Tomate esa pastilla… socialista (IX)

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Marx y su obsesión por la centralidad de la clase obrera en la revolución socialista (no es cháchara)

En una reunión de docentes (sería exagerado llamarla asamblea) en un colegio de Capital, un asistente criticó “la cháchara sobre la clase obrera en la que los socialistas revolucionarios caeríamos en muchas de nuestras intervenciones”. Otro docente, más formado políticamente, coincidía con éste y calificaba a dicha postura de “obrerista” y desde un “arco político progresista amplio”, como se definió, señaló que esa posición “obrerista” dejaba a un lado la cuestión de la “hegemonía”. A riesgo de ser sumario y como diría Borges: “consignando mi esperanza (demasiadas veces satisfecha) de no tener razón”(1), creemos que dicho  término de raigambre gramsciana parece formar parte recurrente, casi como un “comodín”, en ciertas exposiciones de estos sectores de compañeros que integran el “progresismo”.

Seguramente en otra pastilla socialista nos explayemos en cuanto a esto de la hegemonía (que es un término de Lenin en verdad y que Gramsci retomó y en cierta manera, amplió), pero que como nuestra corriente suele señalar (y lleva a cabo en su práctica política), la hegemonía es la alianza comandada por la clase obrera y sus organizaciones junto con los sectores populares y sus diversos movimientos. Creemos ser fieles a los revolucionarios ruso e italiano, si entendemos esto de dicha manera: es desde la clase trabajadora y con los demás sectores subordinados, de donde debe partir el proyecto socialista por una sociedad realmente humana. Aclaremos al pasar, que el progresismo jamás se pronuncia por el proyecto socialista o lo deja para las calendas griegas.

Pero la pastilla de hoy, apunta a destacar cómo en los  orígenes del marxismo, esa “cháchara” como decía el compañero en la reunión, sobre la centralidad de la clase obrera, es una marca en el orillo del socialismo revolucionario y nuestra corriente se nutre de ella. En el “primer” Marx, esa “elección” del sujeto de la transformación social que el proletariado encarnaría, tenía más que ver,  con una preferencia moral: los obreros son los más perjudicados por el sistema, los más sufrientes, “el último orejón del tarro” del mismo. Más adelante y una vez que los estudios de economía política se ampliaron en el pensador alemán, esa centralidad estará validada por el lugar que ocupa ese sujeto en la producción social; y en ser fiel, además, al principio metodológico de considerar que la transformación de la estructura o sistema será producto de un movimiento inmanente, interno al mismo. Estructura que se halla atravesada por distintas contradicciones entre las cuales se encuentra la fundamental: la explotación del capital sobre el trabajo, del hombre por el hombre, en definitiva.

Pero hoy nos referiremos a un Marx que aún no tiene aprehendido “el secreto de la economía capitalista”, pero versado en filosofía como es, posee agudas intuiciones en cuanto al conflicto de clases y quién será el encargado de revolucionar lo que existe. En un texto temprano, escrito en colaboración con Engels (“La sagrada familia”) de 1845, escribe:

La clase poseedora y la clase del proletariado representan la misma autoenajenación  humana. Pero la primera clase se siente bien y se afirma y confirma en esta autoenajenación, sabe que la enajenación es su “propio poder” y posee en él la “apariencia” de una existencia humana; la segunda, en cambio, se siente destruida en la enajenación, ve en ella su impotencia y la realidad y la realidad de una existencia inhumana.

La autoenajenación o alienación (nos atrevemos aquí a emplearlos indistintamente), tiene una traducción en la vida cotidiana del trabajador que se observa cuando éste afirma (afirmamos) “estar hartos y como locos de nuestro laburo”,  “sentirnos como esclavos y maquinitas repetitivas”, o como denunciaron en estos días los trabajadores de General Motors sufriendo aumentos en los ritmos de producción “verdaderas trituradoras de carne”. Como afirmaba Marx, hallarse en una función que se presenta como provocadoramente inhumana. Porque padece eso, la clase trabajadora tiene que hacer volar por los aires ese cuadro de situación. Veámoslo más detenidamente:

Y cuando los escritores socialistas asignan al proletariado este papel histórico universal, no es, ni mucho menos, como (algunos) pretextan creer, porque consideren a los proletarios como dioses (…) Pero no puede liberarse a sí mismo sin abolir sus propias condiciones de vida sin abolir “todas” las inhumanas condiciones de vida de la sociedad actual, que se resumen y compendian en su situación. No en vano el proletariado pasa por la escuela, dura, pero forjadora del trabajo. No se trata de lo que éste o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda “representarse” de vez en cuando como meta. Se trata de lo que “el proletariado es” y de lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a “ser” suyo. Su meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual.

Unamos lo anterior al primer párrafo que vimos. Marx toma las dos clases fundamentales de la sociedad burguesa (hoy y ayer, por si hiciese falta aclararlo) y como ya señalamos, pues entiende que el cambio social es inmanente a dicha estructura social, va en la búsqueda del sujeto que podrá llevarlo a cabo. Descarta a la clase poseedora, pues si  bien sufre alienación también, ésta encubre su poder (económico, social, político y por qué no, ideológico); será pues tarea del proletariado esa acción revolucionaria. Permítasenos el adverbio: “objetivamente” es así, más allá de lo que la clase obrera piense o se ponga como meta inmediata; es el lugar que ocupa en el sistema y en la vida (y reiteramos en estos primeros textos esa afirmación es aún más descriptiva que explicativa), la que la obliga a esa acción histórica de transformación.

Por supuesto que no será una tarea fácil (no alcanza sólo con la “dura y forjadora escuela del trabajo”, pero por allí se empieza) y existen un montón de mediaciones para que esto no ocurra; pero en esta pastilla socialista lo que queríamos poner de relieve es esa centralidad, irremplazable, de la clase trabajadora en la revolución social, en la transformación del capitalismo en socialismo.

Continuará.

Guillermo Pessoa

Notas

1: Brevísima digresión: existe cierto profesor marxista que se enfada mucho cuando observa que hay partidos de izquierda  que “citan a Borges y hacen gala de un fino humor inglés” en el marco de una crítica más general, e incorrecta además. Lamentamos decirle a tan criollazo profesor, preciso y agudo analista del trotskismo y del estalinismo vernáculos (aunque a veces dilate hasta la insolencia su tono magistral, JLB dixit) que, al menos este escriba, continuará incurriendo en tamaños vicios “liberales”. Para algún curioso, Cfr Sartelli, Eduardo R y R y el stalinismo. El Aromo nro 94. Ene/Feb 2017