Un antes y un después en la historia de la lucha de clases

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A 40 años del golpe militar

Al servicio de fortalecer la lucha actual, viva, necesaria, no sólo contra los genocidas del Proceso y sus cómplices, sino también contra el gobierno reaccionario de Macri, es que iniciamos esta serie de reflexiones, colaboraciones y transcripción de textos recopilados de archivo, tratando de contribuir humildemente a la transmisión de experiencias a las nuevas generaciones de revolucionarios. Surgió esta iniciativa, además de cumplirse en el 2016 los 40 años del golpe militar, a partir del impacto producido por la lectura de la Trilogía de Primo Levy, que relata y pone blanco sobre negro, agudas polémicas abiertas a partir de los campos de exterminio del nazismo. Sin comparar ambas situaciones, sí se plantearon realidades tan crudas como las que relata Levy y la necesidad de mantener viva la memoria y la lucha contra la destrucción del hombre, no sólo en lo físico, sino en su calidad de tal.

24 de marzo de 1976. Rotonda de Florencia Varela. Puerta de Alpargatas. Bajé del “blanquito” que me llevaba desde mi casa en Berazategui y me acerqué a uno de los kioscos donde vendían factura antes de entrar en la fábrica. Desde la radio se escuchaba la marcha militar: ya se había dado el golpe militar. Con la “marchita” en mis oídos caminé hasta el vestuario, que era todo silencio y luego hasta la sección Empaque.

Ese día, el activismo teníamos programado hacer una asamblea a las 14 hs., entrada y salida de los turnos de día. Estábamos en la pelea contra el Plan Mondelli, ministro de Economía después de la “salida” de Celestino Rodrigo. A los pocos minutos de entrar, se me acerca una de las compañeras organizadora de la asamblea, referente de la sección Hawaiana, a avisarme que había charlado con otros compañeros de la conveniencia de postergar la asamblea, hasta ver cómo venía la mano.

El golpe postergó la asamblea hasta el infinito y descalabró la incipiente organización independiente de la fábrica. La comisión interna de ésta era directamente propatronal, ni siquiera dependía de la Asociación Obrera Textil, cuya delegación Gutiérrez estaba a pasos de la entrada de la planta. Se reunían en una pieza cruzando uno de los patios internos, que llamábamos “el cuartito”. Era tan ajeno a nosotros y a nuestras necesidades, que su nombre correspondía más una novela de misterio que a una dependencia gremial. No era casual. En el “cuartito” se tramaban todos los ataques perversos contra los trabajadores con el aval de los delegados “elegidos” por la patronal.

Contradictoriamente, en los últimos años la fábrica se había expandido e incorporado centenares de nuevos operarios, llegando a 3.600 en su apogeo, con lo cual las jóvenes camadas habían revolucionado la calma “chicha” previa. La rebeldía juvenil se había expresado en pequeños conflictos por sección protagonizados por trabajadoras que se habían “plantado” ante la superexplotación patronal y en un ambiente de mayor dinamismo. A veces se expresaba distorsionadamente y en forma equivocada, en la pelea entre las “viejas” y las “nuevas”. Pero aún así, era el reflejo del cambio de clima dentro de la fábrica.

Con la juventud también ingresaron las distintas corrientes políticas que militaban en el movimiento obrero. Ese activismo se nucleó en una agrupación clandestina a la que llamamos Movimiento Obrero de Alpargatas. Ahí confluían compañeros de la Juventud Peronista, del Peronismo de Base, un compañero de Política Obrera (antecesor del Partido Obrero) y del Partido Socialista de los Trabajadores. Este último era el mejor implantado, tanto por el número de compañeros, como por su representatividad. Había confluido una camada de compañeras obreras jóvenes ligadas al partido en la década del 60, con el ingreso en la década del 70 de jóvenes, en su mayoría mujeres, que proveníamos del movimiento estudiantil. Además éramos la corriente política más “orgánica”, más homogénea, con una compañera obrera muy reconocida en una de las secciones más importantes, Aparado, que era donde funcionaban las máquinas de coser a ritmos infernales.

En las reuniones de la mencionada agrupación no teníamos mayoría absoluta, porque terciaban varias corrientes, pero sí éramos un bloque “contundente” y muy respetado, aunque los “nuevos” éramos pura inexperiencia y teníamos todo para aprender.

Así nos agarró el golpe: peleando, aunque mucho más atrás que otros sectores del movimiento obrero que habían formado Coordinadoras Interfabriles y le disputaban la dirección a la burocracia sindical. Porque la situación de ascenso y organización independiente no era pareja e igual en todos los gremios y zonas. Lo que era parejo era que ya teníamos una mano pesada encima y preveíamos que se nos venía otra peor. La que nos vino, que fue mucho más dura que las anteriores, en eliminación de libertades sindicales y políticas y en represión física y exterminio.

El Ejército empezó a venir a las horas de salida a pedir documentos. La mayoría de los activistas se fueron de la fábrica. Los compañeros nuestros más reconocidos también. A mí la patronal me trasladó a la planta que tenía en Barracas, que era un “sepulcro” comparada con la de Florencio Varela, ya que era un sector derrotado en décadas anteriores, que no había incorporado nuevos planteles y que no había logrado levantar cabeza antes del golpe.

Empezó otra historia. Con el golpe militar se produjo un quiebre en el ascenso de las luchas obreras y en la radicalización de la vanguardia obrera y juvenil que fue un antes y un después en la historia de la lucha de clases en nuestro país.

Comenzó una nueva historia

Veníamos de un fuerte ascenso juvenil, obrero y popular y el golpe institucionalizó en el terreno de las relaciones entre las clases y en la superestructura política una derrota en regla. Fue un “extremo”, en el cual se probaron nuevos aprendizajes y experiencias que, aunque dolorosas, son parte de nuestro acerbo político militante.

Los destellos de resistencia a la dictadura fueron aniquilados. Al gremio de Luz y Fuerza que salió a enfrentar el plan de la dictadura fue derrotado y desaparecido su máximo dirigente: Oscar Smith, que no era de izquierda ni independiente, pero con él se quiso escarmentar a todos los trabajadores que se atrevieran a rebelarse.

Un sector de la numerosa vanguardia revolucionaria fue aniquilado, otro dispersado, otro soportó vejámenes y encierro. Aun en esas condiciones, desarrolló una intensa actividad política, continuando desde los lugares de detención la aguda discusión política, al mismo tiempo que estableciendo férreos lazos de solidaridad. En la mayoría de los casos, éstos también incluían a los detenidos por delitos comunes, ya que sobre éstos también recrudecieron las condiciones represivas con el cambio de régimen.

Los que pudimos continuar con la actividad en condiciones de clandestinidad empalmamos con el movimiento de familiares de víctimas de la represión, desaparecidos fundamentalmente, y con la resistencia obrera que empezó a aflorar lenta, molecular, pero sostenidamente, surgiendo conflictos en ferroviarios, automotrices y un paro general el 27 de abril de 1979.

El proceso fue profundamente traumático, tanto desde “adentro” como desde “afuera”. Las condiciones de aislamiento y sufrimiento que transitaron los compañeros desaparecidos y presos no tenían parangón en nuestro país. Para los que sobrevivieron, no fue tarea fácil “mantenerse” como seres humanos y como militantes. Sus concepciones políticas firmes y el apoyo de su partido y familiares eran los puntos de apoyo más importantes. Pero no todos los pudieron tener. Hubo organizaciones que dejaron de existir por la represión, presos que quedaron aislados de sus familias y de sus compañeros, algunos que nunca habían sido militantes, habían caído porque eran familiares o amigos de militantes y no tenían ninguna relación orgánica con ningún partido. Hubo suicidios y lógicos agotamientos. Los que siguieron adelante fueron precursores de una militancia más que clandestina, que ponía en riesgo no sólo su pellejo, que ya estaba en esas condiciones, sino el empeoramiento de sus condiciones de detención. Las celdas castigo, las golpizas, la prohibición de las visitas tan esperadas.

Eso soportaron, entre otros vejámenes, nuestros compañeros y compañeras del PST, que fueron respetados en las cárceles de la dictadura por su entereza, sus convicciones. Algunos de ellos, producto de su trabajo político, ganaron e influenciaron compañeros con sus posiciones que, al salir en libertad, se organizaron con el partido.

Junto con ellos surgió otro sector que, estando afuera, fue el sostén de la lucha por las libertades democráticas. Además de las heroicas madres de desaparecidos, los familiares de los presos también cumplieron un rol fundamental en la mantención no sólo económica, sino también política y moral de ellos, llevándoles informes, noticias, experiencias del mundo exterior.

Los de “afuera”, tuvimos que acomodar nuestra militancia a las nuevas condiciones. Éstas también generaron agudas contradicciones a las cuales nos vimos obligados a acostumbramos, no sin grandes contratiempos.

La magnitud de la represión, por ejemplo, provocaba que además de los compañeros nuestros que nos enterábamos de su secuestro o detención, producto de la casualidad, nos topábamos con nuevos casos que desconocíamos. Años después de su desaparición, me enteré del secuestro de una compañera de secundaria que militaba en el Peronismo de Base de Di Pasquale cuando fui a una marcha de las Madres y vi a su mamá con el pañuelo blanco. Así como, militando en el equipo de derechos humanos, me encuentro con que una de las madres que se reunía con el partido era de uno de mis compañeros de Alpargatas que pertenecía al Grupo Obrero Revolucionario.

Las enseñanzas que nos dejó esa etapa de “extremo” nos deben ser útiles para avanzar, desde los pasos que hemos dado, para fortalecer la lucha contra el gobierno de Macri, su régimen y su Estado.

Más que nunca, defender lo conquistado y organizarnos para conseguir más derechos para los trabajadores, las mujeres y la juventud

Este “extremo” que significó la dictadura del Proceso también se pone al rojo vivo a nivel político y de la pelea concreta, porque el gobierno reaccionario de Macri avanza sobre los derechos de la población trabajadora y sus libertades. Libertades que no son de origen “divino” ni por obra y gracia de gobiernos progres, sino que fueron arrancadas con sangre, sudor y lágrimas por generaciones de luchadores.

Una muestra de ellos es el encarcelamiento de la dirigente Milagro Salas que es un claro ataque, no sólo a una referente kirchnerista, sino también del movimiento de desocupados de la provincia de Jujuy. Otro botón más para el muestrario que está inaugurando el gobierno en este 2016, es que el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, si los hay, recibió a un agrupamiento fantasma, CELTyV (Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas) que defiende a las víctimas de los ataques de las organizaciones guerrilleras, llámense milicos asesinos, burgueses despiadados, surgido en el 2006, con el inicio de los juicios a los represores. Nos sumamos al repudio de distintos organismos de derechos humanos como Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora e Hijos y alertamos sobre su accionar contrario a la continuidad y desarrollo de los juicios de lesa humanidad.

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Paso por el diario del almirante

En el año 1979 y como parte del esfuerzo de volver a meternos en las estructuras, ingresé al gremio gráfico, a la editorial APUS, que editaba el diario Convicción, que dirigía un testaferro del almirante Emilio Massera, Hugo Ezequiel Lezama. Tanto el salario como las condiciones de trabajo eran muy inferiores al resto de los medios periodísticos: pertenecíamos al gremio de Comercio, trabajábamos 8 horas con un sueldo más bajo y en unos sucuchos insalubres, donde no tenías contacto con compañeros de otras secciones ni si ibas al comedor, ya que los horarios estaban regimentados por sección. Además renovaban permanentemente el personal: la línea era que no se consolidara un plantel permanente. Pero la gran “ventaja” era que, en esas condiciones, te enseñaban el oficio, ya que no te exigían experiencia y tenían las máquinas más modernas hasta el momento para poder aprender a manejarlas.

Fuera de estas condiciones, que no eran extrañas en el mundo del trabajo de la dictadura, ya que en esa época proliferaron las agencias con empleo temporario, los contratos basura, el trabajo en negro, nada parecía distinto dentro de las paredes del diario.

Pero lo era. Lo supimos 20 años después. El almirante ensayaba unos “pasos de trabajo esclavo” porque tenía un proyecto político burgués a esa escala.

Así lo contaron dos de los protagonistas: “(…) Fueron secuestrados en 1977 y supusieron que la muerte estaba a un paso. Jamás pensaron que meses después no solo estarían con vida, sino que todas las tardes compartirían un café en el viejo bar de la esquina de Montes de Oca y Martín García, a la espera de que un marino de civil los pasara a buscar para llevarlos al edificio Libertad. Allí trabajaban en la producción de documentos falsos. García fue secuestrado en agosto del 77 e inmediatamente fue ingresado en la ESMA. Fue torturado con saña porque creyeron que yo era un alto dirigente montonero llamado Roqué, pero a Roqué lo habían acribillado algunas semanas antes. Asegura que fue torturado en el sótano del Casino de Oficiales y que entre sus torturadores estuvieron Pernías, Astiz, Whammond, el prefecto Fevre y otros. Un día les sacaron los vendajes de los ojos, les quitaron los grillos y los llevaron a trabajar a la sala de fotografía. Por la noche eran subidos otra vez al tercer piso. Después comenzaron a trabajar en una pequeña imprenta en otro edificio, siempre dentro del predio de la ESMA. La primera vez que fueron a una pequeña imprenta en Constitución los llevó el prefecto Fevre. Con ellos había un tercer secuestrado, llamado Daniel Lastra. Entraron a un gran galpón, en la calle Hornos 289. Allí nos presentó ante el comisario Ara, que parecía ser algo así como el capo -cuenta García-, el asunto era que empezábamos todos los días a trabajar allí. Sacábamos revistas, folletos y a las semanas comenzamos a editar el diario Convicción. De ese galpón salieron impresas, por ejemplo, La Gaceta Marinera y la revista Estado Mayor de la Opinión Pública, dirigida por Jorge Vago. Nosotros trabajamos juntos en rotativa. Lastra estaba en película y en armado, repasa García. Al principio, cuando entrábamos, nos anotaban en una planilla, después tuvimos tarjeta, como todos. ¿El sueldo? Sí, cobrábamos por ventanilla, como cualquiera. Pero apenas llegábamos ese día a la ESMA, teníamos que entregar el sobre, relatan. ¿Decirle a alguien, en el trabajo, que estábamos secuestrados? No, ni locos. Éramos boleta, coinciden. Meses después, cuando pudieron ir a sus casas -porque formaban parte del plan de recuperación de subversivos-, a estar con sus familias y a dormir, el sueldo les fue quedando a ellos. García, incluso, se casó con una secuestrada y debió pedir permiso al Tigre Acosta, jefe máximo del grupo de tareas. A pesar de vivir en sus casas, García y Margari debieron seguir trabajando en Convicción hasta marzo de 1981 y cumpliendo un control: teníamos que llamar a un teléfono de Inteligencia todos los días. Después, debíamos reportarnos a nuestro responsable, que era Lastra, dice García, feliz de poder contar hoy su historia. La historia del diario Convicción se apagó poco después de Malvinas, cuando el proyecto político de Massera quedó definitivamente enterrado.” (Clarín 3/8/98)

Pero aún en ese “antro” y sin saber de la existencia de desaparecidos trabajando en los talleres, los que pensábamos distinto nos “olfateábamos” y terminábamos haciéndonos amigos y compartiendo nuestras ideas, inquietudes y angustias. Allí conocí a un compañero que me contó que tenía un hermano desaparecido, que éste había llamado a la casa diciéndole a la madre que estaba vivo, que se quedara tranquila. Yo no podía creer lo que me contaba, él tampoco. Después supimos que hubo casos de ese tipo.

Un día, en medio del trabajo diario, aparece una leyenda en mi compu (las compus se conectaban entre sí) que decía: “Mueran los bichos colorados, mueran”. (Los bichos colorados se les decía en esa época en forma genérica a los que sostenían ideas comunistas). Hasta el día de hoy se me hiela la sangre al recordarlo. Desde ya que traté de mantener mi mejor cara de “poker”, pero saqué la conclusión de que me estaban avisando: “sabemos quién sos”. Seguramente también sabían absolutamente todo del resto de los trabajadores.