6- 1- Sindicatos, comités de huelga y organismos de poder
Como señaláramos más arriba, los sindicatos constituyen una suerte de frente único de tendencias que agrupan al conjunto de los trabajadores de un sector por su condición de tales, independientemente de sus concepciones ideológicas o políticas. A priori, los sindicatos, en la división del trabajo político establecida, se caracterizan por tener un programa reformista que apunta al mejoramiento de las condiciones de existencia y trabajo de la clase obrera, pero no a su emancipación en tanto que explotados (no cuestionan la condición asalariada de la clase trabajadora).
Sin embargo, esto alude al “tipo ideal” de sindicato clásico. Hay otros “modelos” o circunstancias que permiten el desarrollo de un sindicalismo revolucionario, que a la lucha por las reivindicaciones mínimas le une una perspectiva de transformación social. Este proceso puede ocurrir de manera artificial, dando lugar a un equivocado “sindicalismo rojo” que aparte criminalmente a los elementos más avanzados del conjunto, algo que el socialismo revolucionario rechaza (ver, de Trotsky, Los sindicatos en la época del imperialismo). Pero puede también corresponder a una evolución real de la experiencia que los eleva como organizaciones más de conjunto con objetivos políticos, lo que puede ocurrir en situaciones radicalizadas. Ejemplos históricos característicos fue la CNT en la Guerra Civil española, más allá de la inconsecuencia de su dirección anarquista. Por oposición, en el caso de la Revolución Rusa es sabido que los sindicatos cumplieron un papel más bien conservador.
En todo caso, la enseñanza universal es que los revolucionarios militan en los sindicatos de masas, que en su interior construyen corrientes clasistas y revolucionarias, pero que nunca se apartan de donde están las masas trabajadoras, so pena de caer en un “sindicalismo rojo” extraño a nuestra tradición, y que mil veces ha sido condenado por estéril.
Cuando se habla de organismos de lucha estamos en general en otro terreno. Organismos de lucha pueden ser comités de huelga o cualquier organismo ad hoc formado al calor de la pelea que agrupa a lo mejor del activismo, y que expresa las modificaciones en el estado de ánimo y la radicalización que viene desde abajo de manera más directa y dinámica. Pueden reemplazar a los organismos del sindicato tradicional en determinado lugar de trabajo, o más bien muchas veces aparecen en paralelo, estableciendo una suerte de “doble poder” que se resuelve en la lucha.
Parte de este mismo tipo de organismos son las coordinadoras de trabajadores, donde por intermedio también de organismos forjados en la lucha se logran superar las barreras sindicalistas que dividen a las fábricas o ramas de trabajadores para agruparlos en una zona o región de conjunto, o incluso dentro de un gremio determinado pero pasando por arriba de las fronteras de cada fábrica, de los “cuerpos orgánicos” del sindicato.
Ya los organismos de poder son otra cosa. Se trata de organismos de lucha que también surgen ad hoc durante la pelea misma, en este caso una profunda crisis nacional, pero que adquieren un carácter que, de hecho o de derecho, va mucho más allá de las reivindicaciones elementales para pasar a cumplir un rol político de conjunto, obrando en paralelo a las instituciones de poder del Estado en descrédito y decadencia. De ahí que uno de sus rasgos característicos sea su capacidad –poco habitual en los organismos obreros– de elevarse hacia las perspectivas más generales, superando los estrechos límites de cada gremio y elevándose a los intereses del conjunto de la clase obrera y demás explotados y oprimidos, como vimos más arriba en el caso de los soviets.
6- 2- La participación en los organismos de masas
Los revolucionarios participamos en las organizaciones dónde están las masas, las dirija quien las dirija. Esta enseñanza elemental cada día cobra nueva relevancia. Las corrientes no obreras y pequeñoburguesas suelen tener como excusa para darle la espalda a las reivindicaciones obreras el rechazo a su dirección. Pero, salvo en momentos revolucionarios, lo más natural es que las grandes organizaciones obreras estén dirigidas por direcciones burocráticas o reformistas. Amén del peso de la estatización de los sindicatos en la época del imperialismo, en general los trabajadores tienen la ilusión que alguien les va a resolver los problemas, que no son aquellos que sólo les pueden prometer una lucha consecuente (la izquierda revolucionaria), sino los burócratas y reformistas que conscientemente alientan todo tipo de expectativas en el sistema y sus mecanismos de conciliación de clases.
Teniendo en cuenta esta realidad, anteponer al apoyo a una lucha a que los trabajadores se saquen de encima la burocracia que los dirige es ultimatismo antiobrero de la peor especie. Las cosas funcionan exactamente al revés. Es al calor de la lucha que la base obrera va haciendo la experiencia con la dirección y crea condiciones para tirarla abajo.
En todo caso, lo que debe ser una estrategia permanente es que los socialistas revolucionarios debemos alentar de manera sistemática el desborde, peleando por una nueva dirección para los trabajadores. Pero esa estrategia solamente podrá ser llevada adelante si partimos del lugar donde los trabajadores realmente están, que, habitualmente, son las organizaciones sindicales tradicionales. Esto es lo que se ha verificado al menos en la clase obrera con trabajo formal, aunque no ha sido así entre los componentes juveniles, de clase obrera precarizada o de movimientos de trabajadores desocupados. En esos casos se observado mundialmente el desarrollo de nuevos movimientos.
Esta participación en las organizaciones obreras de masas es condición sine qua non para una estrategia de recuperación de organismos y de recomposición de la dirección de la clase obrera, apoyándonos materialmente en la nueva generación obrera que ha ingresado a estructuras laborales en los últimos años.
6- 3- Participación electoral y acción directa
Veamos ahora las relaciones generales entre la lucha de masas, el impulso a la acción directa y la participación electoral. Los revolucionarios impulsamos y defendemos como método esencial de los trabajadores su acción directa, no los enjuagues del parlamentarismo burgués. Sin embargo, las instituciones parlamentarias y el régimen democrático burgués existen, y no podemos ignorarlos. Además, su existencia significa que, independientemente de cuán desprestigiadas estén esas instituciones a los ojos de las masas, normalmente son una grave mediación.
Si para los revolucionarios, las instituciones, el derecho y demás instancias de administración del estado, así como las jerarquías en general, están recubiertas de un formalismo evidente, a los ojos de las masas populares tienen enorme peso e importancia como ámbitos. Incluso más: la política electoral, la participación en las elecciones, el voto, suelen ser la única verdadera instancia propiamente política que interesa a las masas. La política en sentido amplio, en tanto que preocupación por los intereses generales, adquiere habitualmente sólo esa existencia deformada. Esto solamente cambia en períodos revolucionarios o de grandes crisis, cuando las grandes masas entran en la liza de los acontecimientos, o, recortadamente, en determinadas crisis o luchas que afectan a sectores de trabajadores. Allí sí las masas se plantean tomar los asuntos en sus manos. Pero cuando funciona el mecanismo regular de la política y la representación, se expresan por intermedio del voto y, a pesar de todas sus limitaciones, las instituciones parlamentarias aparecen como el ámbito de decisión de los asuntos, como única forma de la “democracia”.
Siendo así, la participación electoral no sólo es obligatoria, sino muchas veces la única oportunidad de entrar en debate con amplios sectores que habitualmente están fuera del radio de acción de las organizaciones revolucionarias. El objetivo de esta participación es utilizar la palestra electoral para ayudar a la movilización de las masas, para darle un mayor alcance y expresión a sus reivindicaciones y, en caso de obtener parlamentarios, trabajar para desnudar desde adentro toda la mentira, la perfidia y la corrupción de las organizaciones parlamentarias frente a las grandes masas.
Este debate fue parte de las discusiones de Lenin y Trotsky en la III Internacional contra las corrientes ultraizquierdistas nacidas como subproducto de la Revolución Rusa, pero inmaduras, y que dieron lugar al texto de Lenin ya citado. En el frente de los intelectuales revolucionarios, ese debate se sustanció con el Gyorgy Lukács ultraizquierdista que había sacado conclusiones unilaterales de los errores oportunistas del efímero gobierno soviético de Hungría bajo Bela Kun (sacaba la conocida revista de la intelectualidad marxista de Europa occidental Bajo la bandera del marxismo). Estas conclusiones se anudaban alrededor de la falsa idea de que los Soviets había dejado “caducas”, sin más, las instituciones parlamentarias, a lo que clásicamente Lenin les respondió que si a esas instituciones podía considerárselas caducas desde el punto de vista histórico, desde el punto de vista político de la experiencia de las masas con ellas fuera de la Rusia soviética esto no era así, y se imponía trabajar pacientemente para que las grandes masas completaran esa experiencia.
Ahora bien, si la participación electoral es por regla general obligatoria, nunca es más que un punto de apoyo secundario de la acción revolucionaria, jamás el fundamental. Hacer de la participación electoral la actividad principal del partido implica deslizarse al oportunismo y hasta al cambio de sentido de la organización, que empieza a dejar de ser revolucionaria. Asimismo, es puro oportunismo presentarse a las elecciones con el único o fundamental objetivo de obtener parlamentarios. Claro que los revolucionarios tratamos de conseguirlos por las razones ya apuntadas, pero este objetivo debe ser siempre derivado de la formulación de una política revolucionaria, y no un operativo oportunista por el cual diluimos nuestros planteos para no espantar votantes.
El terreno electoral nos plantea llevar adelante un diálogo político que no es el habitual de las corrientes revolucionarias, al menos en su estadio de vanguardia. Con la ampliación de nuestro auditorio, debemos hacer uso de formas pedagógicas, de expresar la política de manera accesible a los más amplios sectores. Y esto es un arte al que no están habituadas las organizaciones, sobre todo cuando son pequeñas. Pero esto es algo completamente distinto a una política electoralista, porque ahí no se trata de la forma sino del contenido: el adelgazamiento total de la política revolucionaria y la adaptación al mecanismo electoral. En ese caso, todo queda invertido: el objetivo estratégico pasa a ser sacar votos o meter parlamentarios a como dé lugar, frente a lo cual todo lo demás es táctico; algo habitual en las corrientes que se deslizan hacia el oportunismo.
En resumen, si por un lado la participación electoral es, en la mayoría de los casos, una obligación de los revolucionarios, nunca se puede perder de vista que es un punto de apoyo secundario de la política revolucionaria, que tiene siempre como estrategia el impulso de la movilización y la acción directa de los trabajadores y demás sectores explotados y oprimidos.




