La crisis histórica que hoy transita la economía capitalista mundial, y el ciclo de rebeliones populares que ha desatado internacionalmente, trae a escena a una nueva generación, heredera de la crisis de alternativas de los años 90, pero también protagonista de un renovado despertar de los explotados y oprimidos a nivel mundial. Esta nueva generación está haciendo sus primeras armas en las calles de El Cairo, Atenas, Madrid, Nueva York, Londres, Santiago de Chile, Bogotá, México D.F., Moscú, las ciudades obreras de China y más allá. Nos interesa transmitir elementos de política revolucionaria a quienes se ponen de pie luego de décadas en las cuales se vivió una suerte de “grado cero” de la lucha clases, que prácticamente cortó el hilo de continuidad con las generaciones anteriores.
Para esta tarea es imprescindible llevar a cabo una reivindicación de la vigencia de la tradición del marxismo revolucionario. El retorno de la lucha de clases ha reabierto el debate estratégico, que en muchos aspectos tiene rasgos de verdadero recomienzo histórico. Por esa razón, está a la orden del día una suerte de retorno a las fuentes en cuanto a los puntos de referencia para la acción revolucionaria. Desde nuestra corriente reivindicamos la defensa de la tradición del marxismo revolucionario, especialmente las enseñanzas dejadas por Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo (y también Gramsci, al que aún debemos estudiar más en profundidad), sobre todo en el terreno en el que cada uno se reveló más fuerte. Es desde esa ubicación que creemos se deben enfrentar las derivas reformistas, autonomistas, populistas y “socialistas nacionales” hoy en boga, así como también el cerrado doctrinarismo de las corrientes incapaces de extraer enseñanza alguna de la riquísima experiencia, pero también frustraciones y derrotas, de las revoluciones del siglo pasado.
Como subproducto del desierto político-ideológico que se generó posteriormente a la caída del Muro de Berlín, este recomienzo de la experiencia histórica ocurre en condiciones en que la mayoría dentro de esos nuevos contingentes carece casi completamente de las herramientas del quehacer político más elemental. De ahí que los caractericen todo tipo de falsas ideologías y telarañas mentales, entre las cuales el rechazo a los problemas del poder y la “forma partido” son algunas de las más usuales, por no hablar de la negación de la centralidad de la clase trabajadora.
Es que como resultante de las frustraciones del siglo pasado, la burocratización de la Revolución Rusa y la degeneración burocrática del conjunto de los estados obreros o anticapitalistas, la tradición del marxismo revolucionario y sus enseñanzas parece haber quedado cuestionada. Y sin embargo, entre Lenin, Trotsky, Luxemburgo y Gramsci y el surgimiento del stalinismo lo que hubo no fue de ningún modo una “continuidad”, sino la mayor ruptura concebible: un quiebre total entre las perspectivas de libre autodeterminación de la clase trabajadora por oposición total a su dominación burocrática y el vaciamiento de todos los objetivos emancipatorios de la revolución.
Con el presente material trataremos de aportar nociones elementales que sirvan de insumo para la educación político-práctica de la nueva generación no sólo de nuestra corriente internacional, sino del activismo en general. Nos centraremos en la actividad política propiamente dicha bajo la idea general de que la política revolucionaria, cuando se hace fuerza material y organización partiendo de los problemas y condiciones reales, puede mover montañas.[1]
[1] Sobre los problemas de organización más específicos, remitimos a “A cien años del Qué Hacer”, sobre todo la parte dedicada a las leyes de construcción de las organizaciones revolucionarias, en socialismo-o-barbarie.org. y revista Socialismo o Barbarie 23/24.




