Dentro de las muchas incógnitas que abruman la transición, y a horas de la asunción del nuevo gobierno, asoma una certeza: la economía que viene con Milei es el intento de ataque más brutal contra la clase trabajadora y los sectores populares desde el menemismo y los años 90. Fuera de esta definición, hay demasiados puntos en sombras, desde detalles importantes hasta trazos muy gruesos. Aún no se conoce el contenido de la “ley ómnibus” –tampoco si se tratará de una sola ley o si se seccionará en varias leyes para ir aprobando área por área–, y menos todavía cuánto del esquema original terminará modificándose o rechazándose. Desde el propio (nuevo) oficialismo admiten que esa mega ley tiene tantas partes y está tan sujeta a negociaciones y cambios que ni ellos pueden saber qué, cuánto y cuándo quedará. El paquete fue redactado por el ex presidente del BCRA bajo Macri, Federico Sturzenegger, y su equipo, y puesto a disposición de Milei hace ya un tiempo. Pero desde el entorno –llamarlo “equipo” es excesivo– del presidente electo se aclara que la conformación del conjunto es “dinámica” y que “la discusión sigue abierta”. Traducción: “No nos casamos con nada y vamos a ver qué queda y qué no”.
De modo que llamar a ese proyecto ómnibus –como a todo el resto de la estantería macroeconómica del nuevo gobierno– un “plan económico” ya pensado y diseñado es forzar el significado de las palabras. Lo que sí hay son lineamientos generales y una voluntad clara de avanzar en dirección neoliberal dura, atropellando derechos y nivel de vida de los trabajadores y sectores populares. Todos los demás aspectos –algunos, demasiado importantes como para llamarlos “detalles”– están sujetos a un compuesto inestable de dogmatismo doctrinario y pragmatismo recién aprendido a los cachetazos, en el marco de un gobierno legitimado electoralmente pero minoritario, casi sin orgánica propia y que todavía debe atravesar la prueba de la lucha de clases. Como los temas en danza son muchos, buscaremos proceder con cierto orden.
1- Devaluación (¿de cuánto?) ahora mismo
Que habrá una devaluación considerable es algo que ya está descontado, pero en este tema, como en otros, la medida de las cosas puede hacer una diferencia decisiva. El designado ministro del Interior y portavoz de hecho de la nueva gestión, Guillermo Francos, habló de que un dólar a 600-650 pesos sería “razonable” (curiosamente, la misma palabra que usó Alberto Fernández para definir el dólar con el que asumió en 2019, de… 60 pesos).
Ese valor del dólar es aproximadamente equivalente al “dólar exportador” de hoy, que representa un mix del dólar oficial con los dólares financieros (MEP, CCL). Pero si nos guiamos por la cotización del dólar futuro que se opera en el mundo financiero y bursátil, el “mercado” espera un número bastante más alto. Una posibilidad es que los 650 de Francos sean sólo para diciembre, y que para febrero el tipo de cambio se ordene alrededor de los 1.000 pesos. Claro que eso no sería un gran salto en términos reales, sino apenas un poco más que dar cuenta de la inflación del bimestre diciembre-enero, que el propio Milei calcula, optimistamente, en el 38% (15% en diciembre más 20% en enero).
Todo el mundo hace sus propios números, al menos para el punto de partida. Veamos un ejemplo: Andrés Reschini, de F2 Soluciones Financieras, calcula que el tipo de cambio oficial lleva un retraso respecto de la inflación de un 16% en lo que va de 2023 y de un 69% en toda la gestión Fernández-Fernández. En cuanto al llamado “tipo de cambio real multilateral” (es decir, un índice histórico comparativo), estima que un dólar a 800 pesos sería un “dólar históricamente alto”, al nivel del período 2002-2009, mientras que un dólar oficial a 700 pesos seguiría siendo alto, más que en los últimos 6 años (Ámbito Financiero, 4-12-23).
Por más que Milei sea enemigo de los desdoblamientos cambiarios, no sería raro que también aquí el pragmatismo de Estado le gane al dogmatismo de manual ultraliberal. Aquí tallan las famosas Leliq: si el BCRA deja de renovarlas –o, mejor dicho, si los bancos dejan de renovarlas, como enseguida veremos que está pasando–, esa masa de pesos que antes quedaba “esterilizada” buscará salida, inevitablemente en el dólar. Si el BCRA no tiene ningún poder de fuego (ni hablar de cerrarlo), eso termina en shock cambiario e hiperinflación. De modo que hasta es posible que haya alguna especie de canje forzoso, como fue el Plan Bonex en los 90, o alguna variante intermedia menos traumática.
Todo está sobre la mesa, pero la designación al frente del BCRA de Santiago Bausili, segundo –o más bien cómplice– de Caputo durante el gobierno de Macri y socio actual del ministro de Economía designado en su consultora Anker, sugiere que al menos al comienzo se apuesta al mecanismo de endeudamiento más que al de shock monetario. Cuál será la duración de ese “comienzo” es una pregunta a la que nadie, empezando por el nuevo gobierno, tiene respuesta.
2- Dolarización, en espera (¿corta o eterna?)
A la cuestión de la cotización final del dólar está atado el destino de la dolarización, que a su vez Milei hace depender –infundadamente, digámoslo– del stock de Leliq (letras de liquidación), las letras de deuda del Banco Central. Repasemos brevemente de qué se trata. A diferencia del dinero circulante –los billetes que emite el BCRA–, que son un pasivo (deuda) no remunerado (el efectivo no paga intereses), las letras que emite el Central sí pagan intereses, y bien gordos. El stock de deuda remunerada del BCRA rondaba hasta hace dos semanas los 24 billones de pesos (alrededor del 10% del PBI): 13 billones en pases (préstamos de los bancos a 24 horas) y 11 billones en Leliq (algo así como un plazo fijo a 30 días de los bancos en el BCRA).
El punto es que los bancos no quieren quedarse con esa deuda a 30 días por temor a un “reperfilamiento” al estilo Macri 2019. De modo que cuando esas Leliq vencían, los bancos, en vez de renovarlas a otros 30 días, pedían el cash o transformaban esa letra en un “pase”, que vence al día siguiente. Por ejemplo, en la licitación del martes 28 sólo se renovó el 23% de las Leliq; en la del jueves 30, apenas el 2,8%, y en la del martes 5, casi nada, el 1,8%. Así, el stock de Leliq cayó casi la mitad, a 6 billones de pesos. Los bancos se fueron a los pases del BCRA y a las efímeras Lediv (letras que no pagaban interés pero estaban atadas a la cotización del dólar oficial), que al acumular en menos de dos semanas más de 5.100 millones de dólares fueron primero limitadas y luego discontinuadas por el BCRA. Un ejemplo que dio el consultor Salvador Vitelli es que alguien que hubiera comprado Lediv antes de las PASO hubiera ganado un 22% con la devaluación del lunes posterior. Es de imaginarse el negoción que harán los que suscribieron Lediv en noviembre con un dólar a 365 pesos a partir del 11 de diciembre.[1]
Según Milei, para pensar en dolarizar primero había que desactivar la bomba de pago de intereses “rescatando” (¿licuando, “reperfilando”?) las Leliq y los pases. Ese “operativo rescate” no significaba otra cosa que convertir deuda “cuasi fiscal” del BCRA en pesos en deuda del Tesoro nacional en dólares. El peor negocio del mundo para cualquiera… salvo para los bancos. La pregunta obvia que se hacían (se hacen) economistas de todos los colores es la siguiente: siendo un pasivo en pesos que tampoco es tan exigible a corto plazo, ¿por qué no se deja que la misma inflación vaya licuando esa deuda, que se puede renovar con tasa por debajo del índice de precios? La respuesta la dieron los bancos: es más negocio lo otro. Y como ahora manda el mercado… ¿se entiende cómo es?
El rescate de Caputo se hacía, en el paper de hace unos meses con el que convenció a Milei, con esta cuenta: un aporte de 12.000 millones del “mercado”, otro de 15.000 millones del FMI, otro de 4.000 millones pagado por el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (es decir, el principal activo que sostiene el pago de jubilaciones) y el resto a cargo del “ajuste fiscal” hasta llegar a un superávit primario (antes de pagar la deuda con los acreedores; a ésos jamás se les dice “no hay plata”) del 2,5% del PBI. De todos esos números voladores, el único con alguna chance de aterrizar es el último.
¿Por qué? Porque en el viaje relámpago espiritual-financiero de Milei-Caputo sucedieron dos cosas: el presidente electo fue a rezarle al “rebe de Lubavich”, un rabino mesiánico ultrasionista, y Caputo fue a pasar la gorra al FMI, al Banco Mundial, al BID y a cuanto organismo multilateral pudo. Caputo se llevó amplias sonrisas, cálidas palmadas en la espalda y sinceras felicitaciones, junto con la promesa de estudiar seriamente un eventual aporte del Fondo Fiduciario para la Resiliencia y Sostenibilidad por un total de… 1.200 millones de dólares. No falta ningún cero. Lo que falta es que Milei se baje de su delirante negacionismo del cambio climático, porque ese fondo tiene, entre otros objetivos, el de ayudar a los países a manejar la transición energética obligada por los esfuerzos internacionales para mitigar el calentamiento global.[2]
En cuanto a las insinuaciones de Caputo de que el FMI libere los 10.000 millones que quedaban pendientes del préstamo a Macri de 2018 –y que la gestión de los Fernández, por elemental prudencia, nunca quiso recibir–, fueron hasta ahora olímpicamente ignoradas. De modo que resulta más probable que llegue primero la ayuda celestial invocada por Milei que la otra.[3]
Por lo pronto, Caputo ya recibió una manito bien terrenal: la auditoría interna que está haciendo la Oficina de Evaluación Independiente del FMI respecto del escandaloso préstamo de 45.000 millones de dólares al gobierno Macri-Caputo decidió postergar su visita al país, que debía tener lugar en estos días. Toda una gentileza y un gesto de buena voluntad el de dejar asumir al ministro de Economía sin que una investigación del propio FMI le diga en la cara que anduvo haciendo mal las cosas. Veremos qué pasa cuando la misión finalmente aterrice en Buenos Aires el año que viene. ¿Chiflará el chancho?
De modo que la primera promesa que se fue por el bidet es la dolarización, ya que su principal impulsor, Emilio Ocampo, demostró de forma tan cabal que no tenía la menor idea de cómo conseguir los dólares necesarios para el operativo que fue corrido de la escena. Sería apresurado decir que la idea fue cajoneada definitivamente, porque a Milei le pareció siempre central, por lo que su actual impasse podría ser provisorio, no definitivo. Aquí sucede algo habitual con el equilibrio entre las condiciones políticas y las económicas: hoy la dolarización es políticamente deseable para el nuevo gobierno, pero económicamente inviable. La paradoja es que si las condiciones cambian lo suficiente como para que sea económicamente posible, también lo harán en el sentido de hacerla innecesaria, e incluso políticamente inconveniente.
Otra promesa caída en el bidet es el cierre del Banco Central, que deberá estar más abierto y activo que nunca en la coyuntura que viene; de allí la designación de un alter ego de Caputo en el BCRA. En realidad, el cierre del Central nunca fue una movida independiente sino un simple corolario de la dolarización: juntas se proponen y juntas se caen. Y la tercera promesa incumplida (aunque justo es decir que en campaña Milei no se atrevió a formularla como tal; es más un deseo de sus votantes) es levantar el cepo cambiario. Tal como están las cosas, el cepo es imposible de desarmar en el corto plazo… salvo que Milei se proponga deliberadamente alentar una hiperinflación. No descartemos nada.
3- Viva la libertad de precios, carajo (y los tarifazos, y la inflación)
Como admitió el propio Milei, no es posible liberar “los precios” en general porque todavía sigue siendo necesario administrar políticamente el precio más importante para las cuentas fiscales: el del dólar. Pero en lo que parece que Milei sí honrará su ideario ultraliberal es en la liberación de los demás precios, empezando por los de los artículos de consumo masivo. No hace falta esperar al 10 de diciembre: “por las dudas”, como siempre, los grandes proveedores (en complicidad con las cadenas de supermercados) ya comenzaron una disparada monumental.
No habrá precios regulados, ni programas especiales acordados con los grandes proveedores al estilo Precios Justos (o Cuidados, o como se llamen), ni mucho menos controles de precios. De modo que en un mercado tan concentrado como el argentino, donde no más de 15 compañías representan más del 75% de la oferta de bienes de consumo masivo, los abusos monopólicos escandalosos ya están, y seguirán por mucho tiempo, a la orden del día, con el consiguiente castigo adicional para el bolsillo popular.
Otra vocación de Milei es liquidar los subsidios a los servicios públicos, en particular a la energía y el transporte, lo que hace parte de su paquete de reforma del Estado. Sigue sin estar claro si eso se va hacer a) de cuajo y en un 100%, b) en un 100%, pero gradualmente, c) en un 100% para un grupo de usuarios, manteniendo algo (¿cuánto?) de subsidio para los “sectores más vulnerables” (¿cuáles?), o d) otras variantes o una combinación de las anteriores. Lo que ya está descartado es que el esquema de tarifas siga como está.
Julián Rojo, del Instituto Interdisciplinario de Economía Política, calcula que el 30% de usuarios de electricidad de “ingresos bajos” paga el equivalente al 15% del costo; otro 40% (“ingresos medios”) no paga mucho más: el 19%. Levantar los subsidios de un día para el otro implica que ese 70% de usuarios recibirá una boleta de luz entre cinco y seis veces más cara. Lo propio puede decirse del costo del pasaje de colectivo y tren, que si queda sin ningún subsidio debería aumentar por un factor no menor de cinco.[4] Ni siquiera se salva el servicio de internet y telefonía celular, gracias a que la Justicia, haciendo lugar a un reclamo de Telecom (es decir, el Grupo Clarín), dictaminó que las comunicaciones son un “servicio no esencial”, y por lo tanto no sujeto a molestas regulaciones estatales.
Digamos que a lo más granado de la clase capitalista todo esto le resulta de lo más edificante, aunque para muchas pymes será el empedrado al camino al infierno.[5] Hablando por boca de varios, Daniel Funes de Rioja, eterno directivo de la UIA, hizo una encendida defensa seguida de un muy suave alerta: “El único camino [con los precios] es el sinceramiento, manejado prudentemente”. Traducción: lo importante es el sinceramiento, vale decir, el aumento salvaje de precios relativos en beneficio de la gran patronal. En cuanto al “manejo prudente”, todo indica que, como decía Macri, “ésa te la debo”. Si esa “imprudencia” será gratis o tendrá un costo gravoso, es algo que dirán los futuros choques sociales.
Lo seguro es que en la resultante del famoso “reacomodamiento de precios relativos” habrá precios que subirán mucho más que el promedio –dólar, tarifas–, otros que subirán bastante más que el promedio –alimentos, salud– y otros que quedarán claramente rezagados, de los cuales el más importante es el salario. Los grandes perdedores, entonces, serán todos aquellos que tienen ingresos fijos en pesos: asalariados y jubilados. No sabemos si habrá shock cambiario o inflacionario, pero lo que sí cabe esperar es que haya, al menos al comienzo de la gestión Milei, un shock licuador del poder de compra del salario.
4- Ajuste en el Estado: no era el “gasto de la política”, estúpido
Aquí sí cabe hablar de demagogia de campaña electoral: decir que el ajuste del Estado iba a pagarlo sólo “la política” era un evidente cazabobos, porque la intención de Milei va mucho más allá de convertir ministerios en secretarías, eliminar subsecretarías y echar algunos ñoquis. El recorte será brutal… aunque seguimos sin datos ni detalles que pueden ser decisivos. Se han hecho analogías con Macri y con Menem; en realidad, ninguna vale mucho porque hay condiciones básicas de esos casos que están ausentes hoy y viceversa. Dicho esto, el “equipo Milei” tal vez no sea el mejor de los últimos 50 años, como el de Macri, pero está haciendo esfuerzos por tratar de ser casi el mismo que hace 5 años, e incluso que hace 30 años. Veamos: del “team Macri” todos conocen a Caputo y a Bullrich. Pero del “team Menem” hay muchos más en cantidad y “calidad”: desde Domingo Cavallo, asesor en las sombras, hasta Roberto “Cometa” Dromi (era el apodo que le pusieron en los 90, qué le vamos a hacer), redactor de planes económicos en las sombras, pasando por Eduardo Rodríguez Chirillo, mano derecha de Carlos Bastos (secretario de Energía y funcionario multiuso de Menem), mentor del plan de privatizaciones de empresas públicas, algo que ayudó a hacer incluso en España, con tanto éxito que José María Aznar lo recompensó con la ciudadanía española.
El nuevo mantra, que incluso se quiere transformar, insólitamente, en “consigna popular”, es “no hay plata”, idea síntesis y símbolo de la nueva era. Dejando de lado la obvia aclaración de que sí habrá plata, y mucha, para los acreedores externos, los interrogantes continúan. ¿Hasta qué punto y para qué, exactamente, “no hay plata” en el Estado? ¿Para obra pública? Milei dijo con toda claridad que esa canilla se cerraba completamente, pero Guillermo Francos, reunido con gobernadores inquietos, intentó tranquilizarlos relativizando un poco esa afirmación tan tajante. La respuesta definitiva, en este tema como en la mayoría, es “no se sabe”.
Lo propio puede decirse de los planes sociales. Contra los impulsos antialtruistas de muchos gorilas, Milei había prometido no eliminar asistencia social a los sectores más pobres, pero incluso si eso se cumple, no está claro si continuará en su formato actual, para quiénes y por qué monto. Lo seguro, desde ya, es que el poder de compra de esa ayuda será cada vez menor.
Como se dice en la jerga económica, la mayor parte del gasto público es “inelástica”, es decir, intocable. Porque el gasto social representa más del 60% del presupuesto del Estado. ¿Cuánto y qué hay para recortar allí? Macri intentó, muy tímidamente, hacer un primer recorte vía la modificación de la fórmula de actualización de las jubilaciones (diciembre de 2017) … y fue el principio del fin de su gobierno. ¿Intentará Milei algo similar, igual o peor? En todo caso, una mala noticia casi segura para los jubilados es que la actual cobertura de medicamentos del PAMI, que aun incompleta y con muchos agujeros existe y es un alivio grande para un sector de la población que gasta mucho más que el promedio en ese rubro, está en serio riesgo de volver a los recortes de la era Macri.[6]
Un capítulo aparte son las privatizaciones: las pensadas, las proyectadas y las prometidas. Se pusieron en la mira, en variados tonos, desde los medios públicos (Televisión Pública, Radio Nacional, Télam) hasta AySA y la aerolínea de bandera.[7] También aquí, lo que probablemente termine sucediendo dependerá no sólo de que a Milei lo convenzan las carpetas que garconomistas varios le envían todos los días, sino sobre todo de la respuesta con la que se encuentre, en las calles y en el más difuso y difícil de medir, pero no menos influyente, (mal)humor popular. Volveremos sobre eso al final.
5- Estanflación y “recenflación”
En una cosa no miente Milei: la situación financiera del Estado es muy delicada. Por supuesto, es una mentira estúpida que la actual “herencia recibida” sea “la peor de la historia”; esta gente no recuerda o deliberadamente olvida 1983 (inflación anual: 220%), 1989 (hiperinflación de varios miles por ciento) y 2001 (sin inflación pero con el Estado más quebrado que ahora, con un 20% de desocupados y sin la menor red de contención social a la pobreza gracias a la “meritocracia” neoliberal de los 90). Pero no hay duda de que el saldo neto del BCRA es negativo y que se depende en 2024 de la buena voluntad del FMI para atender el servicio de deuda con el organismo. Ni hablar en los años subsiguientes, cuando junto con los pagos a acreedores privados la cuenta anual supere los 20.000 millones de dólares.
El problema no es sólo la deuda externa (en divisas). En 2024 vence deuda pública en moneda local por 35,5 billones de pesos, de los cuales 21,7 billones vencen hasta abril. Antes de asustarse demasiado, recordemos que unos dos tercios de esa deuda es intra Estado (el Banco Central, en primer lugar, pero también la ANSeS, bancos oficiales y otros organismos). Pero la deuda con acreedores privados (bancos, aseguradoras y fondos de inversión), sigue siendo considerable, de unos 13,5 billones (algo más del 5% del PBI).
La pregunta es si esa parte privada de la deuda se va a cancelar o se va a seguir renovando (el llamado “roll over”, o “rollear”, en la jerga de la City), en qué proporciones y en qué términos. Una cosa es que “los mercados” –en Argentina, no más de 30 grandes actores económicos– estén entusiasmados con las ideas de Milei, y otra es que se pongan en actitud perdonavidas a costa de su peculio. Y a esta deuda hay que sumar la ya citada de los 24 billones del BCRA; queda por ver si ambas se unifican o no, esto es, si se decide que el Tesoro pague el rescate del balance del BCRA, de cuyos activos más de un cuarto (el 26,5%) son bonos de deuda del Tesoro.
Todo esto partiendo de asumir que, salvo que aparezcan los anónimos, exóticos y providenciales fondos de inversión con dólares frescos, la sequía de verdes continuará. De hecho, a las urgencias del sector público habría que sumar la deuda comercial de empresas, que ronda 55.000 millones de dólares cuando lo habitual últimamente es unos 30.000 millones.[8]
En este marco, la receta Milei-Caputo es, dicho sintéticamente, ajustar todo lo que se pueda ahora y financiar con deuda lo que ahora no se pueda ajustar. Según reconoció el propio Milei, eso significaría “seis meses muy duros” –que muchos estiran alegremente a nueve, 12, 18 o 24 meses; total, apostar con el sufrimiento ajeno no cuesta nada– y una segura estanflación (cuya duración no se atrevió a calcular).[9]
Tengamos en cuenta que cuando la futura canciller Diana Mondino dijo “aguanten seis meses más y Argentina va a ser el mejor país del mundo”, su interlocutor no eran precisamente las mayorías populares. No estaba hablando en conferencia de prensa a los medios; se dirigía a un auditorio privado compuesto por grandes empresarios. Ellos son los que pueden darse el lujo de “aguantar seis meses” para después “vivir en el mejor país del mundo”. Para la clase trabajadora y los sectores populares, no serán sólo seis meses. Y de más está decir que si Milei logra imponer su agenda, no vivirán en el mejor país del mundo, sino en uno mucho peor que éste. El resultado dependerá, como siempre, de la lucha.
Por otra parte, Milei es muy generoso consigo mismo. “Estanflación” es una combinación de inflación con estancamiento. Pero lo que en realidad se viene no es estancamiento (es decir, crecimiento cero) sino recesión (esto es, retroceso de la actividad económica). Lógica pura: si se revienta el poder de compra del salario, retrocede el consumo interno. Y en una economía como la argentina, con relativamente escaso peso del comercio exterior en el PBI y en el empleo, caída del consumo interno significa recesión. Que con su correlato de despidos, ya no por achique del Estado sino por caída del sector privado, puede espiralizarse, como ocurrió a fines de los 90. Por otra parte, si la recesión es tan grande que la inflación termina retrocediendo –recordemos que en los años 2000 y 2001 en la Argentina hubo deflación, es decir, caída de los precios–, eso no significará ningún consuelo para los nuevos desocupados sin ingreso alguno, o con “subsidios de desempleo” misérrimos y que no habrá para todos. La “recenflación” será socialmente cruenta.
Por eso mismo, es una mirada superficial la de Carlos Melconian cuando dice que “ya estamos en estanflación”. Estrictamente hablando, y si consideramos tanto el PBI general como el PBI per cápita, vivimos en estanflación desde 2011; de hecho, el PBI per cápita 2023 va a terminar siendo casi un 10% menor al de 2011, el pico histórico. Pero no hay que confundirse: Milei se refiere a otra cosa, y es ese peligro el que hay que enfrentar.
En consecuencia, si a la recesión por caída del consumo se le suma que por el “reacomodamiento de precios relativos” –un dólar mucho más alto y tarifas por las nubes– la inflación seguirá siendo alta, el escenario económico y social va a ser altamente combustible. Y para ese escenario se están preparando desde el nuevo gobierno hasta la “oposición” peronista, en particular la burocracia sindical, como veremos.
6- Milei: una respuesta política, no técnica, a las taras del capitalismo argentino
Contra lo que creen muchos de sus votantes y todos sus propaladores gratuitos o a sueldo, el punto fuerte de Milei no es su (inexistente) solvencia técnica como economista, sino su enfoque voluntarista en lo político. Veamos por qué.
El diagnóstico compartido Milei-Macri-Caputo y una larga lista es que el problema de fondo de la economía argentina es el déficit fiscal, que “el Estado gasta más de lo que recauda”. Como graficó el titular de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Adelmo Gabbi, “mi abuelo, que tenía sexto grado, decía que no se puede gastar más de lo que se tiene”. Pues bien, el “problema de fondo” es que esta ancestral sabiduría geronto-liberal es un disparate como diagnóstico macroeconómico, por no decir una redonda imbecilidad.
Lo hemos dicho muchas veces: el mantra de Milton Friedman, repetido por Milei y todos los liberales monetaristas, de que “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario” es sencillamente falso. Comprobadamente falso. No repetiremos aquí la discusión sobre los orígenes de la inflación en Argentina, que desarrollamos en diversos textos (el más reciente es “Notas para un diagnóstico marxista de la crisis económica argentina”, junio 2023, en izquierdaweb). Sólo recordaremos que, contra lo que dicen Milei y todos sus consortes neoliberales, incluido el abuelito de Adelmo Gabbi, en prácticamente todos los países del mundo, salvo contadísimas y muy justificadas excepciones (países petroleros, paraísos fiscales y casos por el estilo), el Estado sistemáticamente y a lo largo de décadas “gasta más de lo que recauda”.[10]
De modo que en términos “técnicos”, la mirada diagnóstica de Milei está condenada al fracaso. Lo que sucede es que la gran apuesta del ultraliberal no es técnica sino política, y es eso lo que celebran los “mercados” y lo que tranquiliza a los empresarios. Lo que les importa a esos sectores, y aquello por lo que juzgarán la gestión Milei, no es la concreción de las ridículas utopías “anarco-capitalistas”, sino si logra o no torcer en favor de la clase capitalista relaciones de fuerza que vienen operando como un límite insalvable para cualquier “normalización” de la Argentina capitalista.
Más allá de los disparates sobre la desaparición del Estado, lo que el empresariado espera de Milei es que enfrente a los trabajadores en áreas que hasta ahora nadie –empezando por Macri– se había atrevido a tocar. Sin duda, ese enfrentamiento no se da ni se dará en el vacío, sino partiendo de las condiciones actuales, que son complejas y mixtas. Por eso una “guerra total” desde el minuto cero, como proponía Carlos Rodríguez, quedó descartada de antemano.[11]
Como dijimos, Milei tiene la legitimidad electoral del 56% de los votos (aunque casi la mitad sean “prestados”), pero carece de estructura, de mayoría parlamentaria y hasta de verdadero plan, si se entiende por tal un esquema pretrazado orgánico y coherente. Lo que sí tiene es la voluntad de llevar adelante –exactamente con qué medios y ritmos es algo que quedará en buena medida librado a las circunstancias concretas que se vayan dando– una embestida “drástica”, como él mismo definió la noche de la elección, contra la clase trabajadora, a la que están destinados una serie de proyectos y medidas en carpeta. En esa cruzada tiene aliados incondicionales, aliados inseguros, posibles enemigos y enemigos jurados.
Ese ataque no tiene como objetivo único, o esencial, bajar el poder adquisitivo del salario, aunque es lo primero que notarán las masas en su vida cotidiana. En el fondo, bajar el salario no es tanto una meta estratégica –aunque a la patronal le interesa muchísimo, claro– como un medio táctico privilegiado para apuntar al disciplinamiento de los trabajadores a nuevas condiciones y relaciones de fuerza. Hay otros disciplinadores sociales clásicos. Uno es la desocupación, que hoy es demasiado baja para el gusto de la clase capitalista, y por eso el ajuste de Milei también busca deliberadamente subir ese índice. Otro es la hiperinflación: casi no hay antecedentes de resistencia obrera organizada en ese contexto. Pero por su carácter altamente traumático para toda la sociedad –incluida buena parte de la clase capitalista– sería un muy último recurso, al que todos los involucrados miran muy de reojo y que, sin duda, preferirían evitar.
7- El ataque a la clase obrera y la pregunta de los 47 millones
De allí que Milei haya retomado un tema muy caro a la agenda PRO, y que Macri tampoco se atrevió a encarar: la caída de la ultraactividad de los convenios laborales. Explicamos brevemente: los convenios colectivos de trabajo –las paritarias– no sólo implican una negociación obrero-patronal de salarios sino de condiciones de trabajo. El término “ultraactividad” significa simplemente que si una negociación paritaria se estanca o se traba, permanecen vigentes las condiciones generales previas. Esto operaba y opera, en los hechos, como un piso y un límite que impide la negociación de convenios nuevos con condiciones peores a las establecidas por los convenios anteriores.
El primer intento de eliminar la ultraactividad fue, vean ustedes, la celebérrima “ley Banelco” (derogada en 2004),[12] que establecía que en caso de no haber acuerdo entre las partes, el convenio anterior cae y el vínculo laboral en el gremio en cuestión pasa a quedar regido ya no por la paritaria previa sino por la Ley de Contrato de Trabajo en general, que es un “piso” muchísimo más bajo. Como explica un columnista especializado en temas sindicales: “En la actualidad, la norma laboral está pensada para propender a la progresividad de los derechos y que la negociación colectiva siempre tienda a mejorar las condiciones previas. (…) Si la gestión de Milei prospera en la iniciativa, las cámaras patronales contarán con un aliado normativo sin precedentes para forzar la caída de las condiciones de trabajo en cada actividad, o bien para habilitar un atajo hasta ahora prohibido: la renegociación de los nuevos convenios en peores condiciones que los existentes” (M. Martín, Ámbito Financiero, 6-12-23)
Los temas laborales serán un eje principalísimo de la agenda de la gestión Milei. Lo que demuestra la necesidad de una ubicación marxista en el análisis de su gobierno, que ponga el acento no en el “derechómetro” –como es la estéril discusión en el kirchnerismo–, sino en un enfoque basado en las relaciones de fuerza entre las clases. Que es lo que Milei se propone modificar por los medios que le permitan, en primer lugar, esas mismas relaciones de fuerza, que más pronto que tarde deberán ponerse a prueba.
La respuesta popular a esta ofensiva es algo con lo que podemos contar de antemano, pero es imposible de dimensionar, ante todo porque tampoco terminan de definirse ni los contornos, ni las metas iniciales, ni los plazos de ese ataque. En ese plano, otra de las tantas incógnitas es cómo se ubicará la burocracia sindical peronista (suponiendo que se unifique en una sola ubicación, cosa que está por verse).
Pero, por lo pronto, podemos tomar como un primer indicio las declaraciones de Ricardo Pignanelli, secretario general de SMATA, que son un ejemplo de lo que podríamos denominar, parafraseando a Gramsci, una combinación de cautela de la inteligencia y colaboracionismo de la voluntad. Así, advirtió que “el sindicalismo debe reaccionar de acuerdo a la temperatura de las bases; por eso, tenemos que ser sabios y prudentes”. La burocracia en general es experta en ese equilibrio entre la bronca por la base y su voluntad conciliadora, pero eso no significa que no pueda haber desborde si el ajuste pasa de castaño a oscuro.
Siguiendo ese razonamiento, Pignanelli recomendó a la CGT “que sepa manejar la temperatura de la gente, porque lo malo que nos puede pasar es que cuando se movilice la masa no tenga conducción”. Ya sabemos lo que significa para los “gordos” (y los flacos) de la CGT “manejar la temperatura de la gente”: poner paños fríos, cubitos de hielo, lo que haga falta. Pero aun con toda esa voluntad entreguista y traidora de la burocracia, puede que las circunstancias la terminen sobrepasando. Por eso Pignanelli terminó haciéndose la pregunta de los 47 millones (de argentinos, no de dólares): “¿Hasta dónde el pueblo va a aguantar el ajuste?” De la respuesta dependerá el futuro de los trabajadores, de los sectores populares y del gobierno de derecha que está por asumir.
[1] En la City decían que la pregunta del millón es “cuáles fueron las empresas que accedieron a las Lediv mientras estuvo la ventana abierta”, cuando se supone que era un instrumento sólo para importadores (Ámbito Financiero, 28-11-23). En apenas dos o tres semanas de noviembre, las Lediv saltaron de 2.000 a 5.140 millones de dólares. No, si para lanzarse por la “ventana” de los dólares baratos, no hay acróbatas más avezados que los capitalistas argentinos…
[2] No es el único tema en el que el presidente electo debería aggiornarse. Por ejemplo, su prédica de libre comercio absoluto sin intervención del Estado se da completamente de patadas con la realidad geopolítica del capitalismo global actual, y en particular de las potencias más importantes. EEUU, China, el Reino Unido, Francia, Alemania, India y Japón (por nombrar sólo las economías más grandes) aprueban, una tras otra, normativas de control y regulación del comercio atendiendo a criterios que a veces son de “seguridad nacional”, pero muchas otras son simplemente del viejo “dirigismo” o nacionalismo económico que odiaban los liberales. También aquí, Milei se quedó en los 90: en efecto, la actual ola proteccionista, con o sin excusas geopolíticas, implica un grado de apertura de la globalización capitalista que es el más bajo de los últimos 30 años. Pero es inútil sugerir estos comentarios a alguien que sigue entendiendo el orden global como “la lucha contra el socialismo”, como si estuviéramos en los años 80 de sus admirados Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
[3] La consultora Bull Market Brokers especulaba con un aporte de “fondos de Medio Oriente” de entre 12.000 y 15.000 millones de dólares, que sumados a 3.000 millones del FMI y 5.000 millones de las cerealeras, darían un “máximo” de 20.000-21.000 millones de dólares para emprender la dolarización. Como el grueso de esa cifra depende de la buena voluntad de fondos tan misteriosos como los que supuestamente iban a financiar la dolarización a Emilio Ocampo, y como el propietario de Bull Market Brokers es el inefable Ramiro Marra, ya saben a qué atenerse.
[4] Es completamente risible el cálculo que hizo en público Milei de que si libera el boleto a 300-350 pesos, el costo en realidad podría bajar a la mitad porque a los empresarios del sector “les bajaríamos los impuestos”. Una de dos: el presidente electo nos toma el pelo a sabiendas, o verdaderamente está tan desconectado de la realidad que cree que los empresarios argentinos bajan los precios de manera proporcional a los impuestos que dejan de cobrarles. Si tiene alguna duda, que le pregunte a su ídolo Domingo Cavallo qué pasó con la rebaja de aportes patronales en los 90. La respuesta es que la recaudación perdida se compensó con la suba del IVA del 18 al 21%, pagada por las mayorías populares.
[5] Como las pymes no tienen casi vínculo con el comercio exterior, sino que su actividad –al igual que la de casi todo el comercio minorista, salvo las grandes cadenas de supermercados–depende del consumo interno, serán las más expuestas a la recesión ya anunciada por el presidente electo. Pero no sólo muchas pymes, sino sectores enteros, hoy protegidos o beneficiados con regímenes especiales, pueden quedar knock out con las “reformas Milei”. Ya trascendió que regímenes de promoción como el que goza la industria electrónica fueguina están en la mira del recorte, y muchas empresas del sector automotriz –más que las terminales, las autopartistas– podrían perder también una protección sin la cual directamente no pueden subsistir.
[6] Un rumor –más bien, globo de ensayo– que echaron a correr algunos medios amigos de Milei fue la eventual declaración de quiebra de la ANSeS, organismo responsable del pago de todas las prestaciones sociales públicas y principal caja del Estado y del país. La enormidad económica y social que esto significaría es imposible de exagerar, de modo que no lo tomamos como posibilidad seria. Pero el hecho de que se haya lanzado la idea a modo de sondeo es significativo de cuáles son los extremos a que llegaría un Milei que dé rienda suelta a sus delirantes concepciones económicas.
[7] Mientras se decide el destino de Aerolíneas, la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel (Vi-Vi, o Viuda de Videla), propuso que por lo pronto se designe como nuevo titular de la compañía a Andrés Duncan Paterson, gerente de ventas (!) de American Airlines. No trascendió si también propuso que pase a llamarse Argentine Airlines.
[8] Desde ya, hay que tomar con muchas pinzas esa “deuda privada”. Si en este país hubiera controles en serio, de los que el kirchnerismo jamás hizo y a los que Milei se opone por definición, se vería que buena parte de esa supuesta “deuda” es en realidad de sucursales argentinas de multinacionales con sus casas matrices, o lisa y llanamente sobrefacturación espuria. La burguesía argentina es muy ducha en tales tramoyas desde la estatización de “deuda privada” de hecho que hiciera Cavallo como presidente del BCRA en 1982. Se ve que en esa época los ultraliberales, lejos de querer quemar el Banco Central, querían aprovechar todo lo posible las múltiples oportunidades que ofrecía esa entidad para ayudar a los capitalistas amigos, socios y cómplices.
[9] Cuando las metáforas marítimas, futbolísticas y religiosas parecían agotadas por el macrismo –el kirchnerismo siempre tuvo menos imaginación–, el citado garca empresario Funes de Rioja nos sale con este símil de origen odontológico: “[El ajuste] es como ir al dentista; sabés que te va a doler, pero es necesario”. Lo dice un representante de la clase social en cuya dentadura, parece, nunca entran las caries y el “dolor” siempre es para los otros.
[10] Citemos dos ejemplos tomados de las últimas ediciones de The Economist, tribuna liberal si las hay. Uno: en la lista de datos macroeconómicos de 42 economías importantes que se publica todas las semanas, todas salvo tres (Noruega, Australia y Dinamarca) tienen déficit fiscal, y 12 de esas 39 de ellas tienen déficits mayores que Argentina, entre ellas Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, India, Brasil e Israel. Dos: que nadie crea que esto se debe a una tendencia episódica y azarosa de la actualidad. Por dar un solo caso, Francia –entre la quinta y la séptima economía del mundo por PBI nominal, según cómo se mida– ha tenido déficit presupuestario todos los años desde hace 50 (cincuenta) años. Si se entera el abuelo de Adelmo Gabbi, se vuelve a morir.
[11] El “plan Rodríguez” era tan draconiano que directamente se negaba a tomar nada de deuda y pretendía consumar el ajuste exclusivamente a partir del recorte del Estado, “y al infierno con las consecuencias”, como reza el dicho inglés. Rodríguez insistía, aún más que Milei, con la idea de que debía haber “sufrimiento” de las masas. Por eso fue dejado de lado: era demasiado, es decir, demasiado peligroso, casi una garantía de estallido social. Lo que para nada significa que el camino elegido por Milei esté exento de riesgos. Más bien al contrario: el carácter de “experimento” de su gobierno, casi de apuesta, es subrayado por múltiples medios de prensa internacionales (significativamente, mucho menos en la prensa vernácula).
[12] Recordemos que esa reforma laboral antiderechos se denominó “ley Banelco” porque fue aprobada bajo el gobierno de De la Rúa (año 2000) recurriendo de manera directa (pero clandestina, hasta que tomó estado público), a la compra de votos de senadores peronistas. Naturalmente, los “republicanos” de hoy, admiradores de esa ley, no suelen tomarse la molestia de evocar este incómodo episodio. El escándalo nacional que siguió condujo a la renuncia del entonces vicepresidente, el peronista “progresista” del Frepaso Carlos “Chacho” Alvarez, que jamás volvió a la política.