El gobierno de Milei no logró un resultado electoral lo suficientemente categórico como para que su “experimento” extremo derechista deje de estar a prueba. El módico triunfo por apenas un 30% de votos no alcanza para sentenciar que el gobierno goza de la legitimidad suficiente, clave para la estabilidad política, que le pavimente el camino no ya hasta el 2027, sino incluso hacia las elecciones nacionales de octubre, mediadas por las importantísimas elecciones locales de la provincia de Buenos Aires en septiembre. Su escaso avance e, incluso, retroceso en barrios populares de la Ciudad, podría reflejar el descontento con un gobierno que defrauda progresivamente a los trabajadores que interpeló en el 2023, y que ha sido el más atacado por su plan de guerra.
Una elección conservadora, sin giro a la extrema derecha como lo expresan los resultados, y con un nivel de ausentismo histórico para la Capital Federal (47%, casi la mitad de los habilitados para votar), la ciudad más cosmopolita y politizada del país. Un abstencionismo que también se expresó en las provincias donde hubo elecciones, y que da cuenta tanto de cierta apatía y descontento, como de cierto vacío de representación que no fue saciada por la multiplicidad de la “oferta electoral”.1 Abstencionismo conservador, sin radicalización política, en tanto no se vuelca aún hacia la izquierda ni es acompañada de gestos de “voto bronca”. Pero que tampoco logra ser concluyente de una tendencia definitiva hacia el desapego político, hijo derechista de la desmoralización, habida cuenta de algunos ejemplos valiosísimos, aunque aislados, de lucha de clases como los de los choferes de la UTA o Tierra del Fuego, donde se expresan incipientes desbordes a las burocracias y conducciones sindicales.
Lejos quedó el oficialismo de las victorias inapelables del 50% que otras fuerzas, tanto a nivel local como a nivel nacional, lograron en otros momentos y que constituyeron un capital político suficiente como para consolidar a sus gobiernos. Un triunfo modestísimo si tenemos en cuenta que es el mismo gobierno que recibió el apoyo político y económico del FMI (antes que todo se fuera al tacho), que goza de la pasividad cómplice del peronismo que dirige la CGT, que recibió y recibe el apoyo parlamentario de amplias fuerzas del régimen que le votan todo o casi todo o, en su defecto, lo bancan para no perjudicar su gobernabilidad, como es el caso del kirchnerismo, y que tuvo la ventaja de enfrentar a una derecha centro fragmentada luego de la explosión de Juntos por el Cambio. Más que eso difícil y, sin embargo…
Recordemos que el gobierno de Milei sólo logró superar el 30% cuando hubo ballotage, un mecanismo que genera, ante mayorías débiles por sus guarismos que no superan el 50%, una mayoría ficticia en que todo el electorado que no votó a ninguna de esas opciones inicialmente, se ve obligado a desempatar entre dos candidatos minoritarios, generando el espejismo de un ganador que supera el 50%. También en esa circunstancia, el resultado mostró a una sociedad dividida en dos (56% para Milei vs 44% para Massa), un hecho que no se ha saldado. Esa marca de origen de un gobierno que representa electoralmente a una minoría, no fue desbloqueda y persiste, más allá de la euforia de LLA.
La elección, altamente nacionalizada, ha dejado otras cuantas conclusiones que se pondrán a prueba próximamente en la provincia de Buenos Aires. El candidato kirchnerista-radical Santoro no logró aportarle al peronismo el triunfo histórico que pretendía, en el marco de la fragmentación en tres del espacio, y de una Ciudad que ha sido mayormente refractaria por derecha al peronismo. Pero esa no es exactamente la tónica que se expresa en el conurbano bonaerense donde, desde 1987 hasta la fecha, los gobernadores reportan al PJ, con el interregno de cuatro años de gobierno de María Eugenia Vidal del vapuleado PRO. Si aún en un mar de fragmentación de la derecha Adorni de LLA logró superar por algo más de 3 puntos al candidato del peronismo, el partido del gobierno con nula extensión territorial deberá llegar a un acuerdo con el PRO y otros sectores para infringirle una derrota al kirchnerismo/kicillofismo y despejar el fantasma de la vuelta del peronismo en la zona más poblada del país, una preocupación latente para la burguesía.
Sumemos a las preocupaciones de la burguesía la falta de perspectivas hegemónicas de la fuerza de Milei. Es un hecho que el gran derrotado de esta elección ha sido el PRO, que pasó en escasos 2 años de ganar las elecciones a Jefe de Gobierno a perder en todas las Comunas con un resultado pobrísimo del 16%. El caso del PRO es significativo en el sentido que, a diferencia del peronismo, un partido de Estado con presencia en todo el territorio, y del radicalismo que, aún con la crisis que atraviesa del 2001 a la fecha, conserva presencia territorial en diversas provincias, tuvo el desafío de aliarse a otros sectores para trascender la Ciudad de Buenos Aires. Cambiemos fue la primer alianza que, junto con la UCR y la Coalición Cívica, posibilitaron a Macri el acceso al poder nacional en el 2015. Luego la alianza de Juntos por el Cambio, ampliada a Encuentro Republicano Federal de Pichetto para lograr la reelección de Macri en 2019, tuvo su bautismo con una derrota a manos de Alberto Fernández y Cristina Fernández. Una derrota cuyo origen se encuentra fuera de las urnas, en los eventos del 14 y 18 de diciembre del 2017, cuando sectores de amplia vanguardia con alto componente trabajador y con la presencia del Nuevo MAS y la izquierda, sepultaron el intento de aplicar una contra reforma jubilatoria e hirieron gravemente al gobierno neoliberal.
Esto, a cuenta de que un país extenso como Argentina, ha requerido para partidos “sin historia” ni extensión territorial suficiente, de alianzas, frentes únicos burgueses en que un partido influyente (el ahora en crisis PRO) logra cierta hegemonía sobre un sector político sobre la base de una división de tareas y de responsabilidades. Este fue el ensayo de Mauricio Macri, un representante directo de los empresarios que llegó a gobernar el país por un breve periodo sin lograr su reelección a causa de las relaciones de fuerzas y de la acción directa de los trabajadores. Volviendo a las preocupaciones de la burguesía: ¿cómo pretende Milei gobernar un país en el que sólo convence a un sector minoritario de la sociedad, sin aspirar a una alianza que requiere de concesiones y no sólo de palos y bravuconadas e insultos? El sometimiento no genera alianzas o, parafraseando a Trotsky (que refería en su caso al intento de maniatar al PC Francés por un “frente único-popular” con el partido Radical de la burguesía mediana, fundada en relaciones de jerarquía política basadas en las explotación), “un hombre a caballo no es un bloque entre un hombre y un caballo”.
Vuelven a aparecer las costuras oficialistas, simuladas relativa y momentáneamente por el resultado electoral. Una preocupación que no expresa estrictamente un tema superestructural, sino intereses de fondo que parte de la burguesía autóctona no ve reflejados en el gobierno lumpen parasitario del capitalismo financiero de Milei. O dicho de otra manera, cuando Milei escupe a la cara a sus rivales políticos burgueses, insulta las preocupaciones de sectores de la burguesía industrial y otros (que aún en su carácter parasitario sigue vinculado a la terrenalidad de la producción para incrementar sus ganancias). Preocupaciones de orden económico, más allá de puntos comunes como los de reventar a la clase trabajadora, las jubilaciones, o de un régimen impositivo que les permita hacer negocios dejando a cambio lo menos posible, pero también de orden político e institucional. Porque Milei puede terminar mal y borrarse del mapa si el movimiento de masas no se ocupa de él antes que huya, pero la burguesía deberá soportar las consecuencias de sus actos. O en palabras de Luciana Vázquez en su artículo de La Nación: “¿qué chances hay de evitar el regreso del péndulo al extremo más temido?” (21/05/2025).
Dos datos más. Uno, la inmediata advertencia del presidente de la Cámara de empresas estadounidenses AmCham, Gómez Minujin, quien advirtió al gobierno que “sin institucionalidad no hay país que prospere; no depende solo de la economía”. Además de reclamar por “mejorar los costos logísticos y laborales, que son el doble que en los países vecinos”. Institucionalidad que, aún si el gobierno expresa un bonapartismo débil que no logra desbordar al régimen, se pasa de la raya continuamente, como ocurrió horas antes de la votación con un video fake de Macri llamando a votar por LLA, lo cual genera incomodidad en sectores de la burguesía que ven en el régimen tanto un punto de estabilidad de largo plazo, más allá de quién gobierne, como un muro de contención ante posibles reacciones de las y los trabajadores ante un nivel de ataque a las condiciones de vida cuyo éxito está lejos de ser seguro.
Y dos, una doble exigencia: por un lado el famoso “costo laboral” que de momento Milei no ha logrado derribar de manera drástica, fundamentalmente porque en el país no ha habido derrota de la clase trabajadora, que se niega a agachar la cabeza sin más, aún a pesar de la fragmentación y la entrega asquerosa de la CGT y los gremios. Una relación de fuerzas que, no nos cansamos de repetir, ha sido el talón de Aquiles de todo proyecto burgués en el país y su principal pesadilla estratégica. Muestras de esto son el caso del desborde a la UTA por parte de los choferes que forzaron un paro del transporte semanas atrás, y que la semana pasada bloquearon el Puente Pueyrredón. O el caso de los trabajadores de Tierra del Fuego, en huelga indefinida contra la eliminación de impuestos a las importaciones de productos como celulares, aire acondicionados y computadoras, productos que se ensamblan en el polo productivo de la zona y que, ante la baja drástica de barreras de protección tributarias amenazan con cierres de fábricas y despidos masivos.2
Esto no implica la ausencia de peligros para las y los trabajadores. En las últimas horas, el gobierno ha impulsado un nuevo ataque al derecho de huelga declarando esenciales y trascendentales una ristra de oficios y rubros laborales. Por lo cual se declara ilegal la participación en los paros de más del 25% de los trabajadores de tareas consideradas esenciales, y 50% de aquellas consideradas trascendentales. Un ataque reaccionario que debe ser derrotado con una huelga exigida a los traidores y entregadores de la CGT y los gremios.
Y junto con esto, otra que hace inviable el proyecto de Milei de que vengan inversiones, ni garantiza un desarrollo capitalista “normal” para los grandes empresarios que actúan en el país, que se puede resumir de la siguiente forma: «Con el RIGI no alcanza, faltan rutas”. Esta síntesis en boca del CEO representante de Barrick Gold en Latinoamérica, Marcelo Álvarez, resume la cuadratura del círculo que representa el proyecto anarco capitalista de Milei. “La inversión en Argentina es mucho más compleja que hacerla en Chile. Entonces, el inversor entre ir a Chile que ya tiene la infraestructura o venir a Argentina que tiene que construir las rutas y su propia línea eléctrica, va a tomar la decisión de ir a un país donde eso ya está» (La política online, 15/05/25).
Más claro imposible. Si el Estado, cuya desinversión en obra pública se ha derrumbado a niveles inéditos, no garantiza rutas, electricidad, puertos, recuperar las vías del tren, entonces no hay negocio posible. Y lo dice el CEO de una empresa que paga 0 (cero) retenciones por llevarse el oro del país. En este marco, Chile exporta 15 veces más productos mineros que Argentina: u$s3.800 millones vs u$s60.000 millones (IP 05/05/2025).
Gran campaña anticapitalista y las consecuencias de la mediocridad del FITU
La izquierda ha logrado de conjunto un resultado que ratifica su ubicación como fuerza real que logra representar a un sector importante de la sociedad, a pesar del corrimiento a la derecha que generó la irrupción del gobierno de Milei en el conjunto de las fuerzas políticas del régimen y de la mediocridad política del propio FITU. Ese espacio de la izquierda es objetivo, existe como tal, independientemente de quién lo capitalice en mayor o menor medida, no tiene dueño. Pero sí tiene un freno de mano, que le costó al frente electoral la pérdida de un legislador, y puso en peligro por 2 centésimas la única banca que lograron.
Una derrota para un frente que vive, sueña y respira cargos parlamentarios.
Y, a su vez, enceguecidamente divisionista de la izquierda al punto que, de haber aceptado nuestro llamado a la unidad, la izquierda podría haber aparecido como la única fuerza no fragmentada y disputar más un espacio de representación que aparece empequeñecido por la mezquindad de los adaptados. A tal punto se ha degradado dicho frente que las conclusiones que saca Bregman, principal referente del Frente electoralista, es que la suspensión de las PASO proscriptivas afectaron a su coalición porque no se pudieron apropiarse de los votos del Nuevo MAS. Una vergüenza indigna de la izquierda.
A 14 años de su existencia, el FITU ha cristalizado como una coalición conservadora de izquierda sin ideas, más próxima a una coalición institucional independiente que a un frente de organizaciones que expresen su carácter revolucionario y anticapitalista. Sin ir más lejos, su campaña se redujo a que “somos zurdos”. Un nivel de mediocridad elevado al cubo, en que ni el cuestionamiento al capitalismo, a los modelos económicos de los diversos gobiernos capitalistas, ni los reclamos más sentidos por los trabajadores tuvieron vitrina. La reducción por escándalo a la autorreferencialidad y el cholulaje que no dialoga más que consigo mismo: soy zurdo, soy zurda, somos zurdos. Gracias por el aporte al debate de ideas y perspectivas, FITU.
Por suerte, hubo una campaña que sí hizo un aporte a las perspectivas y al debate de fondo, desde el anticapitalismo. Una verdadera campaña a pulmón llevada a cabo por el Nuevo MAS con Federico Winokur como candidato, que puso en debate la necesidad de un modelo económico y político anticapitalista basado en la planificación apoyada en la decisión y dirección democrática de las y los trabajadores (algo incomprensible para la izquierda zurdo-estalinista que solo entiende esto como un conjunto de palabras simpáticas sin contenido). Y, fundamentalmente, que le dio voz a la necesidad más urgente de los trabajadores, como es la de un salario mínimo de 2 millones de pesos. Una campaña que se transformó en reclamo concreto cuando los trabajadores de la UTA exigieron, paro mediante, esa misma cifra. La lista del Nuevo MAS, Manuela Castañeira y Federico Winokur, fue la única que habló del salario en toda la campaña. Algo lógico y esperable de la mayoría de las listas, e impensado de los “zurdos” del FITU.
Nuestra campaña tiene un efecto duradero, porque hizo pie en un hecho material, de la realidad de los trabajadores, que es el objetivo que nos planteamos los partidos socialistas y revolucionarios cuando vamos a una campaña electoral. Colocar los intereses inmediatos y de perspectivas de las y los trabajadores. No por nada el propio Milei salió al cruce explícitamente contra nuestras principales propuestas de campaña, un cruce que se volvió a repetir horas atrás cuando Adorni se refirió a Federico como “el comunista” que propuso el salario mínimo de 2 millones.
Junto con esto, hemos conquistado una incipiente pero real nueva figura de la izquierda, un compañero que genera empatía en amplios sectores de la sociedad por ser maestro de primaria. Lo consideramos un aporte para el conjunto de los simpatizantes de izquierda, y más allá, sobre todo en un momento de decadencia de los sectores de la izquierda amontonados en el FITU. ¡No! Por suerte no son la única izquierda, y todo el mundo se da cuenta de eso, aunque el reclamo mayoritario del cual nos hacemos eco sea la unidad. Hay una izquierda que aporta debates de fondo y que utiliza las campañas como vehículo de los intereses de las y los trabajadores, la juventud, las diversidades y las mujeres.
¡Felicitamos a la joven militancia de nuestro partido por la enorme campaña desarrollada! Hemos llevado a cabo una tarea revolucionaria en el terreno del régimen de la democracia de los ricos. Ahora apuntemos los cañones al Plenario Nacional del ¡Ya Basta!, la juventud anticapitalista del Nuevo MAS que vive, respira y sueña con la revolución socialista.




