Un genocida condenado a perpetua pide libertad condicional

Se trata de Santiago Omar Riveros, uno de los responsables del genocidio en el campo de concentración "El Campito" y de la desaparición del adolescente de 15 años Floreal "el negrito" Avellaneda.

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“Si es preciso, en Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país”. Videla en la XI Conferencia de los Ejércitos Americanos, en octubre de 1975. (Télam, 16/1/21)

Un genocida de marca mayor, decimos con dolor, porque las torturas, crímenes, desapariciones forzadas de las que se lo ha encontrado responsable son mayúsculas. Con la caída de la dictadura y el retorno de la democracia, no le fue mal. Fue nombrado embajador en la República de Uruguay de 1982 a 1983. Al ser beneficiado con el indulto menemista, recién estuvo en el lugar que debería haber estado desde mucho antes, fue cuando se reabrieron los juicios de lesa humanidad. El estallido popular del Argentinazo lo logró, y ahí se le terminaron los beneficios de la impunidad y le cayeron las condenas sobre la espalda, una tras otra. Lleva 20 años cumpliéndolas, actualmente en libertad vigilada.

El argumento de la defensa a favor de su libertad es que tiene 97 años.

El ex general atormentó, mató, ocultó la identidad, de cientos de jóvenes, mujeres gestantes, niños/as. ¿Su ancianidad es un motivo para dejar que este criminal deje el lugar donde debe estar hasta que fallezca?

Creemos categóricamente que no. Es un derecho de las víctimas, sus familiares, compañeros/as de estudio, trabajo y/o militancia y de todo el pueblo argentino que luchó durante décadas que este señor no cruce las puertas de la cárcel. Ese es su lugar.

Todo lo que trascendió a los estrados de los juzgados fue por el esfuerzo y heroísmo de cientos de luchadores/as.

Y este caso que vamos a relatar no es distinto. Es el caso de Floreal “El Negrito” Avellaneda, una de las víctimas de Riveros.

Este joven tenía 15 años cuando fue secuestrado junto a su madre y llevado a Campo de Mayo, donde funcionaba el centro clandestino El Campito. De allí sus secuestradores lo llevaron en los vuelos de la muerte.

Su madre, que pasó del Campito a la cárcel, cuando fue liberada, junto con el papá de Floreal, que también estuvo detenido, dedicó sus fuerzas a buscarlo y las pistas la llevaron a las costas del Río de la Plata, donde habían aparecido varios cuerpos y se desconocían sus identidades.

“El cuerpo de Floreal apareció en la costa uruguaya el 14 de mayo de 1976, cuando faltaba muy poco para que cumpliera los 16 años, junto con un grupo de nueve cadáveres.” (Télam, 15/4/21)

Por un tatuaje de su cuerpo (FA) y por las huellas dactilares que lograron conseguir, identificaron lo identificaron como el de Floreal, pero éste había pasado a un cementerio de Uruguay y desde allí se perdió el rastro.

Rodolfo Walsh hizo público el trágico hecho y tomó pública trascendencia, a pesar de las persecuciones[1].

El nombre del genocida responsable también trascendió. Por el esfuerzo y el heroísmo de muchos está juzgado, condenado y detenido. En este nuevo juicio que se sustancia en los Tribunales de San Martín, llamado Vuelos de la Muerte, que se suma a los anteriores, nuevas atrocidades cometidas bajo su mando o por sus manos fueron conocidas. No las ejecutó bajo un cargo de subordinado: ocupó el cargo de Comandante de Institutos Militares y de Jefe de Campo de Mayo.

Por la memoria de Floreal y de todas sus víctimas: ¡Para el genocida Santiago Omar Riveros la cárcel es su lugar!

 

[1] “Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, ‘con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles’ según su autopsia.” (Carta abierta a la Junta Militar, RW, difundida en marzo de 1977)

 

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