“Por ahí es demasiado, pero si pudiera, lo que un colectivo de mercados le pediría a los Reyes Magos sería un anuncio del FMI considerando un acuerdo de magnitud suficiente como para cubrir las necesidades de 2020 y 2021 y así aventar el fantasma del default. Condicionado, claro está, (…) a la puesta en marcha de las reformas estructurales” (A. Colle, Ámbito Financiero, 26-12-18).

 

No hay caso, el mundo se ha propuesto privar a Macri de su inmerecido descanso. El último cimbronazo bursátil de Wall Street (replicado enseguida en otras bolsas), la suba del riesgo país y la enésima trepada del dólar hacen retornar el clima de zozobra en el gobierno y el empresariado. Porque justo cuando algunos creían que la economía argentina podía caminar despreocupadamente por la playa, empezaron a sonar los alertas de tsunami. Y no, no es el huracán Cristina. Los problemas son más serios que eso.

Empecemos por el contexto externo. Este factor siempre es importante, pero lo es mucho más en el marco que el macrismo ha elegido para el funcionamiento de la economía argentina, de excesiva apertura comercial y financiera, endeudamiento más excesivo todavía y una consiguiente vulnerabilidad a las condiciones internacionales que no tiene parangón en todo el mundo. En efecto, mientras el resto del planeta recurre a cuanto mecanismo proteccionista, arancelario, comercial o financiero puede para evitar el contagio, Macri y su equipo aún no se despejan de la cabeza las telarañas de la Escuela de Chicago y el neoliberalismo globalista puro. Esta falta de resguardos le puede salir muy cara a la Argentina si, como están vaticinando la mayoría de las consultoras extranjeras y locales, se viene un 2019 de incertidumbre, tal vez frenazo del crecimiento y acaso crisis.

Las peores noticias para Macri vienen de la Reserva Federal (el equivalente al banco central yanqui), que otra vez subió la tasa de interés. No vamos a ahondar aquí en la disputa de Trump con la Reserva Federal al respecto, como tampoco en el delirante “shutdown” (cierre de servicios del Estado ante la falta de aprobación del Presupuesto) que Trump usa como chantaje para conseguir su muro en la frontera con México. Sólo señalaremos que esto, lejos de ser ajeno a los problemas argentinos, nos interesa y mucho. Porque eso es indicador de dos cosas: primera, un fortalecimiento del dólar y de las “inversiones seguras” como las que representan los bonos de deuda yanqui, y segunda, una mayor dificultad para los países “emergentes” como Argentina para seguir endeudándose… y para honrar su servicio de deuda. Esto es lo que refleja la suba del riesgo país.

 

¿Qué es el riesgo país?

Retomemos una vez más, como hace años, la explicación de ese indicador. El riesgo país no es otra cosa que la tasa adicional que debe pagar un país para emitir deuda, por encima de la tasa “base”, que es justamente la de la Reserva Federal, hoy en 2,74%. El riesgo país se suele medir en puntos básicos (por ejemplo, en Argentina llegó a 832), que son simplemente puntos porcentuales multiplicados por cien. Así, el riesgo de prestarle a la Argentina implica que el país debe pagar una sobretasa del 8,32% anual en la deuda que emita. Por lo tanto, si Macri ahora quisiera emitir deuda, debería pagar 8,32% + 2,74% = 11,06% anual de interés.

Esa tasa es, sencillamente, imposible de pagar. Es muy simple, y algo que sabe cualquiera que se haya endeudado aunque fuera con la tarjeta de crédito: para pagar un 11% anual, el crecimiento de los ingresos del debería ser por lo menos eso. Pero aunque estamos en pleno ajuste, ni el más optimista PRO supone que el Estado argentino va a aumentar sus ingresos en esa proporción, algo que ya no sucede ni con la economía china. Y como todo el mundo financiero internacional también lo sabe –sumado a que muchos fondos de inversión globales ya tienen en su cartera más bonos de deuda argentina de lo aconsejable–, el resultado es que no se puede emitir deuda externa, porque hasta nuevo aviso (digamos, como mínimo todo 2019) nadie piensa prestarle a Macri. La suba del riesgo país refleja esa decisión ya tomada por los “mercados financieros internacionales”.

En realidad, la suba del riesgo país interactúa con otros factores. Los macristas de todo pelaje quieren convencer no se sabe a quién (sobre todo a sí mismos, parecería) de que todo se debe al “riesgo populista” de la eventual victoria de Cristina. Pero eso es falso: aunque el “factor K” existe, no puede explicar por sí solo el derrumbe de las expectativas, la suba del dólar, la caída de la Bolsa porteña y de la cotización de las empresas argentinas en Wall Street, la inflación, la recesión y toda la suma de calamidades que conocemos. En el fondo, la mayor duda de los acreedores no es quién ganará las elecciones, sino si, incluso con triunfo de Macri u otro candidato “pro mercados”, la Argentina estará en condiciones de honrar sus compromisos financieros (pagar la deuda, bah) más allá de 2020.

 

Los amigos de afuera, los de adentro y los cisnes negros

Aquí entran dos actores: por un lado, el FMI; por el otro la patronal y los inversores locales. Como dijimos, cerrada la canilla del endeudamiento externo (luego de la “canilla libre” 2016-2017), la cantidad de dólares que necesita el país debe salir de algún lado, que por supuesto no es la balanza comercial o la de turismo, ambas en rojo, ni de las casi inexistentes inversiones externas, que nunca llovieron. Ese saldo de dólares que entran y dólares que salen (la llamada cuenta corriente externa) da un déficit cada vez más grande, agravado por los pagos de la deuda. Y en 2019 sólo se puede cerrar con la ayuda de los dos actores mencionados. El FMI, ampliando y adelantando los pagos de su préstamo. Y los empresarios e inversores locales, renovando (esto es, NO retirando y cobrando) sus tenencias de bonos estatales a corto plazo, que antes eran las Lebac y ahora se llaman Leliq, Letes, Lecer y otros engendros.

Curiosamente, el gobierno tiene totalmente asegurada la ayuda del FMI, no así la de sus socios y amigotes locales. ¿Por qué? Veamos: los inversores (es decir, empresarios, bancos y ricachos varios) que hoy tienen en sus manos decenas de miles de millones de dólares en esos bonos (en pesos o en dólares), deben confiar lo suficiente en el gobierno como para que cuando esos bonos venzan (lo que ocurre todos los meses, en tandas de tamaño variable), en vez de llevarse la guita a las Seychelles o al Caribe, se la vuelvan a prestar. Es como un plazo fijo que vence y el inversor debe decidir si lo renueva por un tiempo más o se va con su plata a otra parte. Técnicamente, esto es lo que se conoce como tasa de roll over: si es el 100%, significa que todo el mundo renovó sus tenencias de bonos; si es más, significa que el negocio es tan bueno que no sólo se renueva todo sino que se suman más inversores; si es menos, significa que algunos se asustaron y se fueron.

Pues bien, resulta que esa tasa de roll over, que excedía el 100% a principios de este año, fue bajando lentamente hasta estacionarse en el 70%. El gobierno estima que mientras no caiga por debajo del 55-60% en 2019, no va a haber agujeros mayores para tapar, si bien recordemos que parte de la “vaquita” para juntar dólares incluye sacar en efectivo de las reservas del BCRA 7.700 millones de dólares. La pregunta capciosa es ésta: ¿y si la clase capitalista argentina se asusta demasiado de su propio gobierno, de los problemas del mundo, de las encuestas electorales y de una larga fila de cisnes negros que pueden estropearlo todo? Si se asusta, se lleva su plata en vez de renovarla (y la tasa de roll over se derrumba). Y esa plata que el Estado ya no recibe de sus propios capitalistas tendrá este destino: los pesos, a comprar dólares, y los dólares, a Panamá-Bermudas-Andorra-Suiza-etc. (como es el comportamiento histórico de la burguesía argentina).

De modo que ya no estamos hablando de los problemas de la deuda argentina en 2020 y 2021, sino de la cuenta corriente externa de 2019. Todo en el marco de que el FMI dejó muy claro que su platita es exclusivamente para pagar a los acreedores, no para frenar una eventual corrida cambiaria. No hace falta aclarar que si el pánico de los tenedores de Letras varias dispara una nueva devaluación, ya no se trata de que Macri difícilmente sea reelecto, sino de que difícilmente termine en regla su mandato.

¿Se entiende por qué el periodista que citamos en el acápite interpreta el deseo de los mercados como un blindaje al cronograma de pagos ya no de 2019, sino de los próximos tres años? Porque es la única señal que podría llevar la tranquilidad que necesitan los atribulados capitalistas argentinos para renovarle su confianza (es decir, su dinero) al gobierno. Pero como se trata de una moción de anhelo, no de un verdadero esquema hablado con el FMI, lo que realmente tenemos es que la economía macrista estará ya en 2019 (y no recién después de las elecciones) rezándole a Papá Noel, los Reyes Magos, San Donald, Santa Lagarde y la Santísima Trinidad de bancos, fondos de inversión y empresarios para que crean que sí, que esta vez, a pesar de todo, todo va a salir bien. Suerte con eso.

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