmutabilidad” de las “cosas”, y un dogmático sentido de las tradiciones.[2]

Porque la dialéctica no sólo vendría a mostrar las limitaciones de la lógica formal en su “fijismo” (al mismo tiempo que le reconocía sus elementales aspectos de verdad) sino que trataba de expresar al mundo de un modo mucho más correcto. Y así llegamos al meollo del problema. En la vida, entonces, las cosas no son “siempre las mismas” sino que sufren cambios por los cuales dejan de ser lo que eran. No hay tampoco muros tapiados que impidan que esas cosas se conecten entre sí. Por el contrario, la realidad es un conjunto de relaciones en donde los hombres, la propia naturaleza y todo lo creado por ellos se mueven producto de contradicciones, choques y hasta rupturas bruscas, en una permanente acción recíproca que da como resultado el nacimiento de fenómenos nuevos que tampoco permanecerán impasibles y a su vez reiniciarán el plástico proceso. “Dialéctica es únicamente la realidad que se comprende a sí misma”.

Troilo es de por sí una verdadera síntesis dialéctica y también (Gobello dixit) una necesidad del tango. Éste en su incesante sustancial devenir lo reclamaba[3]. En sus orquestas confluyen por igual las tres expresiones clásicas de dicho género artístico: la danza, el canto y la música para escuchar. Si las denominadas Guardias Vieja y Nueva marcan una impronta fundamental en el desarrollo tanguístico, la irrupción de Pichuco al englobarlas, no sólo las subsume, sino que las supera abriendo una etapa que aún es la nuestra. En él, el arte logra el encuentro tan ansiado entre la profundidad y sensibilidad de sus notas y la identificación popular, no menos reconocida.

Ninguno de los cantores que transitaran por sus orquestas presentó picos bajos o pecó de afectación disimulada. ¿Sería presuntuoso decir que por ellas pasaron las mejores voces pos Gardel, y que su mano tuvo mucho que ver en esto? Ya sólo con ello tendríamos en su figura un punto altísimo en la historia de nuestra música ciudadana, ella misma un hibrido. Pero hay más, y no es menor.

Sensibilidad para tocar y transmitir emociones únicas con su “fueye”, maestro de cantores, director magistral, entendiendo como tal a aquel que logra la armonía justa entre sus integrantes y la ubicación exacta de cada instrumento conformando una miscelánea arquitectónica. A ello se suma las dotes de compositor monumental, dicho sin exageración alguna. En un medio de grandes autores y composiciones brillantes, ¿podemos menos que denominar así a obras como “Sur”, “La última curda” o “Garúa” (por citar sólo unas pocas de las corales y tomando tres letristas distintos), o a “Responso”, “Fechoría “y esa milonga inmensa que es “La trampera”, entre las instrumentales?

El año 1946 marca un hito que creemos fundacional en el tango, pues allí se abre una desembocadura en donde van a reunirse diversos “ríos” musicales que terminarán formando caudales que ganan en extensión y profundidad. El primero de ellos, Osvaldo Pugliese, lleva al disco una composición suya que ya venía interpretando desde hace casi un lustro. Por supuesto que nos referimos a “La Yumba” esa especie de big bang compositivo del cual muchas obras posteriores parecerán eternas variaciones.

El otro suceso de dicho año tiene que ver con Troilo: graba el viejo tema de Delfino “Recuerdos de Bohemia”, con arreglos de Argentino Galván y la voz (en un estribillo) de Alberto Marino. Pequeña joya musical, rompe con los moldes establecidos en los cánones clásicos del género, tanto en tiempo, forma y construcción. Y como si esto fuese poco, Piazzolla (discípulo confeso pero ecléctico del “Gordo”, bandoneonista de su orquesta un poco por azar y potencial arreglador disruptivo de aquel) inicia la aventura de formar su propia orquesta, interpretando clásicos y algunas de sus primeras composiciones con la inclusión como primer vocalista del propio Francisco Fiorentino, producto (en el mejor sentido de la palabra) de Pichuco, que a la vez fue uno de los pioneros en interpretar creaciones de Astor.

El tango (y no sólo él, claro) es una muestra de que el universal sólo se muestra a través de la singularidad, para insistir con la dialéctica. Y dicha razón dialéctica contiene también al sentimiento (“la razón que siente y el sentimiento que comprende”). Por eso, nunca defrauda escuchar cualquier grabación de Troilo. La de los años cuarenta o las últimas de principios de los setenta. Quizás como supo decir él mismo hacia el final de sus días “será que siempre estoy llegando”.


[1] Este breve artículo es deudor, entre otros, de dos grandes libros sobre el tema: el ya clásico Crónica General del Tango de José Gobello. Ed Corregidor y el más reciente: Siempre estoy llegando. El legado de Aníbal Troilo de Javier Cohen y Fernando Vicente. Libros del Zorzal.

[2] Si bien no referido específicamente al arte musical, sino al literario, esta reflexión de Juan José Saer, nos parece pertinente para aquello a lo que estamos haciendo referencia: Como es sabido, el tradicionalismo ahoga la tradición, o mejor las tradiciones. Es justamente la afirmación excluyente de una tradición intangible y única lo que caracteriza al tradicionalismo. La entronización del pasado como dogma es su objetivo. Dentro de un horizonte conceptual y cultural fijo, petrificado, recomienda o exige mejor, para ser más exactos, la repetición. “Tradición y cambio en el Río de la Plata” en La narración-objeto. Seix Barral.

[3] En su último reportaje, el mismo Troilo señalaba: En lo que a mí atañe los que más me influyeron fueron Pedro Maffia y Julio de Caro (…) ¿Cómo los definiría? Como verdaderos vanguardistas del tango. El tango de hoy ellos lo empezaron hace más de treinta, treinta y cinco años, cuarenta años, a ejecutar como se ejecuta ahora. ¿Usted se considera un vanguardista? Yo creo que sí. Creo que he sido un vanguardista. Cohen y Vicente, ob.cit.

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