Una respuesta a los ataques de La Nación y Mauricio Macri al INCAA

En defensa del cine independiente y de los trabajadores del arte y la cultura.

Macri INCAA

Nota escrita con la colaboración de Maribel Montero, Consejera Departamental por Artes Audiovisuales

El día de ayer, el ex-presidente Mauricio Macri retwitteó una nota del diario La Nación con fecha del 25/1/24 bajo un título sugerente: “Los números del Incaa: gasta más en burocracia que en hacer películas; los estrenos que no vendieron ni diez entradas”, firmada por Leonardo D’espósito. En dicho artículo se desarrolla un ataque directo contra los trabajadores del INCAA y contra el fomento a la producción del cine independiente desde una lógica puramente mercantil: mantener el INCAA cuesta “mucho”, entonces hay que reducir los puestos de trabajo; y si las películas no tienen público, entonces tienen que dejar de producirse.

Esta manera de ver las cosas, sobre una realidad en la que la distribución de películas en el país se encuentra dominada en un 93% por los tanques de Hollywood, no hace más que reforzar el sometimiento cultural del país al imperialismo y fortalecer la idea de que la cultura es un bien mercantil, un negocio entre privados que debe tener un beneficio económico, y no un derecho de toda la población.

En su artículo, D’espósito parte de un problema real que se manifiesta en la distribución de las películas independientes en nuestro país, la falta de público que las vaya a ver, pero para dar una solución reaccionaria. El autor toma “datos puros” y los hace hablar, escondiendo los fundamentos de su punto de vista, para demostrar que los propios datos conducen a la solución que propone el autor: el vaciamiento del INCAA y la extinción del cine independiente. Esta solución es la misma que plantea Milei a través del proyecto de ley ómnibus presentado en diputados y que fue enormemente cuestionado por la movilización del 24/1.

Los trabajadores del INCAA, la ENERC y el Festival de Mar del Plata… ¡afuera!

En primer lugar, D’espósito pone el acento en que el INCAA es una estructura deficitaria. Para ello, indica que durante el período 2021 y 2022 el instituto tuvo déficit y ese saldo lo cubrió el Estado Nacional. Lo que no dice el autor es que la Argentina, así como Francia, Corea del Sur, China, España y Brasil, entre otros, tienen sus propios institutos nacionales que financian y subsidian las producciones de cada uno de esos países.

Si se tiene en cuenta que el mercado cinematográfico argentino está dominado en un 93% por producciones extranjeras, es evidente que la única manera de garantizar una producción independiente (cuyo costo medio se mide en cientos de miles de dólares) es que el estado invierta en su producción. Desde el punto de vista del liberalismo esta operación es vista como un gasto del estado, pero desde el punto de vista de la cultura como un derecho el estado realiza una inversión para el desarrollo de la cultura y de los artistas que luego puede proyectarse a todo el territorio, a otros países y otros continentes.

Por otra parte, el autor señala que en 2023, bajo la gestión Massa, la ecuación financiera se revierte y el INCAA termina generando superávit, aunque ese “beneficio” no termina de suplir el déficit anterior. Más allá de su mirada interesada, lo único de lo que da cuenta este dato es que hubo un recorte brutal en el financiamiento de producciones cinematográficas durante el año pasado.

D’espósito no da cuenta del ajuste simplemente porque está de acuerdo. Pero, como todo reaccionario liberal no se contenta con dejar la cosa ahí y señala que más de la mitad del presupuesto de 2023 fue destinada a remuneraciones y bienes y servicios. Para el autor de esta nota, todos los trabajadores del INCAA serían “burocracia”.

Es decir, no sería necesario mantener una planta permanente de trabajadores a disposición del fomento del cine nacional e independiente, que sometan a una evaluación minuciosa cada proyecto que se presenta, que se ocupen de analizar su factibilidad y viabilidad y de la evaluación contable que surge de los subsidios que otorga el instituto y que necesitan de un seguimiento particular para que dichos fondos sean utilizados en la producción de películas. Como los datos oficiales muestran que la planta permanente del INCAA es de 645 personas, este “dato duro” es pequeño y no le alcanza al autor para demostrar la existencia de una enorme burocracia. Por eso, tiene que recurrir a supuestos “datos cruzados” que indicarían que la planta sería “mucho mayor”, sin citar ninguna fuente.

Ante la debilidad de sus argumentos, D’espósito reconoce que parte de los gastos del INCAA están en sostener la ENERC y realizar el Festival de Cine de Mar Del Plata (uno de los pocos festivales en el mundo de escala internacional), que implican entre otras cosas salarios y gastos en cuestiones administrativas y operativas. Sin embargo, arremete contra ellos: “La pregunta es si estas cosas debería hacerlas el Incaa. No es algo que se cuestione comúnmente, como la publicación de lujosas memorias y balances anuales que solo tienen sentido en la ‘interna’”.

No solo es curioso que el autor quiera igualar la publicación de balances anuales al mantenimiento de una escuela nacional de cine; sino que es más curiosa la salida que propone, “que lo haga otro”. Pero, ¿qué otro? ¿Que Netflix, Paramount y HBO organicen el Festival de Cine de Mar del Plata para que sus competitivas producciones sean galardonadas? O también, ¿que se privatice la ENERC y sea gestionada por dichas plataformas para explotar a los jóvenes en formación? Sus palabras, bien leídas, resultan toda una declaración de intenciones.

La ausencia de una audiencia masiva como justificación para la clausura del cine independiente

Después de realizar su ataque a la planta permanente de los trabajadores del INCAA, a la Enerc y al Festival Internacional de Mar del Plata, D’espósito desarrolla el centro de su argumentación. Lo leemos: “‘Fomento cinematográfico’ no solo implica hacer películas o proveer los medios para que estas se realicen, sino tener en cuenta al público. Los datos duros hablan por sí solos. En 2023 se estrenaron, sin contar muestras especiales y festivales, 472 películas, de las cuales 231 fueron extranjeras y 241 nacionales, más de la mitad del total…

Una vez más, el autor nos presenta su punto de vista como la mirada “objetiva” que se desprende de los datos. Pero los datos no hablan por sí solos, se los hace hablar a través de una perspectiva. En este caso, es una pura lógica mercantil donde el criterio es que la producción de películas tiene que estar sujeta a la oferta y la demanda. Y, en la forma de presentar los datos, ya se nos está sugiriendo que el problema es que hay demasiadas películas nacionales porque estas superan en número a las extranjeras. ¿No debería ser esa una de las funciones de un organismo que busca proteger e impulsar la producción de cine local, en el marco de una industria dominada en 9 de cada 10 partes por las distribuidoras de los Estados Unidos?

Además, D’espósito plantea que el 60% de los films producidos con apoyo del INCAA son vistos por menos de 5000 personas en todo el país y toma casos extremos de películas vistas por cuatro o cinco personas para descalificar a la enorme mayoría de las películas independientes. Más allá de las intenciones que tenga D’espósito, lo único que indican esos datos es que hay un problema real que ninguno de los gobiernos anteriores pudieron resolver: en un país capitalista subordinado en la economía mundial, ¿cómo se resuelve la contradicción de sostener una producción cinematográfica local frente a la supremacía brutal de la cultura imperialista? Ya intuimos cuál será la receta del autor, borrar de la ecuación la producción local, que en Argentina significa arrasar con el cine independiente. Con esta posición, el autor busca justificar la propuesta de Milei hacia el cine incluida en la ley ómnibus.

En este punto, es importante señalar que la idea que persigue el autor es la extinción del cine independiente, puesto que en su esquema no se elimina el financiamiento a la producción nacional. Da a entender que los subsidios deberían estar destinados a películas que logren captar a más de 300.000 espectadores tal como hizo la película “Muchachos” sobre la conquista del último mundial, que tiene a Guillermo Francella como voz en off y fue producida por Pampa Films, una de las pocas productoras que concentra la producción industrial de cine nacional.

¿El problema del cine independiente es su calidad estética?

Siguiendo esta idea de tener en cuenta el público que va a ver películas en el país, D’espósito señala que el 85% de las entradas de cine fueron vendidas por tres distribuidoras norteamericanas: Universal, Disney y Warner, y que la porción que le corresponde al cine argentino está muy por debajo del 10%. El dato más importante que señala el autor es que, en el marco de una recuperación de los cines luego de la pandemia, las entradas vendidas se concentran en más de un 90% en películas extranjeras mientras que las películas nacionales superan al 50% de los estrenos del país. Esta desproporción sería la fuente de todos los males. Y con ese dato remata:

El balance es preocupante: las películas argentinas no concitan el interés del público. (…) El mayor fracaso de las políticas del Incaa hasta aquí consisten en el fin mismo de su existencia: el fomento. Se puede pensar que esto también afecta la estética de las películas: si, se vean o no, las películas se hacen igual, ¿para qué correr riesgos, para qué convocar al público? (…) En ese punto, el cine argentino, en general “asegurado” por la política de subsidios, no corre riesgos.

Según D’espósito, la falta de interés del público en las películas de cine independiente tendría su causa en la calidad estética de estas producciones. Como no creemos que el autor sea un ignorante en la materia, preferimos decir que esto es lisa y llanamente un engaño para justificar su ataque.

Tomando los mismos “datos duros” que expone D’espósito, nosotros podemos decir que la causa de la escasa exhibición de las películas independientes proviene del propio sistema capitalista que, con su mercado mundial dominado por las grandes distribuidoras estadounidenses, le impone a toda la población del país qué películas ver casi de manera absoluta (estas empresas controlan y dirigen qué se exhibe en la mayoría de las salas del país) y que por medio de la propaganda induce y determina el interés del público a ver tal o cual película. D’espósito se centra en el efecto, en las consecuencias de este sistema dominado por la producción imperialista, para poner la responsabilidad en la calidad estética de las películas independientes. La solución sería dejar de producirlas y rendirse ante la superioridad de Universal, Disney y Warner, y unas pocas productoras nacionales.

La cultura es un derecho de toda la humanidad

D’espósito nos quiere convencer de que la lógica mercantil debe ser aplicada a todo aspecto de la vida humana. Pero, la cultura no es en sí un negocio, forma parte de la propia existencia del ser humano desde sus orígenes y garantizar su acceso, así como su producción, es un derecho elemental. Liberada totalmente a la lógica del mercado, la producción cultural en Argentina significa la dictadura de la cultura imperialista. Al autor no le satisface que nueve de cada diez entradas correspondan a las películas producidas en Hollywood, su espíritu liberador quiere un sometimiento aún mayor.

Sin embargo, es posible que no haya sido el riesgo de un negocio lo que elevó a un carácter universal a las tragedias griegas, al teatro de Shakespeare, o a la literatura de Dostoievski. La producción de películas en el país no debería estar en función del riesgo sino de las necesidades de expresión de los artistas y de las necesidades espirituales del conjunto de los trabajadores, de la creación de películas que sirvan para su educación y su entretenimiento, bajo una lógica de libertad completa en el arte. Sin dudas, este camino permitiría tomar riesgos mucho más elevados y liberaría la potencia creadora de miles y miles de artistas y trabajadores del arte y la cultura.

En defensa del cine independiente, hace falta una salida desde las y los trabajadores del arte y la cultura

Para terminar, D’espósito señala que hay que replantear la política sobre el cine para lograr “un cine argentino fuerte, interesante, con público y exportable”. El problema es que D’espósito elige seguir el camino que propone la ley ómnibus de Milei para destruir el cine independiente. Por su parte, el gobierno de Alberto Fernández se encargó de desfinanciar el INCAA y el kirchnerismo nunca pudo resolver el problema de la distribución del cine independiente. Más bien, se rindió ante los distribuidores estadounidenses, no pudiendo siquiera sancionar un impuesto a las plataformas multimillonarias para financiar el cine.

Hoy, el cine independiente y los trabajadores del arte y la cultura se encuentran bajo ataque. Para defenderlos, hay que derribar la ley ómnibus y todo el plan reaccionario de Milei. Y hacen falta también medidas anticapitalistas. Poner el INCAA bajo control de sus propios trabajadores garantizaría su transparencia y su eficacia para financiar la producción y difusión del cine independiente. El estado debe obligar a las plataformas de streaming a destinar parte de sus ganancias a las producciones independientes. Además, el fondo de fomento debe estar dirigido a los sectores de trabajadores del arte y la cultura y artistas independientes, no a las grandes productoras, plataformas o distribuidoras internacionales que poseen capitales multimillonarios.

Para construir un público que pueda disfrutar las películas independientes tiene que haber medidas que impongan a las cadenas y salas de cine una mayor proporción de exhibición de estas producciones y, además, que sean económicamente accesibles. También, los medios nacionales de radio y televisión deberían tener la obligación de dedicar espacios de publicidad en franjas horarias relevantes para propagandizar las películas independientes que se estrenen, exigiendo a las grandes empresas de streaming la publicidad de las mismas en sus plataformas. Una verdadera política en defensa del cine independiente daría lugar a un nuevo impulso de jóvenes directores y directoras, a una renovación en el cine, garantizaría miles de puestos de trabajo y elevaría el nivel cultural de la población.

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