Una oportunidad perdida

El domingo último se realizó el primer debate obligatorio entre candidatos a la Presidencia. El FITU tenía el deber de  actuar frente a todo el país como un verdadero tribuno popular levantando las banderas de la clase obrera y del socialismo. Tuvo la ocasión y la oportunidad, y la dejó escapar.

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El domingo último se realizó el primer debate obligatorio entre candidatos a la Presidencia. Pese a que la elección está virtualmente resuelta en favor del candidato del Frente de Todos, lo cierto es que el debate suscitó un gran interés y de conjunto alcanzó 30 puntos de rating.

El debate de candidatos a presidente es una herramienta del régimen de la democracia burguesa que presenta dos caras: una formal y la otra real. Por un lado promete una puja de programas e ideas entre todos los candidatos en pie de igualdad, y de esta forma busca legitimar los mecanismos institucionales del Estado; pero por otro los criterios con el cual se desarrolla el mismo impide en gran medida una verdadera confrontación política y casi lo reducen a una alternancia de exposiciones prefabricadas, o a un diálogo de sordos. No obstante estos debates representan para la izquierda una oportunidad para exponer su programa de cara a las más amplias masas. Oportunidad mucho más importante en una situación como la actual en donde el país está atravesando una aguda crisis económica y social.

El FITU tenía el deber de  actuar frente a todo el país como un verdadero tribuno popular levantando las banderas de la clase obrera y del socialismo. Tuvo la ocasión y la oportunidad, y la dejó escapar.

 

Fernández y Espert hicieron su negocio

La “pelea de fondo” era el choque entre las principales fuerzas burguesas. Alberto Fernández y Mauricio Macri se habían escogido mutuamente como rivales a vencer. Evidentemente, Fernández tenía todas las de ganar. Objetivamente el gobierno de Macri es un verdadero desastre, un barco a la deriva que hace agua por los cuatro costados. Alberto Fernández disponía de un variado menú de alternativas por donde pegarle a Macri. Pero además la calidad individual de uno y otro se demostró que no tiene parangón.

Desde el minuto uno Alberto Fernández dejó a Macri a la defensiva. En su primera intervención le recordó a la audiencia que hace cuatro años había habido otro debate en el cual Mauricio Macri había mentido en cada una de sus intervenciones. A ese guión se atuvo durante toda la noche: señalar que Macri es un mentiroso y marcar que el presidente vive en una realidad paralela: “no sabe lo que pasa”.

Fernández, tranquilo, sin que nadie lo molestará, le pegó bloque a bloque hasta que el reloj dijo basta. Macri apenas si pudo esbozar un par de chicanas contra Kicillof y el “dedito acusador” de Fernández.

Lavagna y Gómez Centurión fueron dos elementos grises durante el debate. El ex Ministro de Economía siempre se sintió incomodo con el formato y apenas pudo meter algún bocadillo interesante cuando hizo hincapié en el problema del hambre. Por su parte, Gómez Centurión demostró toda su tosquedad en el manejo de los tiempos como en su grosero discurso militarista, protofascista y antiderechos.

Distinto fue el caso de José Luis Espert, quien supo aprovechar al máximo el debate presentando frente a millones un programa integro neoliberal, represivo, reaccionario y antiobrero. Fue sin duda el más disruptivo de todos los candidatos. Hizo por derecha lo que Del Caño no supo hacer por izquierda.

 

El FITU y Del Caño no estuvieron a la altura

La intervención del candidato del FITU en el debate tuvo sus puntos fuertes, aunque de conjunto fue deficiente, poco socialista y nada revolucionario. En Del Caño se puso en evidencia un problema mucho más profundo, que excede a los candidatos y que hace a la política general del FITU y su adaptación al régimen parlamentario.

El trotskismo es una corriente socialista y revolucionaria dentro del movimiento obrero. Somos socialistas porque nos reivindicamos como parte de la clase obrera y postulamos un programa alternativo al capitalismo que defiende el fin de la explotación del hombre por el hombre y con esto de todo tipo de opresión;  pero a la vez somos revolucionarios porque somos conscientes de que existe una contradicción irreconciliable entre los intereses de la clase obrera y el Estado burgués en su conjunto, y que para romper las cadenas de la explotación los trabajadores deben derrocar revolucionariamente al régimen burgués, destruir dicho Estado y organizar su propio poder.

De esto se desprende que los socialistas revolucionarios tenemos una tarea doble: no solo la de defender los intereses históricos de los trabajadores, sino que al mismo tiempo, la de denunciar y poner en evidencia el carácter reaccionario de las instituciones del Estado burgués y del régimen bajo el cual se garantiza la dominación de la burguesía, en este caso la democracia burguesa y toda su parafernalia. Es por eso que Lenin describe que  es “El ideal del socialdemócrata (socialista diríamos ahora)…[es] el tribuno popular, que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad de opresión […]; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado”.

Dicho esto es evidente que en el marco de la izquierda en general uno puede encontrar tendencias que se reivindiquen como socialistas y no sean revolucionarias (este es el caso de la vieja socialdemocracia europea) o corrientes que no sean socialistas pero que tengan métodos revolucionarios (por ejemplo el Movimiento 26 de julio de Fidel Castro).

Evidentemente Del Caño se ubicó como un socialdemócrata de la vieja escuela. Un representante de la clase obrera, pero no un “tribuno popular”.  En sus intervenciones reivindicó la lucha del pueblo ecuatoriano contra el ajuste de Lenin Moreno y el FMI, denunció a la burocracia sindical, repudió el acuerdo con el FMI, apoyó la lucha del movimiento de mujeres por la legalización del aborto, reivindicó a los docentes atacados por el gobierno y planteó el problema del presupuesto educativo.

Todo esto está muy bien, son cuestiones importantes y elementales que nadie más planteó. Pero con eso no alcanza, eso también lo pudieron haber dicho dirigentes reformistas como Alfredo Palacios, honesto defensor de los trabajadores, pero que a lo sumo era el ala izquierda dentro del régimen burgués.

El FITU está tan preocupado en sacar votos y ocupado en sacar cuentas para ver si entra un diputado que perdió de vista todos los parámetros elementales de la política revolucionaria. Un revolucionario en un debate a la presidencia tiene una oportunidad inmensa para denunciar el carácter de clase de todas las fuerzas patronales. Debe tener un programa revolucionario, debe inquietar a la burguesía, debe marcar una línea roja entre los representantes del capital (todos, desde su ala más reaccionaria hasta su ala más progresista) y los representantes de los trabajadores. Su función es ante todo poner en evidencia ante los ojos de las masas trabajadoras que hay un abismo de clase entre unos y otros. La participación de Del Caño en el debate fue anodina, no movió el amperímetro.

Una vez perdida esta brújula, vienen el resto de las políticas oportunistas como el no haber alertado sobre el Pacto Social, el haberse abstenido de criticar a Alberto Fernández y al kirchnerismo como tal y haberse limitado a denunciar a Massa y a los diputado del PJ que acompañaron las leyes de Macri; y finalmente el lapsus cuando denunció al gobierno de Alfonsín, al de Menem, al de De la Rúa y sorprendentemente dio un sospechoso salto…  hasta el gobierno de Macri.

Debido a su preocupación exclusiva por meter un diputado y su orientación vergonzante en pos del corte de boleta, el FITU y el PTS han entregado la campaña electoral presidencial y con ella la política revolucionaria en el marco del debate presidencial. Esperamos que los compañeros revean su orientación y no desaprovechen el segundo debate y esta vez sí presenten una orientación socialista y revolucionaria.

 

La pelea por los derechos Humanos

Silencios que preocupan

Probablemente el tema que más dejó en claro en qué medida el debate estuvo girado a la derecha fue el bloque sobre derechos humanos. Allí Espert y Centurión desarrollaron un ataque furioso y cuasi fascista contra los organismos de derechos humanos y plantearon la reivindicación de la represión genocida durante la última dictadura militar. Se mencionó cuatro veces en pocos minutos una frase de Macri que Cambiemos llegó a transformarla en bandera: “Basta del curro de los derechos humanos”. Gómez Centurión propuso que “sobre el curro de los derechos humanos, vamos a terminar con el pago a los terroristas y vamos a indemnizar a las víctimas de la insurrección”. Espert redobló la apuesta y no solo increpó a Del Caño acusando a la izquierda de ser la responsable de las violaciones a los derechos humanos, sino que después agregó: “La izquierda pretende erigirse como protectora de los derechos humanos… En la Argentina los derechos humanos parecen haber sido secuestrado por los defensores de los asesinos de los 70, esos que se esconden bajo las polleras de Hebe de Bonafini. Basta del curro de los derechos humanos”.

Frente a estas provocaciones fascistoides, nadie salió a responderle. Alberto Fernández se limitó a decir que los jueces habían actuado, mientras que de Nicolás del Caño brotó un estruendoso silencio. El candidato del FITU tuvo tres intervenciones en el marco de esta discusión y en ninguna utilizó un solo segundo para reivindicar a los compañeros desaparecidos y a llamar a los fascistas por su verdadero nombre. Un verdadero escándalo.

 

 

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