Al cumplirse un año de la asunción de Milei, proliferan los balances de la performance política y económica de su gobierno. Aquí nos concentraremos –a sabiendas de la limitación que significa abstraerse de los elementos políticos locales y también, en buena medida, del marco económico internacional– en los resultados económicos de estos largos y atribulados doce meses de gestión “libertaria”. Tocaremos varios aspectos, pero cabe comenzar con una primera definición: no hay nada de lo “histórico” o “épico” que suele cacarear el presidente y su corte de admiradores, y sí bastante más continuidad de la esperada con las coordenadas de la “Argentina decadente” de las últimas décadas que suele denunciar Milei.
Tampoco hubo –hay que reconocerlo– una crisis general o estallido a partir del desmadre de posibles variables como la deuda, el tipo de cambio o la inflación… lo que no significa que no se sigan acumulando inmensas contradicciones. Las más importantes de ellas, que ni el kirchnerismo ni mucho menos el macrismo o Alberto Fernández pudieron no ya resolver sino siquiera atenuar, siguen vigentes. Milei, en su primer año de gestión, ha comprado tiempo. Cuánto le durará y qué precio ha pagado, es algo que sólo se sabrá a posteriori de acontecimientos que están por (y que deben) venir.
1- Una brutal transferencia de ingresos a favor de la clase capitalista
Milei se anota como (casi única) carta ganadora el descenso de la inflación. Luego de la mega devaluación apenas asumir, que disparó la inflación al 25% en un solo mes (y un acumulado del 90% en cuatro meses), el índice de precios fue bajando hasta ubicarse por debajo del 3% mensual. En ese marco, los salarios (y jubilaciones) perdieron de manera aplastante contra la inflación, sobre todo en ese primer cuatrimestre.
Aumento interanual julio 2023-julio 2024, en %
Rubro Caída vs inflación (%)
Índice de inflación 263,4
Salario promedio 206 15,8
Salario estatales 170 25,7
Salario s. privado formal 235,1 7,8
Salario s. privado informal 178 23,2
Fuente: Ministerio de Trabajo / INDEC
Esta caída, pese a las ridículas piruetas estadísticas de los no menos ridículos funcionarios mileístas, no se ha revertido en lo más mínimo. Al contrario, se ha profundizado un poco, aunque no a los ritmos salvajes de los primeros meses post devaluación. A esto cabe agregar que según un informe del Instituto Interdisciplinario de Economía Política de la FCE (UBA), el salario mínimo acumula desde noviembre de 2023 una caída del 28% y está en niveles récord, por lo bajos, desde 2001. El 36,4% de los asalariados está en negro, mientras que la desocupación saltó del 5,7% (cuarto trimestre de 2023) al 7,6% (segundo trimestre 2024).
Por otro lado, la informalidad y precarización laborales no hicieron ni harán más que aumentar gracias a nuevos marcos legales como el decreto 874/2024, que permite contratar hasta tres “colaboradores” sin que eso genere relación de dependencia (R. Astarita, “Los despiadados números de la economía mileísta”, 9-10-2024).
Cómo será el nivel de destrucción salarial que ni siquiera los más connotados garcas ultraliberales, defensores acérrimos y consejeros bienintencionados de este gobierno, se atreven a esgrimir el eterno argumento de los “salarios demasiados altos” a la hora de quejarse del “costo argentino”: “Si se mira el tipo de cambio real, hoy está en los mismos niveles que estaba a mediados de 2018. Pero los salarios en dólares constantes son hoy un 26% más bajos que en ese entonces. O sea, hoy Argentina está tan cara como estaba en esa época, pero con salarios más bajos. Lo cual significa que el mayor costo está en otra parte y no en los salarios” (Fausto Spotorno, ambito.com, 9-12-24).
Con respecto al índice inflacionario y su relación con el nivel salarial, dejamos anotado un tema que merecería un texto separado: sencillamente, la medición del INDEC no refleja bien la realidad. Es un tema técnico (también político, claro) que, como dijimos, merece largo desarrollo.[1] Una cosa está clara: en el marco de una recesión fuerte –la única en todo el continente en 2024, detalle que los panegiristas de Milei se cuidan de mencionar–, caen los ingresos de asalariados, de jubilados y el nivel de empleo (para no hablar de las condiciones de trabajo). Pero, atención, los salarios caen incluso más que la actividad económica, lo que aumenta la participación relativa de las ganancias empresarias en el ingreso nacional. Los capitalistas ganan más y los trabajadores viven peor.
Esa transferencia se refleja en el aumento del coeficiente Gini, un indicador del grado de desigualdad de los ingresos. En el segundo trimestre de 2024 el índice Gini fue 0,436 (1 indica desigualdad absoluta, 0 igualdad absoluta de los ingresos), cuando en el mismo trimestre de 2023 era de 0,417. Y el ingreso promedio de los primeros cuatro deciles de la población (es decir, los más pobres) fue de $153.323, o 138 dólares al tipo de cambio de agosto de 1.300 pesos por dólar (“Evolución de la distribución del ingreso”, INDEC, segundo trimestre 2024).
El saldo social de todo esto es pavoroso y representa una nueva vuelta de tuerca sobre un panorama que ya venía muy mal. A fines de 2023 la pobreza era del 42%. A fines del segundo trimestre, la pobreza llegaba al 52,9% de la población (24,8 millones de personas, 5,4 millones más que en el segundo trimestre de 2023). La indigencia llega a niveles casi de 2001, con el 18,1%; 8,5 millones de personas; 3 millones más que en el segundo trimestre de 2023, cuando la indigencia era del 11%.
La situación de la minoridad es particularmente angustiante. La pobreza infantil supera el 65%. El 27% de los menores de 14 años es indigente y el 35% de los jóvenes no terminó el secundario. Y no se trata sólo del nivel de ingresos: un estudio de la Universidad Católica Argentina y el Banco Hipotecario sostiene que el 56% de los menores de edad en los centros urbanos carece de desagües, pavimentos y veredas; el 53% no tiene acceso al gas; el 38% no carece de sistemas cloacales, el 19% vive en viviendas precarias y el 18% padece hacinamiento (en R. Astarita, cit.).
Comparemos ahora este páramo social con la marcha de los negocios de la clase capitalista. Digámoslo rápido y simple: hacía mucho que no les iba tan bien. Y cuanto más gordo es el pez, mejor le está yendo. Si bien es sabido que una cosa es la cotización bursátil de una empresa y otra son sus resultados y estado real, desde el punto de vista de las grandes compañías que cotizan en Bolsa (local y/o extranjera), los números son delirantemente positivos.
El índice Merval, que agrupa a las 25-30 compañías (el número varía) líderes de la Bolsa de Buenos Aires, no paró de batir récords durante todo 2024. Medido en dólares, el valor de capitalización bursátil (o sea, el valor de cada acción multiplicado por el total de acciones de cada empresa) del conjunto de las firmas que componen el Merval pasó de 26.660 millones de dólares antes de asumir Milei a 69.830 millones a fines de noviembre. Esto es, el valor en dólares de esas empresas creció un 162%, o 43.170 millones de dólares, en sólo un año.
A primera vista, esto parece extrañísimo: ¿a qué empresa en Argentina le va tan bien vendiendo bienes y servicios como para valer dos veces y media más que antes en apenas un año? El misterio se disipa cuando vemos que se trata a) no de operaciones reales sino de valores de Bolsa, que reflejan el optimismo de la clase capitalista con la marcha de la economía mileísta, y b) que los grandes beneficiarios fueron los bancos,[2] que organizan y forman parte del negocio más rentable de este país en 2024: el carry trade cambiario, que veremos más abajo. Veamos cómo se la llevan los más grandes de esos grandes ganadores:
Valor de Bolsa 2024 vs 2023, en millones de dólares
2023 2024 Diferencia En %
Banco Galicia 1.934 8.844 6.910 +357
Banco Macro 1.308 5.614 4.306 +329
BBVA 886 3.588 2.703 +305
Transp. Gas del Norte 401 1.667 1.267 +316
Banco Supervielle 202 1.135 934 +463
Banco de Valores 118 298 180 +153
Fuente: El Cronista, 5-12-24
Con números así, no es de extrañar que los CEOs de las grandes compañías argentinas y multinacionales radicadas aquí desfilen, uno tras otro, por la prensa escrita cantando loas a la gestión Milei. No importan las reservas que hayan tenido o sigan teniendo sobre los desaguisados políticos, los papelones del presidente en foros internacionales o los mamarrachos de ineficiencia, corrupción o puro desquicio de la alegre pandilla de La Libertad Avanza. Planilla Excel mata psicotrópicos mal (o nada) administrados.
2- Ajuste recesivo para domar la inflación y el déficit
Ya dijimos que Argentina será el único país del continente con recesión, y no de las pequeñas ni “técnica”, de las que rondan el 0%: la economía terminaría 2024 con una caída del PBI del orden del 3,5%. Los únicos rubros que mejoran son los ligados al agro y los servicios financieros; en cambio, industria, construcción y comercio, los que generan más empleo, son los más perjudicados (ambito.com, 28-9-24). La construcción, entre enero y agosto, se hundió un 30,3%, y la industria, un 13,6%. Según la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, en el primer semestre cerraron 9.092 microempresas (menos de cinco trabajadores) y 2.634 pymes (Infobae, 25-9-24).
En términos interanuales y hasta septiembre, la caída del consumo privado fue del 6,4%, y las ventas minoristas totales cayeron un 15%, y las ventas de autos 0 km, un 12% (La Nación, 7-10-24).
La inversión en general y en particular la industrial se desplomaron (ya vimos que las ganancias se hacen en otro lado). Según el INDEC, la formación bruta de capital fijo (edificios, equipamiento de transporte, maquinaria industrial, equipos informáticos y software) fue en el segundo trimestre de 2024 un 29,4% menor con respecto a igual trimestre de 2023. Para la consultora Orlando Ferreres, la inversión real cayó en el acumulado enero-agosto un 21,5%. El gobierno libera la importación de chucherías, pero la importación de equipo durable de producción cayó un 42,8%. En la construcción la inversión cayó un 27,6% interanual; en cuanto a la inversión pública, motosierra mediante, prácticamente desapareció, por supuesto sin que fuera en absoluto reemplazada, ni siquiera parcialmente, por inversiones u obras privadas. Y de la inversión en investigación y desarrollo, una de las bases de cualquier proyecto de despegue económico real, mejor ni hablar, o hablar con la gente del Conicet.
Como acabamos de ver, ganancias capitalistas no es exactamente lo que falta en el país. Pero siendo la clase capitalista y el capitalismo argentino lo que son, eso no significa que estemos ni cerca por ahora de una recuperación seria de la inversión o de un proceso de reinicio de la acumulación de capital: el nivel de inversión en Argentina no supera el 20-21% del PBI desde hace más de dos décadas, y en muchos casos no llega ni al 18%, cuando en general se estima que en un proceso de acumulación sostenido la inversión debe superar el 25% del PBI anual.
Tan penoso es el panorama económico para la producción de bienes de consumo masivo que de diciembre de 2023 a agosto de 2024 se fueron de Argentina ocho multinacionales: HSBC, Xerox, Clorox, Prudential, Nutrien, ENAP, Fresenius Medical Care y Procter & Gamble. Hasta agosto, la inversión extranjera directa fue de apenas 530 millones de dólares. Los únicos anuncios (no todos concretados) tienen que ver con Vaca Muerta y minería, rubro que explica dos tercios del total de aportes de 2024 (El Cronista, 29-11-24). Compárese esta raquítica lista con el dato de que en ese período el acumulado de “Formación de activos externos del sector privado no financiero” (fuga de capitales, en criollo) fue de 1.208 millones de dólares, es decir, más del doble de las “inversiones”.
El “plan antiinflacionario” de Milei, como los de todos los de su ralea, nunca consistió en otra cosa que en este deliberado plan recesivo. De enero a octubre inclusive de 2024 la inflación acumulada es del 105,1%, pero tomando todo el gobierno de Milei (es decir, incluyendo la inflación de diciembre de 2023), llega a un acumulado hasta octubre del 144,6%. Desde el 25% de diciembre –debido en primer lugar a la devaluación– a cerca del 3% actual, ese descenso es el mayor “logro” del gobierno. Logro conseguido a fuerza de recesión, caída de ingresos, caída del consumo, de la actividad económica y del empleo, derrumbe de la obra pública y desfinanciamiento general del Estado, con el consiguiente aumento en millones de pobres e indigentes, como hemos visto.
Lo mismo vale para el “superávit” fiscal, la otra piedra angular del “plan” económico (el propio Milei se niega a llamarlo así) que pone en éxtasis a analistas, garconomistas y empresarios. Aun suponiendo que ese superávit fuera estadísticamente legítimo –alerta spoiler: no lo es[3]–, de ninguna manera compensaría el costo social y económico a mediano y largo plazo de reventar la capacidad de gestión y funcionamiento del propio estado capitalista. No hace falta aclarar que ningún país capitalista coherente –ni hablar de los desarrollados– carece de una poderosa estructura propiamente económica de inversión pública, planificación estratégica y en general impulso y defensa de las condiciones básicas estructurales que dan el marco al desenvolvimiento de la actividad capitalista privada. Pues bien, la motosierra de Milei no es más que una irracionalidad económica –rayana en la imbecilidad– que representa un tiro en el pie estratégico a cualquier idea de desarrollo, incluso capitalista.[4]
Así, el superávit fiscal en los ocho primeros meses de 2024 fue del 0,35% del PBI, gracias sobre todo a cuatro rubros: a) reducción del salario real de los estatales, b) reducción en términos reales de las jubilaciones y además reducción de gastos por menores prestaciones (el dramático caso de la suspensión de cobertura al 100% de los medicamentos es el último episodio de esto), c) reducción de subsidios a los servicios regulados (esto es, los tarifazos) y d) recorte brutal, a niveles de derrumbe, de la obra pública. Veamos el siguiente detalle de la reducción de partidas del gasto público de enero a agosto 2024:
Salarios – 19,5%
Gastos de capital – 79,4%
Transferencias a provincias – 69,1%
Subsidios a la energía – 36,8%
Subsidios económicos – 34,9%
Subsidios a las universidades – 34,2%
Subsidios al transporte – 27,5%
Programas sociales – 26,4%
Jubilaciones y pensiones – 22,6%
Gastos de funcionamiento – 22,3%
Asignaciones familiares – 21,5%
Pensiones no contributivas – 20,6%
Prestaciones sociales – 19,5%.
Otros gastos corrientes – 46,5%
Fuente: Profit Consultores
La participación en el ajuste del gasto público en el mismo período, es decir, cuánto del ajuste representó cada rubro, es la siguiente:
Jubilaciones y pensiones 25,3%
Gastos de capital 23,2%
Subsidios económicos 14,5%
Otros programas sociales 8,8%
Salarios 8,6%
Transferencias a provincias 7,0%
Transferencias a universidades 3,9%
Resto 8,8%
Total 100%
Fuente: Profit Consultores
La licuación de partidas presupuestarias por el doble efecto de la inflación desbocada del primer cuatrimestre y el achique de gastos fue tan grande que incluso sobrecompensó la caída de la recaudación fiscal en razón de la recesión económica. Los rubros de recaudación más afectados fueron, naturalmente, los vinculados a la actividad, como IVA y Ganancias. El único rubro recaudatorio que creció fue Bienes Personales, pero eso se debió al pago anticipado en ocasión del blanqueo, lo que implica una casi desaparición de ingresos por ese rubro (el único progresivo de toda la estructura tributaria) en los próximos años.
La tónica económica general sigue marcada por la recesión. El gobierno ahora intenta reeditar la teoría de los “brotes verdes”, de macriana memoria, señalando que el resultado de octubre implica una leve mejora con los meses anteriores, que posiblemente hayan sido el piso del año. Pero mientras que esa supuesta dinámica “positiva” todavía tiene que verificarse, lo seguro es que el acumulado del año indica una recesión profunda y en regla. El Índice General de Actividad (IGA) de la consultora de Orlando Ferreres (otro de los que corre a Milei por derecha) mostró una contracción del 4,7% en los primeros diez meses de 2024 con respecto al mismo período del año anterior (J. Guarino, ambito.com, 9-12-24).
Las perspectivas de que esto continúe, se profundice o se revierta dependerán, en el aspecto estrictamente económico, de otros factores que veremos enseguida.
3- El atraso cambiario en Argentine Carry Trade Republic, Inc
Si el ajuste recesivo fue la cara interna de la estrategia antiinflacionaria de Milei, la cara externa fue otro clásico neoliberal: el ancla cambiaria, esto es, controlar el tipo de cambio peso/dólar para evitar que éste último se dispare y realimente la llama de los precios internos. Por eso decíamos en textos anteriores que el supuesto “libertarianismo” de Milei se basaba, irónicamente, en dos furiosos controles de precios por parte del Estado: el del salario –por la vía de las paritarias a la baja, con la sempiterna complicidad de la CGT– y el del dólar, vía el cepo cambiario y otros instrumentos. Pasados los primeros meses de incertidumbre cambiaria, en los que el propio gobierno dudaba de los pasos a seguir y de su efectividad –Milei jugueteaba con la idea de “abrir el cepo en tres meses”, lo que hubiera sido una catástrofe en primer lugar para él mismo–, terminó instalándose casi por necesidad la política de atraso cambiario y revaluación (artificial, claro está) del peso.
El tipo de cambio real multilateral (TCRM), una medida del peso contra una canasta ponderada de monedas que elabora el Banco Central, ubica el tipo de cambio actual de 1.100 pesos al nivel de 2017, es decir, con la sobrevaluación de Macri que alimentó el carry trade, con el desarme posterior a principios de 2018 que terminó en el pedido de socorro al FMI en mayo de ese año.[5] Milei festeja que en lo que va de 2024 el peso se revalorizó un 40%, como si eso tuviera alguna mínima relación con la situación real de la economía argentina.
Una condición de posibilidad ineludible –cuya desaparición a partir del año próximo genera profundas dudas en “los mercados”– para ese atraso cambiario fue la implementación de un nuevo blanqueo de capitales, en condiciones aún más fantásticamente generosas que el blanqueo de Macri.[6] Ese “veranito cambiario” o financiero debido al ingreso de los dólares del blanqueo –unos US$ 20.000 millones– dio lugar a la suba de los precios de los bonos del Tesoro, a la caída del riesgo país por debajo de los 1.000 puntos, a la estabilidad y luego descenso del dólar blue y a la baja de la tasa de endeudamiento de grandes empresas. De ahí derivan en parte también las superganancias de muchos grupos económicos y la euforia de las cotizaciones bursátiles, que dura hasta hoy.
Por otro lado, el atraso del tipo de cambio reedita a) el carry trade (bicicleta financiera que consiste en traer divisas para hacerse de pesos, colocar esos pesos a tasa de interés fija y luego volver a las divisas, embolsando ese diferencial de tasa de interés), b) el aumento de las importaciones, que a mediano plazo erosiona el superávit comercial, y c) el turismo al exterior con saldo negativo en dólares y en general el impacto negativo en la cuenta corriente externa, es decir, el saldo total de entrada y salida de divisas. De todos estos elementos, el más alarmante hoy es el primero, como enseguida veremos. Pero a mediano plazo los otros dos son de mayores consecuencias.
El negocio del carry trade es aún más desaforado que en su versión anterior con Macri: las ganancias son mayores y más rápidas. También más volátiles, claro: el carry trade de Macri, con algunos intervalos, duró casi dos años. Nadie se atreve a apostar cuánto puede durar el de Milei. Por ahora, los retornos son la envidia de cualquier inversor del resto del planeta: sólo en octubre hubo ganancias de hasta el 16% en divisas, con un promedio del 11%. Y no es cosa de un solo mes: según la consultora Eco Go, desde octubre de 2023 a esta parte las ganancias del carry trade con instrumentos a tasa fija acumulan ganancias del 155,7% medidas al dólar financiero. Eso da la medida del atraso cambiario: para el economista Nery Persichini, para igualar la competitividad lograda en diciembre 2023 debería haber una actualización del tipo de cambio con un dólar en 1.850 pesos.
Análisis como el de la consultora CP consideran que en realidad ya vamos por el segundo ciclo de bicicleta financiera: “El primero se inició a finales de febrero y se interrumpió a finales de mayo, cuando la baja de la tasa de interés y el fin de la acumulación de reservas tensionaron la brecha y las expectativas cambiarias. El segundo comenzó en agosto, montado sobre los dólares del blanqueo y la eliminación de la incertidumbre cambiaria de corto plazo” (ambito.com, 6-11-2024). Para el primer ciclo, CP estimó que el retorno total del carry sobre el dólar financiero alcanzó el 47%. En el segundo, que sigue en curso, ya lleva un 39%, con lo que el acumulado de 11 meses supera el 100% en dólares.
Salvo el nivel de burbuja de las acciones de las gigantes tecnológicas de EEUU, no hay nada en el mundo que se compare con esto. De allí que no se equivocan quienes afirman que “el carry trade parece consolidarse como el símbolo del momento económico en Argentina. Pero la euforia de hoy incuba riesgos para la estabilidad cambiaria a futuro” (J. Strasnoy Peyre, ambito.com, 6-11-2024). Lógico, dado que sostener este flujo de divisas se vuelve dependiente de la apreciación cambiaria. Así, todo está interconectado: las ganancias extraordinarias atraen dólares, que alimentan la apreciación cambiaria, que ancla las expectativas de inflación. Ese esquema se sostiene todo junto… o se cae todo junto.
El boom del “carry trade” durante octubre se vio reflejado en las emisiones de obligaciones negociables (ON) de compañías privadas, que alcanzaron un máximo de casi 2.500 millones, y en las liquidaciones del agro, que marcaron un pico también de 2.500 millones (cifra rara para esta época del año). Claro, la patronal agraria se bajó del tractor y se subió a la bicicleta. Por eso el BCRA –en lo que abona la teoría de los dos ciclos de carry trade–, si bien está recortando la tasa de interés en pesos, lo hace de manera más gradual que en mayo, cuando generó dudas y tensiones cambiarias. Como resumió un operador, “la prioridad es no interrumpir las apuestas a la bicicleta”.
En este contexto, el blanqueo vino para reforzar la oferta privada de dólares que buscan rentabilidad en pesos garantizada y estable.[7] La “abundancia” artificial de dólares y la tasa atractiva en pesos garantizada (de hecho, las ganancias fueron aún mayores porque la cotización del dólar cayó en términos nominales, de unos 1.300 pesos en agosto a unos 1.050 hoy) potenció el negocio del carry trade. Que tuvo estos actores: a) exportadores que adelantaron la liquidación de sus dólares (contra toda su práctica habitual) para invertir en pesos, b) importadores que postergaron pagos para aprovechar que el diferencial de tasa en pesos les daba más dólares al cabo de ese lapso, y c) las empresas que podían (en primer lugar, las extranjeras) tomaron crédito en dólares para poder acceder a los preciados pesos indexados, que en un mes representaban 10 o 15% más de dólares.
Parece el mundo al revés, pero no: los balances de ganancias de bancos que vimos más arriba son el reflejo de las mismas ganancias que consiguieron los actores económicos –de cualquier sector– que pudieron entrar al negocio. ¿Que los asalariados no pueden comprar alimentos, o los jubilados no pueden comprar medicamentos? ¿Qué le importa eso a la mega cadena de supermercados o al emporio farmacéutico que se llenan las cuentas bancarias de pesos y dólares con la bicicleta?
Pero, ¿es que esto puede sostenerse? Naturalmente, ésa es la pregunta que –en voz baja– se hacen todos los operadores de la City. Sucede que, como vimos, el circuito es interdependiente, y todo el esquema macro está cada vez más atado a la apreciación cambiaria. Según la consultora Cohen, “mientras la confianza sostenga esta dinámica, el círculo será virtuoso, pero se logrará a costa de seguir retrasando el tipo de cambio, lo cual representa un riesgo potencial. La historia está repleta de experiencias que demuestran que estos procesos pueden o bien agotarse o incluso revertirse y tornarse inestables. La interrupción de un ciclo similar en mayo hace evidente que las bonanzas financieras no son para siempre” (en J. Strasnoy, cit.)
Mientras tanto, el atraso cambiario convierte a la Argentina en un país ridículamente caro en dólares. Los turistas extranjeros que hace seis meses llenaban las valijas de regalos hoy huyen despavoridos. Y a la inversa, incluso sectores de clase media o trabajadores de sueldo relativamente digno empiezan a mirar de reojo los precios de Brasil, mucho más atrayentes que los de Villa Gesell o Carlos Paz.
Los riesgos potenciales que enfrenta este “modelo” son múltiples. Ni hablemos de los políticos: sólo con los económicos tenemos una larga lista, que desarrollaremos más abajo en la sección de las perspectivas para el año que viene. Sólo adelantaremos que compartimos las dudas del economista Martín Rapetti cuando explica que “cuando la economía llega a tipo de cambio como el actual, genera un flujo de demanda de dólares tan grande que es insuficiente con el flujo que genera la economía argentina para sostener esa demanda, y eso se sostiene con endeudamiento externo”.
Por algo el citado Carlos Rodríguez trajo a colación la crisis de la tablita de Martínez de Hoz y sus dos años de atraso cambiario: “La pequeña devaluación de enero de 1981 (10%) sólo generó desconfianza y salida de capitales. Al asumir el nuevo ministro Sigaut en marzo de 1981, el mercado estimaba un atraso cambiario de 30%. Sigaut abandonó la tablita y recurrió a la tradicional macrodevaluación del 30%, con más corridas y mayor inflación. (…) Argentina se ha convertido en un país caro. El dólar libre ha caído significativamente en los últimos meses, producto del blanqueo y de un importante carry trade que disminuye la demanda de dólares cuando se arma y la aumenta cuando se desarma. (…) El atraso cambiario es evidente, y es incompatible con lo que debería venir al final de todo el ajuste: la apertura comercial. (…) El atraso cambiario ha sido hasta ahora el verdugo de todos los intentos de ajuste de la economía. Esto pasa porque los gobiernos se empeñan en bajar primero la inflación usando la política cambiaria, antes de hacer las reformas estructurales (…). Sin esas reformas, fijar el tipo de cambio y recurrir al cepo, carry trade o préstamos externos es mantener una economía inviable y postergar una crisis inevitable y recurrente. Ésa ha sido la experiencia argentina de los últimos cien años” (ambito.com, 9-12-24).
Dejemos de lado las “reformas estructurales”; en eso, Rodríguez y todos los neoliberales dicen siempre lo mismo, aunque no les falta razón en quejarse de lo difícil que es hacerlas, sea que la papa caliente le toque a Videla, a Menem, a Macri o a Milei. Lo relevante aquí es que, efectivamente, y pese a toda su prédica megalómana, Milei no ha sido en ese punto, más allá de sus evidentes esfuerzos, tan distinto de todos sus predecesores. Como las “reformas estructurales” significan, hechas en serio, llevarse puesta de manera violenta a la absoluta mayoría de la población, lo que tenemos por el momento son sucedáneos ineficaces.
Y no podía ser de otra manera, porque la configuración estructural del capitalismo argentino y de su clase dirigente hacen casi imposible modificar de manera profunda y duradera la ubicación y la función del país en la globalización y la división mundial del trabajo sin, a la vez, transformarlo esencialmente en otra cosa, tanto en lo económico como en lo político, lo social y hasta lo cultural. Y mientras esa tarea siga pendiente, el remiendo de la economía argentina termina siendo siempre el mismo: atraso cambiario (sostenido con endeudamiento, como agudamente apunta Rapetti) hasta el estallido de la próxima crisis devaluatoria. Así ocurrió con la tablita de Martínez de Hoz-Videla, con la convertibilidad de Menem-Cavallo, con el cepo de Cristina y con el carry trade de Macri-Prat Gay-Sturzenegger. ¿Tiene Milei cómo y con qué escapar a ese destino? Veremos, por ahora, algunos elementos de las perspectivas económicas en lo inmediato: 2025.
4- El enigma de 2025 y de siempre: ¿alcanzan los dólares?
Mientras ocurre todo esto, y sigilosamente, el problema macro más condicionante de la economía argentina desde hace décadas, la deuda externa, sigue su insidiosa marcha. A agosto pasado el stock de deuda bruta (interna y externa) ascendió a 455.935 millones de dólares, según cifras oficiales, de los cuales la deuda externa pública (gobierno central más provinciales), al segundo trimestre de 2024, era de 154.536 millones de dólares, un 34% del total. Pero la deuda pagadera en moneda extranjera –independientemente de la nacionalidad del acreedor–, según la Oficina de Presupuesto del Congreso, era en agosto de 255.247 millones de dólares.[8]
Con respecto a diciembre 2023, el stock de deuda aumentó en más de 87.700 millones de dólares, en su mayoría a partir de la deuda del BCRA transferida al Tesoro (la “limpieza” que no fue más que correr la basura de lugar).
Digamos que para un gobierno que hoy hace tanta alharaca con la abundancia de dólares, la prometida (al FMI) recomposición de reservas del BCRA ha sido de lo más modesta. Pese al “veranito financiero” producto del blanqueo –gran oportunidad para hacer compras “legítimas” de divisas–, el BCRA sigue con reservas netas negativas, y las brutas aumentaron realmente poco: cerraron noviembre en poco más de 30.000 millones de dólares. Desde que asumió Milei las compras del BCRA llegaron a 20.605 millones de dólares, pero en el saldo crecieron sólo 9.000 millones contra los 21.200 millones del 7 de diciembre de 2023, con Massa.
Las reservas netas reales, que en noviembre de 2023 eran negativas por unos 10.000-11.000 millones de dólares, no son tan ruinosas pero permanecen en terreno negativo (2.000-3.000 millones de dólares). Parece demasiado poco para las exigencias de 2025: los pagos por servicio de deuda superan los 17.000 millones de dólares entre pagos al FMI, a demás organismos y a bonistas privados, a lo que habría que sumar deuda del Bopreal (por el pago postergado de importaciones) por otros 2.100 millones.
Cuando Milei se jacta de haber depositado anticipadamente en Nueva York los fondos necesarios para el vencimiento de bonos de enero de 2025, lo que no dice es esos fondos no provienen de un inexistente superávit financiero real, sino de la emisión de títulos Lecap, cuyo costo en pesos es bastante mayor al 2% de crawling peg que se paga al mercado.
Por lo demás, el gobierno confía en mayores ingresos por exportaciones de commodities, pero no tiene en cuenta que esas exportaciones, en dólares constantes, “será alrededor de un tercio menores que los picos alcanzados en los momentos de precios récord de la soja” (Daniel Artana, de FIEL, en El Cronista, 3-12-24).
La baja de precios o de volumen de las exportaciones no es el único peligro para la balanza comercial (la única fuente genuina de divisas, recordemos). Como señala un analista, “la falta de competitividad de un dólar ‘barato’, incrementado por una baja del impuesto PAIS, podría generar un salto importador. A ello habrá que sumarle una suba en la demanda de dólares para viajes. (…) Ya se habla de un monto de importaciones en 2025 que superaría los 70.000 millones de dólares, compensado por la mayor producción y exportación de Vaca Muerta. (…) Comenzarán a vislumbrarse en forma acabada ganadores y perdedores, y un probable superávit que se respaldará en el agro, la energía y la agroindustria y que terminará financiando el déficit industrial y una mayor demanda neta de dólares para viajes al exterior” (J. Guarino, ambito.com, 9-12-24).
En realidad, es algo que sucede de manera recurrente en los típicos ciclos “stop and go” de los países periféricos con hambre crónica de divisas. Tras la devaluación y la recesión, se espera que venga un rebote de la actividad económica. Pero incluso si esa mejora llega (un gran “si”), lo primero que hará, para colmo con un tipo de cambio real relativamente bajo, será estimular las importaciones. Algo que este gobierno ultra librecambista en un mundo cada vez más proteccionista alienta de manera irresponsable. Si la industria se reactiva, necesitará insumos importados –además, ahora más accesibles–, a los que se agregarán los consumos de bienes importados vía courier y el saldo negativo de la balanza turística. Todo esto tendrá como resultado cantado una mayor demanda de dólares y mayor presión cambiaria sobre una estructura cambiaria todavía signada por el cepo.[9]
Digamos que el pronóstico de superávit comercial tampoco es unánime. El citado Rapetti estima “una balanza comercial apenas superavitaria, con importaciones y exportaciones alrededor de 90.000 millones de dólares [respectivamente. MY]. Con un virtual equilibrio comercial, la cuenta corriente cambiaria sería levemente deficitaria por unos 6.000 millones de dólares, lo que sumado a los vencimientos de deuda en dólares elevaría las necesidades de financiamiento bruto a unos 25.000 millones de dólares” (M. Rapetti, El Cronista, 6-12-24).
Lo que todos saben, pero pocos dicen en voz alta, es que son muchas las variables que pueden trastocar el muy delicado equilibrio cambiario (ya que no macroeconómico) actual. Sin hablar de algún tiro en el pie por pura impericia política –que aquí no consideramos, pero que para nada descartamos–, tenemos los siguientes elementos (que tampoco agotan la lista, desde ya):
- a) en la categoría de shocks externos tenemos diversas subvariantes, desde un recrudecimiento de la guerra comercial hasta la devaluación de algún socio comercial importante (China y sobre todo Brasil ya está dando señales al respecto). A eso cabe agregar otras posibilidades, como un eventual recalentamiento de la inflación en EEUU obligue a una nueva suba de tasas,[10] que a su vez dispare un “vuelo a la calidad” contra los países emergentes; una caída de los precios de commodities agrícolas y energéticas (ya vimos que Artana de FIEL abre el paraguas en ese sentido); una suba vertical del dólar como fruto del proteccionismo de Trump o, en fin, cualquiera de los muchos cisnes negros que en las últimas semanas están apareciendo en verdaderas bandadas en la arena internacional.
- b) dentro de los riesgos de orden interno –de grado de probabilidad aún mayor que los externos– tenemos desde eventos climáticos que estropeen la cosecha (así de vulnerable es la economía argentina, como vimos otros años) hasta cualquier desorden endógeno que dispare una corrida cambiaria. En ese sensible rubro puede incluirse una salida mal calculada del cepo, un súbito agotamiento y reversión del carry trade (como el que le hizo la gloriosa JP Morgan a Macri en febrero de 2018), obstáculos en la negociación con el FMI, una crisis en el frente fiscal[11] y mucho más.
Ya que lo mencionamos, digamos que a esta altura está muy claro que los agujeros en dólares sólo pueden taparse con un nuevo acuerdo con el FMI. En cuanto a salir al mercado privado a endeudarse –la verdadera meta financiera de Milei y Caputo–, la perspectiva sigue por ahora lejana para el Estado (no tanto para los privados). Aun con la baja del riesgo país, hoy en 750 puntos, la tasa de interés de endeudamiento en dólares de bonos del Estado nacional sigue por encima de un prohibitivo 11-12% anual. De modo que en el horizonte cercano está la renegociación del acuerdo con el Fondo, para la cual sin duda hay voluntad política de éste (mucho más después del triunfo de Trump). Pero hay que ver cuáles serán las condiciones, empezando por asumir que, en realidad, cualquier crédito del FMI va a ser casi un autopréstamo: prestarle al Tesoro argentino para que éste pueda cancelar la deuda con el propio FMI (en primer lugar) y los demás acreedores.
Cualquier acuerdo que tenga la pretensión de aparecer sostenible va a proponer casi todo lo siguiente: 1) hoja de ruta para unificar lo más rápidamente posible el tipo de cambio; esto es, adiós al cepo, al “dólar blend” (la posibilidad que tienen los exportadores de liquidar el 20% de la operación fuera del dólar oficial) y al impuesto PAIS; 2) liberar definitivamente, de golpe o en etapas rápidas las remesas de dividendos de las compañías multinacionales a sus casas matrices (condición sine qua non de éxito del esquema RIGI); 3) exigir al BCRA una robusta acumulación de reservas, con metas más serias (y cumplibles) que las del último acuerdo, y 4) por ende, prohibir al BCRA que intervenga en el mercado cambiario para sostener la cotización del peso vendiendo reservas.
El régimen cambiario sería de “flotación administrada” y lo menos “sucia” posible. Es decir, que el mercado sin trabas ni cepos sea el que defina el tipo de cambio, y por supuesto sin crawling peg ni mini cronogramas de devaluación administrada, lo que hace tan riesgoso el carry trade como para invitarlo a desaparecer. No hace falta aclarar que todo esto supone, asimismo, el fin de la carrera de atraso cambiario y un comienzo de corrección. En ese sentido, todas las especulaciones sobre valores hipotéticos del dólar que quedaron en suspenso con la llegada del blanqueo se reactivarían inmediatamente, y hay quienes ya se adelantan: Orlando Ferreres estima que hoy la paridad teórica del dólar debería situarse en torno a los 1.600 pesos para diciembre, un 60% más que el valor oficial. Desde ya, hay cifras para todos los gustos; cada maestrito con su librito.
De todas maneras, como sabemos que últimamente el FMI está mucho más sensible a las vicisitudes políticas de los gobiernos a los que “asiste”, la profundidad, urgencia y ritmo de estas exigencias se calibrará en función de cómo llegue el BCRA (y el Tesoro, y el mismo Milei) al momento de la contienda electoral.
En el mientras tanto, lo que existe hoy –financiamiento privado gracias a la plétora circunstancial de dólares del blanqueo– decididamente no va a ser la norma de los próximos meses, en los que van a seguir conviviendo una economía con cepo, un BCRA sin reservas y un tipo de cambio atrasado con la expectativa de los “mercados” de que el BCRA va a seguir anclando el precio del dólar para evitar el desmadre de la inflación.[12]
Como el carry trade no puede durar por siempre, su agotamiento gradual –¡si es que puede preverse!–debería calzarse con la negociación con el FMI. El problema es una eventual “discordancia de los tiempos”, y que el esquema actual se desmorone antes que el financiamiento 2025 esté abrochado del todo. Según la consultora CP de Pastrana y Moldovan “el aporte del blanqueo ha vuelto al ciclo de carry trade actual mayor en su magnitud que su antecesor reciente. En caso de revertirse, amenaza con despertar una presión de demanda de dólares sobre el mercado oficial que genere aún más estrés sobre un nivel de reservas (…) Si eso ocurre, el desarme en manada de las posiciones de inversión en pesos [es decir, el pánico de los inversores a quedarse en pesos. MY] no logra ser contenido por la suba de la tasa de interés y se acrecientan las tensiones cambiarias. En ese marco, los problemas para la refinanciación de deudas locales y una devaluación son las primeras consecuencias de un tipo de crisis que amenaza con espiralizarse. En la actualidad, el sostenimiento del cepo hace que la inestabilidad del carry se manifieste antes sobre la brecha cambiaria que en un salto devaluatorio clásico” (ambito.com, 21-11-24).
Como se ve, los autores no son particularmente optimistas, ya que consideran que “estos programas encontraron sistemáticamente límites en la dinámica del sector externo y/o en la tolerancia social al ajuste. Es decir, se trata de esquemas que antes de alcanzar sus objetivos definitivos de desinflación padecieron, o bien el estrangulamiento externo (falta de dólares), o bien el rechazo popular (fatiga del ajuste), generando alguna forma de crisis que revierte el proceso de desinflación” (ídem).
No se equivocan los autores al apuntar que tales son los resultados históricos de esquemas análogos al actual. Eso no significa que la historia deba siempre repetirse, sino que quien la ignora lo hace por su cuenta y riesgo.
Conclusión: “Es la burguesía argentina, estúpido”
Para concluir, diremos que no es el objeto de esta nota hacer futurología sobre la eventual dinámica de las contradicciones de la economía mileísta, sino de dar alguna cuenta de ellas, sobre todo en momentos en que el oficialismo rezuma una (totalmente injustificada) euforia por la supuesta, relativa y temporaria estabilización de variables que siguen apoyadas sobre un pan de jabón.
Con todo, los mayores desafíos de la economía argentina no son tales porque el rumbo económico de este gobierno sea por momentos incoherente y por momentos demasiado riesgoso, sino en razón de un elemento más profundo y estructural. Que no es otro que la propia burguesía argentina, la cual, por su configuración y su historia mismas, representa acaso el mayor obstáculo para las ansias de Milei de cambiar radicalmente (para peor, desde ya) la forma de funcionar del capitalismo argentino. La clase que él aspira a representar y defender es la misma que, con su conducta habitual, puede frustrar sus planes.
Milei tiene como utopía personal un capitalismo argentino “sin Estado” –salvo las “bandas armadas en defensa de la propiedad” (Engels), claro está–, sin gasto público, sin políticas públicas ni Banco Central, donde la dinámica económica quede librada a la sagacidad, la creatividad y la codicia de los agentes económicos privados. Haría bien en escuchar lo que tiene para decir de esa clase otro de sus voceros: “Un déficit de cuenta corriente y la acumulación de reservas requerirán de un alto flujo de financiamiento privado. Esto implicaría un cambio radical en términos históricos. A precios actuales, el sector privado no financiero ha sido en los últimos 20 años un demandante neto de dólares a razón de unos 11.500 millones de dólares anuales” (M. Rapetti, El Cronista, 6-12-24).
Se entiende, ¿verdad? La clase capitalista argentina (¡excluyendo aquí al sector financiero!), desde la salida de la crisis de 2001, no ha sido el “motor del financiamiento privado” a la economía, con divisas virtuosamente ganadas con el sudor de su frente, sino una banda de parásitos que ha esquilmado 11.500 millones de dólares por año a “su” Estado. Sea por ineficiencia perpetua para poner en pie un esquema industrial menos dependiente de la tecnología y el financiamiento externo o, peor aún, para adoptar el fin prioritario de atesorar esas divisas y ponerlas a buen resguardo, a costa de cualquier proyecto de crecimiento, inversión en infraestructura o en general sentar alguna base material y económica para el más elemental modelo de desarrollo.
[1] La ponderación de rubros que se hace tanto en el IPC (índice de precios al consumidor) del Gran Buenos Aires como la CBT (Canasta Básica Total, que define la línea de pobreza) está demasiado distorsionada. Por ejemplo: en el IPC GBA (que no se modifica desde 2016), el rubro Alimentos y Bebidas representa el 23% del total, mientras que el rubro Restaurantes y Hoteles constituye el 11% (¡la mitad de los alimentos!), y el conjunto de todos los servicios, que incluyen Vivienda, Agua, Electricidad, Gas y Combustibles, son el 10% del índice. Ahora bien, ¿a quién se le ocurre, después de los tarifazos salvajes de este año y del recorte en gastos “superfluos” que hicimos todos, que “Hoteles y restaurantes” pese más en la confección del índice inflacionario que las boletas de agua, luz, gas y ABL juntas? No es por casualidad que toda la población reciba con escepticismo los índices de inflación y que todos pensemos lo mismo: “Mi inflación de este mes fue mucho más que eso”. No se trata de una manipulación grosera de los índices al estilo Guillermo Moreno, sino de una trampa mucho más sutil, “técnica” y menos al alcance de los simples mortales: la ponderación de los bienes y servicios para armar el índice global de inflación (o la CBT) está desactualizada. Las autoridades (las anteriores y las actuales) por supuesto que saben esto, pero está en su interés no hacer las modificaciones del caso, porque saben que les jugarán en contra.
[2] Como siempre, los títulos públicos representan una parte significativa del activo de los bancos, bajo presión del gobierno presiona para que adquieran bonos públicos. En abril de 2023 los pasivos del Tesoro representaban el 16,4% de los activos de los bancos, y a junio de 2024 superaban el 40%. Sólo luego del blanqueo cayeron al 25%, gracias a esa copiosa (y excepcional) entrada de divisas que alimentó a su vez el negocio del crédito en dólares al sector privado. Volveremos sobre esto al tratar el “carry trade”.
[3] Al respecto, veamos lo que dice Carlos Rodríguez, ex compañero de ruta de Milei hasta las elecciones y que –probablemente por cuestión de choque de egos– luego se distanció de él, sin perder su coherencia en la defensa del capitalismo neoliberal desde los año de Menem. Rodríguez explica que cuando el Banco Central “limpió su balance” (otra mentira) pasándole sus pases y letras (deuda) al Tesoro nacional, éste a su vez depositó el equivalente de esos pesos en Lecaps (Letras de capitalización) de nuevo en el BCRA… pero ahora transformados en “deuda no remunerada”, esto es, que “no paga” intereses. Así, “las Lecaps son un instrumento financiero copiado de la banca islámica [en el Islam es tabú pagar interés por préstamos. MY]. La tasa de interés no aparece en las cuentas públicas. El interés está implícito en el valor de rescate del título. Esa maniobra contable permite al Tesoro mostrar un superávit fiscal financiero. Si se computara el interés que efectivamente devengan las Lecaps, el Tesoro tiene déficit financiero en 2024” (C. Rodríguez, ambito.com, 9-12-24). En realidad, que el “superávit fiscal” es una ficción contable es un secreto a voces en el establishment; nadie es tan ignorante como para dejar pasar maniobras como la postergación de pagos a importadores, el Bopreal y un largo etcétera de trampas parecidas. Sucede que ese mismo establishment prefiere hacer la vista gorda y no decir que el rey está desnudo justo cuando la Corona gobierna para ellos…
[4] Entre muchos otros disparates, la idea de cerrar cualquier rama de la administración o gestión pública porque hay “curros” es increíblemente infantil y estúpida; equivale a amputar piernas con el argumento de que tienen callos plantares, o dejar ciegas a las personas para eliminar su conjuntivitis. Una vez más, los beneficiarios capitalistas de las condiciones económicas generales que viene imponiendo Milei se resignan a esos desprópositos de corto plazo en aras de sostener políticamente el cambio de relaciones de fuerza al que aspira Milei tanto como ellos. Si el ex secretario de Estado yanqui Henry Kissinger defendía a Pinochet en los 70 con el razonamiento de “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta” (en el sentido de “quiere hacer lo mismo que nosotros queremos”), para los popes del empresariado argentino, análogamente, Milei “será un chiflado, pero es nuestro chiflado”.
[5] La consultora GMA advierte que el TCRM está “cada vez más cerca de los valores de fines de 2001”, es decir, el máximo de sobrevaluación del peso que pudo soportar la economía argentina antes del estallido de la convertibilidad 1 a 1 (El Cronista, 4-12-24).
[6] Un estudio pormenorizado del blanqueo obligaría a una nota aparte. Sólo diremos que al 12 de noviembre (aunque ahora se reabrió por segunda vez) se habían sumado 20.600 millones de dólares de 138.000 contribuyentes. Es decir, un promedio de 150.000 dólares por operación. Lo que da una medida de que, como en su momento el blanqueo de Macri, los que decidieron ingresar pertenecen en su mayoría al “chiquitaje” de clase media o media alta. El grueso de los activos en divisas fuera del sistema bancario argentino, guardado en cuentas en el exterior, en paraísos fiscales, en cajas de seguridad o en el “colchón”, llega a 450.000 millones de dólares y sigue tan lejos del alcance del fisco argentino como siempre. Como hemos dicho más de una vez, la conducta adaptativa habitual de la clase capitalista argentina a las sucesivas crisis estructurales del país no es la inversión (es decir, la acumulación de capital), sino el atesoramiento. De paso, prueba adicional de que lo más granado de la clase capitalista argentina hizo caso omiso de todos los incentivos de Milei para blanquear es que de los 14.810 inmuebles declarados en el blanqueo, el 96% están radicados en el país. Los departamentos malhabidos en Miami, Marbella o Punta del Este siguen en la más plena oscuridad, al igual que el rubro “otros bienes” (joyas, obras de arte, yates, etc.), de los que se declaró la casi simbólica suma de 2.700 millones de dólares (un promedio de menos de 20.000 dólares por contribuyente).
[7] Lo que se llama el crawling peg, o tasa de minidevaluación mensual preestablecida por la autoridad monetaria, le da un horizonte de previsibilidad a estas inversiones golondrina. Desde que Milei-Caputo anunciaran una tasa de devaluación fija del 2% mensual (claramente por debajo de la inflación), la revaluación del peso sigue un esquema que recuerda a la “tablita” de Martínez de Hoz durante la dictadura militar (casi el mismo instrumento que perseguía el mismo objetivo… y veremos si también coinciden los resultados).
[8] Recordemos que más del 45% de la deuda es “intra sector público”, como el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), el fondo soberano de inversión integrado al sistema previsional y heredero de la estatización de los activos de las AFJPs. El FGS tiene bonos del Tesoro por unos 31.300 millones de dólares, el 10% del total de los títulos emitidos por el sector público (R. Astarita, cit.).
[9] Las bravatas de levantamiento inmediato del cepo, pese a los reclamos de muchos interesados (multinacionales en primer lugar), tienen pocas chances de concretarse. Milei ya ha demostrado que no tendrá mucho equilibrio pero no es del todo estúpido y puede ser pragmático cuando la oportunidad lo exige. De allí que es altamente improbable que se lance a levantar el cepo antes de las elecciones de medio término, corriendo el riesgo de soltar el hilo de la inflación que le llevó un año ovillar. La razón de ser del cepo es obligar al sector privado a tener más pesos y menos dólares de lo que le gustaría. Si se libera el cepo, puede haber una corrida a la dolarización de carteras (para colmo, con un dólar subvaluado), lo que alimentaría la tasa de interés (para que el peso pueda competir con el dólar como inversión) y adiós ancla inflacionaria, sea por suba del dólar, por suba de la tasa de interés o por ambas.
[10] No podemos tratar aquí el tema, al que dedicaremos un texto separado. Sólo reiteraremos una apreciación que ya hiciéramos en ocasión de las elecciones de EEUU: hay una contradicción flagrante entre la agenda fiscal y comercial de Trump (rebaja de impuestos a las empresas, aranceles) y las necesidades de a) reducir, o al menos no aumentar, un déficit fiscal que supera el 6% del PBI, y b) mantener a raya la inflación. Más pesimista aún es Jorge Compagnucci, de Target Market Global (TMG): “El triunfo de Trump es el pánico para el mundo emergente. Que Milei se olvide de una dolarización porque no están dadas las condiciones por la situación vulnerable de deuda que tiene la Argentina. Es la deuda lo que va a hundir a nuestro país y al resto de la región” (G. Iglesias, ambito.com, 6-11-2024).
[11] Hay que tener en cuenta que en 2025 las cuentas fiscales no van a contar con el impacto por única vez de la “motosierra” en jubilaciones y gasto público de los primeros meses de 2024. Tampoco estará el Impuesto PAIS, importante fuente de ingresos fiscales, aunque ya hay tratativas para reemplazarlo en todo o en parte por otro similar (contraviniendo el catecismo anti impuestos de Milei, naturalmente).
[12] Sin embargo, no parece haber la misma voluntad de control sobre otros eventuales factores inflacionarios como la quita definitiva de subsidios a los servicios, que es parte de la agenda de Milei pese a su impacto en el IPC (mediado, como vimos, por la absurdamente baja ponderación de los servicios en el índice de precios).
[…] Es un tema técnico (también político, claro) que, como dijimos, merece largo desarrollo.[1] Una cosa está clara: en el marco de una recesión fuerte –la única en todo el […]