Con un primer vistazo se puede saber que el anuncio de la moneda «Sur» está muy lejos de ser una suerte de «euro» latinoamericano. Sur no reemplazaría ni al peso ni al real, por lo que no tendría ni de lejos la importancia que la moneda europea tiene en los países en que circula.
Su función sería básicamente la de servir de divisa común para los intercambios entre los dos países. Cuando Argentina le compra algo a Brasil, cuando Brasil le compra algo a Argentina, es entonces que «Sur» serviría de algo. En un sentido no es poca cosa: en los primeros once meses del 2022, el comercio bilateral entre ambos países alcanzó los 26.419 millones de dólares. Si «a mediano plazo» (como dicen oficialmente) existiera la moneda común, esos intercambios se realizarían en Sures y no en dólares.
En el largo plazo, la idea es que más países se sumen a la moneda común.
¿Beneficiaría a los países latinoamericanos el establecimiento de una moneda común? ¿Alcanzaría con eso para dejar de depender del imperio del dólar norteamericano?
Proteccionismo burgués
En primer lugar, hay algo de verdad en que el establecimiento de una moneda común relativizaría -al menos en alguna medida- la dependencia frente al dólar estadounidense, fuente de interminables problemas para las economías de Sudamérica.
El dólar perdería peso en la medida en que el comercio y el intercambio regional podría llevarse adelante con esta moneda común. Por supuesto que los dólares continuarían siendo necesarios para comerciar con el resto del mundo, pero el porcentaje de comercio exterior que se da entre países latinoamericanos no es nada desdeñable, todo lo contrario.
De hecho, según datos de OEC de 2020, casi un tercio de las exportaciones argentinas (U$S 15,3 mil millones) se dirigen hacia otros países latinoamericanos, y más de un tercio de las importaciones (U$S 13,3 mil millones) provienen de ellos. Sin ir más lejos, Brasil es nuestro principal socio comercial a nivel mundial.
Se trata de relaciones comerciales de gran magnitud que requieren miles de millones de dólares que podrían no necesitarse si se estableciera una moneda regional común. Insistimos, esto no haría que por arte de magia se dejaran de necesitar dólares, más aun teniendo en cuenta que se trata de economías atrasadas cuyo uno de sus principales problemas recurrentes es precisamente la escasez de divisas.
Por no hablar del problema de la deuda externa, que demanda de manera crónica un flujo constante de dólares hacia el pago de la deuda, un problema que la moneda común latinoamericana no resolvería por sí mismo.
Con todo, la moneda común implicaría una cierta barrera proteccionista frente a la explotación económica imperialista que tendría rasgos progresivos. El principal efecto de esta barrera proteccionista sería abrir la posibilidad de contrarrestar la primarización en favor de un proceso de industrialización.
Sería precisamente el camino opuesto a las propuestas reaccionarias tipo «dolarización» que llevaron adelante países como Ecuador y que cada tanto revuela en nuestro país ante la crisis inflacionaria. En este caso, medidas como la dolarización o la convertibilidad reprimarizan aun más la economía destruyendo el entramado industrial, como muestra el caso argentino durante la década de los ’90.
Pero para avanzar en una verdadera independencia del imperialismo no alcanza con una moneda regional, habría que dar varios pasos más que vayan en un sentido anticapitalista: dejar de pagar la deuda externa, así como establecer el monopolio estatal del comercio exterior, para que las divisas generadas no queden en manos o bien de la burguesía imperialista que explota de manera directa estos países, o bien de sus pares «nacionales» que hacen negocios con aquellos.
En boca de personajes como Lula, el «proteccionismo», aunque con elementos progresivos, no puede traspasar los límites estructurales que mantienen el carácter semicolonial de nuestros países y su dependencia económica de las potencias imperialistas. Para eso habría que avanzar hacia un proteccionismo socialista, pero eso es algo que los referentes del progresismo latinoamericano ya demostraron una y otra vez que no está en sus planes. En este marco, el establecimiento de una moneda común también acarrea problemas.
Riesgos
En primer lugar, porque a pesar de tener muchos rasgos en común las economías latinoamericanas no dejan de ser de muy diversa envergadura. Eso es un problema a la hora de establecer una moneda común, ya que se utiliza una unidad de medida igual para economías desiguales. Además, si se tiene en cuenta a Brasil como una «potencia regional», también las diferencias de competitividad darían lugar a que se profundicen viejas y nuevas desigualdades.
Ocurre que los casos de establecimiento de una moneda común tienden a fortalecer al que ya es el más fuerte, en detrimento de los demás. Es el caso, por ejemplo, de la Unión Europea. El establecimiento del Euro consolidó a Alemania -y en segundo lugar a Francia- como la gran potencia europea, incluso a costa de enormes crisis en los países más atrasados, como Grecia o Portugal.
Las diferencias internas de competitividad y desarrollo dentro del espacio de la moneda común se convierten en un problema si no se toman medidas compensatorias a favor de los países más débiles, una especie de proteccionismo «de segundo grado» al interior del propio bloque monetario común.
En este sentido, que la propuesta provenga desde Brasil no es casualidad: una moneda latinoamericana lo fortalecería relativamente aun más como la semi-potencia regional que es, sin por eso dejar de ser un país atrasado.
En conclusión, la propuesta de una moneda regional latinoamericana acarrearía rasgos progresivos, y es evidentemente progresiva si se la compara con las propuestas reaccionarias y ultra-liberales de dolarización u otras por el estilo. Sin embargo, si no va acompañada de medidas anticapitalistas los problemas que acarrearía pueden superar a los limitados beneficios.