La coyuntura internacional

Un mundo más peligroso, un mundo más polarizado. Parte 1

“La desescalada nuclear que siguió a la guerra fría está terminada, advirtió el Pentágono esta semana. En su lugar está en curso una nueva rivalidad entre potencias nucleares o casi nucleares, algunas de ellas paranoicas. Es más complicado y menos predecible que el viejo conflicto bipolar entre América y la URSS. Esto lo hace mas peligroso” (The Economist, 15/08/24)

Lo que sigue es el informe editado por el autor de la reciente reunión por zoom (17 y 18 de agosto) realizada por nuestra corriente internacional en oportunidad de las tareas a ser encaradas en el segundo semestre del año.

El informe está pensado para transmitir una “estructura” repasando las definiciones generales de la corriente. No considero que haya habido grandes modificaciones en relación con las coordenadas que venimos charlando y la estructura general de análisis de la corriente respecto de la discusión sobre la situación mundial que realizamos en la última reunión de febrero pasado (2024). Hay precisiones y tareas pendientes, así que va a ser un informe de trabajo.

1- De lo objetivo a lo subjetivo (de la ruptura del equilibrio internacional al reinicio de la experiencia histórica)

Primero, la definición general es que se entró en una nueva etapa mundial cuya tendencia básica es al desequilibrio. Recuerden que habíamos señalado que la nueva etapa mundial abierta eventualmente desde el 2008 (por marcar un evento estructural) es de crisis, guerras, revoluciones, barbarie y reacción, enriqueciendo de alguna manera la definición clásica de Lenin.[1]

Para decirlo sencillamente: el signo a la estabilización desde fines de los años 70, con la contraofensiva thatcheriana y reaganiana, la caída del Muro, el fin del “mundo bipolar”, la hegemonía yanqui indiscutida, etc., se invirtió. El signo actual es una tendencia permanente a la desestabilización (una desestabilización cada vez más peligrosa) con crecientes hechos de sangre que entrecruzan guerra y rebelión (o revolución), o guerra y causas justas (como la emancipación nacional ucraniana o palestina, causas que en la etapa anterior no estaban visibles). El contexto es al desequilibrio internacional creciente en todas las esferas.[2]

Hay un libro nuevo de Alex Callinicos (que no alcanzamos a leer aún) que tiene un buen título: La era de las catástrofes.[3] El hecho es que estamos en un período de crecientes catástrofes aunque hay que ver este fenómeno en toda su dialéctica (otra vez esta “palabrita”, muy útil como método para entender los desarrollos del presente);[4] para ir en contra de las interpretaciones al uso de las corrientes mayoritarias en Europa y Brasil, que son escépticas. Pero esa no es nuestra interpretación. La nuestra es más mediatizada. Apreciamos en el mundo elementos de bipolaridad en la lucha de clases, un concepto que venimos acunando desde 2016 y que desarrollaremos más abajo.

Otra definición que venimos manejando pero que hay que reafirmar es que el siglo XXI configura una nueva totalidad (algo que comienza a apreciarse en torno a la segunda década de este siglo). Hubo una totalización (etapa) entre la Primera y la Segunda guerras mundiales con un ciclo de revoluciones socialistas triunfantes y frustradas (triunfante la Rusa, frustradas las demás: Hungría, Alemania, España, China); otra totalización o etapa en la segunda posguerra con las revoluciones anticapitalistas pero no socialistas (China, Vietnam, Yugoeslavia y Cuba), el triunfo de la URSS sobre el nazismo y el boom económico capitalista en Occidente; una tercera, la de la hegemonía indiscutida de EE.UU. en el fin del siglo pasado, el mundo unipolar, la posmodernidad, el fin de la historia, la caída del Muro, etc.[5] Y, evidentemente, estamos en una nueva totalización desequilibrante cuyos procesos y contornos están abiertos y donde no hay todavía resultantes (por eso los rasgos de desequilibrio de la etapa, si hubiera resultantes habría un nuevo equilibrio).

Más que la palabra “desorden” que usa el mandelismo (Pierre Rousset en algunos de sus informes a la “IV”), me parece más marxista, más profundo, hablar de una nueva etapa que reabre la época –que en verdad nunca se había cerrado, como ya señalamos–, nueva etapa de ruptura de los equilibrios y los viejos consensos. Hay miradas impresionistas de las corrientes y autores marxistas como el caso de Bensaïd, que plantean que la época de crisis, guerras y revoluciones se cerró (por eso hablan de “caos” planetario, que descriptivamente es una palabra aceptable pero que no indica tendencias para ningún lado; en el fondo es un concepto posmoderno)[6] y que se abrió una “nueva época” que pone un signo de interrogación a toda la estrategia teórica y política del marxismo revolucionario[7]

Yendo de lo objetivo a lo subjetivo en relación a la nueva etapa que estamos transitando (es decir, al “reflejo” subjetivo de este análisis objetivo basado en el concepto de “caos planetario”), muchos marxistas e intelectuales cedieron a la presión “melancólica” de los años 90 con la caída del Muro de Berlín, circunstancia vista como una derrota del momento (la restauración capitalista), cuando en realidad los antecedentes de esta derrota venían de mucho tiempo atrás –se confundió el proceso con su cristalización y por tanto se hipostasió el momento–: la derrota de la clase obrera en la URSS en los años 30 y de las revoluciones antiburocráticas de la posguerra en el Este europeo, además de la derrota del ascenso de los años 70, el último gran proceso de radicalización política hasta nuestros días. Se hipostasió el momento y muchas corrientes siguen atadas a ese esquema superficial,[8] perdiendo de vista su trasfondo histórico: el desbloqueo potencial de la perspectiva socialista auténtica, así como la oportunidad estratégica que esto abrió para relanzar la batalla por el socialismo (de ahí la importancia del balance del estalinismo).

Expresión actual de esta extrema unilateralidad son obras como la del historiador Enzo Traverso, Melancolía de la izquierda, que tienen una mirada escéptica y poco científica sobre la realidad; una mirada podríamos decir puramente “fenomenológica”: aprecia un corte total en la experiencia histórica; no ve ninguna acumulación de la experiencia en el último período.[9]

Para tener una muestra de la unilateralidad del abordaje de Traverso en esta obra, este señala que con el fin del siglo pasamos de una “memoria estratégica orientada hacia el futuro a una circunstancia “presentista” donde la tensión entre el pasado y el futuro se convierte en una suerte de dialéctica “negativa”: “En un contexto así, redescubrimos una visión melancólica de la historia como rememoración de los vencidos (…) [una] transición de la utopía a la memoria” (2018; 18). También señala que “(…) el futuro anterior está enterrado o, mejor, ha sido tragado por el mar, sin vínculos con el ‘horizonte de expectativa’ en el presente. Aparece como un trauma que rompe la continuidad del tiempo histórico” (Traverso; 2018; 155).

Fin de la utopía, el futuro enterrado, el pasado como trauma… estas afirmaciones tienen elementos de realidad, pero están demasiado vueltas hacia atrás; pierden la perspectiva hacia adelante, lo que llamamos los elementos de acumulación de la experiencia que están dándose paso a paso; es verdad que más lentamente que lo que quisiéramos, pero de nada vale enojarse con la realidad, porque es siempre más grande que nosotros. Si, efectivamente, el siglo XX dejó cuestionada la continuidad mecánica del tiempo histórico, su supuesta “unilinealidad socialista”, Traverso pierde de vista, repetimos, la simultánea reapertura de la experiencia histórica que está ocurriendo bajo nuestros ojos.[10]

Ocurre que la dura realidad de esta tercera década del siglo XXI está rompiendo a martillazos este corte en la memoria histórica. Un ejemplo entre varios: el genocidio sionista en Gaza está produciendo las movilizaciones más grandes en defensa de la causa palestina en una generación. Movilizaciones que en Medio Oriente y otros lugares de Asia están siendo capitalizadas por las corrientes islámicas, pero que en los países de Europa Occidental y EE.UU. son laicas y claramente direccionadas hacia la izquierda (la crisis que le abrieron a la campaña electoral de Biden fue uno de los motivos de su reemplazo por Kamala Harris).[11]

Pero los desarrollos han ido más allá: han puesto sobre la mesa el fracaso de la pretendida solución de los “dos Estados” y ha vuelto a cobrar realismo la solución de un único Estado palestino libre, laico y no racista. (Hay que tener presente, por lo demás, las crecientes divisiones que se están produciendo en el seno de la sociedad israelí.[12])

También habrá que ver la vuelta de tuerca que tendrá el movimiento ecológico, que salió un poco de escena a partir de la pandemia; tomar nota de la continuidad de la fuerza del movimiento de mujeres y lgbtt a nivel internacional, las movilizaciones antifascistas en curso en países como Alemania, Gran Bretaña (ambas con desarrollos recientes) y otros, así como el potencial retorno del movimiento por la desnuclearización y contra el militarismo que seguramente tomará ejemplos de otros movimientos del mismo signo en los años 70.

Parte de la “mecánica material” hacia el reinicio de la experiencia histórica es que estamos en un período caracterizado por una creciente polarización entre Estados y en la lucha de clases. Una dinámica sistemática de acción y reacción eventualmente asimétrica (una “bipolaridad asimétrica”), donde es todo el tiempo “una de cal y otra de arena” y donde, por esta misma razón, las cosas no terminan de decantar.[13]

Veamos estas cuestiones con más detenimiento. Entre Estados, más que bipolaridad hay una suerte de multipolaridad, que, de todas maneras, tiende a “resumirse” en una suerte de nueva bipolaridad entre el imperialismo tradicional, EE.UU. y sus aliados del G-7 (Alemania, Japón, Gran Bretaña, Francia, Italia, Canadá) y la alianza entre China y Rusia (imperialismos en ascenso o en reconstrucción) y sus respectivos aliados (Irán, etc.). El sesgo de los enfrentamientos entre ellos (cada vez menos proxi, cada vez más directos), es interimperialista. De ahí los escenarios de enfrentamiento interimperialista que comienzan a delinearse y que parecían delirantes décadas atrás: la hipótesis de conflictos nucleares entre potencias imperialistas.

Lo que ha decantado es que el contexto en el cual se procesa la experiencia humana en esta tercera década del siglo XXI es muy distinto a los anteriores; la especificidad de las cuestiones que la marcan es inédita.[14] Asimismo, y en el otro polo, durante las últimas dos décadas hemos vivido rebeliones populares en los cuatro puntos cardinales del globo así como la emergencia de distinto tipo de movimientos como el de mujeres y demás, terreno en cual también está en curso una dinámica de bipolaridad: la dinámica laica y modernizante del derecho al aborto, por ejemplo, versus la reacción conservadora y ultramontana que cuestiona incluso los logros de la Revolución Francesa (las libertades democráticas por ejemplo).[15]

Por otra parte, es verdad que todavía no hemos vivido nuevas revoluciones. Las últimas fueron la polaca, la nicaragüense y la iraní a finales de los años 70, revoluciones muy dispares, pero lo que las unió es que apuntaron a destruir el Estado existente. No ha habido nuevas revoluciones porque el período actual está todavía muy marcado por una intensa desigualdad entre los factores objetivos y subjetivos: seguimos bajo un período donde en el terreno de la subjetividad domina una crisis de la alternativa socialista. Y, sin embargo y simultáneamente, como en “una ola que se cierra y otra que comienza”, se vive un recomienzo de la experiencia histórica. En este sentido es ilustrativo lo que plantea Kouvelakis respecto de las razones que están detrás del triunfo del NFP (Nuevo Frente Popular) en las recientes elecciones parlamentarias en Francia: “Para encontrar algunas respuestas [a la gran votación de la centroizquierda, R.S.], debemos examinar más de cerca las fuerzas motrices de este auge [se refiere a la reacción democrática ocurrida entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones que capitalizó el frente popular]. Puede ser que nos haya sorprendido y aliviado, pero no es en absoluto un milagro. Incluso podríamos decir que viene de lejos, de la sedimentación que han dejado las batallas sociales y políticas de los últimos años.[16] Esta sedimentación se expresa en dos niveles. El primero es el de una sucesión de movilizaciones que han puesto en movimiento a sectores diversos y masivos de la sociedad francesa (…) la lucha contra la Ley del Trabajo, los Chalecos Amarillos, las movilizaciones feministas o antirracistas, las revueltas de los barrios, el movimiento contra la reforma de pensiones, sin olvidar la decisiva batalla de solidaridad con el pueblo palestino. Es cierto que ninguno de estos movimientos ha triunfado del todo. Pero gracias a ellos arraigó en el país un ambiente de politización, una capacidad de acción y un sentimiento generalizado de pertenencia a un campo social ampliamente identificable. Ha sido esta acumulación de experiencia la que ha hecho posible la movilización popular en gran medida autoorganizada, que fue el secreto de la inversión del impulso entre las dos vueltas de las elecciones, y que se haya frenado el ascenso de la ola parda” (“Convertir la ‘prórroga’ en una alternativa de poder”).[17]

Destaquemos otro elemento que mencionamos menos pero que es parte de esta sedimentación. Kouvelakis habla de una creciente politización de la nueva vanguardia y es así: ¡ahí está el ejemplo de los campus estadounidenses y su solidaridad con la causa palestina, con imágenes que no se veían desde los años 70 en ese país!

Por otra parte, a nuestro modo de ver Kouvelakis exagera un tanto al hablar de “ola parda” por el muy real crecimiento de la extrema derecha en Francia, a la cual considera lisa y llanamente como “fascista”. Casos evidentes de este tipo de apreciaciones que dan lugar a orientaciones oportunistas son los del NPA Anticapitalista en Francia, o el DSA en EE.UU. y Jacobin en general, Resistencia y el MES en Brasil, etc., organizaciones todas ellas que se integraron a frentes de colaboración de clases. Parece que los criterios políticos de clase, que son de principios, pueden ser moneda de cambio, utilizada para confundir toda la elaboración del marxismo sobre el frente único. Elaboración que, en su caso, transforma un frente de independencia de clase en su opuesto: una política de frente popular. Y es significativo que corrientes que se consideran “morenistas” estén con las cuatro patas en esta política conciliadora rechazada expresamente por Nahuel Moreno en folletos educativos como “La traición de la OCI”, uno de los mejores textos del dirigente argentino.[18]

En síntesis: los análisis unilateralmente “melancólicos” al estilo de Traverso (es decir, de espaldas al futuro) se están viniendo abajo con la reaparición de un conjunto de problemas viejos bajo nuevas formas o de problemas nuevos que no existían en períodos anteriores. Y con esto también reaparece el debate estratégico, debate que, es verdad, se va abriendo paso lentamente, pero por la fuerza de los hechos comienza a emerger.[19]

2- Desequilibrio geopolítico, peligro nuclear y retorno de la cuestión nacional-colonial

Veamos ahora los elementos de desequilibrio que subyacen a la nueva etapa internacional y que parecen arrastrar al mundo a lo impensable hasta hace muy poco tiempo: guerra inter-imperialista y catástrofe ecológica (está claro que colocamos esto como una de las tendencias en obra, no como una necesidad mecánica).[20] En el último período, el elemento más desequilibrante es el geopolítico: el enfrentamiento, dicho resumidamente, de los EE.UU. y sus aliados con China y Rusia. Este enfrentamiento comenzó una década atrás alrededor de los problemas económicos y comerciales con China, pero fue extendiéndose cada vez más hasta ser actualmente el principal elemento desestabilizador de la situación mundial: “El vínculo económico entre China y Estados Unidos es mucho más profundo y tiene mucho más alcance que el de Rusia y Estados Unidos (…) Y este vínculo corre en las dos direcciones (…) es impensable que Estados Unidos sancione a China como sancionó a Rusia (…) Al mismo tiempo, China está mucho más enredada con la economía mundial y su sector exportador sigue siendo la fuerza impulsora de su economía (…) Siempre me gustó destacar el sorprendente paralelo que existe entre esta situación y la de Alemania y el Reino Unido en vísperas de la Primera Guerra Mundial. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, estos países eran cada vez más competitivos en términos de negocios y finanzas, y su rivalidad geopolítica cada vez más acentuada. Y, sin embargo, estaban muy interconectados en términos económicos y sociales (…) pero el tira y afloje perdió equilibrio y finalmente se convirtió en uno de los estímulos de la Primera Guerra Mundial” (Ho-Fung Hung, Jacobin Lat).

Como señala este analista chino, del plano económico y comercial la cosa se extendió a un enfrentamiento militar creciente con Rusia a propósito de la guerra en Ucrania y las progresivas tensiones con China alrededor de Taiwán, sumándose en el último período un conjunto de enfrentamientos o guerras con elementos proxis, como está ocurriendo en Ucrania, Medio Oriente y potencialmente en el mismo Taiwán, en una circunstancia en que el conjunto de la relaciones geopolíticas desequilibradas están reordenándose alrededor de dos polos: el polo del imperialismo tradicional (EE.UU. más las naciones del G-7, como ya hemos señalado) y el polo que se está armando alrededor de China y Rusia sumándole potencias regionales como Irán, Corea del Norte, etc.[21]

“Antes de la guerra en Ucrania, China pensaba que su situación y la de Rusia eran similares. Quedó claro en una declaración conjunta del 4 de febrero del 2022 de Putin y Xi Jinping durante la apertura de las Olimpíadas [es decir, inmediatamente antes del desencadenamiento de la invasión de Putin a Ucrania hacia fin de ese mes, R.S.], en la que China manifestó su apoyo a la oposición de Rusia a la presencia de la OTAN en los países de la ex URSS. Al mismo tiempo, Rusia también respalda a China en su oposición a la creación de una alianza de seguridad [impulsada por los EE.UU.] en el Pacífico y en Asia. Los temas más disputados son los de Taiwán, el Mar de la China Meridional y todos estos países del sudeste asiático, que tienen disputas territoriales con China. Durante la guerra fría eran todos Estados satélites del imperio estadounidense (…) Pero en el siglo XXI, la situación es muy distinta de la de comienzos de la modernidad o en la Guerra Fría (…) Ahora el nacionalismo está en el aire en todas partes, desde Ucrania hasta Taiwán, Malasia y todos estos Estados más pequeños. Todos desean la autodeterminación y la independencia. Una forma de conquistarla es hacer que las grandes potencias se opongan entre sí, y esto es lo que están haciendo los Estados más pequeños” (Ho-Fung Hung, ídem). Lógicamente que entre todas estas circunstancias hay matices de importancia, pero colocamos la cita a modo ilustrativo de los crecientes enfrentamientos geopolíticos que acercan el peligro de un enfrentamiento militar directo entre fuerzas imperialistas, como señalamos al inicio de este punto, algo impensable en las últimas cuatro décadas.[22]

A estos impensables elementos en pleno desarrollo se le ha agregado ahora un elemento nada menor: los crecientes “ruidos” en la cuestión militar y nuclear.[23] La guerra en Ucrania claramente ha comenzado una nueva era de rearme internacional. El par imperialismo-militarismo estudiado por nuestros clásicos (Lenin y Rosa sobre todo, textos que debemos volver a estudiar) ha vuelto para quedarse. Está claro que los países de la U.E. están tratando de alcanzar el piso propuesto por la OTAN del 2% del PBI dedicado al gasto militar y que EE.UU. también está aumentando su gasto militar (¡el más grande del planeta, en torno a los 800.000 millones de dólares anuales!), así como China (mitad del presupuesto militar yanqui) y Rusia (1/8 del yanqui) están haciendo lo propio. Y esto está incluyendo ya el retorno de la conscripción en algunos países, algo que para nada se puede descartar que vaya extendiéndose (Dinamarca acaba de reimplantar el servicio militar obligatorio a partir de 2027, para la mujeres).

Por otra parte, además de la extensión de los conflictos armados que enseguida veremos, el dato nuevísimo marcado por la prensa imperialista en las últimas semanas es el retorno de la carrera nuclear: “(…) los peligros nucleares han proliferado y mutado. El número de cabezas nucleares está volviendo a subir, en la medida que China pretende expandir su arsenal de algunos centenares una década atrás a cerca de mil [o 1500] en 2035 [ahora están en “sólo” 300]. Esto creará una tercera potencia nuclear por primera vez. Mientras tanto, la tecnología se está expandiendo por nuevos dominios y manos. Rusia planea colocar bombas nucleares en el espacio. Corea del Norte cabezas nucleares que puedan alcanzar el territorio de los EE.UU. Milicias como los hutíes tienen armas sofisticadas (aunque no nucleares). China, Irán, Rusia y Corea del Norte están cooperando en cuestiones militares y pueden compartir tecnología misilística también” (The economist, ídem).

El artículo de referencia que estamos citando, centro de esta edición de la revista inglesa, coloca como hechos probables (más probables que décadas atrás) la posibilidad de un conflicto nuclear más peligroso que el que era posible en la segunda posguerra, cuando había sólo dos potencias nucleares (Estados Unidos y Rusia). Habla con preocupación de que Estados Unidos podría enfrentar a todos los países señalados arriba coaligados en materia nuclear, y de que esta circunstancia podría “incinerar ciudades norteamericanas”…[24]

Así las cosas, una de las radicales novedades de la nueva etapa mundial en materia geopolítica, repetimos, es el retorno de la carrera armamentística y particularmente de la carreta nuclear, con todo lo que ello significa en cuanto a potencial de auto-exterminio de la humanidad, cuestión sobre la que volveremos más abajo.

Junto con lo anterior, el otro hecho novedoso es el retorno de guerras y conflictos militares que tienen un alcance global y un componente de lucha de clases (es decir, guerras convencionales no tan convencionales).[25] En la invasión a Irak no hubo un claro componente de lucha de clases aunque había un elemento de guerra de emancipación nacional contra los yanquis a pesar de la dirección de Saddam Hussein. Pero en las dos “guerras” que estamos viviendo hay un componente de guerra por procuración y también un componente de guerra de emancipación nacional. Los ucranianos no quieren que su país sea ocupado, y por eso la dura resistencia que logran sostener aunque esté instrumentalizada por Occidente y la dirección proimperialista de Zelensky. Y también en Gaza, donde hay un genocidio descomunal –hay 40 mil muertos oficialmente asesinados al día de hoy y 40 mil más no reconocidos–, pero es un conflicto interminable porque los objetivos de Netanyahu son incumplibles.

“Creo honestamente que lo que estamos viviendo en este tiempo tan oscuro –y es un tiempo oscuro porque la eliminación de los palestinos y las palestinas ha alcanzado otro nivel– no tiene precedentes. En términos del discurso de Israel y de la intensidad y el propósito de sus políticas eliminatorias, no ha existido un período así en la historia: se trata de una nueva fase de brutalidad contra el pueblo palestino (…) Pero incluso en este tiempo oscuro debemos comprender que los proyectos coloniales de asentamiento que se desintegran siempre utilizan los peores medios para sobrevivir [Pappe señala que siempre están condenados a desintegrarse, antes o después, R.S.]. Así ocurrió en Sudáfrica y en Vietnam del Sur (…) Basándome en un sereno análisis de experto, afirmo que estamos asistiendo al final del proyecto sionista, no cabe duda” (Ilan Pappe, “A pesar de este tiempo oscuro, el colonialismo de asentamiento de Israel llega a su fin”). Pappe agrega que de un colapso así emerge súbitamente un vacío; que es como un muro que va erosionándose lentamente por las grietas que se abren en su interior y que se derrumba en un breve instante, y que hay que prepararse para ese derrumbe, para la desintegración del Estado de Israel y su proyecto colonial de asentamiento.

El caso de Ucrania es muy complejo, porque para entenderlo hay que comprender no solo el conflicto interimperialista sino remontarse a la herencia del estalinismo en Ucrania, el Holodomor, etc., y no hacer análisis simplistas como hacen prácticamente todas las corrientes, desde los que están con Putin como el PO argentino, hasta los que quieren enviar armas a Ucrania como el mandelismo. El mandelismo entiende más el problema específico de Ucrania pero no entiende el problema del imperialismo (cosa delirante, siendo que el centro de su corriente es Francia), y el PO nunca va a entender nada mientras siga creyendo que el capitalismo no se restauró en Rusia (otra posición delirante).

En el caso de la corriente del PTS argentino, se da la paradoja de que están visiblemente divididos con su grupo en Francia en los dos temas: respecto de Ucrania, Juan Chingo tiene una posición campista que le nubla la vista respecto del carácter capitalista e imperialista en reconstrucción de Rusia (Chingo ha tenido las posiciones más esquemáticas de esta corriente respecto del balance, o su ausencia de balance, del estalinismo). Y respecto de Gaza tienen en Francia una posición opuesta a la manifestada públicamente en la Argentina: los primeros son acríticos en relación a Hamas y los segundos se niegan a defender incondicionalmente al pueblo palestino

Por lo demás, ahora Zelensky se metió en Rusia a través de un área cercana a Kursk (lugar de la batalla de tanques más importante en la historia durante la Segunda Guerra Mundial y que terminó de marcar el destino del nazismo en la guerra); una avanzada cuyo desenlace es incierto cuando Putin parece seguir avanzando en el otro frente de la guerra (acaba de conquistar una importante localidad en el Donetsk): “¿Qué hará ahora Ucrania? El avance ha sido tan rápido, y los rusos han sido tan lentos en responder, que Ucrania debe estar repensando los objetivos. Los logros iniciales han levantado la moral de su pueblo, y le han dado una renovada confianza a los apoyos occidentales de Ucrania, que desea un mayor apoyo militar. Ucrania también desea que Rusia saque tropas del frente de guerra, especialmente de la región del Donetsk, donde Rusia está logrando avances alrededor del eje entre las ciudades de Toretsk, Pokrovsk y Chasiv Yar. Desde que la incursión en Rusia comenzó, Ucrania ha perdido el control de la ciudad de Hrodivka, a 15 kilómetros de Pokrovsk” (The Economist, 15/08/24).

El análisis de nuestra corriente no ha cambiado desde el primer día del conflicto, cuando caracterizamos que estamos frente a un conflicto doble: uno legítimo de emancipación nacional y otro reaccionario interimperialista (ver “Sobre el carácter de la guerra en Ucrania” y “Sobre la dinámica de la guerra en Ucrania”). Sobre la salida para el conflicto, planteamos la retirada de Rusia de todos los territorios ocupados al tiempo que rechazamos el alineamiento de Zelensky con el imperialismo tradicional y la OTAN.

Boris Kagarlitsky, detenido por Putin meses atrás y ya liberado, deja algunas definiciones importantes sobre el conflicto: “(…) la gente en Ucrania no quiere ser parte de Rusia. Los ciudadanos ucranianos han demostrado que no quieren ser parte de Rusia. Apoyamos la autodeterminación, apoyamos las decisiones democráticas. Apoyamos a las personas en su derecho a decidir a quién quieren pertenecer (…) los ocho años de guerra indirecta rusa en el Donbas fueron un tremendo fracaso. La gente del Donbas se sintió muy confundida y frustrada. Muchos de ellos están muy descontentos con lo que está haciendo Rusia (…) [En Rusia] no hay señales de que la clase obrera apoye la guerra. Pero la clase obrera rusa es débil, derrotada por una enorme des-industrialización. La burocracia rusa es enorme; se pone del lado del gobierno sin importar lo que haga” (“Detrás del desastre ruso en Ucrania. Entrevista”).[26]

En el caso de Gaza, la novedad es que actualiza el debate sobre la cuestión colonial que viene del siglo pasado, en este caso el de una lucha emancipatoria que no está dirigida por fuerzas del nacionalismo burgués –tampoco por el PC como en etapas anteriores– sino por fuerzas islámicas. Esto es una novedad que actualizó el debate con, por ejemplo, Lutte Ouvriere en Francia, que afirman “ni Hamas ni Netanyahu”, como si fueran lo mismo los oprimidos que los opresores; o con seguidistas de Hamas como el PO argentino (algo que ya señalamos); pasando por la discusión sobre qué posición tener frente a los actos terroristas de organizaciones que representan a las masas de un país oprimido.[27] En esto se puso de moda la relectura de Frantz Fanon (no hemos leído su obra al momento de escribir este texto), a quien el trotskismo clásico nunca apoyó pero el mandelismo sí, un autor que reivindica el terrorismo como método de acción política (nosotros lo entendemos e incluso podemos defenderlo según la circunstancia, pero no lo apoyamos porque es un método sustituista de la acción de masas).[28]

El marxista británico Gilbert Achcar coloca esta discusión en la actualidad. Plantea correctamente que la mentalidad que subyace en la acción de Hamas es la de Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. La de Fanon es la interpretación más conocida de los sentimientos [de revancha] de los colonizados, realizada por un pensador que también era psiquiatra (Fanon tuvo la mala suerte de morir muy joven). Fanon reflexionó sobre las luchas de los colonizados, en particular de los argelinos, contra el colonialismo francés, métodos que incluían poner bombas en los bares de Argel donde asistían personas de origen francés. El autor, de origen martiniqués, señala: “El colonizado que decide realizar ese programa, convertirse en su motor, está dispuesto en todo momento a la violencia. Desde su nacimiento, le resulta claro que ese mundo estrecho, sembrado de contradicciones, no puede ser impugnado sino por la violencia absoluta (…) No hay equivalencia de resultados, sin embargo, porque los ametrallamientos por avión o los cañonazos de la flota superan en horror y en importancia a las respuestas de los colonizados. Ese ir y venir del terror desmitifica a los más enajenados de los colonizados” (Achcar citando a Fanon, “Gaza: La catástrofe inminente y la urgencia de detenerla”).[29] Achcar agrega que algunos de los actos cometidos por Hamas el 7 de octubre fueron actos terroristas si “por terrorismo se entiende el asesinato deliberado de personas desarmadas”, pero señala que el terrorismo del Estado sionista es el que ha causado, evidentemente, más víctimas en la historia del terrorismo de los grupos paraestatales.

Y, sin embargo, ese no es el tema. Nuestra posición es que la acción del 7 de octubre fue un mix de acción militar legítima con elementos de terrorismo. Los elementos de terrorismo los condenamos, porque siempre son utilizados contra los oprimidos, como se ve en el dramático genocidio que se está cometiendo sobre el pueblo gazatí, aunque la resultante política es más contradictoria.

Como digresión, señalemos que la posición del PCF en la guerra de Argelia (a finales de los años 50) fue tan traidora en defensa del imperialismo francés, que hizo que una franja enorme de la juventud rompiera con este partido, preparando lo que diez años después sería el Mayo Francés, un proceso donde el estudiantado estuvo representado por el anarquismo, el maoísmo y el trotskismo, pero no por el Partido Comunista tradicional.

En la Francia de posguerra, el PCF había salido ampliamente legitimado como “el partido de los fusilados” (por los 70.000 fusilados de su militancia por parte del nazismo). Por otra parte, la gesta popular de Stalingrado y en general el rol “soviético” en el Frente Oriental, les dieron a los Partidos Comunistas en Occidente (sobre todo el PCF y el PCI) un enorme prestigio, prestigio que fueron dilapidando con su política de conciliación de clases en la inmediata posguerra, y que tuvo su golpe de gracia en el caso francés –entre la juventud, no en el movimiento obrero– con la traición en Argelia.[30] Corrientes marxistas como el althusserianismo surgieron de su seno, no sin contracciones y conflictos, para relegitimar al estalinismo en la universidad. Althusser mismo veía en el PCF la “encarnación práctica de la clase obrera”, aunque reconoció en algún momento que no tenía contacto alguno con los obreros comunistas (Françoise Dosse, A saga dos intelectuais franceses, 1944-1989).[31]

Finalmente, y no menos importante, está el tema de Taiwán. Un terreno donde seguimos en general al marxista chino Au Loong-Yu y sobre el cual hemos escrito nuestros propios textos (“¿Estalla China? La mayor ola de protestas desde Tiananmen”, izquierda web. Programáticamente planteamos el derecho a la autodeterminación, aunque no estamos a favor de la independencia de la China continental).[32] Por ahora no ha habido un salto militar de peso en el conflicto ni China se ha sentido segura para salir a aprovechar la crisis que hay en relación a Ucrania y Gaza. Ha aprovechado estos conflictos para hacer diplomacia internacional y aparecer como un nuevo mediador que desplaza la hegemonía de EE.UU. en la región. Se hizo un acuerdo entre Arabia Saudita e Irán (dos países archienemigos hasta ahora, uno sunnita y otro chiita) mediado por China. Y también acaban de reunirse todas las fuerzas de la oposición palestina bajo su auspicio, planteando un gobierno de unidad nacional palestina, lo que tiene un elemento progresivo en estos momentos porque le da un respaldo a Hamas en medio del genocidio en Gaza y de la acción terrorista de Israel sobre todos sus dirigentes.

En síntesis, sobre este punto: no hay desenlace en Ucrania, no hay desenlace en Gaza, no termina de desencadenarse un conflicto en Taiwán; todo esto es parte de la coyuntura actual.

Bibliografía

Gilbert Achcar, “Gaza: La catástrofe inminente y la urgencia de detenerla”, Viento Sur, 18/10/23.

Gunther Anders, La obsolescencia del hombre, Pre-Textos, España, 2011.

Francoise Dosse, A saga dos intelectuais franceses, 1944-1989, volume I, A prova da historia, Estacao Liberdade, Brasil, 2021.

Ho-Fung Hung, “Crecen las tensiones entre China y Estados Unidos”, parte uno, Jacobin Lat, sin fecha.

Boris Kagarlitsky, “Detrás del desastre ruso en Ucrania. Entrevista”, Sin permiso, 16/04/22.

Statis Kouvelakis, “Francia tras las elecciones legislativas. Convertir la ‘prorroga’ en una alternativa de poder, Viento Sur, 13/07/24.

George Lukács, El asalto a la razón, Ediciones Grijalbo, México, 1968.

Ilan Pappe, “A pesar de este tiempo oscuro, el colonialismo de asentamiento de Israel llega a su fin”, Viento Sur, 20/02/24.

Pierre Rousset, “Estados Unidos y Eurasia: reflexiones geopolíticas en un momento de crisis mundial”, Viento sur, 2/09/22.

Roberto Sáenz, “Guía de estudio sobre la situación mundial: ha comenzado una nueva etapa”, izquierda web, 11/03/23.

Enzo Traverso, Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2018.


[1] La definición clásica de Lenin es que con el siglo XX (en 1914 más precisamente) se abrió una época de crisis, guerras y revoluciones. Opinamos que luego de cierto impasse con la caída del Muro de Berlín, lo que se está viviendo es la reapertura de esa época que nunca se había cerrado (acá hay una dialéctica de “cierre” y reapertura que es interesante y que las corrientes más impresionistas perdieron de vista). Época que luego de la experiencia del siglo pasado es más dialéctica, menos “unilineal” por así decirlo, razón por lo cual hay que definirla incorporando los conceptos de barbarie y reacción (el siglo pasado demostró, por si hacía falta, que no existe la unilinealidad histórica; las tendencias son al socialismo o a la barbarie).

[2] Aunque suene delirante, la esfera económica, a pesar de todo, es la que transmite más estabilidad relativa hasta el momento. Esto podrá sonar polémico, pero atento a la baja creciente en materia de crecimiento del PBI, a la sostenida creación de capital ficticio y demás, no es, de momento, la economía la que desestabilizada más las cosas. Como diría Lenin sobre el materialismo de Hegel en la Ciencia de la Lógica, es paradójico pero es un hecho.

[3] Citamos a Callinicos aclarando que es un autor que consideramos demasiado eurocéntrico y poco inspirador. No sabemos si esta obra cambiará nuestro parecer.

[4] Se habla mucho en el marxismo de la dialéctica, pero se la entiende y se la aplica poco a los análisis. La analogía de Trotsky sobre los cauces y cómo en determinado momento se rompen, es muy útil para entender los desarrollos político-sociales en general (“La fuerza estratégica de la dialéctica”, izquierda web).

[5] La posmodernidad sería una de las formas del pensamiento irracional del siglo XXI. En el momento en que escribimos esta nota estamos estudiando el texto de Lukács El asalto a la razón, y debemos reconocer que tiene cosas valiosas y de actualidad más allá de su “ceguera” consciente en relación al irracionalismo del estalinismo (la complicidad del filósofo húngaro con el estalinismo salta a cada paso y lo “persiguió” toda su vida).

[6] Es el título del documento del último congreso mundial de esta corriente, que no tenemos a mano para ponerlo textual.

[7] Este desarme estratégico del mandelismo (o posmandelismo) desde comienzos de los años 2000 terminó en un desastre, abriéndose paso una lógica de conciliación de clases en sus filas. Se trata de un error estratégico que desarma y da lugar a una mirada donde los límites de clase y revolucionarios en general se van difuminando, por ejemplo ahora con el ingreso del NPA Anticapitalista al frente popular en Francia. Igual caso es del PSOL en Brasil ingresando al Frente Amplio de Lula y Alckmin.

[8] Por ejemplo Resistencia y Valerio Arcary de Brasil.

[9] No hemos leído aún el último libro de Traverso llamado Revolución, que probablemente tenga alguna modificación en su sesgo.

[10] En nuestra obra El marxismo y la transición socialista, tomo I, recuperamos el concepto de utopía, los “sueños que se suenan despiertos” como los llamó Ernst Bloch en su obra El principio esperanza, sueños que, aunque hoy en día no tengan un contenido ideológicamente “socialista” como a comienzos del siglo pasado (una diferencia cualitativa desde el punto de vista de la subjetividad), no pueden darse materialmente por abolidos: no se los puede abolir porque la realidad lo impide.

[11] “Genocida Joe” es el apodo que le pusieron a Biden por su apoyo incondicional a Netanyahu.

[12] “Si se excluye la necesidad de luchar y eliminar al pueblo palestino, lo que queda son dos bandos judíos enfrentados, tal como los vimos encarándose en las calles de Tel Aviv y Jerusalén hasta el 6 de octubre de 2023. Enormes manifestaciones de los que se describen a sí mismos como judíos laicos, en su mayoría de origen europeo, que creen que es posible crear un Estado democrático plural manteniendo al mismo tiempo la ocupación y el apartheid contra la población palestina del interior de Israel, enfrentados a un nuevo tipo de sionismo mesiánico desarrollado en los asentamientos judíos de Cisjordania (…), que se han instalado de repente entre nosotros con la pretensión de que ahora pueden crear una especie de teocracia sionista sin consideración alguna por la democracia y convencidos de que esta es la única perspectiva para un futuro Estado judío” (Ilan Pappe; ídem).

[13] El objetivismo de los que ven todo “derrumbándose” también es muy malo. Pero también lo es la mirada escéptica de las corrientes que tienen como monotema la problemática de la extrema derecha, a la que aprecian de manera impresionista y sin apreciar las demás problemáticas, el conjunto total de los elementos que marcan la realidad internacional.

[14] Adelantamos un listado a modo puramente descriptivo: crisis ecológica, militarización, retorno de la cuestión nuclear, pandemias, crisis económica, vaciamiento de los regímenes de la democracia burguesa, emergencia de los gobiernos iliberales, crecimiento de la extrema derecha, recomienzo de la experiencia de los explotados y oprimidos, etc.

[15] La pautas conservadoras en esta materia (en el Brasil de Bolsonaro se llamaban las “pautas costumbres”) expresan esta reacción que también es común a Trump, Milei, Orban, Modi, etc., cada una con sus rasgos propios y que cuestionan aspectos de la modernidad y la ilustración. Es una suerte de renovada lucha de la razón contra la sinrazón: “(…) la honrada polémica científica [es] desplazada por la tergiversación, la calumnia y la demagogia (…) El desprecio del entendimiento y la razón, la glorificación lisa y llana de la intuición, la teoría aristocrática del conocimiento, la repulsa del progreso social, la mitología, etc., son otros tantos motivos que podemos descubrir (…) en todo irracionalista” (Lukács; 1968; introducción).

[16] Este concepto de “sedimentación de la experiencia” es muy bueno y complementario al nuestro de acumulación de la experiencia; casi se podría decir que son sinónimos, aunque acumulación tiene como una voz más activa y sedimentación suena a algo que ocurre por decantación.

[17] Recordamos que en una visita a Francia (2016) charlamos con Malewsky, el compañero editor de la revista mandelista Inprecor, en su oficina en el local de la Rue Ten. Él nos señalaba que estamos en una etapa “peor que la de la Thatcher, de puro retroceso y desacumulación”, y nosotros le subrayamos que no es así: que estamos en un período de recomienzo de la experiencia a pesar del entorno reaccionario. Es evidente que en Francia dicha experiencia existe, y si el trotskismo no la puede capitalizar de modo práctico, es más bien por razones subjetivas que objetivas. En la Argentina, a pesar de los rasgos “gorilas” y cloacales crecientes del trotskismo, se ha capitalizado, aunque de modo desigual, la experiencia de los últimos 20 años pos Argentinazo. Esto ocurre bajo formas distintas de como se aprecia internacionalmente –en otros países sólo se percibe al FITU por sus logros electorales y no a nuestro partido por estar fuera de dicho frente–, pero marca una vitalidad desigual entre las principales fuerzas de nuestro movimiento que, en nuestro caso, se hace valer de manera creciente por la base y entre la juventud. En el movimiento obrero todas las fuerzas estamos debilitadas luego de dar batallas de vanguardia importantes como las de Gestamp o Lear, en las que fuimos derrotados (NMAS y PTS). En el caso del Neumático, la experiencia de recuperación del gremio la inició nuestro partido y luego se la apropió el PO, demagógicamente y de manera aparatista, sólo para despolitizarla y rebajarla a mero sindicalismo. Ahora el SUTNA enfrenta una situación dramática en la cual ha tenido mil despidos y no ha atinado a hacer nada… El PO de las últimas décadas vocifera mucho y lucha poco. Los elementos de adaptación al régimen y el Estado, que se hacen valer insensiblemente, son comunes al PTS y al PO: fortaleza relativa por arriba; debilidad creciente por abajo. Del MST no hablamos porque no elabora nada y lo suyo es una orientación de verdulería, de construirse y juntar por juntar, sin acuerdo alguno de principios ni política.

[18] Sobre esto ver “Brasil: los elásticos límites del posibilismo”, izquierda web.

[19] El retorno de la elaboración teórica marxista, todavía en círculos de vanguardia pero que alcanza nuevos horizontes, es parte de la nueva etapa. Nos plantea a las corrientes socialistas revolucionarias profundizar la elaboración teórica alrededor del balance del siglo pasado (teoría de la revolución y teoría de la transición socialista) y de las nuevas problemáticas: carácter del imperialismo hoy, militarismo, ecología, género, nueva clase obrera, etc.

[20] A las tendencias en obra, como su nombre lo indica, hay que ir siguiéndolas con el análisis concreto de cada giro concreto. De cualquier manera, es un hecho cierto que estamos en el periodo más peligroso de la situación mundial en muchas décadas.

[21] De momento, China no parece estar aprovechando la guerra en Ucrania y el conflicto en Gaza para avanzar en Taiwán, más allá de circunstancias de extrema tensión que parecen seguir en un “tire y afloje”.

[22] En este texto no nos estamos dedicando a la crítica del campismo, de la mirada campista del enfrenamiento entre potencias imperialistas (una deriva clásica en la izquierda) pero recogemos –en términos generales aunque desde posiciones distintas de las de él– el planteo de Pierre Rousset de que para apreciar los actuales enfrentamientos interimperialistas “hay que liberarse del software mental heredado de la Guerra Fría” (“Estados Unidos y Eurasia: reflexiones geopolíticas en un momento de crisis mundial”).

[23] En Ucrania, por ejemplo, Zelensky está traspasando “líneas rojas” al intervenir con armamento militar estadounidense sobre el territorio ruso, algo que, supuestamente, desde el G-7 le habían planteado evitar. En el caso del avance sobre las áreas aledañas a Kursk, dichas potencias no han dicho “esta boca es mía”. Rusia parece mostrarse “moderado” hasta el momento respecto de este avance, pero la situación no hace más que incrementar la discusión sobre la posible utilización de “armas nucleares tácticas” mientras la carrera armamentística se extiende al espacio (al parecer, Rusia colocaría cabezas nucleares en el espacio exterior circundante a la tierra, una cuestión a ser verificada pero que, indudablemente, expresa una radical y peligrosa novedad que, si todavía no tiene gran auditorio entre las masas (afectadas por los trajines de la vida cotidiana como diría Marx), no deja de ser bien real (no es casual que la revista británica bicentenaria The Economist haya dedicado dos notas al problema nuclear en sus últimas ediciones. Enseguida veremos un ejemplo de ello).

[24] En cuánto tiempo esto va a generar paranoia en la población yanqui, no lo sabemos.

[25] En realidad, conflictos interimperialistas y luchas de emancipación nacional se han mezclado tanto en la Primera como en la Segunda guerras mundiales. Lenin dio cátedra sobre el tema mientras que Rosa Luxemburgo tuvo una posición sectaria al respecto (Lenin, El derecho a la autodeterminación de las naciones).

[26] Y agrega Kagarlitsky un dato de importancia sobre el estalinismo: “Yo no viví bajo Stalin. La Unión Soviética que recuerdo era cínica en un sentido sensato. Es decir, se mantenían algunos rituales pero la gente era cínica al respecto; eran rituales religiosos que son solo parte de la vida. Ahora quieren que la gente se entusiasme. Si no eres entusiasta, serás severamente castigado” (ídem).

[27] Nuestra corriente, en general, condena los actos terroristas tal cual lo ha hecho siempre el marxismo revolucionario: la acción armada sobre civiles desarmados.

[28] Frantz Fanon fue un revolucionario, psiquiatra, filósofo y escritor de Martinica (colonia francesa hasta el día de hoy). Apoyó la lucha por la independencia de Argelia y fue miembro del Frente de Liberación Nacional de dicho país. Su obra principal es Los condenados de la tierra.

[29] Se sobrentiende la canalización o sublimación por la violencia de aquellos que se sienten vejados –¡y lo son!– sistemáticamente por los ocupantes de su tierra. De ahí a transformar la “violencia absoluta” en una estrategia política hay, sin embargo, un largo trecho. Por otra parte, hay que diferenciar la estrategia del terror de la guerrilla. La guerra de guerrillas es una lucha armada de grupos “irregulares” contra los grupos armados de un Estado. El terror es el ataque “impune” sobre grupos de civiles. El marxismo revolucionario entiende, pero condena, el terrorismo, porque se vuelve siempre sobre los oprimidos. Otra cosa es la guerra de guerrillas, que puede ser una táctica auxiliar a lo que es principal: la movilización de masas.

[30] Estos golpes de gracia fueron diversos. En el caso inglés del PCB, el golpe vino con la entrada de los tanques rusos en Budapest en 1956.

[31] Dosse cuenta que el período de la inmediata posguerra representó el momento más importante de hegemonía conquistado por el PCF, del cual usufructuaba una doble legitimidad: la resistencia interior, gracias a la eficacia de su organización armada, los FTP (francotiradores y guerrilleros franceses), y el capital de simpatía por la URSS, la madre patria, cuya abnegación le había exigido un alto precio en la victoria contra el nazismo. Stalingrado representó el sacrificio supremo de un Ejército Rojo que había logrado conquistar Berlín: “Stalingrado –escribió Edgar Morin– removió para mí y sin duda para millares como yo, críticas, dudas, hesitaciones. Stalingrado expurgó todos los crímenes del pasado e incluso acabó por justificarlos (…) En noviembre de 1946, el PCF contaba con 800.000 afiliados contra 208.000 en 1937, además de conseguir el 28,89% de los votos en las elecciones de noviembre de 1946” (ídem, 45. La anécdota, además, muestra que obtener semejante influencia de masas electoral depende de eventos históricos de la lucha de clases, y que en general no funciona por mera acumulación).

[32] El propio Au Loong-Yu explica el carácter contradictorio de China como imperialismo emergente que aún tiene tareas nacionales pendientes. Al mismo tiempo, plantea el derecho incondicional a la autodeterminación del pueblo taiwanés y el cambio en esta problemática en las últimas décadas por la simple “acumulación del tiempo” y por la pérdida de atractivo de China misma, capitalista y autocrática).

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